Olivia

Olivia


MEJOR QUE NO PASE

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MEJOR QUE NO PASE

 

 

Olivia se encontraba en la sala de estar de su casa jugando con una muñeca que su padre le había regalado ese día al volver del trabajo. Aún conservaba su cabeza..., aunque no por mucho tiempo.

La pequeña balanceaba sus pies, que colgaban del sillón, mientras inspeccionaba el cuello de la muñeca, buscaba el punto justo por el cual se cortaría al tirar.

Comenzó a tararear su canción favorita de la película Footloose. Mientras, enroscaba el cabello de la muñeca entre sus dedos, notando lo suave que estaba. Con una sonrisa tierna en el rostro, tocó con delicadeza la cabeza de la muñeca, para luego comenzar a tirar de las piernas y el cabello del juguete.

Hasta que se separaron con un chasquido sordo. A la vez que eso ocurría, un grito agónico resonó en la cabeza de la pequeña.

Y la sangre comenzó a manar de la herida de la muñeca, desde la cabeza y desde el torso. Roja, cálida y espesa, manchando el blanco vestido de la niña y el sillón azul de la sala. Olivia podía oler el hierro y la sal presentes en la sangre.

Se levantó lo más rápido posible con desesperación, sin poder creer lo que ocurría. Resbaló un poco con la sangre que ahora comenzaba a inundar levemente el piso de la sala. Sosteniéndose del sillón, recuperó la estabilidad y emprendió el camino a la cocina, buscando con premura a sus padres; mientras, la sangre seguía manando del cuerpo de la muñeca en el sofá.

—¡Papá! —gritó a todo pulmón, aterrorizada. La casa se notaba más sombría a cada segundo, como si la luz fuera absorbida a otra parte del planeta. Su voz y pasos resonaban en las paredes, generando un eco estremecedor.

Pero sus pasos no eran los únicos.

—¡Mamá! —exclamó ahora con fuerza entrando en la cocina. Estaba temblando y llorando, como la niña que era en realidad. ¿Qué estaba pasando?

Con angustia, decidió salir fuera de esa casa, cada vez más oscura y silenciosa; repleto de sangre estaba el piso mientras se acercaba a la puerta delantera cruzando la espeluznante sala.

Pero donde debía estar la puerta, solo había pared. Dura y firme pared de ladrillo.

Tocó con necesidad la pared, llorando y llamando a sus padres con voz aguda y quebrada.

Los pasos volvieron a oírse, esta vez más cerca. Olivia miró a su alrededor, centrando su empañada vista en el sillón. Los ojos de la muñeca estaban vacíos y parecían mirarla, mirarla dentro de su alma oscura.

Corrió, aún tropezando y resbalando con la sangre, cada vez más densa, cada vez en más cantidad. Corrió escaleras arriba, dejando huellas rojas en cada escalón, apenas veía por donde iba en realidad, se guiaba más por instinto, por memoria de su propia casa.

Abrió con apremio la puerta de su habitación, cerrándola a su espalda, y corrió al interruptor de luz. Necesitaba la seguridad de sus cosas y la luz de su cuarto.

Contra todo pronóstico, la luz encendió. Pero fue inmensamente peor... Todas las muñecas de la habitación sangraban, y Olivia juraba que murmuraban cosas incomprensibles. Había entrado en estado de pánico, llorando y gritando, cuando los golpes comenzaron en la puerta. Se escondió debajo de las mantas a toda velocidad, intentando ignorar el inquietante espectáculo que presenciaba y sin importarle la sangre que dejaría en la ropa de cama.

Los golpes tenían una cadencia espeluznante.

Golpe, rasguño. Golpe, rasguño. Respiración entrecortada.

Olivia lloraba a lágrima viva, en el más profundo silencio que podía conseguir. Pero su mente no dejaba de repetirle: «No mires detrás de ti, no mires detrás de ti».

Golpe, rasguño. Golpe, rasguño.

Comenzó a contar los golpes en la puerta, intentando controlar su respiración. Al undécimo, cesaron.

El silencio era incluso peor. Las muñecas habían callado. Pero Olivia aún no tenía el valor de salir de entre las mantas; la cabeza escondida bajo la almohada, ella bocabajo.

La puerta se abrió con un chirrido espeluznante. «No mires detrás de ti, no te incorpores», decía la voz en su mente.

Pero, cómo no, no pudo evitar levantar la almohada con lentitud y manos temblorosas. El olor a sangre fresca llenó sus fosas nasales cuando quitó definitivamente la almohada.

Apretando los ojos para no abrirlos, incorporó la cabeza entre sollozos silenciosos, el miedo le impedía pensar con claridad.

Sintió al instante una respiración entrecortada que despeinaba los cabellos de su nuca, era tibia y profunda.

No quería abrir los ojos.

No quería mirar detrás de ella.

Pero lo hizo.

 

***

Esa noche fue la peor que pasó Olivia. Despertó con las manos heladas y sudorosas, lágrimas en todo su rostro y almohada, se sentía en shock.

La pesadilla iba empeorando y cambiando. Y ella no quería enfrentar el final.

Siempre el mismo final.

Aunque esa noche, no fue la única en no dormir.

No era la única cuyos pensamientos la atormentaban y le impedían el sueño. Cuya mente la alertaba por peligros, tal vez inexistentes, o tal vez infundados, peligros que estremecerían a cualquiera, porque así era la mente, jugaba contigo sin que fueras consciente.

En la casa de al lado, un chico tenía los cascos de música con todo el volumen que le permitían sus oídos. Imaginaba historias que sabía que no pasarían. Que era mejor que no pasaran.

Reflexionaba sobre la vida, sobre cómo todo cambia en un segundo, sobre el instinto de supervivencia y cómo su mundo parecía girar en torno a una sola cosa. Él era un simple y triste satélite, como la luna.

Pero aún más solo.

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