Olivia

Olivia


CONFESIÓN

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CONFESIÓN

 

 

«Aquella princesa, estuvo encerrada en su torre durante años, con la única visita del rey cada mes.

“Princesa, ¿cuándo crecerás?”, preguntaba el rey.

“Nunca, seré siempre tu niña, padre”, respondía abrazando a su padre.

La malvada reina la había encerrado allí años atrás, para poder hacer de las suyas sin interrupciones. Para mentirle al rey con libertad.

Casi quince años tenía la princesa al momento de fallecer el rey. Nadie le había avisado. Debió enterarse al no recibir la acostumbrada visita de su padre.

Desesperada comenzó a gritar.

Gritaba a todo pulmón por la alta torre de la que no tenía salida.

Nadie parecía oírla, nadie nunca la oía...

Salvo un caballero. Paró al oír los desgarradores gritos de la princesa. Miró hacia la inmensa torre, preguntándose cómo podría detener tan terrible suplicio.

Forzando con su oxidada espada la cerradura de la puerta, subió todos los escalones, tan rápido como su arruinada armadura se lo permitía...».

Y el caballero seguía subiendo escaleras hasta ese día, a pesar de las abolladuras y roturas de las llamas. A pesar de su armadura chamuscada por el fuego, el fuego que era Olivia a su lado.

—Avan, yo... tengo miedo —susurró.

Avan miró a la chica por un segundo. Nadie los seguía. No podía creer su suerte.

—No te preocupes, estamos a salvo.

—Avan, nunca estaremos a salvo realmente —respondió.

—¿Sabías que eres la luz de la fiesta? Siempre tan positiva —dijo Avan, en un vano intento por aligerar el ambiente. Estaba harto de manejar, maldijo el día en que sacó su licencia de conducir.

Sus parpados pesaban, se sentía agotado.

Había pensado que tendría una noche tranquila de sueño. Pero al parecer esas noches se habían acabado para él.

Frente, por la despejada carretera, veía un cúmulo de nubes, que comenzaron a descargar electricidad de un momento a otro.

Olivia se estremeció al oír el primer trueno.

—Al parecer habrá una tormenta... Esto... Fuerte.

—Avan, para el auto, por favor —rogó Olivia moviendo sus manos con apremio.

—Encontraremos otro lugar y esperaremos a que pase, tal vez ni siquiera llegue hasta nosotros.

La luz de un relámpago, seguida por otro trueno, más alto que el anterior hizo a Olivia cerrar los ojos y comenzar a jadear. Sostenía su pie herido entre sus manos y se balanceaba hacia los lados.

—Livvy, ya —comenzó Avan mientras se acercaba al borde de la carretera—, ya está, no pasa nada. Respira, peque —agregó tocando el cabello de Olivia, aún ligeramente húmedo por la ducha que había tomado. Parecía que habían pasado años desde que él mismo había podido tomar una ducha.

El viento soplaba suavemente fuera, haciendo que el aroma de la lluvia que se avecinaba entrara por las ventanillas abiertas. Olivia inspiraba profundo, intentando calmarse.

—¿Sabes por qué odio las tormentas, por qué me provocan esto? —preguntó, aún moviéndose a ambos lados, pero ahora con los ojos abiertos.

—No, nunca me lo...

—El día que descubrí a mamá engañando a papá había tormenta. ¿Lo recuerdas? Hace un par de años, aún no teníamos confianza tú y yo, recién comenzabas a cuidarme porque mamá había comenzado a trabajar. Un martes, lo recuerdo, volvía de clases y llovía mucho, había tormenta, por eso salimos antes del colegio. Llamé a papá y no podía buscarme, tuviste que ir tú. Al llegar vimos que el auto de mamá estaba allí, en la puerta de entrada de mi casa, me dijiste que fuera con ella, así aprovechaba que estaba en casa, ella no solía estar en casa...

—Livvy —susurró Avan, llevando su otra mano al hombro de la chica, para que dejara de moverse. Olivia miraba fijamente al frente, contemplando la carretera.

—... Entonces dije que era una buena idea. La sorprendería, ¿por qué no? Recuerdo que me despediste mientras abría la puerta con mi recién adquirida llave, estaba tan orgullosa de tener una llave...

»Llevaba trenzas y un vestido de tirantes, la primavera le daba paso al verano y yo entré a casa, oyendo los truenos, empapada por la lluvia. Busqué a mamá en la cocina —la voz de Olivia iba perdiendo fuerza a medida que hablaba, parecía recordar de forma exacta lo que pasó, como si lo reviviese—. Como no estaba subí al cuarto, pensando que dormiría. Aún era casi una buena madre, la sorprendería, saltaría en su cama y pasaríamos la tarde juntas.

Avan miraba hipnotizado a Olivia. Podía imaginar la escena a la perfección. Recordaba claramente esa tarde. Recordaba lo que su hermana le había dicho al entrar a casa: «¿Has dejado a esa niña allí dentro? Acabas de destruirle la infancia». Avan nunca lo había comprendido de verdad. Al parecer Loretta había visto algo.

—Entonces, yo... entré a su habitación. La puerta estaba cerrada y mamá respiraba fuerte. Pensaba que tal vez tenía una pesadilla —continuó la pequeña con lágrimas en sus ojos—. Al entrar la vi. Estaba desnuda, montándose a un tipo que no conocía, que nunca había visto en la vida. Estaba sentada sobre él en medio de la cama, saltaba sobre...

—Olivia, para, ya basta —pidió Avan. Tomó el rostro de la chica, forzándola a mirarlo. Ella rehuyó su mirada mordisqueando sus labios, intentando contener las lágrimas.

—Entonces grité. Comencé a gritar como desquiciada y mis gritos se mezclaban con un trueno ensordecedor. Sabía que mamá no debía hacer eso con alguien que no fuera papá. Porque solo a papá lo quería mucho y solo con él podía darse cariño. Ella se incorporó asustada, maldiciendo. Se cubría con las mantas, intentaba callarme y el tipo se vestía a toda prisa.

»Ella me hizo jurar que no le diría nada a papá. No había que hacerle daño de manera innecesaria, ¿verdad? Y yo nunca dije nada. Por semanas se comportó como una madre ejemplar. Hasta que... dejó de hacerlo.

—Livvy —murmuró Avan, acercándola a él. Ella soltó su cinturón, se sentó en su regazo y se acurrucó contra su pecho, llorando.

Avan se sentía peor que la mierda. No podía creer que esa chiquilla haya descubierto semejante cosa de esa forma. No podía imaginarse nada peor.

—Ya pasó, todo está bien, estás bien...

—¡No! ¡Nada está bien! Mi padre murió sin saber que mi madre lo había engañado, y que lo seguía haciendo, porque, oh, querido Avan, no eras el único al que mi madre cortejaba. Simplemente eras el que más me molestaba, ¿entiendes? Él único que me molestaba. ¿Qué importaba si se quería tirar a media oficina? Mi padre había decidido que, ojos que no ven corazón que no siente, ¿qué me interesaba a mí, si él se veía feliz? Pero mi querida madre tenía que meterse contigo. La odié, Avan, como nunca lo había hecho. Incluso más que cuando descubrí que engañaba a mi papá. Solo podía pensar: Avan no.

Avan se sentía helado. La lluvia se había desencadenado fuera, provocando que pequeñas gotas entraran por las ventanas abiertas, mojando un poco a Avan.

Todo parecía un completo desastre. Todo se sentía demasiado real, los sentimientos aflorando a la superficie, desbordando el alma de ambos. Livvy no estaba segura de cómo o por qué estaba diciendo todo esto, simplemente le parecía lo correcto. Le parecía que era ahora o nunca. Y odiaba esa sensación. Esa sensación de inminente desastre.

—Olivia, no... no entiendo.

—No, no podía concebir que mi madre te quisiera para ella. Solo podía pensar que debía alejarse de ti, que lo que hacía estaba mal... y ya ves cómo todo terminó para ella. Porque, Avan, lo que hacía mi madre estaba mal. Tú eres mío. Solo de mi propiedad.

Miedo. El miedo se instalaba en el pecho de Avan, congelando sus manos en la espalda de la chica, haciendo que su respiración se hiciera más profunda.

Si lo que Livvy decía era cierto, si lo que él entendía era así, eso quería decir que Olivia le había mentido.

Ella era la asesina de sus padres.

 

***

Lena había encontrado Wattpad por casualidad cuando a Olivia se le había quedado abierto en su teléfono. Ella había revisado y comprobado que la chica tenía una cuenta allí. Le había parecido muy interesante y se había hecho ella misma una cuenta.

Estaba por amanecer, y Lena había despertado antes a causa de un problema con el despertador de su teléfono celular. Así que, ¿por qué no? Decidió leer un poco en Wattpad para pasar el tiempo. In the Darkness estaba consumiendo su vida. Había encontrado esa historia mientras buscaba el usuario de Olivia y, como la autora se llamaba como su amiga, había revisado y adorado la historia. Pero nunca había encontrado el usuario de Olivia.

Mordiéndose el labio a causa de la incertidumbre que le provocaba la historia, con el celular bajo las mantas, fue a pasar al siguiente capítulo, cuando vio una historia que le llamó la atención en recomendaciones.

Su nombre era «Fantasías de una niña». No tenía portada, no tenía sinopsis. Su autora se llamaba Livvs00. Le pareció demasiado parecido al apodo de su amiga como para pasarlo por alto.

Entró al primero de cuatro capítulos.

Era una historia erótica. Sobre una princesa y un caballero.

El segundo capítulo era sobre la misma princesa y el mismo caballero, pero en otra situación. Así hasta el cuarto capítulo. Al final de este, había una nota de autor.

«De: Olivia.

Para: Avan.

Con todo el amor, tu princesa»

Lena se quedó petrificada con el celular en la mano mientras el sol iniciaba su ascenso matinal, las nubes se habían disipado. Esto no podía ser una coincidencia. No era posible.

¿Cuántas Olivias podía haber en el mundo enamoradas de chicos llamados Avan? «Una, solo una», se respondió.

La última fecha, era de esa misma noche, antes de que se desatara la tormenta.

Lena estaba asustada, pero ¿qué podía hacer ella?

 

***

Loretta despertó esa mañana, lista para trabajar. Estaba de buen humor. De real buen humor después de mucho tiempo. Incluso tarareaba mientras charlaba con su madre, preparando el desayuno. Su madre le ocultaba algo, pero ni eso podía ensombrecer el humor de Loretta. Por fin conseguiría un ascenso. Eso decía a todo el que le preguntaba, parecía tan feliz.

Su madre estaba contenta por su hija, lo rápido que había crecido en el empleo, le parecía que por fin se estaba liberando de esa nube negra que parecía seguirla a todas partes el último tiempo. Parecía radiante.

—Suerte en el trabajo, Lor —gritó su madre, mientras la chica correteaba a la salida.

—No más servir mesas, no más viejos gruñones —dijo al teléfono. Ese fue el saludo que le dedicó a Mauro. Otra cosa que había decidido que cambiaría ese día en su vida. Pero ¿qué mejor despedida que un buen polvo, antes de dejar al chico hecho polvo con su separación?

—Me alegro, cariño —dijo el chico con tono meloso mientras se preparaba para la primera consulta del día. Era de un hombre que debía ver en un sanatorio mental. Había cortado de forma brusca su tratamiento y ahora él debía hacerse cargo de los estragos.

—Lor, avísame qué dice tu jefe, debo colgar —comentó el chico.

—Está bien, mucha suerte con tus locos —contestó la chica a la ligera antes de colgar.

—Sí, también te quiero —dijo Mauro a la línea muerta suspirando. Loretta tenía un humor muy cambiante desde que había vuelto con ella. Antes, la primera vez que estuvieron juntos, ella era risueña y feliz, hablaba del futuro y parecía creer en el amor. Ahora se había convertido en una máquina de trabajo y manipulación. Mauro no era tonto, sabía que Loretta estaba investigando por su cuenta, incluso creía que tenía la intención de encontrar a su hermano y a la niña cuando reuniera la suficiente información. A él no le gustaba que estuviera metida tanto en eso, notaba que le hacía daño, por eso no le molestaba que trabajase tanto y ese ascenso que obtendría había mejorado su humor, y eso lo hacía feliz.

Hacía tiempo que Mauro no iba a un centro mental a tratar pacientes, solo lo había hecho cuando era un practicante, luego se había dedicado a las consultas privadas y tampoco de forma continua.

Le parecía que el caso a tratar era grave. ¿Esquizofrenia? No lo sabía. ¿Tal vez algún desorden grave de la personalidad? No estaba seguro. Tendría su primera consulta en blanco, intentando hacerse una idea general del paciente antes de ver las notas de su anterior colega.

Una enfermera lo guio hasta una salita blanca y esterilizada. Dos sillas y una pequeña mesa, una ventana que daba al patio principal y la puerta, también blanca. El lugar le dio escalofríos. ¿Qué clase de consulta se podría tener allí?

Un hombre alto y delgado entró en la sala. Tenía un poco de cabello muy corto, casi rapado y la piel amarillenta. La enfermera le indicó que tomara asiento en la silla que quedaba libre. El doctor lo miró mientras lo hacía. Hasta que la enfermera se retiró, el hombre no alzó la mirada.

Al hacerlo, sus ojos se encontraron con los de Mauro. El psicólogo pudo ver la profunda desesperación del individuo que tenía enfrente.

—Doctor, ¿usted me ayudará? —preguntó esperanzado.

—Para eso estoy aquí. Empieza por decirme tu nombre, por favor —pidió amablemente mientras abría una pequeña libreta de forma disimulada.

—Tristán —susurró.

—Muy bien, Tristán, ¿qué edad tienes? —continuó preguntando.

—Mi doctor anterior decía que eso no importaba, que la edad no son los años que tenemos, sino las experiencias vividas —respondió. «Claro, porque tu antiguo doctor tenía toda tu información de ingreso, a mí me gusta ir a ciegas», pensó Mauro.

—Pues, Tristán, ve sabiendo que no soy tu anterior doctor...

—Claro que no, mi anterior doctor está tres metros bajo tierra, pudriéndose con su esposa —dijo el hombre con una risa escalofriante. De vez en vez abría los ojos demasiado y miraba al techo.

—Espera —Mauro interrumpió, las similitudes lo obligaron a preguntar—: ¿cómo se llamaba tu antiguo psicólogo?

El loco soltó una risa que retumbó en la sala, alzó la cabeza y abrió la boca de forma exagerada, mostrando unos dientes bien cuidados y dejando al descubierto marcas violáceas en su cuello.

Sabía que este hombre se lo preguntaría al decir las palabras correctas. Quería que se lo preguntara. Tristán adoraba guiar las consultas.

—Esa pregunta es fácil, doctor, su nombre era Dante Penz.

 

***

Franco Stretcht siguió el pequeño Fiat a una distancia prudencial. Donde no podían detectarlo; los movimientos del chico eran bastante predecibles: conducir en línea recta, parar por casi una hora, seguir conduciendo. Y seguir conduciendo.

Eso hacía ahora, conducía. Se estaban acercando a una parte del país repleta de mesetas que daban al mar, esos acantilados eran el deleite de todos los turistas. Stretcht pensaba que se alojarían en algún hotel de la zona, rogando por que no los descubrieran, pero él ya estaba allí; donde nadie lo veía, en el lugar que podía acercarse sin ser detectado.

El sol se asomaba por entre las mesetas. Si se iba por una ruta cercana al borde, se podía ver el inmenso mar, iluminado por los rayos del alba.

Franco estaba agotado, pero se imaginaba que a quienes seguía les debía ocurrir lo mismo, tal vez hayan dormido incluso menos que él.

El Fiat se detuvo a la distancia, y el oficial también lo hizo. El auto particular en el que se trasladaba, pintado de un simple negro, al cual se le podía agregar la luz de policía en el techo, no presentaba sospecha alguna.

Pasados unos minutos el chico salió del auto, el oficial vio cómo se estiraba y se acercaba a una tiendita al costado de la ruta, de esas que siempre estaban abiertas. Compró algo e ingresó de nuevo en el vehículo.

El oficial no tenía ningún apuro por alejarse de allí.

Absolutamente ninguno.

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