Onyx

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Capítulo 6

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CAPÍTULO 6

La rama se quedó allí colgando, flotando como si estuviera atada a una cuerda invisible. La respiración se me quedó atascada en la garganta. Había detenido la rama… lo había hecho yo. Me invadió una mezcla de pánico y energía que me dejó mareada.

Blake me miraba fijamente. En sus ojos había algo: ¿miedo?, ¿emoción? Luego dio un paso a un lado y levantó la mirada. El torrente de energía me abandonó de repente y la pesada rama se estrelló, agrietando el pavimento como habría hecho con el cráneo de Blake. Encorvé los hombros mientras tomaba aire. Hice una mueca al sentir un dolor agudo y cortante detrás de los ojos.

—Madre mía… —Blake se pasó una mano por el pelo peinado en punta—. Eso me habría matado.

Tragué saliva, incapaz de hablar. Una sensación de horror me recorrió, envolviéndome. Noté un cálido cosquilleo en la nuca y lo reconocí, pero no podía moverme. Ese pequeño «suceso» me había dejado sin energías y la cabeza iba a estallarme: esa clase de dolor aterrador que indicaba que algo iba muy mal.

Ay, Dios, ¿qué estaba pasando? ¿Estaba sufriendo un aneurisma?

—Katy… no pasa nada —dijo Blake dando un paso al frente mientras miraba algo situado a mi espalda.

Una mano cálida y fuerte me rodeó el brazo.

—Kat.

Flaqueé al oír la voz de Daemon. Me volví hacia él y bajé la cabeza dejando que el pelo me ocultara la cara.

—Lo siento —susurré.

—¿Está bien? —preguntó Blake, que parecía preocupado—. La rama…

—Sí, está bien. Le ha asustado que la rama se cayera. —Cada palabra sonaba como si la pronunciara con los dientes apretados—. Eso es todo.

—Pero…

—Hasta luego. —Daemon empezó a caminar, llevándome con él—. ¿Estás bien?

Asentí mirando al frente. Todo parecía demasiado brillante para ser un día nublado. Demasiado real. Toda la tarde había sido perfecta, normal, y yo la había estropeado. Como no respondí, Daemon me quitó las llaves de los dedos entumecidos y abrió la puerta del pasajero.

Blake me llamó, pero no me atreví a mirarlo. No tenía ni idea de lo que debía de estar pensando, pero sabía que no podía ser nada bueno.

—Entra —dijo Daemon, casi con suavidad.

Por una vez, obedecí sin rechistar. Cuando se subió por el lado del conductor y echó el asiento hacia atrás, al fin reaccioné.

—¿Qué… qué haces aquí?

No me miró mientras le daba al contacto y salía del aparcamiento.

—Estaba dando una vuelta. Les diré a Dee y a Adam que se lleven mi coche.

Me volví en el asiento y vi a Blake junto a su vehículo. Seguía allí de pie donde lo habíamos dejado. Notaba un nudo en el estómago y tenía ganas de vomitar; me sentía mal por lo que había hecho.

—Daemon…

Apretó la mandíbula antes de contestar.

—Vas a hacer como si no hubiera pasado nada. Si saca el tema, le dices que le dio tiempo de apartarse. Si llega siquiera a sugerir que tú… que tú detuviste esa rama, tómatelo a risa.

Poco a poco, fui comprendiendo lo que se proponía.

—Tengo que comportarme como lo hacías tú al principio, ¿no?

Asintió con un gesto brusco.

—Lo que ha ocurrido ahí nunca ha pasado. ¿Entendido?

Dije que sí con la cabeza, a punto de echarme a llorar.

Los minutos transcurrieron en silencio. A medio camino de casa, el dolor de cabeza disminuyó y me sentí casi normal, salvo por el hecho de que era como si hubiera pasado toda la noche en vela. Ninguno de los dos habló hasta que aparcó en la entrada de mi casa.

Daemon sacó las llaves del contacto y se recostó en el asiento. Un largo mechón de pelo le ocultó los ojos cuando se volvió hacia mí.

—Tenemos que hablar. Y tienes que ser sincera conmigo. No parece sorprenderte lo que acabas de hacer.

Asentí de nuevo. Estaba furioso, y no podía culparlo. Era probable que hubiera revelado su secreto frente a un humano. Un humano que podía ir a la prensa, hablar en el instituto y llamar la atención del Departamento de Defensa. El Gobierno averiguaría que los Luxen poseían habilidades especiales, y repararían en mí.

Entramos en mi casa, que estaba vacía. A pesar de que la calefacción soltaba calor por los conductos de ventilación, yo temblaba de manera incontrolada cuando me senté en el sillón reclinable.

—Iba a contártelo.

—¿En serio? —Daemon estaba de pie delante de mí y abría y cerraba las manos—. ¿Y cuándo, exactamente? ¿Antes o después de hacer algo que te pusiera en peligro?

Me estremecí.

—¡No me imaginé que pasaría eso! Lo único que quería era pasar una tarde normal con un chico…

—¿Con un chico? —me soltó con un intenso destello verde en los ojos.

—¡Sí, con un chico normal! —¿De qué se extrañaba? Respiré hondo—. Lo siento. Iba a venir a verte esta noche, pero Blake me invitó a salir con él. Maldita sea, solo quería pasar una tarde con alguien como yo.

Frunció tanto el ceño que pensé que iba a resquebrajársele la cara.

—Ya tienes amigos normales, Kat.

—¡No es lo mismo!

Daemon pareció comprender lo que no había dicho. Durante un instante, abrió mucho los ojos y habría jurado que había una chispa de dolor en ellos, pero luego desapareció.

—Cuéntame qué ha estado pasando.

La culpa me invadió, arrastrando a su paso púas afiladas que se me clavaron en las entrañas.

—Creo que sí he pillado algún virus extraterrestre, porque he estado moviendo cosas… sin tocarlas. Hoy, sin ir más lejos, he abierto la puerta de la clase del señor Garrison sin llegar a tocarla. Al parecer, él ha creído que fue una corriente de aire.

—¿Con qué frecuencia ha estado ocurriendo?

—De vez en cuando durante una semana, más o menos. La primera vez fue la puerta de mi taquilla; pero pensé que había sido una casualidad, así que no dije nada. Luego se me ocurrió tomar un vaso de té y el vaso salió volando del armario y el té empezó a derramarse en la nevera. La ducha se puso en marcha sola, algunas puertas se abrieron y, un par de veces, la ropa salió volando de mi armario. —Suspiré—. Mi habitación quedó hecha un desastre.

Se le escapó una risita.

—No está mal.

Apreté los puños.

—¿Cómo puede parecerte divertido? ¡Fíjate en lo que ha pasado hoy! ¡No quería detener la rama! Por supuesto que no quería que ocurriera nada, pero no he parado la dichosa rama a propósito. Todo eso de curarme… me ha cambiado, Daemon. Por si no te lo habías imaginado todavía, antes no podía mover cosas. Y no sé qué me pasa. Después me entra un dolor de cabeza espantoso y me siento agotada. ¿Y si me estoy muriendo?

Daemon parpadeó y de pronto estaba a mi lado, sentado en el brazo del sillón. Nuestras piernas se rozaron y su respiración me agitó el pelo. Me eché hacia atrás con el corazón acelerado.

—¿Por qué tienes que moverte tan rápido? Es… raro.

Daemon suspiró.

—Lo siento, gatita. Para nosotros, movernos rápido es lo natural. En realidad, nos cuesta más esfuerzo reducir la velocidad y parecer «normales», como tú lo llamas. Supongo que a veces me olvido de fingir estando contigo.

Se me cayó el alma a los pies. ¿Por qué últimamente todo lo que decía parecía una crítica?

—No te estás muriendo —me aseguró.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo nunca permitiría que eso pasara —contestó mirándome a los ojos. Lo dijo con tanta convicción que lo creí.

—¿Y si me estoy convirtiendo en una extraterrestre?

Una rara expresión le cruzó la cara, como si quisiera echarse a reír, pero entendí por qué. Sonaba ridículo.

—No sé si eso es posible.

—Tampoco debería ser posible que moviera cosas con la mente.

Volvió a suspirar.

—¿Por qué no me lo contaste la primera vez que pasó?

—No lo sé —dije, sin poder apartar la mirada—. Debería haberlo hecho. No quiero poneros en peligro. Te juro que no lo hago aposta.

Daemon se reclinó y se le iluminaron las pupilas.

—Ya sé que no lo haces aposta. Nunca pensaría eso de ti.

Me quedé sin respiración mientras me sostenía la mirada con sus extraños ojos. Volví a sentir aquel hormigueo, que se me extendió por la piel. Cada centímetro de mi ser era plenamente consciente de su presencia.

Daemon guardó silencio un momento.

—No sé si es resultado de las veces que te he curado o de cuando conectaste con nosotros durante el ataque de Baruck. De cualquier forma, es evidente que estás usando algunas de mis habilidades. Nunca había oído que esto ocurriera.

—¿Nunca? —susurré.

—No curamos a los humanos. —Daemon se quedó callado un instante, frunciendo los labios—. Siempre había creído que tenía algo que ver con poner al descubierto nuestras habilidades, pero ahora me pregunto si hay algo más. Si la verdadera razón es que… cambiamos a los humanos.

Tragué saliva.

—¿Así que estoy convirtiéndome en una extraterrestre?

—Gatita…

En lo único en que yo podía pensar era en la película Alien y en aquella cosa que le salía a un tipo del estómago; salvo que la mía sería una brillante bola de luz o algo por el estilo.

—¿Y cómo hacemos que pare?

Daemon se puso de pie.

—Quiero intentar algo, ¿vale?

—Vale —acepté enarcando las cejas.

Daemon cerró los ojos y soltó un largo suspiro. Su cuerpo parpadeó y se desvaneció. Unos segundos después, había adquirido su verdadero aspecto, que irradiaba una potente luz blanca rojiza. Tenía forma humana y yo sabía que sería cálida al tacto. Todavía me resultaba extraño verlo así. Me recordó con total claridad el hecho, que yo olvidaba a veces, de que no era de este planeta.

«Dime algo». Su voz fue un susurro dentro de mi cabeza. En su verdadera forma, los Luxen no hablaban en voz alta.

—Esto… ¿hola?

Su carcajada me hizo cosquillas por dentro.

«Así no. Dime algo, pero no en voz alta. Como en el claro, como me hablaste entonces».

Cuando estaba curándome, había oído sus pensamientos. ¿Volvería a ocurrir?

«Tu luz es muy bonita, pero me está dejando ciega».

Oí su respiración incorpórea.

«Todavía podemos oírnos».

Su luz se fue atenuando y enseguida lo tuve de nuevo de pie delante de mí, sólido y con una mirada de preocupación en los ojos.

—Así que te estaba dejando ciega, ¿eh?

—Pues sí. —Jugueteé con la cadena que me rodeaba el cuello—. ¿Ahora brillo?

Por lo general ocurría cuando adquirían su verdadera forma, lo que dejaba un leve rastro.

—No.

Así que eso también había cambiado.

—¿Por qué sigo oyéndote? Por tu actitud, supongo que no debería.

—Así es, pero continuamos conectados.

—Bueno, ¿y cómo nos desconectamos?

—Buena pregunta. —Se desperezó mientras recorría la habitación con la mirada—. Tienes libros por todas partes, gatita.

—Ahora mismo, eso no importa.

Daemon estiró la mano y un libro salió volando del brazo del sofá hasta él. Le dio la vuelta y arqueó las cejas mientras le echaba un vistazo.

—¿El tío mata lo que toca? Por el amor de Dios, ¿qué rayos estás leyendo?

Salí disparada del sillón, le arranqué el libro de las manos y lo apreté contra mi pecho.

—Cállate. Me encanta este libro.

—Ya veo —murmuró Daemon.

—Bueno, vayamos a lo importante. Y deja de tocar mis libros. —Volví a ponerlo donde estaba—. ¿Qué vamos a hacer?

Daemon me miró.

—Voy a averiguar qué te está pasando. Tú dame un poco de tiempo.

Asentí con la cabeza, esperando que tuviéramos tiempo suficiente. No había forma de saber qué era lo siguiente que haría por accidente y no quería, por nada del mundo, poner en peligro a Dee y los demás.

—¿Te das cuenta de que este es el motivo por el que te…? —Daemon enarcó una ceja—. ¿Por el que te gusto de repente?

—Estoy seguro de que me gustabas antes de eso, gatita.

—Vaya, pues menuda forma tenías de demostrarlo.

—Es verdad —admitió—. Y ya me he disculpado por el modo en que te traté. —Respiró hondo para tranquilizarse—. Siempre me has gustado. Desde la primera vez que me enseñaste el dedo.

—Pero no empezaste a querer pasar tiempo conmigo hasta después del primer ataque, cuando me curaste. Tal vez ya estábamos empezando a… fusionarnos.

Daemon frunció el ceño.

—Pero ¿a ti qué te pasa? Es como si necesitaras convencerte de que es completamente imposible que me gustes. ¿Eso hace que te sea más fácil decirte a ti misma que no sientes nada por mí?

—Me trataste como a una apestada durante meses. Siento mucho que me cueste creer que tus sentimientos son reales. —Me senté en el sofá—. Y no tiene nada que ver con lo que yo sienta.

—¿Te gusta ese chico con el que estabas? —me preguntó de pronto con los hombros tensos.

—¿Blake? No lo sé. Es simpático.

—Hoy se ha sentado contigo a la hora de comer.

Fruncí el ceño.

—Porque había un asiento vacío y estamos en un país libre donde la gente puede elegir dónde quiere sentarse.

—Había otros asientos vacíos. Podía haberse sentado en cualquier otra parte de la cafetería.

Tardé unos segundos en responder.

—Está en mi clase de Biología. Quizá simplemente se encuentra a gusto conmigo porque los dos somos más o menos nuevos.

Una expresión fugaz apareció en su cara y, de pronto, estaba de pie delante de mí.

—No dejaba de mirarte. Y es evidente que quería pasar tiempo contigo fuera del instituto.

—Tal vez le gusto —dije, encogiéndome de hombros—. Lesa lo ha invitado a la fiesta del viernes.

Los ojos de Daemon adquirieron un tono verde oscuro.

—No creo que debas andar por ahí con él hasta que sepamos de qué va todo esto de que puedas mover cosas. Lo de la rama ha sido solo un ejemplo de lo que puede pasar. No podemos permitir que se repita.

—¿Qué? ¿Ahora se supone que no puedo salir ni quedar con nadie?

Daemon sonrió.

—Si es humano, no.

—Ya, claro. —Sacudí la cabeza mientras me ponía en pie—. Esta conversación es una tontería. De todas formas, no estoy saliendo con nadie; pero, si estuviera haciéndolo, no lo dejaría solo porque tú lo dices.

—¿De verdad? —Su mano se movió a toda velocidad y me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Ya lo veremos.

Me aparté a un lado, dejando un espacio entre ambos.

—No hay nada que ver.

El desafío se reflejó en sus ojos.

—Si tú lo dices, gatita…

Crucé los brazos con un suspiro.

—Esto no es un juego.

—Ya lo sé; pero, si lo fuera, ganaría yo. —Desapareció y volvió a aparecer en la entrada del recibidor—. Por cierto, me he enterado de lo que ha estado diciendo Simon.

Me puse colorada. Otro problema, pero menos importante en comparación.

—Sí, se está comportando como un cretino. Creo que es cosa de sus amigos. En realidad, me pidió disculpas y luego, cuando aparecieron sus amigos, les dijo que quería enrollarme con él.

Daemon entrecerró los ojos.

—Eso no está bien.

—No es para tanto —contesté con un suspiro.

—Puede que no para ti; pero, para mí, sí. —Se quedó callado un momento y luego enderezó la espalda—. Yo me ocuparé de ello.

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