Onyx

Onyx


Capítulo 18

Página 20 de 38

CAPÍTULO 18

Blake era un jodido ninja.

Veloz como un rayo, pasó por debajo del brazo extendido de la Arum y dio media vuelta para propinarle una feroz patada giratoria en la espalda. La mujer dio un paso hacia delante tambaleándose y se volvió. Una energía negra oscureció el aire alrededor de la mano de la Arum, que se irguió, preparándose para asestar un golpe.

Blake giró mientras se agachaba y le golpeó las piernas cubiertas de cuero, haciendo que perdiera el equilibrio. La energía oscura se desvaneció a la vez que ambos volvían a ponerse en pie, dando vueltas uno alrededor de otro en el estrecho espacio entre las mesas apiñadas y la gente paralizada.

Yo simplemente me quedé allí de pie, perpleja y fascinada por lo que veía. El rostro de Blake carecía de expresión. Era como si le hubieran dado al interruptor de ataque y todo su ser se concentrara en la Arum.

Blake se lanzó hacia delante y atrapó la barbilla de su oponente con la palma de la mano, obligándola a echar la cabeza hacia atrás. A la extraterrestre le castañetearon los dientes y, cuando bajó la cabeza, le goteaba del labio una oscura sustancia aceitosa.

La Arum desapareció y adquirió su verdadera forma. Su cuerpo era una densa sombra vaporosa cuando cargó contra Blake.

Él se rio y giró a tal velocidad que su mano solo fue una masa borrosa cuando se hundió en lo que parecía ser el pecho de la mujer. Su reloj… no era un reloj normal. Era un fragmento de obsidiana incrustado en el pecho de la Arum.

Blake retiró la mano con un movimiento brusco y la mujer adoptó forma humana, con una expresión de horror en su cara pálida. Un segundo después, explotó en medio de una ráfaga de humo negro que me echó el pelo hacia atrás y llenó el aire de un olor amargo.

Blake, que ni siquiera jadeaba, se volvió hacia mí a la vez que apretaba algo en su reloj. Volvió a colocárselo en la muñeca y luego se pasó una mano por el pelo revuelto. Me quedé mirándolo boquiabierta mientras la obsidiana se enfriaba rápidamente en mi mano.

—Pero ¿tú qué eres…? ¿Una especie de Jason Bourne?

Se acercó a nuestra mesa dando grandes zancadas y lanzó un billete de veinte y otro de diez sobre el mantel a cuadros.

—Tenemos que hablar en algún lugar privado.

Respiré hondo con los ojos como platos. Mi mundo acababa de volverse un poco más loco. Pero, si podía lidiar con alienígenas, también podría lidiar con Blake, el ninja. Aunque eso no significaba que fuera a ir a ninguna parte con él hasta saber qué diablos era ese chico.

—En mi coche.

Aceptó con un gesto de la cabeza y nos dirigimos hacia la puerta. Blake la mantuvo abierta para dejarme pasar mientras se volvía hacia la cafetería congelada. Hizo un gesto con la mano y todo el mundo empezó a moverse. Nadie pareció darse cuenta de que habían estado paralizados varios minutos.

Estábamos a dos pasos de mi coche cuando sentí que me temblaban las manos y me hormigueaba la nuca.

—Tiene que ser una broma —masculló Blake mientras me agarraba la mano.

Ni siquiera tuve que mirar. No vi ningún todoterreno en el aparcamiento; pero, por otra parte, Daemon disponía de su método especial para desplazarse si era necesario.

Levanté la vista cuando una sombra alta e imponente cayó sobre nosotros. Daemon estaba allí, con una gorra de béisbol negra bien calada que le ocultaba la parte superior de la cara.

—¿Qué… qué haces aquí? —le pregunté. Entonces me di cuenta de que Blake tenía mi mano agarrada y me solté.

Daemon apretaba tanto la mandíbula que habría podido partir mármol.

—Estaba a punto de preguntarte lo mismo.

Ay, Dios. Aquello no pintaba bien. De pronto, la Arum y Blake el ninja no importaban siquiera. Solo Daemon y la conclusión a la que debía de estar llegando.

—Esto no es lo que…

—Mira, no sé qué os traéis vosotros dos ni me importa. —Mientras Blake hablaba, me rodeó el codo con una mano—. Pero Katy y yo tenemos cosas de las que…

Blake estaba hablando y, un segundo después, estaba pegado al cristal del Smoke Hole Diner, con un extraterrestre de más de metro ochenta avasallándolo.

Daemon tenía la cara a un par de centímetros del otro chico, de modo que la visera de la gorra se clavaba en la frente de Blake.

—Como vuelvas a tocarla te…

—¿Me qué? —contraatacó Blake, entrecerrando los ojos—. ¿Qué vas a hacer, Daemon?

Agarré a Daemon del hombro y tiré de él, pero no se movió.

—Daemon, vamos. Suéltalo.

—¿Quieres saber qué voy a hacer? —Noté que todo el cuerpo de Daemon se ponía tenso bajo mi mano—. ¿Sabes dónde tienes la cabeza y el culo? Bueno, pues están a punto de hacerse amigos.

Ay, Virgen santa. Empezábamos a tener público. La gente nos observaba desde sus coches y, sin duda, todo el restaurante estaba presenciando el espectáculo desde el interior. Intenté separarlos de nuevo, pero ambos me ignoraron.

Blake sonrió con aire de suficiencia.

—Me gustaría ver cómo lo intentas.

—Tal vez quieras reconsiderarlo. —Daemon rio por lo bajo—. Porque no tienes ni idea de lo que soy capaz, chico.

—Ahí está la gracia. —Blake agarró a Daemon por la muñeca—. Sé perfectamente de lo que eres capaz.

Un escalofrío me bajó por la espalda. ¿Quién diablos era Blake?

El tipo de la camisa de franela salió de la cafetería, subiéndose los pantalones harapientos. Lanzó un escupitajo mientras se acercaba a nosotros.

—Muchachos, dejadlo ya antes de que alguien llame a la…

Blake levantó la mano libre y el hombre se detuvo en seco. Miré por encima del hombro, con el estómago encogido. Todo el mundo en el aparcamiento se había quedado paralizado, y no me cabía ninguna duda de que estaban igual de inmóviles dentro de la cafetería.

Una luz roja con un tono blanquecino recorrió el contorno del cuerpo de Daemon. Se hizo un tenso silencio y supe que estaba a punto de transformarse en Luxen delante de Blake.

Debió de apretar más la mano, porque Blake jadeó.

—Me importa una mierda quién o qué seas, pero más te vale que me des una buena razón para no hacerte picadillo ahora mismo.

—Sé lo que eres —dijo Blake con voz estrangulada.

—Eso no ayuda —gruñó Daemon, y tuve que estar de acuerdo. Le lancé una mirada de nerviosismo al tipo de la camisa de franela. Seguía allí, con la boca abierta y mostrando los dientes manchados. La luz que rodeaba a Daemon era cada vez más intensa—. Inténtalo de nuevo.

—Acabo de matar a una Arum y, aunque me pareces un gilipollas arrogante, no somos enemigos. —Una exclamación ahogada interrumpió sus siguientes palabras, por lo que agarré a Daemon de los hombros. No podía permitir que estrangulara a Blake—. Puedo ayudar a Katy —añadió casi sin aliento—. ¿Te basta con eso?

—¿Qué? —pregunté, dejando caer las manos.

—¿Sabes qué? Tan solo el hecho de que pronuncies su nombre hace que me entren ganas de matarte. Así que no, no me basta con eso.

Blake me miró.

—Katy, sé lo que eres, lo que podrás hacer, y puedo ayudarte.

Me quedé mirándolo, asombrada, mientras Daemon se inclinaba sobre él. Sus ojos brillaban con una luz totalmente blanca, como si fueran diamantes.

—Déjame hacerte una pregunta. Si te mato, ¿estas personas se descongelarán?

Blake abrió los ojos como platos. Yo sabía que Daemon no estaba de broma. Blake siempre le había caído mal y era evidente que aquel chico (o lo que fuera) representaba algún tipo de amenaza desconocida. Sabía mucho, demasiado, y sabía qué era yo.

Un momento. ¿Cómo que qué era?

Me lancé hacia delante.

—Suéltalo, Daemon. Necesito saber de qué está hablando.

Sus brillantes ojos estaban clavados en Blake.

—Apártate, Kat. Lo digo en serio. Apártate, joder.

«Y una mierda».

—Basta ya. —Cuando no respondió, le grité—: ¡Basta! ¡Relájate un par de minutos, idiota!

Daemon parpadeó y me miró. Blake aprovechó la distracción para darle un golpe en el brazo y soltarse. Se apartó como pudo, poniendo algo de distancia entre ellos.

—Dios mío. —Se frotó el cuello—. Tienes problemas para controlar la ira. Es una enfermedad, ¿sabes?

—Tiene cura: darte una patada en el culo.

Blake le enseñó el dedo corazón. Daemon empezó a avanzar hacia él y a duras penas conseguí interponerme en su camino. Apoyé las manos en su pecho y lo miré a los ojos, que me resultaron irreconocibles.

—Para. Para de una vez.

Daemon curvó el labio y soltó un gruñido.

—Es un…

—No sabemos qué es —lo interrumpí, pues ya me imaginaba lo que iba a decir—. Pero es verdad que ha matado a una Arum. Y no me ha hecho daño a mí ni a nadie más, y ha tenido muchas oportunidades para hacerlo.

Daemon exhaló bruscamente.

—Kat…

—Debemos escuchar lo que tiene que decir, Daemon. Yo tengo que escucharlo. —Respiré hondo—. Además, estas personas ya han estado congeladas dos veces. Eso no puede ser bueno para ellas.

—Me da igual. —Volvió a mirar a Blake y, madre mía, la expresión de su cara debería haber hecho que este saliera corriendo. Pero luego sacudió sus anchos hombros y retrocedió un paso. Posó en mí aquellos ojos de diamante y fui yo la que se acobardó—. Que hable. Después decidiré si lo dejo vivir o no.

Bueno, en ese momento, era lo máximo que podíamos esperar. Me volví hacia Blake, que puso los ojos en blanco. A ese chico le gustaba jugar con fuego.

—¿Puedes… esto… dejarlos como estaban? —pregunté señalando al tipo de la camisa de franela con un gesto de la mano.

—Claro. —Sacudió la muñeca.

—… policía —concluyó el hombre.

Me volví hacia él.

—Todo va bien. Gracias. —Di media vuelta y me aparté de la cara el pelo azotado por el viento—. Vayamos a mi coche… siempre y cuando podáis comportaros en un espacio tan reducido.

Daemon se alejó con paso airado, sin dignarse responder, y se sentó en el asiento del pasajero. Dejé escapar un suspiro entrecortado y me dirigí al lado del conductor.

—¿Siempre es tan susceptible? —me preguntó Blake.

Lo miré con cara de pocos amigos mientras abría la puerta. Encendí la calefacción sin mirar a Daemon y después me volví en el asiento en dirección a Blake, que estaba sentado en la parte de atrás.

—¿Qué eres? —dije.

Él miraba por la ventanilla, apretando la mandíbula.

—Sospecho que lo mismo que tú.

Me quedé sin aliento.

—¿Y tú qué crees que soy?

Daemon hizo crujir el cuello, pero no dijo nada. Era como una granada a la que le hubieran sacado la anilla; todos estábamos esperando a que explotara en cualquier momento.

—Al principio, no lo sabía. —Blake se recostó en el asiento—. Había algo en ti que me atraía, pero no entendía de qué se trataba.

—Escoge con mucho cuidado las siguientes palabras —gruñó Daemon.

Me retorcí en el asiento, aferrando la obsidiana con una mano.

—¿Qué quieres decir?

Blake sacudió la cabeza y luego dirigió la vista al frente.

—La primera vez que te vi, supe que eras diferente. Luego, cuando detuviste la rama y vi tu collar, lo supe. Solo aquellos que saben que deben temer a las sombras llevan obsidiana. —Transcurrieron unos segundos en silencio—. Y luego está lo de nuestra cita… El vaso y el plato no se me cayeron encima solitos.

Del asiento del pasajero llegó una risita burlona.

—Qué buenos tiempos.

La inquietud me aceleró el pulso.

—¿Cuánto sabes?

—Hay dos razas extraterrestres en la Tierra: los Luxen y los Arum. —Se quedó callado un momento cuando Daemon se dio la vuelta en su asiento. Blake tragó saliva—. Sois capaces de mover cosas sin tocarlas y podéis manipular la luz. Aunque estoy seguro de que podéis hacer mucho más. Y también podéis curar a los humanos.

El interior del coche era demasiado pequeño. No había suficiente aire. Si Blake sabía la verdad acerca de los Luxen, ¿eso quería decir que el Departamento de Defensa también? Solté el collar y me agarré al volante con el corazón desbocado.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Daemon con una voz sorprendentemente tranquila.

Hubo una pausa.

—Cuando tenía trece años, salí de un entrenamiento de fútbol con un amigo: Chris Johnson. Era un chico normal como yo, salvo porque era rapidísimo, nunca se ponía enfermo y sus padres no iban a ningún partido. Pero ¿a quién le importaba, verdad? A mí no, desde luego, hasta que un día me puse a hacer el tonto y me caí del bordillo de la acera, justo delante de un taxi que venía a toda velocidad. Chris me curó. Resultó que era un extraterrestre. —Los labios de Blake se curvaron en una sonrisa irónica—. Me pareció superguay. Mi mejor amigo era un extraterrestre. ¿Quién puede decir eso? Lo que yo no sabía, y él nunca me dijo, fue que me había convertido en una luciérnaga gigante. Cinco días después, cuatro hombres entraron en mi casa.

»No dejaban de preguntarme: “¿dónde están?” —continuó, apretando los puños—. Pero yo no sabía a qué se referían. Mataron a mis padres y a mi hermana pequeña delante de mí. Y, por si fuera poco, me dieron tal paliza que casi acaban conmigo.

—Oh, Dios mío —susurré, horrorizada. Daemon apartó la mirada, apretando los dientes.

—No estoy seguro de que exista —repuso Blake con una risa seca—. En fin, tardé un tiempo en comprender que, cuando te curan, adquieres sus poderes. Las cosas empezaron a volar por todas partes después de que me enviaran a vivir con mi tío. Cuando me di cuenta de que mi amigo me había cambiado, investigué todo lo que pude. Aunque tampoco es que me hiciera falta: los Arum volvieron a encontrarme.

Se me revolvió el estómago.

—¿Qué quieres decir?

—La Arum de la cafetería no pudo sentirme por el cuarzo beta… Sí, también sé eso. Pero, si estuviéramos fuera del alcance del cuarzo, para ellos seríamos igual que tu… amigo. Bueno, en realidad, nos encuentran más apetecibles.

Vale, eso confirmaba uno de mis temores. Se me cayeron las manos del volante. No sabía qué decir. Era como si me hubieran puesto una zancadilla y me hubiera dado de bruces contra el suelo.

Blake suspiró.

—Cuando comprendí el peligro tan grande en el que estaba, empecé a entrenarme físicamente y a trabajar en mis habilidades. Me enteré de sus debilidades a través de… otros. Sobreviví lo mejor que pude.

—Todo este rollo de abrirse y compartir experiencias está muy bien, pero ¿cómo acabaste precisamente aquí?

Blake miró a Daemon.

—Cuando supe lo del cuarzo beta, me mudé aquí con mi tío.

—Qué conveniente —murmuró Daemon.

—¿A que sí? Las montañas me resultan muy convenientes.

—Hay otro montón de sitios abarrotados de cuarzo beta. —El tono de Daemon estaba cargado de sospecha—. ¿Por qué aquí?

—Parecía la zona menos poblada —respondió Blake—. No pensé que hubiera muchos Arum por aquí.

—¿Así que todo era mentira? —pregunté—. ¿Santa Mónica? ¿El surf?

—No, no todo era mentira. Soy de Santa Mónica y todavía me encanta el surf —contestó—. He mentido tanto como tú, Katy.

En eso tenía razón.

Blake apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento y cerró los ojos. Se sumió en las sombras y el cansancio le encorvó los hombros. Era evidente que el truquito de congelación de antes lo había dejado agotado.

—Acabaste herida, ¿verdad? Y uno de ellos te curó.

Daemon se puso tenso a mi lado. Mi lealtad hacia mis amigos no me permitía confirmarlo. No los traicionaría, ni siquiera ante alguien que tal vez fuera como yo.

Blake volvió a suspirar.

—¿No piensas decirme cuál fue?

—Eso no es asunto tuyo —repuse—. ¿Cómo supiste que era diferente?

—¿Quieres decir aparte de la inconfundible obsidiana, el séquito alienígena y la rama? —Se rio—. Estás llena de electricidad. ¿Ves? —Se estiró entre los asientos y puso su mano sobre la mía. La energía estática crepitó, sobresaltándonos a ambos.

Daemon agarró la mano de Blake y la apartó.

—No me gustas.

—El sentimiento es mutuo, colega. —Blake me miró—. Pasa lo mismo cuando tocamos a un Arum o a un Luxen, ¿verdad? ¿Sientes cómo les vibra la piel?

Recordé la primera vez que nos tocamos en Biología.

—¿Cómo supiste lo del Departamento de Defensa?

—Conocí a otra humana como nosotros. Defensa la tenía controlada. Al parecer, puso en evidencia sus habilidades y se le echaron encima. Me lo contó todo sobre ellos y lo que quieren de verdad, que resulta que no tiene nada que ver con los Luxen ni con los Arum.

Ahora contaba con toda la atención de Daemon, que se le acercó tanto que prácticamente estaba en el asiento de atrás con Blake.

—¿A qué te refieres?

—Quieren gente como Katy. Los extraterrestres no les importan una mierda. Nos quieren a nosotros.

Un gélido escalofrío de temor me invadió mientras lo miraba, boquiabierta.

—¿Qué?

—Explícate mejor —ordenó Daemon a la vez que la energía estática aumentaba en el diminuto coche.

Blake se inclinó hacia delante.

—¿En serio crees que el Departamento de Defensa no sabe lo que pueden hacer tanto los Arum como los Luxen? ¿Que después de estudiar a los tuyos durante décadas y décadas no saben qué tienen entre manos? Si eso es lo que piensas, entonces eres un idiota o un ingenuo.

Me recorrió otra punzada de terror, pero esta vez por Daemon y mis amigos. Incluso yo tenía mis dudas, pero ellos parecían estar convencidos de que habían mantenido ocultos sus poderes.

Daemon negó con la cabeza.

—Si Defensa estuviera al tanto de nuestras habilidades, no nos dejarían vivir en libertad. Nos habrían encerrado en un abrir y cerrar de ojos.

—¿En serio? El Gobierno sabe que los Luxen son una raza pacífica, pero que los Arum son diferentes. Dejar libres a los Luxen resuelve el problema alienígena de los Arum. Además, ¿no se deshacen de cualquier Luxen que cause problemas? —Blake se echó hacia atrás de golpe cuando Daemon casi pasa por encima del asiento, lo que me hizo agarrarlo del jersey. No es que yo pudiera mantenerlo en su sitio, pero se detuvo—. Mira, lo único que digo es que Defensa busca peces más gordos: los humanos a los que los Luxen mutan. Somos igual de fuertes que vosotros… incluso más en algunos casos. La única desventaja es que nos cansamos mucho más rápido y tardamos más tiempo en recargar, por así decirlo.

Daemon se recostó en el asiento abriendo y cerrando las manos.

—La única razón por la que el Departamento de Defensa os deja creer que no conocen vuestro gran secreto es porque saben lo que podéis hacerles a los humanos —aseguró Blake—. Y somos nosotros lo que les interesa.

—No —susurré. Mi cerebro se negaba a aceptar aquella idea—. ¿Por qué se interesarían por nosotros en vez de por ellos?

—Por favor, Katy, ¿por qué se interesaría el Gobierno por un montón de humanos con más poderes que las criaturas que los crearon? Pues no sé. ¿Quizá porque dispondrían de un ejército sobrehumano a su disposición o de un grupo de personas que podrían librarse de los extraterrestres si fuera necesario?

Daemon masculló entre dientes una elaborada sarta de palabrotas. Y eso fue lo que más me asustó, porque significaba que estaba empezando a prestar atención a lo que decía Blake. Y que lo creía.

—Pero ¿cómo… cómo es que son más fuertes que los Luxen? —pregunté.

—Esa es una buena cuestión —admitió Daemon en voz baja.

—¿Recuerdas en la cafetería cuando supe que ese tipo iba a largarse sin pagar la cuenta? Fue porque pude captar fragmentos de sus pensamientos. No todos, pero lo suficiente para saber lo que planeaba. Puedo oír a casi cualquier humano… a cualquiera que no haya mutado.

—¿Mutado? —Dios mío, aquella palabra me trajo a la mente imágenes asquerosas.

—Tú misma has mutado. Dime, ¿has estado enferma hace poco? ¿Tuviste fiebre muy alta?

El temor se apoderó de mí a tal velocidad que me mareé. Daemon se puso tenso en el otro asiento.

—Por tu expresión, veo que te ha pasado. Déjame adivinar: ¿tuviste tanta fiebre que fue como si te ardiera todo el cuerpo? ¿Te duró un par de días y después te sentiste bien… mejor que nunca? —Se volvió de nuevo hacia la ventanilla, negando con la cabeza—. ¿Y ahora puedes mover cosas sin tocarlas? Probablemente no sepas controlarlo. Cuando la mesa se puso a temblar ahí dentro, no fui yo. Fuiste tú. Y eso solo es la punta del iceberg. Pronto podrás hacer muchísimas más cosas, y si no consigues controlarlo, va a ponerse feo. Este maldito sitio está plagado de agentes de Defensa, ocultos a simple vista. Y están aquí buscando híbridos. Que yo sepa, los Luxen no suelen curar a los humanos, pero a veces pasa. —Le lanzó una mirada a Daemon—. Evidentemente.

Me coloqué le pelo detrás de las orejas con manos temblorosas. No tenía sentido mentir acerca de lo que podía hacer. Él tenía razón. Madre mía, Daemon me había mutado.

—Bueno, ¿y por qué sigues aquí si es tan peligroso?

—Por ti —contestó haciendo caso omiso del gruñido casi inaudible de Daemon—.

Sinceramente, pensé en no volver, seguir adelante; pero aquí tengo a mi tío… y a ti. No hay muchos como nosotros a los que no haya capturado el Departamento de Defensa. Tienes que saber a qué peligro te enfrentas.

—Pero si ni siquiera me conoces. —Me parecía absurdo que se arriesgara tanto.

—Y tampoco te conocemos a ti —añadió Daemon con los ojos entrecerrados.

Blake se encogió de hombros.

—Me gustas. Tú no, Daemon. —Sonrió—. Sino Katy.

—Pues tú a mí me caes como una patada en el culo.

Se me hizo un nudo en el estómago. No era el momento de entrar en ese tema. Mi cerebro tenía tal sobrecarga de información que no podía pensar con claridad.

—Blake…

—Con esto no pretendo obligarte a decirme si te gusto o no. Simplemente expongo un hecho: me gustas. —Me miró entrecerrando los ojos—. Y no tienes ni idea de dónde te has metido. Pero puedo ayudarte.

—Qué gilipollez —repuso Daemon—. Si necesita ayuda para controlar sus habilidades, yo puedo encargarme.

—¿En serio? Lo que tú haces es como un acto reflejo para ti; pero para Katy no. Yo tuve que aprender a controlar mis habilidades. Puedo enseñarle, estabilizarla.

—¿Estabilizarme? —Mi risa sonó un poco ahogada—. ¿Qué va a pasarme? ¿Voy a explotar o algo así?

Blake me miró.

—Puedes acabar haciéndote daño a ti misma o a otros. He oído cosas, Katy. Algunos humanos mutados… Bueno, digamos que no terminaron bien.

—No hace falta que la asustes.

—No quiero asustarla, pero es la verdad —respondió Blake—. Si el Departamento de Defensa descubre lo que te ha pasado, te encerrarán. Y si no puedes controlar tus habilidades, te sacrificarán.

Me di la vuelta ahogando una exclamación. ¿Sacrificarme? ¿Como a un animal salvaje? Todo aquello iba demasiado rápido. La noche anterior había pasado un rato agradable y normal con Daemon; justo lo que buscaba en Blake, que había resultado no tener nada de normal. Y mientras yo creía que Blake se sentía atraído por mí porque así lo quería, la verdadera razón era que los dos éramos una especie de X-Men de pacotilla.

Menuda ironía.

—Katy, ya sé que esto es demasiado, pero tienes que estar preparada. Si sales del pueblo, los Arum van a echársete encima. Siempre y cuando puedas escabullirte sin que Defensa se entere, claro.

—Tienes razón. Es demasiado. —Me volví hacia él—. Pensaba que tú eras normal, y no lo eres. Me estás diciendo que el Departamento de Defensa viene a por mí. Que si alguna vez decido marcharme de este sitio, va a merendárseme algún Arum. Y, mejor aún, que podría perder por completo el control de mis poderes y acabar matando a alguien, ¡por lo que luego me sacrificarían! ¡Lo único que quería hacer hoy era comer unas dichosas patatas fritas y ser normal!

Daemon dejó escapar un silbido suave.

—Nunca vas a ser normal, Katy. Nunca más. —Blake hizo una mueca.

—No me digas —le espeté.

Quería pegarle a algo, pero tenía que calmarme. Si había aprendido algo de la enfermedad de mi padre era que no se podían cambiar las cosas. Pero sí podía cambiar cómo les hacía frente. Desde que me mudé aquí, desde que conocí a Daemon y a Dee, había cambiado.

Respiré hondo y contuve la ira, el miedo y la frustración. Lo que necesitaba era un poco de perspectiva.

—¿Qué vamos a hacer?

—No necesitamos su ayuda —dijo Daemon.

—Sí que la necesitáis —susurró Blake—. Me enteré de lo que pasó con Simon y las ventanas.

Le lancé una mirada a Daemon, que negó con la cabeza.

—¿Qué crees que pasará la próxima vez? Simon huyó y quién sabe en qué andará metido. No volverás a tener tanta suerte.

La desaparición de Simon no había sido una suerte, no quería verlo así. Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Una sensación gélida se apoderó de mis extremidades. Ya no se trataba del miedo a poner en peligro a los Luxen, sino también a mí misma. Y a mamá.

—¿Cómo sabes tanto de ellos? —pregunté con un hilo de voz.

—Por la chica de la que os hablé. Ella me lo contó todo. Intenté ayudarla… a escapar, pero no quiso. Defensa tenía algo o a alguien que significaba mucho para ella.

Dios mío. El Departamento de Defensa era como la mafia, usaría todos los medios que fueran necesarios. Aquella idea me hizo estremecer.

—¿Quién era?

—Liz no sé qué más —contestó—. No sé su apellido.

Me dio la impresión de que el coche se encogía. Me sentía atrapada.

Daemon parecía a punto de perder el control en el asiento de al lado.

—¿Sabes qué? —le dijo a Blake—. No hay nada que me impida matarte en este mismo instante.

—Sí que lo hay. —La voz de Blake sonó serena—. Está Katy y el hecho de que dudo que seas capaz de asesinar a sangre fría.

Daemon se puso tenso.

—No confío en ti.

—Ni falta que hace. Katy es la que tiene que confiar.

Y esa era la cuestión. No estaba segura de si confiaba en él, pero era como yo. Y si podía ayudarme a no poner en peligro a Daemon y a mis amigos, haría cualquier cosa. Era así de simple. Todo lo demás tendríamos que verlo sobre la marcha.

Miré a Daemon, que mantenía la vista al frente con una mano apoyada en el salpicadero, como si la pieza de plástico le sirviera de ancla de alguna forma. ¿Se sentía tan impotente como yo? No importaba. No podía… no arriesgaría su vida.

—¿Cuándo empezamos? —pregunté.

—Mañana, si puedes —contestó Blake.

—Mi madre se va a trabajar después de las cinco —dije, y luego tragué saliva.

Blake asintió y Daemon intervino:

—Allí estaré.

—No es necesario —repuso Blake.

—Me da igual. No vas a hacer nada con Katy sin que yo esté presente. —Se volvió de nuevo hacia el chico—. No confío en ti. Para que quede claro.

—Lo que tú digas. —Una ráfaga de aire frío entró en el coche cuando Blake se bajó. Lo llamé y se detuvo con la mano en la puerta—. ¿Qué?

—¿Cómo escapaste de los Arum cuando te atacaron? —quise saber.

Blake apartó la mirada y contempló el cielo con los ojos entrecerrados.

—Todavía no estoy preparado para hablar de eso, Katy. —Cerró la puerta y fue corriendo hacia su coche.

Me quedé allí sentada varios minutos, mirando por la ventanilla sin ver nada en realidad. Daemon murmuró algo entre dientes, luego abrió la puerta y desapareció entre las sombras que rodeaban la cafetería. Me había abandonado.

Más tarde ni siquiera recordaba el viaje a casa. Aparqué en la entrada, apagué el motor y me recosté con los ojos cerrados. La noche se filtró en mi silencioso vehículo. Salí, di un paso y oí crujir los escalones del porche.

Daemon había llegado a casa antes que yo. Bajó los escalones con los ojos ocultos bajo la gorra de béisbol.

Negué con la cabeza.

—Daemon…

—No confío en él. No confío en nada que tenga que ver con él, Kat. —Se quitó la gorra, se pasó los dedos por el pelo y luego volvió a colocársela con un gesto brusco—. Aparece de la nada y lo sabe todo. Mi instinto me dice que no podemos confiar en él. Podría ser cualquiera, trabajar para cualquier organización. No sabemos nada de él.

—Ya lo sé. —De pronto, me sentí hecha polvo. Lo único que quería era tumbarme—. Pero, por lo menos, de esta forma podemos tenerlo vigilado, ¿no te parece?

Daemon dejó escapar una risa corta y seca.

—Hay otras formas de encargarse de él.

—¿Qué? —Mi voz se elevó y se la llevó el viento—. No puedes estar pensando en…

—Ni siquiera sé en qué estoy pensando. —Retrocedió un paso—. Maldita sea, ahora mismo no tengo la cabeza donde debería. —Hubo una pausa—. ¿Por qué estabas con él?

El corazón me dio un vuelco.

—Fuimos a comer algo y yo iba a…

—¿Ibas a qué?

De algún modo, me sentí como si me hubiera metido en una trampa aún mayor. Como no estaba segura de cómo contestar, no dije nada. Ese fue mi mayor error.

Daemon unió las piezas y levantó la barbilla. Durante un instante, una emoción primitiva oscureció el tono verde de sus ojos.

—Te fuiste con Bryon después…

Después de pasar la noche con él… acurrucada entre sus brazos. Negué con la cabeza. Necesitaba que entendiera por qué había ido a ver a Blake.

—Daemon…

—¿Sabes una cosa? En realidad, no me sorprende. —Su sonrisa reflejaba en parte compresión y en parte amargura—. Nos besamos. Y dos veces, además. Pasaste la noche usándome de almohada… y disfrutándolo. Seguro que te entró pánico en cuanto me marché. Así que te fuiste derechita con Boris, porque él no te hace sentir nada. Y te acojona sentir algo por mí.

Cerré la boca bruscamente.

—No me fui derechita con Blake. Me mandó un mensaje invitándome a comer algo. Ni siquiera era una cita, Daemon. Fui a decirle…

—¿Y qué era entonces, gatita? —Dio un paso al frente, observándome atentamente—. Es evidente que le gustas. Ya os habéis besado. Y está dispuesto a ponerse en peligro para entrenarte.

—No es lo que piensas. Si me dejaras explicarte…

—Tú no sabes lo que pienso —me espetó.

Algo espantoso despertó en mi estómago.

—Daemon…

—Eres increíble, ¿sabes?

Estaba segura de que no lo decía en el buen sentido.

—La noche de la fiesta, cuando pensaste que me lo estaba montando con Ash, estabas tan cabreada que te marchaste y reventaste unas ventanas, exponiéndote.

Me estremecí. Era la verdad.

—¿Y qué haces tú ahora? ¿Te lo montas con él cuando no me estás besando?

«Pero a mí me gustas tú». Las palabras no consiguieron salir de mis labios. No sé por qué, pero no pude pronunciarlas. No cuando me miraba así, lleno de ira y desconfianza y, peor aún, de decepción.

—¡No me lo estoy montando con él, Daemon! Somos amigos. Eso es todo.

Apretó los labios en una mueca de escepticismo.

—No soy idiota, Kat.

—¡Nunca he dicho que lo seas! —La irritación me aguijoneó, eclipsando el profundo dolor que sentía en el pecho—. No me estás dando la oportunidad de explicarte nada. ¡Como siempre, te comportas como un maldito sabelotodo y no dejas de interrumpirme!

—Y, como siempre, tú me causas más problemas de lo que me habría imaginado.

Retrocedí un paso, estremeciéndome como si me hubiera abofeteado.

—No soy problema tuyo. —Se me quebró la voz—. Ya no.

El arrepentimiento penetró en la ira de Daemon.

—Kat…

—No. Nunca fui problema tuyo. —La rabia me invadió como un incendio fuera de control—. Y que te quede claro que tampoco lo soy ahora.

En sus ojos, las ventanas desde las que se podía contemplar aquel mar de emociones se cerraron de golpe, dejándome temblando en la oscuridad. Y lo supe. Supe que le había hecho más daño de lo que creía posible. Lo había herido de una forma mucho más cruel que él a mí.

—Joder. Todo esto… —agitó una mano a mi alrededor— ni siquiera importa ahora mismo. Olvídalo, ¿vale?

Desapareció antes de que pudiera terminar una frase. Me di la vuelta, asombrada, pero no estaba por ninguna parte. Sentí una punzada de dolor en el pecho y se me llenaron los ojos de lágrimas mientras me volvía de nuevo hacia la puerta de mi casa.

De pronto comprendí algo, y fue como un jarro de agua fría.

Todo ese tiempo había estado muy ocupada apartándolo, repitiéndole que lo que fuera que hubiera entre nosotros no era real. Y ahora que me había dado cuenta de lo profundos que eran sus sentimientos por mí —y los míos por él—, se había ido.

Ir a la siguiente página

Report Page