Onyx

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Capítulo 17

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CAPÍTULO 17

Cuando Blake me mandó un mensaje y me pidió que me reuniera con él en el Smoke Hole Diner el viernes por la tarde, no supe qué hacer. No me parecía… correcto cenar con él cuando la noche anterior había dormido en brazos de Daemon.

Me puse colorada. No hicimos nada aparte de aquel beso, pero fue igual de íntimo, si no más. Mis sentimientos por él eran un caos total y lo que hizo por mí ayer, con la cena y el árbol de Navidad, tenía un significado que no podía ignorar.

Pero tampoco podía ignorar a Blake. Era mi amigo y, después de lo de anoche, necesitaba asegurarme de que no esperaba nada más que eso: una amistad. Porque en algún momento del día, a pesar de que no había resuelto las cosas con Daemon, caí en la cuenta de que él tenía razón en un aspecto: estaba utilizando a Blake.

Blake era sencillo e inofensivo, un chico majísimo con el que cualquier chica querría salir, pero mis sentimientos por el surfista eran bastante sosos. Nada comparado con lo que sentía por Daemon. Y eso no estaba bien. Si Blake estaba interesado en mí, no podía seguir dándole falsas esperanzas.

Así que respondí a su mensaje y le dije que me parecía bien, con la esperanza de que aquella no fuera la cena más incómoda de mi vida.

El clima cambió en cuanto el sol se ocultó detrás de las montañas. Al agradable aire otoñal lo reemplazó un viento casi gélido y el cielo adquirió un aspecto sombrío y nublado.

Aparqué en el sitio que quedaba más cerca de la puerta de la cafetería. El viento había aullado todo el camino y no me apetecía nada salir de mi coche calentito. No pude evitar fijarme en que en el trozo de cristal situado encima del horario del restaurante había una fotografía de Simon. Hice una mueca, abrí la puerta de golpe y entré rápidamente en el restaurante, que estaba sorprendentemente lleno de gente.

Blake estaba sentado cerca de la chimenea. Se puso de pie y sonrió cuando me vio.

—Hola, me alegro de que hayas podido venir.

Cuando se acercó para abrazarme, hice como si no me hubiera dado cuenta y me senté.

—Por Dios, qué frío. ¿Qué tal tu viaje?

Blake frunció levemente el ceño, pero luego se sentó y arregló los cubiertos de manera metódica alrededor de un plato imaginario.

—No estuvo mal, aunque no fue demasiado emocionante. —Cuando todo estuvo cuidadosamente colocado, levantó la mirada—. ¿Y qué tal tus vacaciones?

—Más o menos como las tuyas. —Me quedé callada un momento al ver a unos cuantos chicos del instituto. Estaban todos apiñados, bebiendo refrescos y comiendo una pizza enorme. Chad, el chico con el que salía Lesa, me saludó con la mano y yo le devolví el saludo—. Pero no estoy lista para que acaben.

Hicimos una pausa mientras una camarera rellenita nos tomaba nota. Yo pedí un refresco y una ración de patatas fritas y él, sopa.

—Esperemos que no acabe encima de mi cabeza —bromeó.

Me encogí al recordarlo. Pero no era probable que pasara, puesto que Daemon no estaba por allí… todavía.

—Siento muchísimo todo aquello.

Blake me dio un golpecito con la pajita en la mano antes de retirar el papel que cubría el plástico.

—No te preocupes. Esas cosas pasan.

Asentí con la cabeza, la mirada clavada en las ventanas empañadas. Blake carraspeó y frunció de nuevo el ceño mientras observaba con los ojos entrecerrados a un hombre de mediana edad sentado cerca de la barra que miraba a su alrededor con nerviosismo.

—Creo que ese tipo está a punto de largarse sin pagar la cuenta.

—¿En serio?

Blake asintió.

—Y piensa que va a salirse con la suya. Ya lo ha hecho muchas veces.

Muda de asombro, vi cómo el hombre daba un último sorbo y se levantaba sin pedir la cuenta.

—Siempre hay alguien mirando —añadió Blake con una leve sonrisa.

Una pareja sentada detrás del hombre, ambos con camisas de franela y tejanos muy gastados, también observaba al cliente que se preparaba para huir. El hombre se inclinó hacia la mujer y le susurró algo. La mofletuda mujer puso cara de pocos amigos y golpeó la mesa con la mano.

—¡Estos malditos gorrones se creen que pueden conseguir una comida gratis!

Aquel exabrupto llamó la atención del encargado, que estaba atendiendo a un cliente junto a la puerta. Se volvió hacia el asombrado ladrón y exclamó:

—¡Oiga! ¿Ha pagado eso?

El hombre se detuvo y hurgó en sus bolsillos. Masculló una disculpa y lanzó a toda prisa varios billetes arrugados sobre la mesa.

Me volví bruscamente hacia Blake.

—Madre mía, eso ha sido… asombroso.

Blake se encogió de hombros. Mi inquietud fue en aumento mientras esperaba a que la camarera regresara con nuestro pedido y se marchara.

—¿Cómo sabías que iba a hacer eso?

Blake sopló la cucharada de sopa de verduras.

—Cuestión de suerte.

—Gilipolleces —susurré.

—No ha sido más que un golpe de suerte —insistió mirándome a los ojos.

Me asaltaron las dudas. Blake no era un extraterrestre (al menos, eso suponía, y ninguno de los Luxen que conocía podía leer la mente ni predecir nada), pero eso había sido la mar de raro. Podría haberse tratado de un golpe de suerte, pero el instinto me decía que allí había algo más.

Mastiqué las patatas fritas.

—Bueno, ¿y tienes muchos golpes de suerte de esos?

Se encogió de hombros.

—A veces. Solo es intuición.

—Intuición —repetí, asintiendo con la cabeza—. Menuda intuición más precisa tienes.

—En fin, me he enterado de lo de ese chico que ha desaparecido. Qué mal rollo.

El repentino cambio de tema me desconcertó.

—Sí, desde luego. Creo que la policía piensa que se escapó.

Blake revolvió la sopa con la cuchara.

—¿Le hicieron muchas preguntas a Daemon?

—¿Por qué? —pregunté, sorprendida.

La mano de Blake se quedó inmóvil.

—Pues… porque Daemon se peleó con él. Sería normal que lo interrogaran.

Vale, en eso tenía razón, y yo me estaba poniendo demasiado nerviosa con ese tema.

—Sí, creo que hablaron con él, pero él no tuvo nada que ver con…

Me quedé paralizada, sin dar crédito a lo que estaba sintiendo. Un calor amortiguado me brotó entre los pechos. No podía ser.

Dejé caer la patata en el plato. La obsidiana empezó a quemarme debajo del jersey. Me llevé una mano al cuello, con movimientos frenéticos, y tiré de la cadena. Cuando la obsidiana quedó a la vista, la rodeé con la mano e hice un gesto de dolor cuando la piedra me abrasó la palma. El pánico me subió por la garganta a medida que levantaba la mirada.

Blake estaba haciendo algo con la muñeca, pero yo tenía la vista clavada en la puerta principal. La puerta se abrió y las hojas secas se desperdigaron por las baldosas. El quedo murmullo de las conversaciones no se interrumpió; los clientes no eran conscientes del monstruo que había entre ellos. La obsidiana prácticamente estaba hirviendo y nuestra mesa empezó a sacudirse suavemente.

En la entrada, una mujer alta y pálida con gafas de sol oscuras que le cubrían la mitad de la cara estudiaba a los numerosos clientes. El pelo azabache le caía en gruesos mechones compactos alrededor de las mejillas y tenía los labios rojos abiertos en una sonrisa de serpiente.

Era una Arum.

Empecé a levantarme, a punto de arrancarme la obsidiana del cuello. ¿De verdad me atrevería a atacarla? No estaba segura, pero no podía quedarme quieta sin hacer nada. Se me tensaron los músculos. Los Arum siempre viajaban en grupos de cuatro; así que, si allí había una, eso quería decir que había tres más en alguna parte.

La sangre me retumbaba en los oídos. Estaba tan concentrada en la Arum que no le había prestado atención a Blake hasta que lo tuve delante de mí.

Blake levantó una mano y todo el mundo se quedó inmóvil. Todos.

Algunas personas tenían los tenedores con comida a medio camino de la boca. Otras se habían quedado detenidas en medio de una conversación, con la boca abierta en una risa silenciosa. Algunas incluso habían dejado de caminar con un pie en el aire. Una camarera estaba encendiendo una vela con un pequeño mechero; ella se había quedado paralizada, pero la llama seguía danzando encima del encendedor. Nadie hablaba, nadie se movía, nadie parecía respirar siquiera.

¿Blake? Me aparté un paso de él, sin saber a quién debería tenerle más miedo: a la Arum o al inofensivo surfista.

La Arum no se había quedado paralizada. Movía la cabeza de lado a lado, con movimientos suaves y fluidos, mientras estudiaba a las personas congeladas, entre las que supuse que habría unos cuantos Luxen.

—Arum —escupió Blake en voz baja.

La mujer dio media vuelta, sin dejar de mover la cabeza. Se quitó las gafas de sol y entrecerró los ojos.

—¿Humano?

Blake se rio.

—No del todo.

Y, a continuación, se lanzó hacia ella.

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