Olivia

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DULCES SUEÑOS, LIVVY

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DULCES SUEÑOS, LIVVY

 

 

Respirando entrecortadamente, y pensando a toda velocidad, Olivia dejó la mochila de nuevo donde estaba. Ya sacaría su historia luego, tenía cosas más apremiantes que resolver.

Ahora, ¿dónde diablos podía esconderse?

El sonido de risas alcohólicas subía por las escaleras hasta los oídos de la niña.

¿Baño? No. Probablemente Avan vaya hacia allí antes de dormir.

Pasos torpes por las escaleras.

¿Clóset? No. Tal vez Avan necesitase ropa de cama.

Olivia comenzó a ponerse nerviosa cuando la voz de Avan resonó en el rellano del segundo piso, ¿a quién le hablaba?

Corrió, casi sin pensarlo, detrás de la tupida cortina. Un escondite bastante estúpido, lo consideró, pero no entraba bajo la cama somier de Avan. Pegó su anatomía contra el cristal de la ventana y se cubrió el cuerpo en su totalidad, apenas dejando un ojo a la vista, para poder espiar, deseó que fuera no hubiera suficiente luz como para que la viera.

La sombra de Avan se proyectó en la puerta abierta, seguido de otra sombra más menuda, que se pegó a él.

El joven se detuvo extrañado en el umbral, jurando haber cerrado la puerta al irse.

—No enciendas la luz —murmuró con voz ronroneante la chica.

Olivia casi no respiraba en su afán por no hacer ruido. No podía creer la mala suerte que acarreaba, solo quería su historia sin que nadie supiera, ¿era mucho pedir?

La tenue luz que provenía de fuera de la habitación, le permitió ver cómo Avan se inclinaba y juntaba sus labios con los de la chica, que parecía ser rubia. Olivia hizo un mohín que nadie podía ver.

—Como quieras, Livvy.

Por un segundo Olivia, aún oculta por la cortina, pensó que Avan hacía referencia a ella y se alarmó. ¿La había descubierto? Pero al oír la risa que salía de los labios de la chica, y cómo atrajo al chico a la cama, supo que la rubita era su tocaya y que Avan usaba el mismo apodo que le había puesto a ella; eso la enfureció tanto que temía que su enojo pudiera delatarla de alguna forma.

Ella también supo lo que sucedería a continuación.

Hay una gran diferencia entre leer sobre sexo, y verlo en vivo y en directo, o eso pensaba la muchachita. Y eso era lo que ocurriría a continuación. La niña nada podía hacer más que cerrar los ojos, resistiendo el impulso de curiosear entre las pestañas. Se maldijo a sí misma por olvidar su mochila. No quería verlo, no quería oírlo, pero no tenía opción.

Con los ojos cerrados se sentía vulnerable. Las pesadas respiraciones de los jóvenes, comenzaron a aumentar su ritmo y a mezclarse con el susurro de la ropa al deslizarse.

—Livvy...

Avan no paraba de susurrar su nombre, lo que era bastante inquietante y a la vez hacía que la niña se sintiera extraña, como si de verdad se dirigiera a ella.

Y la otra chica suspiraba. Y soltaba pequeños gemidos. Y exclamaciones ahogadas. Y se oían los besos húmedos. Y...

Era todo muy insoportable. Por mucho que apretara los ojos, Olivia podía ver dentro de sus párpados claras imágenes de lo que probablemente sucedía en la cama, a pocos pasos de su escondrijo. Una sensación horrible crecía en su pecho recordando momentos que debía olvidar.

Además, le parecía sumamente extraño que la chica se llamara como ella. No solo por el hecho de oír su nombre salir de esa forma de los labios de Avan. Sino porque la protagonista de las imágenes que tomaban forma en su mente sin que ella quisiera, tenía un perturbador parecido con ella misma.

Nunca, ni en sus más lejanas fantasías, creyó vivir algo así. Una cosa era escribir, pero...

—Dios, Avan —chilló la impostora cortando el hilo de pensamientos de la niña tras la cortina.

Olivia bien pudo tapar sus oídos, pero no quería arriesgarse a hacer el más mínimo ruido o movimiento. Aunque probablemente no lo notaran de tan concentrados que estaban el uno con el otro.

Claramente, la niña era consciente de que Avan, su protector, tenía sexo, como todas las personas grandes. Pero oírlo en vivo, sentir el calor, el movimiento que se producía, hacía que el pequeño zarcillo de celos cobrara vida en su interior.

Era su Avan, su caballero.

Y esa maldita impostora con su nombre no tenía derecho a estar allí con él.

El sonido del movimiento aumentó su ritmo a la vez que los cortos gemidos que ambos soltaban. Avan estaba tan borracho y excitado que no podía preocuparse mucho por su acompañante, su cabeza estaba nublada y estaba en tal estado de ebriedad que creyó sentir olor a sandía, su tormento.

Los acontecimientos del día no solo habían sido demasiado para Olivia.

Luego de un gimoteo especialmente largo y ruidoso, todo quedó en silencio.

Olivia contuvo la respiración, pensando por un momento que habían captado su presencia. Pero luego oyó cómo se acomodaban ambos en la cama.

Cuando se atrevió a abrir los ojos e inspeccionar por la cortina, ambos ya estaban probablemente dormidos.

Cuarenta y tres minutos pasaban de medianoche cuando fue capaz de salir de su escondite, en sumo silencio. Evitó la ropa que había desperdigada por el suelo; temía tropezarse y así descubrirse ante Avan y la chica.

Un poco de la luz de las farolas de la calle se filtraba por la ventana, iluminando a la pareja que dormía plácidamente sin ser conscientes de la furia que habían despertado con su acto de pasión.

Pensando solamente en lo bien que se sentiría al hacerlo, Olivia buscó entre la mesa de maquetas de Avan la tijera. Agradeció que estuviera a la vista, así no tendría que rebuscar.

La tomó con precisión y se acercó a la cama con una sonrisa angelical en los labios.

La pareja, que dormía cómodamente abrazada, con Avan pegado a la pared, no tuvo lucidez de lo que ocurriría.

—Dulces sueños, Livvy —susurró la niña moviendo la tijera en el aire aún sonriendo.

 

***

En su habitación, Olivia rehacía su cama para poder dormir. Tarea difícil con la luz apagada para que sus padres no despertaran; los perros de la otra casa seguían ladrando. Y a pesar de saber que sus libros estaban acomodados, siguió con su afán de hacerlo otra vez, forzando al máximo su vista.

Luego, parándose frente al espejo, cepilló su largo cabello infinidad de veces.

Por fin, casi dos horas pasada la medianoche, Olivia se recostó en la cama, sumamente contenta con la obra de arte que había hecho con la impostora.

Esperaba que a Avan también le gustase como estaba Livvy a la mañana siguiente. Si no, siempre podía arreglarlo.

La hoja de papel con la historia descansaba sobre el tocador de la niña. Pero, de forma bastante lúcida, había dejado la mochila, puesto que Avan sabía que el objeto estaba en la casa, y no quería levantar sospechas contra sí misma, nadie sospecharía de ella.

Lo más importante, sus más íntimos pensamientos, descansaban tranquilamente junto a ella.

 

 

 

 

 

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