Olivia

Olivia


SOLO UNA NIÑA

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SOLO UNA NIÑA

 

 

—Monique, por favor, es solo una niña haciendo travesuras, es una etapa que superará... —murmuró el joven en voz tan baja como pudo.

—Eso no fue una travesura, Avan. Es solo una niña que acaba de masacrar a nuestro gato. Necesito que te la lleves solo unos momentos, no quiero al pequeño monstruito cerca mientras limpio el desastre del gato —dijo a su vez la señora Penz, llevando sus temblorosas manos a la cabeza y tirando de sus descuidados cabellos color caoba.

Avan miró a su vecina como si nunca la hubiese visto antes. No podía creer que se refiriese a la pequeña Olivia como un monstruo. Negó con la cabeza, resignado a tener a la joven dando vueltas por su casa un rato.

Se encaminó al living precedido por la mujer. Olivia estaba sentada en el más grande de un juego de tres sillones azules, estaba cubierta de sangre seca. Dándole un aspecto aún más macabro tenía un poco de sangre sobre su ceja, allí donde había pasado sus dedos húmedos. A pesar de todo, una dulce e inocente sonrisa se hacía visible en sus labios. Si no fuese por el hecho de que llevaba impregnada la culpabilidad de arriba abajo, cualquiera diría que semejante angelito era incapaz de una atrocidad como de la que se la acusaba.

De la misma forma, la gente solía confundir a la chica con una niña pequeña, de unos ocho o nueve años, cuando se encontraba cerca de cumplir los doce.

Olivia no solía ser lo que aparentaba.

Avan se dedicó un segundo a contemplarla mientras saltaba de su lugar y corría a su encuentro, con una pizca de temor en el rostro. Cabello rubio, liso y largo, enmarcaba un pálido y delicado rostro aniñado. Dos hermosos ojos claros «color clima», como los llamaban, estaban rodeados por largas pestañas también rubias. Nariz pequeña y labios tiernos, bastante bajita para su edad.

Olivia era la viva imagen de la inocencia, con sus absurdos vestidos color pastel y sus moños de vivos tonos.

Avan, decidiendo no tomar importancia al terrible y ya seco fluido que cubría las manos y ropa de la chica, la abrazó cuando llegó a él.

—¿Qué has hecho esta vez, pequeña Livvy? —preguntó el joven mientras la soltaba rápidamente para mirarla con reproche, no demasiado, solo lo suficiente.

—Era un gato malo...

—Olivia, niña, irás un momento a casa de Avan para limpiarte mientras arreglo esto antes de que llegue papi, ¿te parece bien? —inquirió la madre con un tono fingidamente dulce. La niña asintió con sumisión, aunque en su mente solo podía pensar en que su madre destruiría su bonita obra de la cocina. El gato manchado de rojo, el linóleo manchado de rojo, manchas bonitas. Se preguntó a qué se debía esa atención repentina al rojo si ella siempre había preferido el rosa.

—Disculpa por lo de Nieve, mami, no quise hacerlo solo pasó —se excusó con su suave y aguda voz.

—Ya lo sé, ya lo sé —suspiró la señora—. Por eso lo limpiaré.

Avan ofreció su mano con seguridad a Olivia de la misma forma en la que lo haría un caballero con su princesa, ella la tomó, encantada con el gesto. Miró por un segundo la diferencia de tamaño entre ambas manos, la suya tan pequeña y roja, entonces se fue con él, dando pequeños saltitos de felicidad a pesar de que sentía un poco de culpa, no por el gato, no por su madre, sino porque su padre quería al gato; le había tomado cierto cariño luego de tanto tiempo conviviendo con el animal.

Un par de años atrás, cuando el menor de los Danvers cumplió la edad suficiente para ser capaz de ganar dinero por su cuenta, y de cuidar a alguien más que a sí mismo, los Penz comenzaron a pagarle una considerable suma de dinero por cuidar a su única hija. Desde ese entonces, Avan había perfeccionado mil maneras de ir de una casa a la otra sin ser visto por nadie para, por ejemplo, devolver a la niña a la cama cuando escapaba a su casa. En este momento, cuando la chica estaba cubierta de sangre, les venía excepcionalmente bien ocultarse de miradas fisgonas.

—Tienes un problema condenadamente grave, ¿sabías, Livvy? —comentó el joven, mientras la ayudaba a subir a un banquito frente al lavamanos de acero de la cocina, más por costumbre y comodidad que porque de verdad lo necesitara.

—No, la gente cree que tengo un problema. No por ser diferente debo ser mala —replicó de forma ingeniosa mojando sus manos.

—Olivia, asesinaste a tu gato —recitó con obviedad el vecino, intentando entender un poco los pensamientos de la chica.

—El muy tonto me quería solo por interés, Avan —dijo extendiendo el nombre del muchacho con pereza.

El joven limpiaba concienzudamente las manos de la niña en el lavabo de la cocina con agua tibia. El rojo de la piel ya había salido, pero la sangre bajo sus uñas y en los bajos de la falda era otro tema. Cuando el agua dejó de volverse rosa al contacto de su piel, él cerró el grifo.

—¿Planeas matar a todos los que te quieren por interés? —caviló él en voz alta mientras quitaba la mancha roja de su risueña cara.

—Solo a todos. Punto —una dulce sonrisa se dibujó en los labios de la niña de once años y el joven, de tan solo dieciocho, no tuvo más que sonreír de regreso.

Olivia había ido a parar a casa de su vecino, por millonésima vez, aunque con un motivo bastante más funesto que como acostumbraba. Su madre estaba «arreglando el desastre del gato» y no quería tener «al pequeño monstruito cerca».

«Gracias a Dios, Livvy no había oído sus palabras», pensaba el joven mientras limpiaba la pileta de la cocina con jabón líquido y agua.

Aunque no tenía idea.

—Aún tengo aquel vestido que me dejaron tus padres de repuesto, ¿crees que te sirva?

—¿Qué tiene este de malo? —murmuró la chica mirándose sin comprender, mientras secaba sus manos con una toalla de cocina.

—Está manchado, Livvy.

—Pero quedó bonito... ¿ves? —ahora en su rostro se mostraba un pequeño puchero provocador. Incitaba a que le replicaras, a que la contradijeras, y no había nada en el mundo más provocador que la idea de contradecir a la niña, solo para ver cómo se enojaba y su voz se volvía más aguda y sus mejillas más rojas y su ceño más fruncido.

—Sí, pero no quieres tener sangre de Nieve en ti, ¿o sí?

La pequeña lo pensó un segundo, comparando sus opciones, mientras recorría la cocina de la casa de los Danvers con ojos achispados. Era un poco más pequeña que su cocina y no tenía una decoración en específico, lo que más le gustaba a Olivia era la cortina que había en la ventana: tenía flores rosas por todo el borde.

—Es uno de mis favoritos..., pero tienes razón. Nieve ya lo estropeó —suspiró con dramatismo, bajando del banquito y sentándose en él, codos sobre las rodillas y la barbilla en sus manos.

Avan asintió y fue en busca del vestido, rezando que aún le quedara bien, no quería tener que ir a buscar uno a la casa de Olivia, no con Monique allí.

Estaba algo arrugado, en el montón de ropa que nunca se usaba de su armario. Pero serviría para su propósito.

Bajó la escalera y buscó a la chica en la cocina. No estaba. Se dirigió al living y la vio allí, estaba revisando su colección de libros y CD que estaban en una estantería negra, como siempre hacía cuando iba a su casa. Hacía meses que no compraban nada nuevo, pero la niña siempre lo encontraba todo muy interesante, rebuscando y tocando. Ahora leía la contratapa de Muerte en el Nilo, de Agatha Christie, Avan creía que era la tercera vez que leía la contratapa de ese libro.

—Livvy, es verde, espero que te siga agradando el color —comentó Avan mirando el vestido.

—Desacomodaste los libros —dijo la chica con tono helado, dejó el libro en su lugar y se giró a verlo.

—Yo no lo hice, tal vez mi hermana —respondió él, pensativo.

—Tendré que reacomodarlos —sentenció ella, se encogió de hombros y corrió a tomar el vestido para poder cambiarse en el baño.

Avan respiró profundamente un par de veces para serenarse, la situación le parecía bastante irreal. Debía cuidar a Olivia. Ahora más que nunca, puesto que sabía que sus padres, ya mayores, no la comprenderían ni la apoyarían en lo que estaba viviendo. Su madre enloquecería y su padre la sobreprotegería y ninguno de los dos se pondría de acuerdo en cómo proseguir al respecto. Conociendo como conocía al matrimonio, y quién tomaba las decisiones en esa casa, probablemente la enviarían directo a un centro de salud mental. Pero era solo una niña, no podía pasar por eso, ningún niño debía pasar por eso.

Sí, puede que la chica haya matado a alguna paloma antes, que disfrutara quemando hormigas, pero, muchos niños experimentaban esa etapa. Él mismo lo había vivido. Bueno, nunca había matado a una mascota, pero sí varias ratas, cortándoles la cola y patas para que sufrieran la agonía de morir lentamente.

Sacudió la cabeza, ahuyentando eso de su mente, no había necesidad de recordarlo. Si a él se le había pasado, ¿por qué no a Olivia?

—¡Avan! —gritó Olivia entrando en la sala como un huracán, con un vestido verde muy ajustado—. Me han crecido los senos —agregó con lamento, mirando con tristeza lo justo que ahora le quedaba el vestido a la altura del pecho.

Avan tragó saliva notando la boca repentinamente seca, siguió, con reticencia, la mirada de la chica. Apenas se notaba abultado, pero al usar un vestido que en otro tiempo le había quedado holgado, se hacía más notorio.

—Es algo normal, estás creciendo Livvy, estás más grande...

—Pero yo no quiero crecer... quiero seguir siendo siempre una niña, ¿para qué crecer? ¿Responsabilidades? ¿Sufrimientos? No quiero.

—Mira el lado positivo —dijo Avan, ignorando sus quejas—, sigues igual de altura. Mira, sigue quedándote por las rodillas.

La niña resopló, frustrada, pensando en que detestaba la pubertad.

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