Onyx

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Capítulo 24

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CAPÍTULO 24

Daemon no quiso que su hermana supiera que Dawson quizá siguiera con vida. Le prometí que no se lo diría porque comprendía que imaginar lo que podrían estar haciéndole a Dawson en ese preciso instante probablemente fuera peor que creerlo muerto. Daemon no quería que su hermana también sintiera esa sensación de impotencia.

Era esa clase de persona, y yo lo respetaba por ello.

Pero se había apoderado de él una creciente tristeza por su hermano que deseé poder aliviar.

Los siguientes días, entrenaba con Blake y luego, después de que se marchara, Daemon y yo íbamos a Moorefield. Brian no había vuelto a casa desde la noche que lo habíamos visto a él y a Nancy con el Arum. No tenía ni idea de lo que planeaba Daemon, pero fuera lo que fuera no iba a permitirle llevarlo a cabo solo, y por una vez él no estaba empeñado en hacerlo todo por su cuenta.

El jueves antes de las vacaciones de Navidad, Blake y yo practicamos cómo manipular luz. Era más difícil que congelar un objeto. Tenía que sacarla de mi interior, una habilidad que ni siquiera entendía bien.

Después de horas en las que no fui capaz de producir ni una chispa, Blake parecía a punto de darse cabezazos contra la pared.

—No es tan difícil, Katy. Puedes hacerlo.

Golpeé el suelo con el pie.

—Eso intento.

Blake se sentó en el brazo del sillón reclinable, masajeándose la frente.

—Ya puedes mover objetos con facilidad. Esto no debería costarte mucho más.

Estaba destrozando mi autoestima.

—Míralo de esta forma. Cada célula de tu cuerpo está envuelta en luz. Visualiza en tu mente todas esas células agrupadas y siente la luz. Es cálida. Debería vibrar y zumbar. Es como si te corrieran relámpagos por las venas. Piensa en algo que te haga sentir igual.

Bostecé.

—Lo he intentado…

Blake salió disparado del sillón; nunca lo había visto moverse tan rápido. Me agarró de la muñeca hasta que su pulgar e índice se tocaron y me miró a los ojos.

—No estás poniéndole las suficientes ganas, Katy. Si no puedes manipular la luz, entonces…

—Entonces, ¿qué? —exigí.

Blake respiró hondo.

—Es solo que… si no puedes controlar la parte más fuerte de ti, puede que nunca estés bajo control de verdad. Y nunca serás capaz de defenderte.

Me pregunté si a Bethany le habría costado tanto.

—Lo estoy intentando. Te lo prometo.

Me soltó la muñeca y se pasó una mano por el pelo de punta. Luego sonrió.

—Tengo una idea.

—Ay, no. —Negué con la cabeza—. No me gustan tus ideas.

Me lanzó una sonrisa por encima del hombro mientras se sacaba las llaves del bolsillo.

—Dijiste que confiarías en mí, ¿no?

—Sí, pero eso fue antes de que me lanzaras un cuchillo al pecho y prendieras fuego a mis dedos.

Blake se rio, lo que me hizo fruncir el ceño. Nada de aquello tenía gracia.

—No voy a hacer nada parecido. Creo que necesitamos salir de aquí y comer algo.

Desconfiada, cambié el peso del cuerpo de un pie al otro.

—¿En serio? Eso… suena bien.

—Claro, coge una chaqueta y vayamos a comer algo.

Últimamente siempre tenía hambre, así que la perspectiva de comer algo grasiento acabó de convencerme. Cogí un jersey grueso, me lo puse y seguí a Blake hasta su camioneta. No era tan enorme como las que conducían los chicos de por aquí, pero era chula y estaba nueva.

—¿Qué te apetece? —Dio una palmada para calentarse las manos mientras el motor se ponía en marcha con un rugido.

—Cualquier cosa que me haga engordar cinco kilos —contesté mientras me abrochaba el cinturón.

Blake soltó una carcajada.

—Conozco el sitio perfecto.

Pegué la espalda al asiento y decidí hacerle la pregunta que no había podido quitarme de la cabeza desde que Daemon y yo hablamos con Matthew.

—¿Qué le pasó al Luxen que te curó?

Apretó el volante con la mano hasta que los nudillos se le quedaron blancos.

—No… no lo sé. Y no saberlo me mata, Katy. Haría cualquier cosa por averiguarlo.

Me quedé mirándolo mientras me invadía la tristeza. Si Blake estaba aquí, su amigo tenía que estar vivo. Lo más probable era que el Departamento de Defensa lo tuviera retenido. Me dispuse a decir algo al respecto, pero me detuve.

Últimamente había empezado a sentirme rara cuando estaba con Blake. No sabría decir a qué se debía concretamente, y tal vez solo se trataba de que Daemon me lo repetía cada vez que podía, pero ahora veía algo extraño en Blake.

—¿Por qué lo preguntas? —Me miró con una expresión tensa en la cara.

Me encogí de hombros.

—Simple curiosidad. Siento lo que pasó.

Blake asintió con la cabeza y ninguno de los dos dijo nada durante un rato. Cuando pasamos la salida hacia Moorefield, empecé a ponerme nerviosa.

—¿Es seguro que nos alejemos tanto? Seneca Rocks solo tiene un radio de alcance de ochenta kilómetros, ¿no?

—Eso no es más que un cálculo aproximado. No nos pasará nada.

Asentí, incapaz de quitarme de encima el miedo repentino que me anidó en las entrañas. Empecé a impacientarme con cada kilómetro que Blake me alejaba de casa. Era evidente que había Arum por los alrededores, incluso podían saber quiénes éramos, puesto que al parecer estaban compinchados con el Departamento de Defensa. Eso era una imprudencia, una estupidez incluso.

Me pasé las manos por los vaqueros y miré por la ventanilla mientras Blake tarareaba una canción rock. Metí la mano en el bolso y saqué el móvil. Si de verdad estábamos dentro del ámbito de protección del cuarzo beta, a Blake no debería importarle que se lo contara a Daemon.

—No serás de esas chicas que tienen que decirle a su novio todo lo que hacen, ¿no, Katy? —Blake señaló mi teléfono con la cabeza y sonrió, pero el humor nunca se le reflejó en los ojos—. De todas formas, ya hemos llegado.

No era de esas chicas, pero…

Se detuvo en el aparcamiento de un pequeño tugurio que presumía de servir las mejores alitas de pollo de Virginia Occidental. Unas luces de Navidad adornaban las ventanas oscuras como boca de lobo y una estatua gigantesca de un montañero vigilaba la entrada.

Todo parecía increíblemente normal.

Culpé a Daemon en silencio por hacerme dudar de Blake, volví a guardar el teléfono en el bolso y me dirigí hacia el restaurante.

La cena fue extrañamente tensa. No tenía nada en común con las dos primeras veces que Blake y yo habíamos salido. Conseguir que hablara aunque fuera de surf fue como apretar cristal con la mano: doloroso e inútil. Me puse a hablar de cuánto echaba de menos mi blog y leer, mientras él escribía mensajitos con el móvil. O jugaba a algo. No estaba segura. Una vez me pareció oír el «oinc» de un cerdo. Al final dejé de hablar y me concentré en arrancarles la piel a las alitas.

Eran más de las seis y estábamos sentados a la pequeña mesa, tomando el tercer refresco, cuando ya no pude aguantar más.

—¿Estás listo?

—Unos minutos más.

Esa era la segunda vez que me decía lo de «unos minutos más». Me recosté en la silla, dejé escapar un largo suspiro y me puse a contar los cuadrados rojos de la chaqueta de franela de un tío. Ya me había aprendido de memoria el villancico que sonaba una y otra vez.

Miré a Blake.

—Yo sí estoy lista para volver a casa.

En sus ojos color avellana apareció un destello de irritación que transformó las motas en marrón oscuro.

—Pensaba que te gustaría salir y relajarte.

—Así es, pero estamos aquí sentados, sin hablarnos siquiera, mientras tú juegas con unos cerdos en el móvil. No le veo la diversión a eso.

Blake colocó los codos sobre la mesa y apoyó la barbilla en las manos.

—¿De qué quieres hablar?

El tono que empleó me hizo enfadar.

—Llevo más de una hora intentando hablar contigo de un montón de temas.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer en Navidad? —me preguntó.

Respiré hondo y procuré controlar el mal humor.

—Por una vez, mamá tiene el día libre y vamos a hacer algo con Will.

—¿El médico? Parece que van en serio.

—Pues sí. —Tirité cuando la puerta se abrió y me arrebujé con el jersey—. Estoy segura de que esa es la única razón por la que…

El teléfono de Blake pitó y lo comprobó de inmediato. Cerré la boca, enfadada, y clavé la mirada en la mesa vacía situada detrás de él.

—¿Estás lista? —preguntó.

Gracias a Dios. Cogí el bolso, me puse en pie y salí sin esperar a que pagara la cuenta. Mis botas hicieron crujir la nieve compacta y el hielo. En cuanto llegó noviembre, lo único que había hecho era nevar entre tres y cinco centímetros cada pocos días. Era como un enorme preludio de una tormenta de nieve.

Blake se reunió conmigo unos minutos después con el ceño fruncido.

—Gracias por esperar.

Puse los ojos en blanco pero no dije nada mientras subía a la camioneta. Regresamos a la carretera en silencio. Crucé los brazos con fuerza, sintiéndome como una novia cabreada, lo que estaba mal. No estábamos saliendo, pero era como si acabáramos de tener una cita infernal.

Y, para empeorar las cosas, iba a paso de tortuga. Me puse a dar golpecitos con la pierna, enfadada e impaciente. Quería llegar a casa de una vez. Esa noche no habría entrenamiento. Iba a coger un puñetero libro y a leer por diversión. Luego escribiría en el blog y me olvidaría de Blake y de ese estúpido poder alienígena de mierda.

Posé la mirada en mi bota. Había algo en el suelo. Algo duro y estrecho bajo la fina suela. Aparté el pie, y las luces de la carretera se reflejaron al pasar por algo dorado y brillante. Empecé a agacharme con curiosidad.

Sin previo aviso, la obsidiana me ardió bajo el jersey a la vez que Blake sacaba la camioneta de la carretera y paraba en una cuneta.

Me volví hacia él. El corazón me iba a mil mientras el calor de la obsidiana me quemaba la piel.

—Hay un Arum cerca.

—Ya lo sé. —Apagó el motor con los dientes apretados—. Sal de la camioneta, Katy.

—¿Qué? —chillé.

—¡Sal de la camioneta! —Estiró una mano y me desabrochó el cinturón—. Estamos entrenando.

Entonces lo comprendí, de forma brusca y aterradora. Dejé escapar un suspiro entrecortado mientras el calor de la obsidiana seguía aumentando.

—¡Me has sacado de la seguridad del cuarzo beta a propósito!

—Si tus habilidades más fuertes están ligadas a tus emociones, tenemos que averiguar cómo aprovecharlas cuando estas te desbordan para ver qué puedes hacer, y luego practicar con menos agitación. Como hicimos con el cuchillo y después con los cojines. —Se estiró más y me abrió la puerta—. Los Arum pueden sentirnos mejor que a los Luxen. Es por lo del ADN. Los Luxen cuentan con un camuflaje incorporado en su ADN, pero nosotros no.

El pecho me subía y me bajaba con rapidez.

—Eso no me lo habías dicho antes.

—Estabas a salvo dentro del alcance del cuarzo beta. No era relevante.

Lo miré, horrorizada. ¿Y si hubiera salido de compras con mi madre fuera del radio de protección sin saber nada de eso? Nos habrían atacado. ¿A Blake le importaba algo mi seguridad?

—Ahora, sal —me ordenó.

Por supuesto que no.

—¡No! ¡No pienso salir ahí fuera con un Arum! Estás majara…

—Todo va a ir bien. —Parecía como si estuviera pidiéndome que diera un discurso delante de una clase, y no que me enfrentara a un mortífero extraterrestre—. No voy a permitir que te pase nada.

Acto seguido, salió del vehículo y desapareció en el denso límite de la zona arbolada, dejándome sola en la camioneta. Clavé la vista en la creciente oscuridad, demasiado aturdida para moverme. No podía creer que me hubiera hecho eso.

Si sobrevivía a esa noche, iba a matar a Blake.

Una sombra impenetrable se deslizó sobre la carretera y siguió la misma ruta que Blake en dirección al bosque. Se produjo un estallido de luz que llenó el cielo, pero se apagó rápidamente a la vez que oí gritar de dolor a Blake.

Salí de la camioneta a toda prisa, cerré de un portazo y examiné la oscuridad entrecerrando los ojos.

—¿Blake? —Después de un rato sin obtener respuesta, el pánico me atenazó la garganta—. ¡Blake!

Me detuve en el límite del bosque, recelosa de entrar. Me apreté el jersey al cuerpo y me estremecí cuando se hizo un silencio antinatural a mi alrededor. A la mierda. Me volví y me dirigí a la camioneta. Llamaría a mamá. Puede que incluso a Daemon. No iba a…

Una sombra se acumuló delante de la puerta del pasajero antes de que pudiera dar otro paso. Tenía un aspecto oscuro y oleaginoso y se fue amontonando sobre sí misma hasta que el contorno de un hombre me bloqueó el paso.

—Mierda —susurré.

Tomó la forma de un humano con un parecido sorprendente con el que habíamos visto fuera de la casa de Vaughn.

—Hola, pequeña. Pero qué cosita más… especial tenemos aquí.

Di media vuelta y el jersey se agitó como unas alas a mi espalda cuando salí pitando. Corrí muy rápido… más rápido que nunca en mi vida. Tanto que los copitos de nieve que el cortante viento me lanzaba contra las mejillas parecían guijarros diminutos. Ni siquiera estaba segura de que mis pies tocaran el suelo.

Pero, por muy rápido que corriera, el Arum era más veloz.

Una sombra negra y turbia apareció a mi lado y luego delante de mí. Intenté agarrar la obsidiana, deslizándome por la nieve y el hielo, y me preparé para hundir la punta en cualquier parte que alcanzara con la mano.

Anticipando el movimiento, un brazo tomó forma y se balanceó. Me golpeó en el estómago. Me elevé en el aire y aterricé sobre un costado. Un dolor desconcertante me sacudió los huesos. Me tumbé de espaldas y parpadeé para sacudirme la nieve de las pestañas.

Ahora entendía por qué Daemon se oponía de forma tan categórica a que saliera a enfrentarme a los Arum. Ya me habían dado una paliza y la pelea ni siquiera había empezado.

Una sombra negra e insidiosa se deslizó poco a poco en mi campo de visión. Sin su forma humana, cuando habló su voz fue un murmullo amenazador entre mis propios pensamientos.

«No eresss una Luxen, pero eresss algo excepcional. ¿Qué poderesss tienesss?».

¿Poderes? Los poderes que Daemon me había otorgado al mutarme. Y el Arum me mataría para arrebatármelos. Pero ya había matado a un Arum antes canalizando la energía de Daemon y Dee. Blake creía que esa habilidad (la Fuente) aún existía en mi interior. Tenía que ser así, porque si no moriría.

Y quería ser capaz de defenderme. No quería quedarme allí tumbada ni esperar a que alguien me salvara.

¿Qué me había dicho Blake que visualizara? ¿Relámpagos en las venas y células rodeadas de luz?

El Arum se inclinó sobre mí. Los tentáculos de humo negro eran más densos y más fríos que el duro suelo. Una transparente sonrisa de humo apareció.

«Másss fácil de lo que pensssaba».

Apreté los ojos con fuerza, me imaginé todas esas células raras que había visto en clase de Biología rodeadas de luz y pensé en aquel momento: la primera vez que había sentido como si un relámpago me corriera por las venas. Me concentré en aquella imagen mientras el primer roce de los fríos dedos del Arum me tocaba la mejilla. Me aferré a la avalancha de lava al rojo vivo que me recorría las venas.

Empezó con un chasquido, y una lucecita se encendió detrás de mis párpados. Una sensación extraña se extendió por mi brazo, abrasándome. La luz que percibía detrás de los párpados era de un tono blanco rojizo. La fuente del poder resultaba completamente destructiva, de una complejidad terrible.

Podía sentir su calor corriéndome por las venas, susurrándome un centenar de promesas. Me llamaba, me daba la bienvenida. Había estado esperando, preguntándose cuándo respondería a su reclamo.

El viento barrió la nieve de debajo de mi cuerpo cuando me levanté. Cuando abrí los ojos, el Arum se deslizaba hacia atrás, cambiando de forma entre humano y Arum.

Me había puesto de pie y apenas respiraba. Podía sentirlo, y era excitante y aterrador al mismo tiempo. Todos los nervios de mi cuerpo cobraron vida y me hormiguearon, expectantes. Ese poder quería que lo usara. Parecía lo más natural del mundo. Curvé los dedos hacia dentro y todo lo que me rodeaba se iluminó con una luz roja y blanca.

«Destruye».

El Arum volvió a adquirir su verdadera forma, extendiéndose hasta volverse tan infinito como el cielo nocturno.

Se oyó un restallido que surgió de mi interior y la Fuente brotó de mis dedos, estrellándose contra el Arum a una velocidad alarmante. El Arum giró en el aire, pero la Fuente lo siguió. O yo hice que lo siguiera. Pero el extraterrestre cambiaba de forma tan rápido que resultaba mareante. Entonces se quedó paralizado y después estalló en un millón de finos fragmentos de sombra vítrea.

La obsidiana se me enfrió contra la piel.

—Perfecto —dijo Blake aplaudiendo—. Eso ha sido una auténtica pasada. ¡Has matado a un Arum de un solo disparo!

Las ondas de electricidad regresaron a mí y la neblina blanca rojiza se desvaneció. Cuando la Fuente me abandonó, también lo hizo la mayor parte de mi energía. Me volví hacia Blake y sentí que otra cosa reemplazaba el vacío que había dejado tras de sí la Fuente.

—Me… me has dejado sola con un Arum.

—Sí, pero mira lo que has conseguido. —Se acercó dando grandes zancadas y sonriéndome como si fuera el alumno más aventajado de la clase—. Has matado a un Arum, Katy. Tú solita.

Respiré hondo y me dolió. Me dolía todo.

—¿Y si no hubiera podido matar al Arum?

La confusión se reflejó en su rostro.

—Pero lo has hecho.

Retrocedí un paso, con una mueca de dolor, y me di cuenta de que tenía los pantalones empapados y pegados a la piel helada e irritada.

—¿Y si no hubiera podido?

Blake negó con la cabeza.

—Entonces…

—Entonces habría muerto. —Me tembló la mano cuando me la apoyé en la cadera. Toda la parte de atrás del cuerpo me palpitaba por la caída—. ¿Te importa siquiera?

—¡Claro que sí! —Se acercó y me apoyó una mano en el hombro.

Chillé cuando una punzada de dolor me bajó por el brazo.

—No… no me toques.

En un abrir y cerrar de ojos, la confusión desapareció y la sustituyó la ira.

—Estás haciendo un drama cuando deberías estar celebrándolo. Has logrado algo… asombroso. ¿No lo entiendes? Nadie mata a un Arum de una sola descarga.

—Me da igual. —Empecé a cojear de regreso a la camioneta—. Quiero irme a casa.

—¡Katy! No te comportes así. Todo va bien. Has…

—¡Llévame a casa de una vez! —grité a punto de echarme a llorar, a punto de cerrarme en banda por completo. Porque algo no iba bien en Blake—. Lo único que quiero es irme a casa.

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