Olivia

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ARTRÓPODO CON OCHO PATAS

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ARTRÓPODO CON OCHO PATAS

 

 

Avan y Loretta habían decidido dejar de hablarse en el momento en que Olivia volviera a su casa. Avan conocía a su hermana y creía febrilmente en la culpabilidad de la misma. ¿Su argumento? Loretta odiaba a todo amigo de Avan, hasta el punto de haberles echado jabón líquido en sus cervezas una vez hacía un par de meses, solo porque no bajaban el volumen de la televisión.

Loretta no podía creer que su hermano sospechara de ella teniendo a Olivia como vecina. La niña era una pequeña fiera —¡había matado a su jodido gato! —, y Loretta no tenía motivos para hacer tal cosa como dejar sin cabello a Olivia.

La pequeña la había desafiado esa tarde, afianzando las sospechas de la joven.

Esa noche Avan salió un rato con Matt y Tomás, quería un rato de pool entre chicos, sorprendentemente no hubo cerveza ni ningún tipo de alcohol en la velada. Los tres rieron, hablaron y jugaron como tres adolescentes sin problemas.

El lugar al que fueron era pequeño y bastante tranquilo ese día de semana. Decorado con tonos azules y negros, pasando música agradable todo el tiempo, era el lugar favorito de los chicos cuando querían un rato para ellos. El barman era primo de la novia de Tomás, por lo que solían conseguir bebidas gratis.

—Avan, al parecer Olivia te ocupa tiempo completo, ¿eh? Ya casi ni sales con nosotros —comentó Matt mientras esperaba su turno en el pool, para jugar luego con el ganador de la partida en curso.

Avan sonrió como un ganador antes de contestar, alardeando un poco:

—Y el tiempo que no paso con ella me deja de cama, es una fiera.

—Imagino que debe de tener sus artimañas para tenerte con ella tan entretenido, ¿juegan mucho? ¿Por eso te cansa? —preguntó interesado su amigo.

—Todo el tiempo, puede ser muy... imaginativa. Hace unas cosas en la cama que...

—¡¿Qué?! —lo interrumpió Matt gritando y haciendo que Tomás golpeara la mesa con el taco—. Avan, hablo de la niña que cuidas, asqueroso pervertido.

Ambos miraron serios a su amigo mientras vieron cómo este empalidecía, notando que Avan creía que hablaban de María Olivia.

—Creí... que ustedes... no habían entendido —se excusó Avan nervioso.

—Tan distraído como siempre, querido amigo —dijo Tomás con resignación.

—¿Siempre las confundes así? Debe ser un gran problema —agregó Matt riendo.

—No, quiero decir, sí. No como ustedes creen, inmundos perversos —Avan estaba más sereno y podía devolverles las bromas. Aunque con ese tema nunca se sabía; se ató el cabello en un moño y tomó el taco que le ofrecía su amigo, poniéndole mucha tiza, fingiendo saber lo que hacía.

—Nosotros no creemos nada —Matt guiñó el ojo a Tomás mientras Avan se concentraba en su tiro, adoraban molestarse entre ellos, solían unirse en alianzas de a dos para molestar al otro.

—Dejemos ese tema. Díganme, ¿cómo están Katrina y Jessica? —preguntó Avan con una sonrisa.

Y la conversación se desvió al tema de las novias de sus amigos mientras las bromas siguieron hasta entrada la noche.

Avan pudo relajarse y pasar un rato de normalidad entre las peculiaridades de esos últimos días.

 

***

—Diez vueltas, niños. Y si protestan serán quince —rugía la profesora Monroe, entrenadora de Gimnasia de la primaria. Habían crecido junto a ella, estando cada año bajo su tutela y no podían acostumbrarse a su exigencia. Era una mujer mayor que estaba en buena forma; no era muy dulce, pero si la necesitabas podías contar con ella.

Todas las quejas murieron en los labios de los niños de último curso al oír sus palabras. Diez vueltas a la pista de atletismo eran la peor forma de terminar el día.

Olivia iba al final, sudando al culminar la primera vuelta, no era muy buena para el atletismo. Lena se rezagaba para esperarla.

—¿No odias los ridículos uniformes de gimnasia? —cuestionó intentando sacar un tema de conversación. Olivia la miró casi sin aliento y asintió. Detestaba los uniformes de pantalones deportivos y camiseta casi tanto como el ejercicio—. Si tan solo fueran de otro color...

Los uniformes, solo necesarios en la hora de gimnasia, eran color amarillo canario. Nadie podía sentirse cómodo utilizándolos, menos aún Olivia: eran shorts y camisetas del peor color posible para su piel, eran un infierno para ella.

—Azules, eso sería lo mejor... —concordó ella.

—Así que... no estás enojada por lo de ayer, ¿cierto? —comentó Lena como de paso.

—¿Enojada? ¿Por qué habría de estarlo? —respondió Olivia con ligereza y una sonrisa fácil. Sus dos coletas se balanceaban al ritmo de su paso.

Claro que estaba enojada, molesta y furiosa, la ira no quería irse. Deseaba ignorar a su amiga. Pero no lo haría; las cosas no funcionaban así.

Luego de las vueltas: los estiramientos, y al final, un partido de voleibol. Olivia fue la última en ser selecta, por descarte, como siempre pasaba.

Y su equipo ganó; aunque odiaba el ejercicio, era buena en ese juego.

Y por eso obtuvo unas cuantas miradas de odio extra. Claro, hacía algo bien y de todas formas estaba mal. ¿Cómo era eso posible?

Ya en los cambiadores, cosa que solo los alumnos de último curso usaban para acostumbrarse al futuro año, niñas y niños tomaron caminos opuestos, y Olivia se entretuvo charlando con la profesora sobre recomendaciones del atletismo y otras trivialidades.

O eso hacía hasta que una bandada de niñas salió corriendo despavorida del vestuario. Algunas aún vestidas y una que otra con la camiseta interior o cubriéndose con un polerón la parte de arriba del torso. Los chicos también salieron del vestuario, pálidos y sin tanto escándalo, para saber, tal vez, qué había ocurrido.

—¡Profesora, nuestra ropa está repleta de arañas! —gritaba Mía mientras se acercaba corriendo con una camiseta interior blanca. Había lágrimas en sus ojos. Las demás niñas de la clase de Livvy se acercaban detrás.

—¿Arañas, has dicho? ¿Cómo es posible? ¿Toda la ropa...?

—Emm... Profesora, la nuestra también —acotó Max con vergüenza. Ellos aún llevaban toda su ropa. Todos parecían incómodos y temerosos, tanto niñas como niños.

—Pero ¿qué me están contando?

La profesora casi corrió al vestuario de las chicas, y para su sorpresa, encontró unas cuantas arañas desperdigadas en la ropa de casi todas. Bueno, de todas menos de Olivia y Lena.

Sus largas y a veces peludas patas se entremezclaban en la tela y generaba un ruido sordo al moverse. Las más pequeñas se movían sin parar por entre los compartimentos de la ropa, mientras algunas se quedaban quietas y asquerosas, esperando atacar. Era una visión espeluznante. Negro sobre el blanco del fondo del casillero.

—Profesora, fue Olivia, estoy segura. Ella quería vengarse y...

—Cállate, Mía. Es imposible que semejante cosa la haya hecho Olivia, ella estuvo todo el tiempo en clase con ustedes —razonó la mujer.

—Pero...

—Sin peros, iré a ver el vestuario masculino y a llamar a alguien para que arregle este desastre...

La profesora se fue seguida de los niños.

—Fuiste tú —acusó Mía señalando a Olivia.

—Mía, agradezco que pienses que tengo la capacidad de la bilocación, pero eso es, en mi opinión y la de muchos, físicamente imposible, compañera —se defendió la niña con altanería.

—No tengo idea de que dijiste...

—Efectivamente...

—... Pero sé que has sido tú, de alguna forma.

Olivia asintió unos segundos mientras las chicas tomaban las pertenencias que no contenían artrópodos en ellas y salían de los cambiadores.

—Esto significa que está todo bien entre nosotras, ¿verdad? —quiso volver a corroborar Lena en el oído de Livvy. Solo ella podía saber de lo que era capaz su amiga, y sabía que ella había sido la culpable.

—Claro —contestó, y por fortuna, la morena no pudo ver la sonrisa traidora en los labios de Olivia.

 

***

Avan entregó su proyecto, entre explicaciones y reproches por parte de su profesor. El hombre lo aceptó accediendo a calificarlo con dos puntos menos en el máximo, por la tardanza.

Avan se hallaba sumamente conforme con eso mientras se dirigía a buscar a Olivia, ya que Monique no podía nuevamente.

La niña esperaba a su madre con su ropa de diario en la mano, por lo que vestía los pantalones cortos de gimnasia y una camiseta. Olivia con pantalones no era algo que se ve todos los días. Al ver que era Avan quien se acercaba se sonrojó y bajó un poco los shorts.

—¿A qué se debe tan elegante atuendo? —caviló en voz alta el mayor mientras la saludaba.

—Arañas.

—¿Arañas?

—Arañas.

Avan alzó las cejas esperando una mejor respuesta por parte de la niña.

—Había arañas en la ropa de la mayoría de los chicos de mi clase al terminar gimnasia. Y nos obligaron a todos a salir así...

—Cuando te refieres a la mayoría es... todos excepto tú, ¿verdad?

—Obviamente. Lena y yo.

—Livvy, cariño, ¿qué has hecho?

—¿¡Yo!? —fingió asombro—. ¿Me crees capaz de hacerle algo así a mis queridos compañeros?

Emprendieron camino cuando Avan la miró con sorna.

—Yo estaba en clase con ellos. No lo hice. Fin.

—Olivia... —alargó Avan la palabra.

—Pregúntale a la profesora o a quien quieras. Yo estaba en clases. Es imposible estar en dos lugares a la vez, mi querido Avan. Mira mi madre, por ejemplo, si tuviera la capacidad de bilocación podría haber recordado que tenía una hija y venido por mí a la vez que ir antes al trabajo.

Avan la miró impresionado. Sabía que Livvy lo había hecho, el problema era cómo.

 

***

El cómo había ocurrido no salió de la cabeza de Avan por el resto de la semana. Olivia estuvo en clase todo el tiempo, eso estaba claro en cuanto no le llamaron la atención en ningún momento. Pero también era muy claro que más de cien arañas no podían aparecer por arte de magia en la ropa de todos los estudiantes, menos de la susodicha y su mejor amiga.

Lo que más intranquilo tenía a Avan era la inocencia perversa con la que la niña hablaba del acontecimiento, sonriendo con picardía y abriendo mucho los ojos. No había ni una pizca de remordimiento en sus palabras, a diferencia de cuando ocurrió el incidente con el gato, que al menos fingía arrepentimiento frente a todos menos de él.

Loretta, en cambio, felicitaba a la niña, cosa que desconcertaba aún más al joven. Incluso, aunque Livvy insistía en que no había sido cosa suya, Loretta estaba segura de que sí. Y no porque tuviera saña con la menor, sino porque, ¿qué otra posibilidad había?

En contra de todo pronóstico, aún no tenía las pruebas necesarias para inculpar a la muchachita por el cabello de la amiga de su hermano. Pero eso ya era un tema pasado, ¿verdad? Olivia tenía un nuevo look que le sentaba de maravilla, Avan volvía a hablarle a su hermana con normalidad y la joven parecía no inculparla por lo ocurrido. Entonces, ¿por qué Loretta no podía sacarse el pensamiento de que había algo más detrás de todo lo ocurrido con María Olivia?

Por otra parte, los padres de Olivia habían oído hablar de lo sucedido en la escuela en la reunión que se realizó el día viernes, con el motivo de suspender las clases de gimnasia hasta nuevo aviso, ya que, al parecer, había plaga de arañas en los vestuarios.

La señora Penz al enterarse, había preguntado como al pasar, qué hacía Olivia en ese momento, alegando preocupación por ella; ¿qué otra cosa podía hacer? Su mente estaba predispuesta a imaginar lo peor de su hija. Le costó mucho creer lo que la profesora decía: todos los niños estaban en clase al momento en que las arañas se colaron dentro de casilleros cerrados. Ninguno fue lastimado realmente por las arañas y los padres ya podían llevarse la ropa de ellos de nuevo a casa.

Al aclarar la profesora que no todos los casilleros habían sido afectados, se armó una pequeña disputa.

—Mi hija asegura que esos casilleros son los de Olivia y Lena, su mejor amiga —comentó una mujer alta y de cabello oscuro.

—Sí, lo son, pero eso no es relevante...

—Mi hija también asegura que la primera niña es extraña y que está ensañada con ellos... —replicó con desprecio en el semblante.

—Debo recordarle que está hablando de mi hija, señora —soltó el señor Penz, incapaz de oír hablar mal de su hija sin que ella estuviera presente para soltar sus ingeniosos comentarios para defenderse.

—Olivia es especial, pero como he dicho, estaba en clases...

Dante resopló. Y Monique miró a la mujer que había hablado en señal de apoyo. Estaba de acuerdo con ella; pero esta vez parecía imposible que fuera culpa de Olivia.

Todo se redujo a una inoportuna y extraña plaga de arácnidos.

Esa reunión ocasionó una pelea en el matrimonio al llegar a casa, que culminó en el momento en que Olivia empezó a gritar en la planta superior.

La pequeña ya se hallaba durmiendo cuando sus padres llegaron, Avan se había encargado de que así fuera, y por eso no había podido oír la discusión entre casi susurros que se desarrollaba en el cuarto de al lado.

Pero eso no había impedido que gritara... o más bien chillara al despertar de una pesadilla.

Sus padres corrieron a su habitación, olvidando su controversia. Livvy lloraba a todo pulmón mientras abrazaba su almohada; su padre la abrazó al instante y su madre se acercó, dando leves palmaditas en la espalda de la pequeña, el instinto materno se encontraba ausente desde un principio del cuerpo de la mujer.

—Olivia, cariño, mírame —rogaba el hombre intentando apartar a Olivia para verla a los ojos. Pero la niña estaba aferrada a él, llorando.

—Olivia, ¿qué pasa, muñequita? —intentó su madre, utilizando el apelativo cariñoso que usaba cuando Livvy era un bebé.

—Mami...

Algo dentro de Monique se activó por un momento, haciendo que abrazara a su niña por la espalda. La necesitaba, necesitaba una madre que ella nunca podría llegar a ser, necesitaba un amor que ella no podía entregarle. Ella y su marido eran la única familia real de la niña, pero ella hacía años que no se sentía parte de la familia.

—Estoy aquí, muñequita, no soy lo mejor, pero...

—So... solo fue una... una fea pesadilla —murmuraba la niña contra el pecho de su padre, mientras este la mecía con delicadeza—. Solo una pesadilla —repitió.

Esa noche, Olivia no durmió. Pasó todo el tiempo desde que sus padres volvieron a su habitación, hasta que oyó el despertador, ordenando cada rincón de su cuarto, limpiando a consciencia cada centímetro y cambiando de lugar todo lo que pudo, renovando así su ambiente. Todo eso para intentar borrar la sangre que no quería salir de su mente, o tal vez no podía.

Pero hay cosas que simplemente no se van.

Se quedan allí, minando de a poco el terreno.

Esparciendo más sangre por las paredes.

 

 

 

 

 

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