Olivia

Olivia


SIN SALIDA

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SIN SALIDA

 

 

—¿Dante Penz? Era un viejo conocido mío —mintió Mauro; apenas conocía al hombre.

Comenzó a tamborilear en silencio con la pluma sobre su pierna. Tristán no perdía ni uno de los movimientos del hombre.

—¿Ah, sí? ¿De dónde lo conocía? —cuestionó el paciente con calma, esperando a que su nuevo psicólogo hablara.

—Eso... eso no importa —respondió el doctor con resolución mientras detenía el inconstante movimiento de su mano.

—¿Podría decirme su nombre, doctor? —preguntó el enfermo fingiendo no saberlo. Mauro no entendía en qué momento el paciente pasó a tomar el control de la consulta, pero eso debía acabar.

—Mi nombre es Mauro, pero eso no...

Gritos. El paciente comenzó a gritar y a aplaudir con frenesí. Mauro se sobresaltó en su silla, parándose al instante para ayudar al hombre, cuando notó que sus gritos se entremezclaban con risas. Gritos de júbilo. ¿Qué diablos...?

—¿Sabe? —comenzó el paciente, cambiando sus exclamaciones por un tono suave de forma rápida—. Resulta curioso. Muy curioso. Tan curioso —susurraba luego.

Mauro tragó saliva con fuerza, volviendo a sentarse en su sitio. Sabía que era una mala idea acudir a esa consulta. Sus peores sospechas se estaban confirmando.

—Muy curioso, tan curioso —seguía susurrando.

—Tristán, debería calmarse —intentó suavemente Mauro, dispuesto a llamar a una enfermera si fuera necesario.

—Estoy calmado, doctor. ¿Dígame? ¿Olivia es como la describe su padre? O debería decir, describía. Porque, usted fue su terapeuta, ¿no? Pobre criatura. ¿Qué se sabe de ella? Aquí dentro no estamos muy informados que se diga.

¿Cómo este hombre conocía de Olivia? ¿Acaso el doctor hablaba de su hija con cualquier loco que se le cruzaba en el camino?

Tristán miraba con ojos divertidos al psicólogo, preguntándose cómo había conseguido su título sin haber aprendido a controlar ese tipo de situaciones.

—De Olivia poco se sabe...

—Yo sí sé. Mucho, sé mucho. Ella es como yo, ¿sabe? Su padre me cuenta, me contaba. No me decía que era como yo, pero yo lo sabía. ¿Sabe? Maté al perico de mi amiga porque no podía decir mi nombre. ¿Se imagina? Un perico diciendo Tristán, qué locura, ¿no cree?

Llegados este punto el doctor tomaba notas sin parar. ¿Trastorno de personalidad? Tal vez.

—¿Cuál es el trastorno que le ha dicho mi colega que padece? —preguntó, intentando desviar el tema.

—No lo sé. No soy el nombre de una enfermedad, soy una persona, como usted, como Dante y como Olivia. Somos personas, no enfermedades.

—Ni yo, ni el doctor Penz, ni Olivia hemos tenido enfermedades psicológicas...

—Todos tenemos enfermedades psicológicas. Según su padre, la niña tenía varios trastornos obsesivos compulsivos, ¿no lo sabía? Usted no es un buen doctor, ¿verdad?

—Tristán, usted no tiene ningún derecho a... —comenzó Mauro con indignación. Él era un buen médico, graduado con honores y se había enfrentado miles de veces a situaciones como esas, sabiendo qué hacer a cada momento.

—Olivia me lo dijo.

No supo cómo reaccionar.

 

***

María salía de la sala de interrogatorios, con el rostro lívido y el cuerpo molido luego de una larga noche. El amanecer le daba un tono dorado a la oficina, haciéndola parecer más acogedora de lo que en verdad era.

En recepción, pudo distinguir la investidura del profesor Morales. ¿Qué diablos podía hacer allí ese hombre? Hablaba con la recepcionista y un oficial.

—Olivia, me encantaría poder hablar contigo. ¿Puedes quedarte un momento más, por favor? —preguntó el profesor Morales, deteniendo con sus palabras al oficial con el que hablaba—. Discúlpame —agregó en dirección al policía.

—Claro —contestó la chica. Se acercó al mostrador de recepción donde se encontraba su maestro—. ¿Qué necesita? —le preguntó con voz cansada.

El hombre se aclaró la voz, ajustando el cuello de su camisa con formalidad y dijo en tono bajo:

—¿Puedes creerlo? Salgo de mi casa y me encuentro que mi coche fue destrozado por alguien en la noche —con disimulo, se alejó del mostrador, mostrándole una sonrisa a la recepcionista que estaba distraída, y pasando del policía; tomó del brazo a la chica y la llevó a un lugar alejado—. Necesito saber cómo se encuentra Avan y creo que eres la única que podría decirme sobre él. Debía hablar contigo fuera del recinto escolar, pero me era imposible. Qué conveniente encontrarnos, ¿no crees?

María se quedó pasmada ante las palabras del profesor. ¿Avan? ¿Por qué querría saber de Avan?

—Yo, esto... sé lo mismo que usted...

—No, sé que sabes más, o no estarías tan tranquila. Incluso puedo decir el día exacto en que te comunicaste con él. Tu actitud cambió tanto... y ahora, esto, bueno. ¿Podrías decirme sobre él?

—¿Qué quiere saber? —preguntó con cautela.

—¿Cómo está? ¿Qué lo llevó a huir? —preguntó el hombre, acomodándose en una silla, con mirada penetrante, ávido de información.

—Está bien, él... está bien. En cuanto a lo otro, no tengo idea de qué lo llevó a eso. Me encantaría saberlo, pero no lo sé. No puede decir nada de lo que le digo a nadie —agregó a último segundo, tocando su cabello rubio.

—¿Crees que te preguntaría si tuviera intenciones de delatarlo? —preguntó con tono enigmático.

María lo pensó un momento, no creía que el profesor Morales preguntara para delatar a Avan. Siempre había sido un hombre bueno y comprensivo; claro que, una cosa era comprender que sus alumnos no entregasen los trabajos en fecha por alguna fiesta y otra muy distinta era comprender que uno de sus alumnos huyera de la policía por presunto secuestro y asesinato. Si el profesor podía comprender eso, Olivia debía alejarse lo más rápido posible de él.

—No, no creo que tenga intenciones de delatarlo. Pero no entiendo por qué quiere saber...

—Curiosidad, María Olivia, curiosidad. Apostaría mi libertad a que tú crees que es inocente, ¿no es así?

La chica mordisqueó su uña, no le hacía ninguna gracia la elección de palabras del maestro. Ella había estado a punto de perder la libertad la noche anterior. Y allí estaba, saliendo, presentando batalla. Recordó asqueada a Timms. «Asqueroso insensible», pensó cuando la imagen de su cabello rojizo se proyectó en su mente. Había momentos que era mejor desterrar de la memoria.

—Por supuesto, él no ha hecho nada. Esto... es complicado y no sé mucho, pero lo que sé, es que no ha hecho nada.

—Simplemente secuestró a una niña, ¿no es eso lo que dicen? La gente, para hablar de otros, fue mandada a hacer a medida. Por lo que se sabe, y sé que es poco, podría estar implicado en la trata de infantes o en el tráfico de órganos, claro que nunca tendremos la certeza. Nunca sabremos qué fue de Avan o de la pequeña. Y así es como es —sonrió el profesor—, nadie puede cambiarlo. Tal vez, años más tarde, nos volvamos a cruzar con alguno de los dos.

Olivia no estaba segura a dónde quería llegar el profesor con sus palabras, ni qué estaba diciendo en realidad.

—Comprendo que te pierdas con lo que digo, querida. Nunca he sido una persona fácil de entender, así como tu querido Avan. Ah, el amor duele, si lo sabré yo. Te quema por dentro, acabando de forma lenta con todos tus ideales y con todo lo que te aferra a la realidad, destruyendo toda lógica y alterando todo principio. Y si no lo corresponden, querida, si no corresponden tu amor... Ah, te compadezco y entiendo. Uno no siempre ama a quienes le pueden amar de regreso.

Las mejillas de Olivia estaban húmedas, detestaba estar llorando, pero no parecía capaz de parar.

—Ya, ya, querida. Ahora, debo terminar con esto porque mi adorada Alena me espera en casa. Amo los días en que no debo dar clases. Cualquier cosa que necesites, no dudes en hablar conmigo —dijo con alegría, dando un par de palmaditas en la espalda de la chica y alejándose.

Se estremeció. No entendía casi nada de lo que el profesor había dicho, pero ¿qué podía esperar de un hombre que muchas veces usaba la corbata apuntando hacia atrás?

Secó sus lágrimas, emprendiendo el camino a casa y farfullando en contra de un pelirrojo prepotente con rostro —y actitud— de rata.

 

***

La maestra Chan miraba impresionada lo que Lena le mostraba.

—¿Había más? —susurró con voz estrangulada. Debía mostrarle eso a la policía. Allí estaba la historia que conocía, más algunas otras, publicadas recientemente. Pensaba que, con la tecnología de esos días, les sería fácil rastrear el lugar del cual fueron subidas. Se estremeció de anticipación, rogando que encontraran a la pequeña, sea como sea. Esas historias le otorgaron un rayo de esperanza. Olivia estaba viva y tenía acceso a internet, lo que no era una cosa menor.

Pero ¿por qué no la usaba para pedir ayuda? No lo sabía.

Tal vez no podría, pero...

—Maestra, ¿qué le pasa a Livvy? ¿Eso lo hizo ella?

Mina Chan miró a la chica. Parecía angustiada. Su amistad con Olivia era la típica rivalidad de pequeñas, con más altos que bajos.

—Sí. Olivia tiene una forma de ver el mundo... diferente a la de los chicos de tu edad. Ella escribió esto y para ella está bien. Pero eso no quiere decir que para ti lo esté, ¿entiendes?

Claro que Lena entendía, acababa de cumplir los doce años, ya no era una niña, era casi toda una adolescente; incluso se había escondido con Max para besarse con él. Le resultó más agradable de lo que esperaba. Pero ahora no pensaba en eso, pensaba en lo que podría estar pasando su amiga, y en lo terrible que se sentiría que le pasase a ella.

Mina se preguntó, por su parte, durante cuánto tiempo el malnacido de su vecino había abusado de Olivia, mientras apagaba el celular, no queriendo ver.

 

***

Olivia dormía plácidamente al lado de Avan. El chico se sentía desbordado, desbordado de emociones.

Amaba a Olivia, la amaba más que a sí mismo. Daría lo que fuera por protegerla, por salvarla de todo, incluso de sí misma. Le quemaba por dentro ese sentimiento, y poder admitírselo a sí no era un alivio, sino una agonía mayor.

Miraba cómo dormía, sin poder pegar él mismo un ojo; los ojos cerrados de la chica, la boca entreabierta, sus manos bajo su mejilla. ¿Quién diría que esa chica, en apariencia tan inocente, lo había engañado? Le había hecho creer en su inocencia, para soltarle de sopetón toda su culpa.

Le dolía la cabeza, el auto se sentía insignificante, asfixiante, se ahogaba. En vez de abrir la ventanilla, decidió salir, estirar las piernas, contemplar el paisaje. El sol ya había salido e iluminaba todo con fuerza, haciendo de ese un día caluroso.

Se acercó al borde de la autopista. Estaba bastante lejos aún de los acantilados, pero ya podía apreciar el mar, iluminado por los rayos del sol, creando un hermoso efecto iridiscente en las olas. Pensó en el cuerpo del jardinero, hundido en lo profundo del inmenso océano, tal vez por el capricho de una chica, o por el temor de la misma.

Un hombre caminaba a paso tranquilo por allí. Tenía una botella de agua en la mano y se acercaba, contemplando el paisaje. Avan pensó que, a la mierda, no lo reconocería y si lo hacía, ¿qué importaba ya?

—Muchacho, ¿no es el mar lo más relajante que has visto jamás? —preguntó el tipo cuando estaba cerca.

Avan miró por un segundo al auto, unos cuantos metros atrás, pensando que Olivia había sido su relajante eterno, hasta esa noche, o tal vez incluso la noche anterior, cuando probó el exquisito veneno de sus labios. Luego dirigió los ojos al hombre. Alto, pero no tanto, cabello canoso y sonrisa afable.

—Esto, sí. Es bueno contemplarlo un poco.

—Sí, yo siempre vengo aquí cuando necesito calmar a mis demonios —aseguró el hombre.

Avan lo miró con fijeza. Eso era exactamente lo que buscaba: calmar a sus llamados demonios, monstruos, sombras, calmar a todo lo que gritaba dentro de sí. Quería exclamar por él mismo que se callasen, pero sabía que era inútil, nunca podría pensar en paz por su cuenta.

—Avan, ya todo terminó —susurró el tipo.

Avan quedó congelado en el lugar donde estaba. Su corazón palpitaba cada vez más rápido mientras su cuerpo se preparaba para huir, liberando adrenalina por todas sus terminaciones nerviosas.

El tipo sabía su nombre.

—¿Disculpe? —preguntó con la boca seca, llevando una mano a su cabello. Temblaba, rogó que el hombre no lo notara.

—Mi nombre es Franco. Oficial Franco Stretcht, para ti.

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