Omega

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Quinta parte. Lykonda » Capítulo 49

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Capítulo 49

En el continente occidental.

Lunes, 15 de diciembre.

Del cielo caían cenizas negras y con ellas traían fuego. Algo desgarró el mar cerca del horizonte y les mandó otra ola —aunque mucho menos violenta que las anteriores— contra la costa. El viento aullaba, a veces del este, otras frío y recio del sur. El océano mantenía su continuo rugir.

El sol desapareció, cediendo paso a una tormenta eléctrica y el mundo entero se volvió penumbras.

El AV3 se encontraba en la cara este de la cordillera, protegido de las olas y al otro lado del puerto, para no ser visto por los marineros goompah. Julie les había recomendado que no tratasen de volar con la nave averiada en aquellos cielos cargados de tormentas, así que la habían atado de nuevo y ella había salido para reemplazar la antena de largo alcance. No es que importase mucho, ya que había tantas interferencias que, de todos modos, no hubiesen podido oír nada. Cuando hubo terminado, como si fuese una señal, el tiempo empeoró de pronto. Se acurrucaron los tres en la cabina y apagaron las luces, esperando pasar la noche sin atraer la atención de la Omega.

—Sé que parezco paranoica al decir esto —dijo Julie—, pero la nube de Delta intentó destruir el vehículo de descenso en el que se encontraba mi padre.

Nadie iba a dormir bien aquella noche. La lluvia martilleaba el casco y los vientos aullaban a su alrededor.

—Por la mañana —siguió Julie—, cuando volváis a hablar con los goompah, ¿qué vais a contarles?

—Si queda alguno, quieres decir —dijo Digger.

—Alguno quedará. Tienes que pensar qué vas a decirles.

—¿Por qué hay que decirles nada?

—Porque —respondió Whit— están atravesando por una experiencia terrorífica. Cuando todo esto acabe, no estaría de más contarles algo que les tranquilizase un poco.

—Demonios, no lo sé —dudó Digger, mientras miraba a un lado y otro del camarote—. ¿Qué tal algo así como: «Hijos míos, todo está bien. Podéis bajar de la montaña», qué os parece?

—A mí, bien —dijo Julie—. Pero, en realidad, me refería a las naves, al modo en que iban a volver a casa. ¿Vas a decirles que el planeta es redondo, pero que es demasiado grande para recorrerlo en barcos veleros? ¿Que, de todos modos, no habrían tenido éxito en su viaje?

Los rasgos de Whit se suavizaron. Ladeó la cabeza y esperó la respuesta de Digger.

—No —sentenció—. Cuando la situación se calme, solo les diré que el peligro ha pasado y les dejaré decidir lo que desean hacer.

Ella le dejó claro que no estaba de acuerdo.

—No es asunto nuestro decirles de qué son o no son capaces, Julie —continuó—. ¿Cómo sabemos que no van a poder dar la vuelta al mundo?

—Bueno, de todos modos, ahora ya no creo que vayan a intentarlo —dijo ella—, así que no importa lo que les digas.

Era verdad. Si conseguían construir barcos nuevos, se irían a casa, o al menos lo harían si tenían un mínimo de cabeza.

En el exterior, algo se rompió y cayó pesadamente contra el suelo. Parecía un árbol.

Whit tomó un largo sorbo de su taza de café.

—¿Seremos capaces de hacer que la nave vuelva a volar cuando la tormenta haya cesado? —preguntó.

—Ya te lo diré entonces —respondió Julie.

• • •

Digger se quedó sentado en la oscuridad, tratando de dormir, intentando pensar en algo distinto. Bien pasada la media noche, escuchó una explosión en la distancia, que se sumaba a los continuos truenos. La nave se estremeció y los rayos llenaron todo el cielo.

Estuvieron hablando durante horas, mientras la tormenta continuaba azotándoles con toda su furia. Comentaban cómo ninguno de ellos se había encontrado anteriormente en una situación semejante, hablaban de los goompah que estaban al otro lado del puerto y de los del Intigo; de libros que habían leído y de lugares que habían conocido; de cómo todo aquello ya no podía durar demasiado y de lo mucho que les alegraba poder contar con el AV3 para refugiarse. Whit comentó que la actual situación le recordaba un poco a una tarde lluviosa que había pasado encerrado también en un camarote cuando era boy scout.

Finalmente, la tormenta cesó. La noche se volvió tranquila, los vientos pararon y solo quedó el continuo golpeteo de la lluvia.

Algo alertó a Julie.

—Escuchad —les dijo.

Se oyó una ráfaga de interferencias de radio y después, la voz de Kellie.

—… concluyendo… cuando podías… nubes… —les decía, del modo más profesional que podía; tranquila, sin emociones—, tormenta…

Faltaban unas dos horas para que amaneciese, lo que significaba que ya había pasado la medianoche en el Intigo. La nube estaba situada directamente sobre las ciudades.

—… total…

—Hemos tenido suerte —aseguró Digger.

—¿A qué te refieres? —preguntó Whit,

—A lo del rayo. Si hubiésemos utilizado a Lykonda para advertirles que los barcos debían volver a aguas profundas, hubieran sobrevivido a las olas, pero no hubiesen aguantado la tormenta.

Whit les pasó su taza para que se la rellenasen.

—No ha sido cuestión de suerte. Julie y tú tomasteis las decisiones correctas.

• • •

Aquel día no hubo amanecer. El cielo siguió negro. A ratos, la lluvia y el viento aflojaban de intensidad, desaparecían casi por completo y la noche se volvía silenciosa. Pero inevitablemente volvían los dos con toda presteza.

Dig se quedó allí sentado, con los ojos cerrados, dormitando, pero consciente de lo que le rodeaba. Julie había reclinado su asiento y por fin había conseguido conciliar el sueño. Whit estaba muy ocupado tecleando en su portátil. Pero, finalmente, también él se durmió.

Digger escuchaba el viento y el mar. Si la tormenta era intensa allí, en aquel lugar tan apartado, se preguntaba cómo sería encontrarse en el epicentro de la catástrofe. No quedaría piedra sobre piedra, sospechaba.

• • •

La intensidad de la tormenta disminuyó después de la salida del sol, pero las condiciones meteorológicas aún eran demasiado adversas como para intentar alzar el vuelo. Así que se quedaron allí sentados durante todo el día y toda la noche.

Al amanecer del segundo día, los vientos finalmente habían cesado, la lluvia había ido amainando hasta parar y el sol había hecho su aparición.

—Creo que ya ha pasado lo peor —dijo Julie.

Estaban demasiado agotados como para felicitarse tan siquiera entre ellos. La capitana salió a inspeccionar y reparar la nave, mientras Digger y Whit se asomaban, no sin miedo, a ver qué tal les había ido a los goompah. Estaban dispersos por toda la cordillera, tirados aquí y allá, agotados y asustados, en mitad de un mar de lodo. Algunos habían resultado heridos. Unos pocos habían bajado hasta la costa y estaban pescando. Otros se afanaban en buscar fruta o pequeños animales.

Le hubiera gustado decirles que podían abandonar sus refugios, pero el terreno estaba tan embarrado que no podía acercarse sin dejar enormes huellas. Finalmente arrinconó a su viejo amigo Telio y se quedó oculto tras un árbol caído.

—Telio —le dijo—, ya se ha acabado la tormenta.

No había planeado decirle nada más, pero en aquel momento decidió que Julie tenía razón.

—Reconstruid vuestras naves y volved a casa.

El goompah buscó la procedencia de la voz.

—¿Quién eres? —preguntó, asustado.

Bien podía haber obviado la pregunta.

—Me ha enviado Lykonda —le contestó.

Telio cayó de rodillas y Dig se quedó allí atrapado, incapaz de moverse sin delatarse. Esperó y finalmente el marinero preguntó en voz baja si aún seguía allí y al no obtener respuesta, le dio las gracias y volvió con sus camaradas.

—Que Dios te bendiga —añadió Digger, de forma totalmente inusitada en él.

Las tres naves estaban destrozadas y cubiertas de barro. Dos de ellas permanecían volcadas de lado en aguas poco profundas; la tercera había acabado incrustada entre los árboles. Estaban tan deterioradas, que se preguntó si la tripulación sería capaz de diferenciar los restos de unas y otras.

Había árboles caídos por todas partes, algunos a causa de las olas y otros calcinados por los rayos.

Más tarde, cuando le contó a Whit lo que había hecho, el hombre, en su experiencia, frunció el ceño.

—Se vuelven a casa con la idea de que los dioses se oponen a que abandonen el istmo.

—Tal vez —admitió Digger—, pero de esta forma regresarán al lado de sus familias. Ahora mismo es lo único que me preocupa.

En la nave, Julie les comunicó que se había puesto en contacto con la Jenkins.

—Hemos vuelto a perder el canal —les comentó— aunque supongo que será algo temporal. Roka y Kulnar han quedado prácticamente destruidas. T’Mingletep también ha sufrido muchos daños. Pero Kellie dice que el resto del Intigo parece haber salido bastante bien parado, a pesar de que Marge asegura que también allí tuvieron enormes tormentas. La altura del agua llegó hasta los siete u ocho metros a lo largo de la mayor parte del istmo.

—¿Y qué sabemos de los goompah?

—No están seguras. Parece que muchos de ellos están bien, los que fueron lo suficientemente listos como para hacer lo que la diosa les dijo.

Ella sonrió e hizo un gesto con la cabeza a Digger. Luego abrió una botella y ofreció bebida a todo el mundo.

—Caballeros —dijo, levantando el vaso—, a la salud de los defensores del débil.

Era un licor francés. ¿Dónde lo tendría escondido?

• • •

La playa estaba cubierta de peces muertos, conchas y otros desechos. El olor era insoportable, pero Telio estaba agradecido de permanecer aún con vida. Pero lo que le hacía entrar en un estado casi de éxtasis era que los poderes celestiales le conocieran por su nombre y se preocuparan por él.

Los capitanes habían reunido un pequeño equipo y estaban inspeccionando los tres cascos. Decían que iban a recuperar la madera y construir con ella nuevos barcos. Algunos de los tripulantes habían traído agua fresca. Tenían gran cantidad de pescado y habían descubierto una nueva fruta muy parecida al kulpas. Además, ya sabían que la caza local era bastante sabrosa.

Iban a estar muy ocupados durante los próximos días cuidando a los heridos. Sería una tarea difícil, porque las medicinas se habían perdido con los barcos.

Había unos cuantos esguinces y algunos huesos fracturados a los que atender; y un caso de fiebre que probablemente mejoraría con reposo y compresas frías.

Pero, fuera lo que fuera, se había terminado y la mayoría de ellos estaban aún vivos. T’Klot todavía era visible en el cielo, tanto de noche como de día, pero ya no era una tormenta. Ahora, más bien se asemejaba a los restos de una nube.

En circunstancias normales, con las naves hundidas y la misión arruinada, Telio sospechaba que todos se habrían dejado arrastrar por la desesperación. Pero él había oído aquella voz en el viento y sus camaradas querían creerle. Ahora sabían lo que antes no podían asegurar; que los dioses estaban con ellos. El camino a casa no sería fácil, pero él estaba seguro de que volvería a ver su hogar.

Cuadernos de Avery Whitlock

Esta noche, tal vez por primera vez en mi vida, he podido comprobar el verdadero valor de la fe y se me antoja un regalo inestimable. Aquellos de nosotros que lo hemos cambiado por un universo mecánico, quizá nos encontremos más cerca de la realidad de las cosas, pero hemos pagado un altísimo precio por ello. Todo esto hace que me pregunte por el verdadero valor de la verdad.

—17 de diciembre

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