Olivia

Olivia


TREGUA

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TREGUA

 

 

Olivia salió del colegio con calma y lentitud, esperando ver a Avan para contarle su frustración por la decisión que habían tomado con respecto al psicólogo, o a su madre para recorrer un camino de silencio; pero se paró en seco al encontrar a Loretta, esperándola donde normalmente lo hace Avan, con cara de pocos amigos.

—¿Dónde está Avan? —increpó la pequeña llegando a su altura, imaginaba que si su madre no estaba era porque había ido antes a trabajar otra vez.

—Hola, Loretta, me alegro tanto de verte, ¿cómo has estado? —dijo Loretta imitando la voz aguda de Olivia. Resopló y agregó—: Eres la niña que camina más lento en la faz de la Tierra, ¿podrías moverte más rápido, por favor? —le dijo la morena mientras Olivia emprendía el camino a casa. La niña aminoró la marcha solo para frustrarla.

—¿Dónde está Avan? —repitió Olivia.

Loretta suspiró irritada.

—Recogiendo su nuevo automóvil.

Olivia sintió repentina angustia recorriendo su cuerpo. ¿Automóvil? ¿Eso significaba...?

—Ya no debe cuidarme —dijo con voz queda, siguiendo el camino cabizbaja.

—Exacto. Ya tiene lo que quería. Notarás que ni siquiera se tomó el trabajo de venir a recogerte. En cambio, aquí está la buena Loretta al rescate...

—Loretta.

—¿Sí?

—Cállate.

Olivia lo dijo con tal tono de voz que la morena se rehusó a emitir palabra en lo que quedaba de camino. Y eso solo logró que Livvy no parara de pensar en las mil formas de destruir un auto, cada cual más imaginativa que la anterior, solo para que Avan siguiera cuidando de ella. Rayarlo por completo con una piedra, destrozar los vidrios con un fierro, rasgar la tapicería con una tijera...

La otra opción que siempre había tenido, aparte del cuidado de Avan, era doble horario en la escuela. Y eso era algo que Olivia se negaba a soportar.

—Y... ¿cómo te fue en la escuela? —preguntó con cautela Loretta mientras rebuscaba algo para comer y darle a la niña entre las alacenas.

—No quieras ser simpática conmigo, Loretta —respondió Olivia arrastrando una silla hasta la encimera, subiendo en el mueble y sentándose sobre la misma, muy cerca del lavabo. No es que Livvy no llegara saltando, tal vez lo haría si lo intentase, pero le encantaba el proceso de la silla.

—Está bien, engendro de Satán, ¿aún no te han echado del colegio?

—No invoques a mi señor si no soportas que venga —dijo la niña de forma oscura mientras movía las manos en el aire.

—Okey, has tenido un mal día. Lo he captado.

—Al parecer, la señorita Chan y todo el colegio creen que necesito un psicólogo... —refunfuñó entre dientes, sincerándose.

—No. ¿En serio? ¿Tú? Pero si eres un angelito. ¿Por qué alguien enviaría a una niña que asesina gatos, juega con mitades de muñecas y entra a la casa de sus vecinos en plena madrugada, al psicólogo? —dijo con sarcasmo Loretta.

—No sé quién te ha dicho semejante cosa, Loretta. Yo no juego con mitades de muñecas, solo las utilizo por separado —aclaró la chica moviendo los pies, dispuesta a jugar lo que Loretta mandase.

—No lo has negado... —comentó Loretta con sorpresa.

—Tampoco lo he afirmado —agregó con soltura.

Ambas se miraban desafiantes. Y entonces Loretta tuvo una idea maravillosa, según ella, de las mejores hasta el momento.

—Está bien. Tregua. Tú ya has ido al psicólogo del colegio, ¿verdad? —inquirió mientras sacaba papas congeladas del refrigerador y un trozo de carne cocida del día anterior.

—Tregua. Y sí, he ido. Por eso, y porque es conocido de la familia, la maestra me conseguirá un nuevo y buen psicólogo.

Olivia intentó sonreír mientras la morena ocultaba su mirada, centrándola en las papas que había puesto a freír.

—Mi exnovio es psicólogo, y muy bueno, debo decir. Casi no tengo contacto con él, volvió hace no mucho de su especialización en el exterior. De veras puede ayudarte. Y sí, como es tregua le daré el número a tu padre, para que lo considere y lo llame si cree pertinente, ¡que luego no digan que soy mala persona!

—¿Por qué me ayudarías? —preguntó la niña bajando de la encimera para estar de pie y enfrentar a Loretta. La diferencia de altura entre ambas era casi ridícula.

—Porque creo que requieres ayuda. Eres una niña, con una... realidad diferente, pero una niña al fin. Me caes mal por... eso. Tal vez, si alguien te ayuda, sería mejor, una mejor versión de ti.

Las palabras de la chica parecían sinceras, y aunque Olivia no se consideraba una niña con una «realidad diferente» y tampoco quería una mejor versión de sí misma, decidió que Loretta podía tener buenas intenciones esta vez. Después de todo, su rivalidad era principalmente animosidad por parte de ambas.

—Está bien, habla con mi padre. Tal vez tu ex sea bueno en lo que hace...

—Lo es —respondió con alegría la muchacha. Olivia sonrió, decidiendo que tal vez, podría confiar en Loretta, después de todo, sabiendo que ella había entrado en la casa la noche del corte de pelo de María Olivia, no había contado sus sospechas a Avan y había asumido toda la culpa. Tal vez, la muchacha no fuera tan mala como las fantasías de la niña la hacían creer.

—Olivia, ¿por qué eres vegetariana? —a la morena siempre le había generado una gran duda la elección de la niña. Sirvió solo papas en un plato y un poco de carne en el otro. Olivia se sentó en la mesa, dispuesta a comer y contarle a Loretta.

—Hace un tiempo me di cuenta de que la carne no era lo mío. Me resulta bastante repugnante comer músculos de animales. No puedo —respondió estremeciéndose notoriamente.

Loretta miró a la niña con la boca abierta. ¿De verdad? Había matado a sangre fría a su gato y le resultaba repugnante comer carne animal.

—No opinaré —decidió la mayor.

—Lo mejor que has dicho en mucho tiempo.

 

***

—¿De veras debemos volver? —preguntó Olivia haciendo un puchero intentando recuperar el aliento.

—Sí. Tengo obligaciones, por si lo olvidas, cariño —respondió Avan, alejando a Olivia de su regazo.

—Tu hermana puede cuidar de mi tocaya un tiempo...

—No, no puede. Esas dos se odian, me sorprendería que aún no se hayan asesinado mutuamente.

—Ten un poco de fe, Avan. Le has dicho a tu hermana que sea buena, creo que Loretta puede con la chica. Si no la deja pelada, claro.

Avan se rio y María Olivia sintió cómo su estómago giraba. Amaba la risa de Avan, esa risa que soltaba tan de vez en cuando, que cuando se presentaba, debías guardarla en tu memoria, para reproducirla mil veces hasta volver a oírla.

Avan puso reversa y se alejó de la playa en donde habían parado a tomar helado, sorprendido de que ningún policía haya detenido su sesión de manos-besos-piel. Casi media hora había de viaje desde su vecindario hasta allí.

Avan estaba hablando más de la cuenta, su voz tenía un ligero nerviosismo, que Olivia no pudo pasar desapercibido.

—Avan, para de hablar. No me interesa tu interesante descubrimiento de que la mina del lápiz 4B es ideal para los sombreados. Dime, ¿qué te ocurre? Y no me insultes diciendo que nada; soy tu mejor amiga, sé que algo pasa.

Avan no quitó la vista de la carretera, solo apretó las manos en el volante y respiró profundo.

—Nada... digo, es solo... esta sensación de fatalidad inminente. Cuando todo llega al máximo punto posible. La elasticidad de la vida antes de romperse en mil pedazos. Las razones por las que los límites son llamados límites; todo eso. Olivia, algo pasará, y temo que no será bueno. Y...

Avan no pudo seguir hablando. Ya había sido demasiado, sentía su pecho comprimido y su cabeza embotada. Se centró aún más en la carretera.

—Debes dejar de leer lo que sea que estás leyendo, chico. En la vida pasan cosas malas constantemente, debes calmarte, noto cómo esto te está afectando, y creo que no soy la única que lo ve.

—No leo nada...

—Entonces ese es el problema.

Olivia sonríe, mostrando sus dientes; pero Avan no lo ve. Solo se concentra en el camino.

 

***

El señor Penz estaba en su consulta más complicada en mucho tiempo.

—Así que... cree que nada tiene sentido. ¿Podría dar algún motivo a eso?

—En realidad no. Solo... ¿para qué esforzarnos si vamos a morir? ¿Por qué yo debo esforzarme más que otros? No tiene sentido. Ellos no valen más que yo.

—¿Por eso dio vuelta el escritorio de su jefe y golpeó a su secretaria?

El hombre sentado ante él, en su sillón favorito de cuero claro, parecía un típico cuarentón de ciudad. Con su camisa y pantalones de vestir. Pero este hombre, había provocado una catástrofe en la empresa donde trabajaba, provocando su despido. Claro, no sin antes que su jefe lo recomendara a él.

—Sí, creo que fue por eso.

—Al hacerlo, ¿se sintió mejor? ¿Ha sentido que valía más que ellos?

El hombre miró a su psicólogo mientras pensaba. Tensó la mandíbula y se negó a responder. Exactamente como el doctor creyó que haría.

—Usted debe entender que esta es la realidad, lo toma o lo deja, vive o muere...

No pudo terminar su discurso, ya que su teléfono móvil comenzó a sonar.

—Disculpe —dijo mientras atendía. Era el número de la residencia de Avan, y siempre atendería ese número.

—¿Señor Penz? Habla Loretta, espero no interrumpir una consulta —comenzó la chica al otro lado de la línea.

—No, no, Loretta, tranquila. Dime, ¿ha ocurrido algo? ¿Dónde está Avan? ¿Y Olivia? —preguntó el hombre un tanto preocupado. El paciente lo miró intrigado un momento.

—Todo está bien, señor... Bueno, en realidad, imagino que ya estará enterado que en el colegio han decidido que Olivia necesita de un psicólogo.

—Sí, me lo han dicho, y que es claramente poco recomendable que la atienda mi querido amigo, Martín. He estado buscando psicólogos que no conozca personalmente, pero me es difícil llevando tantos años en el rubro.

—Yo quería decirle que conozco a un psicólogo que probablemente usted no. Mi exnovio, Mauro. No hay forma de que lo conozca a profundidad porque él estudió en el extranjero y ahora ejerce poco.

—Pero ¿tú hablas con él? —cuestionó el hombre interesado.

—Casi nada, por algo es mi ex. Solo tengo su número. Podría pasárselo y usted llamar, al menos para intentar.

—Me encantaría. Envíamelo por mensaje y lo llamaré ni bien tenga ocasión —el hombre miró a su paciente, quien había empezado a toquetear su celular.

—Perfecto. Ahora lo envío. Adiós.

Dante cortó y se dirigió al hombre que tenía enfrente.

—Lo lamento, era algo relacionado con mi pequeña niña.

—No se preocupe, lo entiendo, daría todo por mis hijos, ¿los ve? —dijo el paciente tendiéndole el celular al doctor. En la pantalla se veían dos niños de unos nueve años, iguales entre sí y una niña de cabello color caramelo un poco menor. Los tres sonreían a la cámara—. Ellos merecen algo mejor, ¿no le parece?

—Los niños merecen lo mejor que podamos ofrecerles, pero usted no podrá ofrecer mucho ahora que se ha quedado sin empleo. Y tuvo suerte de que la secretaria no presentara cargos.

—Eso no se llama suerte, doctor, eso se llama amante. A veces es conveniente tener a alguien de su lado.

Dante no estaba de acuerdo con que la gente tuviera amantes, ni ningún tipo de relación amorosa o sexual fuera de un matrimonio o relación de pareja; pero no podía juzgar a su paciente.

—Llame como se le llame, necesito que me describa qué pasó con esa mujer. Y que me diga las implicancias que tuvo en su arrebato.

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