Olivia

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PESADILLA DE DÍA

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PESADILLA DE DÍA

 

 

Olivia estaba en el patio trasero de la casa de los Danvers, Loretta estaba hablando con su padre, pasándole el número de su nuevo psicólogo. La chica no estaba muy segura, pero decidió darle un voto de confianza a Loretta.

«Psicólogo, puaj. Como si alguien fuera a entender...».

Tomó una lupa que había sacado consigo, dispuesta a exterminar las hormigas del jardín de Avan. Sentía una especie de morboso placer en ver cómo las hormigas morían quemadas a causa del sol, acabar con su delicada vida. Poder, eso también sentía mientras una sonrisa se dibujaba en su cara.

Iba quemando unas diez inocentes hormigas cuando escuchó el chirrido de un auto estacionando en la calle. Se levantó de repente y corrió a la entrada de la casa, dando pequeños saltos en su trote, como acostumbraba hacer.

Avan bajó de un viejo auto azul, que a Olivia le gustó al instante. Le pareció que iba acorde al muchacho y lo que representaba.

—Joder, Avan, pensé que tendrías mejor gusto —dijo Loretta saliendo detrás de la niña, intentando pinchar a su hermano. Avan bajó su mochila del asiento trasero sonriendo.

Olivia paró en seco, mirándolo. ¿Por qué Avan tenía la mochila en el asiento trasero? Si el asiento de copiloto estaba vacío, ¿para qué tomarse la molestia de guardar la mochila detrás? Tal vez el asiento no siempre haya estado vacío.

Mil posibilidades giraban en la mente de la pequeña, pero la que más destacaba entre ellas era la de que Avan hubiera llevado a alguna chica a pasear en el coche. A dar la primera vuelta que le correspondía a ella. Odiaba pensar que Avan hubiera llevado a una chica que casualmente tenía su mismo nombre.

—Siempre tan alentadora, querida hermana. Livvy, ¿cómo estás? ¿Quieres dar un paseo? —saludó Avan intentando darle un beso en la mejilla a Olivia.

La niña se apartó, mirándolo con ojos rabiosos.

—Está bien... Alguien no tiene buen humor hoy...

—Ha estado así todo el rato —acotó Loretta al comentario de su hermano con una sonrisa tranquila.

—Nadie te lo ha preguntado —espetó la chica, dando la vuelta y entrando a la casa con paso firme.

Avan la miró sin comprender y, luego de cerrar el auto con llave e ignorar olímpicamente a su hermana, la siguió dentro de la casa.

—Hey, Livvy —llamó Avan acercándose a la niña, quien estaba de espaldas a él toqueteando el estante de libros y juegos del salón—. Livvy —repitió inseguro parándose detrás de ella—. ¡Basta, Olivia, mírame! —exclamó Avan tocando el hombro de la menor, odiaba que ella lo ignorara.

—No, Avan, no quiero dar un paseo en tu maldito nuevo coche...

—Como quieras... Solo era una sugerencia.

—Listo.

Olivia estaba de brazos cruzados mirando a Avan a los ojos. Tenía el cabello suelto, leves ondas marcadas y las mejillas sonrosadas. Las lágrimas hacían brillar ligeramente sus ojos.

—¿Qué ocurre, pequeña? Puedes decírmelo —cedió Avan. Su tono de voz era dulce siempre que se dirigía a ella.

—Nada. No me pasa nada —respondió la chica, pero se le quebró la voz patéticamente al final de la oración y se largó a llorar. De dolor, de rabia, de impotencia.

Avan, sin estar muy seguro qué hacer, se puso de rodillas ante ella y la abrazó con cuidado.

—Hey, todo está bien.

—No —dijo con voz ahogada mientras ocultaba el rostro en el cuello de Avan. El muchacho estaba tenso mientras acariciaba su suave cabello con cuidado—. No está bien. Quieren que vuelva a ir al psicólogo, y yo no quiero porque no deseo contarle nada porque... no estoy loca, y los chicos en el colegio... No soporto a quien era mi mejor amiga y tú... y tú ya tienes tu automóvil y no debes cuidarme más y mis padres me meterán en el horario completo del colegio y yo...

—Para, para —la frenó Avan, alejándola para mirar sus húmedos ojos—. El hecho de que tenga el auto no quiere decir que dejaré de cuidar de ti. Nadie te meterá en horario completo, calma, peque. Y ya sabes cómo es el tema de los chicos en el colegio, debes ser fuerte, ya falta poco para el secundario y allí todo mejora. —lo último era una gran mentira y Avan lo sabía. Los pocos amigos que había logrado en la secundaria se habían ido esfumando, apenas los veía. Solo eran amigos del momento—. Y sobre todas las cosas, no estás loca, Livvy —agregó con dulzura.

—¿En serio? ¿Seguirás cuidando de mí? —preguntó la chica sorbiendo por la nariz.

—Siempre que me necesites. Ahora, ¿tienes tareas? Debes contarme eso del psicólogo... —comenzó Avan.

Avan llevó a Livvy a la cocina para hacer las tareas, mientras Loretta los miraba sorprendida desde la puerta. No podía creer lo que ese par representaba. Y cómo la ignoraban cuando estaban juntos. Vamos, que la chiquilla casi le había caído bien por un momento, casi.

Se estremeció, intentando no pensar en eso ahora, y tarareó mientras mandaba un mensaje a un exnovio meloso.

 

***

Avan descansaba un poco esa noche. Tenía los auriculares puestos con la música a un volumen bajo, como si de música de fondo se tratase.

Al principio tarareaba con los ojos cerrados, pero, casi sin darse cuenta se fue perdiendo en sus pensamientos, en sus recuerdos más bien.

Era el cumpleaños número once de Olivia y sus padres organizaron una fiesta, siempre queriendo aparentar ante el mundo, ya que la niña estaba reacia a celebrarlo, sabía que sería un completo desastre y Avan estaba de acuerdo con ella, eso solo podía terminar con Olivia sintiéndose miserable por las burlas que seguramente recibiría.

Pero su actitud cambió un poco cuando entregó las tarjetas del festejo y sus compañeros parecían entusiasmados con la idea. Avan recordaba que estaba incluso contenta los días anteriores.

Sus padres habían decorado la casa, contratado juegos y una cama de saltar, habían comprado montones de comida y golosinas.

La madre de Olivia había peinado a la niña y su padre le había comprado un hermoso vestido con vuelo.

Lena fue la primera en llegar. Estaba tan contenta de que le había entregado su regalo a Olivia semanas atrás: un cuaderno con tapas de peluche rosado.

Avan y Loretta estaban allí también, el sol brillaba y Livvy esperaba al resto de los invitados con una sonrisa. Sus padres iban de un lado al otro sirviendo comida en las mesas, su padre le enviaba sonrisas tranquilizadoras cada vez que cruzaban miradas.

Pasados veinte minutos, la sonrisa de Olivia había comenzado a decaer, Lena intentaba hacer que su amiga se sintiera bien, incluso habían abierto los regalos de sus padres antes con tal de entretener a la cumpleañera.

Pero luego de una hora los invitados no aparecieron. Avan podía ver cómo el matrimonio Penz se sentía incómodo, cómo Lena no sabía qué hacer, cómo los ojos de Olivia se llenaban de lágrimas...

Así que el muchacho actuó:

—¿Sabes, Livvy? Las fiestas de cumpleaños están sobrevaloradas —dijo tomando la mano de ella y haciendo que se levantara del sillón—. Iremos a tomar un helado y al parque de diversiones, ¿te parece?

Olivia asintió mientras una lágrima traicionera bajaba por sus mejillas. Avan solo había mirado al matrimonio y a su hermana mientras salía por la puerta de la casa.

Cuando llegó al auto de sus padres su hermana traía la llave entre los dedos.

—No irás muy lejos sin esto —le dijo. Olivia subió al asiento de copiloto con la cabeza gacha.

—Gracias, Lor. ¿Vienes? —preguntó él subiendo.

—No, no soy buena consolando niños. Haz que su día sea el mejor posible —agregó su hermana.

Avan emprendió camino con la radio prendida a todo volumen. Olivia cantó todas las canciones de Avan a todo pulmón, intentando así no llorar.

—Livvy, puedes desahogarte conmigo, lo sabes. No debes fingir —casi gritó Avan para hacerse escuchar. La niña se encogió de hombros y siguió cantando.

Luego de eso, Avan solo recordaba risas y diversión. Le había permitido subir a todos los juegos, y su penosa fiesta casi quedó en el olvido.

Volvió en sí cuando su teléfono comenzó a sonar con el tono de llamada. Era María Olivia, pidiéndole verse. Avan nunca estuvo tan agradecido de oír eso.

 

***

—Cuéntame, Olivia, ¿qué ha estado rondando en tu mente?

Olivia jugueteaba con sus manos mientras balanceaba los pies intentando pensar qué sería lo mejor para responder.

Mauro era un joven psicólogo de veinticinco años, con cabello oscuro y mirada amable. Parecía bastante inquieto y su oficina estaba ligeramente desordenada y olía a perfumador de vainilla. Eso le revolvía el estómago a Livvy. Detestaba el olor dulzón de la vainilla, más aún cuando se utilizaba para ocultar el olor a cigarrillo.

El padre de la joven lo había llamado casi al instante y habían acordado la cita para ese jueves.

—¿Impulsos nerviosos? —respondió casi sonando como una pregunta. Sonrió con ligereza.

—No me refiero a literalmente. Quiero decir en tus pensamientos. Tus ideas, ¿cuáles han sido en este último tiempo?

—¿Usted sabe el motivo por el que estoy aquí? —inquirió la chica parándose y recorriendo la oficina. La iluminación de la estancia provenía de un ventanal detrás de un escritorio que parecía que nadie utilizaba. El psicólogo estaba sentado en una pequeña silla y ella había estado en un cómodo sofá polvoriento. Era una estancia del propio apartamento del doctor.

No había plantas o alguna otra señal de vida en el lugar.

—Aparte de porque Loretta me lo pidió, no. Quiero que tú seas la que me cuentes por qué crees que estás aquí.

La voz del hombre sonaba calmada mientras miraba cómo la niña ojeaba sus diplomas con interés.

—¿Yo? Ja. Creo que estoy aquí porque todos están tan malditamente locos que no me comprenden.

—Agradecería que no digas malas palabras...

—Oh, por favor, «malditamente» no es una mala palabra, además no se haga el remilgado conmigo que cosas peores debió decirle a Loretta en la cama —replicó la chica mirando al hombre a los ojos. Olivia siempre había tenido una desfachatez enorme a la hora de hablar de las relaciones íntimas de pareja. Nada de semillita de amor ni de abejas y flores.

—Sí, así es, pero no es correcto que una niña diga semejantes cosas, aunque si es necesario y te hace feliz... —dijo el doctor intentando otorgarle astucia a su comentario.

—¿Y qué es lo correcto?

Olivia se sentó en el suelo siguiendo el patrón de la desgastada moqueta.

El hombre la miró con atención. La niña decía más con sus acciones que con sus palabras, él pensaba que las cosas que hacía las hacía de forma inconsciente, mientras que cada palabra que salía de su boca era algo premeditado, o eso percibía en esos momentos.

—¿Acaso lo correcto es lo que dice la sociedad, lo que dice Dios, o lo que dicen un montón de hombres mientras hacen leyes sentados en sus mansiones? —agregó ella.

—Está bien, puedes insultar tanto como quieras, niña —cedió el hombre.

—Gracias, pero ya no me apetece —respondió encogiéndose de hombros.

—Entonces, dejando de lado tus claras ideas sobre cómo juzgar la vida, ¿tienes algo más que decirme?

—Sí, el verde le sienta muy mal.

—Eso dices tú. A mí me gusta —replicó el hombre tocando su suéter.

—Es ridículo.

—¿Te parece ridículo? Pues a mí me gusta. ¿A ti te gusta tu vestido?

—Sí, creo que me sientan bien y me veo bonita —respondió tocando la puntilla en el bajo de la prenda.

—De esta forma, Olivia, concordamos que tú no me juzgarás porque yo no lo hago, gustos son gustos —dijo el psicólogo haciendo anotaciones en su libreta. Olivia era una chica inteligente y difícil.

—Tengo pesadillas —soltó la niña de repente con la vista clavada en la moqueta.

—¿Cómo? —inquirió el doctor quien estaba concentrado en sus apuntes.

—Sueños feos, doctor, sueños que dan miedo, eso es una pesadilla. Usted me preguntó qué hago aquí, le estoy contestando. Tengo pesadillas. Muy feas.

—Entonces quieres hablar de eso —supuso el hombre con delicadeza incorporándose para sentarse junto a la chica en el suelo. Olivia lo miró un segundo con cara de pocos amigos.

—No, mejor hablemos de cómo asesiné a mi gato por interesado —respondió riendo, toda su actitud repentinamente cambiada.

—Está bien, cuéntame de eso si es que quieres.

—No, eso puede preguntárselo a mi madre, ella le contará la mejor versión de los hechos.

—Olivia, quiero que me lo cuentes tú —pidió él estirando las piernas.

—El gato me pidió que lo alimentara, lo hice y cuando quise mimarlo me ignoró. Por eso lo maté, porque me utilizó de una forma vil y traicionera.

—¿Y cómo te sentiste luego de hacerlo?

—Poderosa.

—¿Sentiste algo de culpa, lástima?

—Claro que sí, mi padre quería mucho al gato y no era tan malo. Pero no sentí arrepentimiento.

—Muy bien, ahora hablemos de tu relación con el internet, ¿tienes redes sociales? —indagó él, cayendo en la cuenta del porqué la niña le molestaba tanto a Loretta.

—¿Internet? ¿En serio? —Olivia alzó una ceja al mirarlo. Se puso de pie y lo miró desde su altura.

—La Internet es el principal problema de la juventud ahora, y agradecería que no respondieras mis preguntas con otras preguntas.

—Está bien —dijo la niña conteniendo la risa—. Hablemos de internet. No tengo redes sociales... Espere, no me gustan. Leo desde allí porque descargo libros eróticos pirateados, ya que si le pido eso a mi madre le daría una especie de infarto. También leo en una plataforma gratis llamada Wattpad, se horrorizaría de las cosas que uno ve allí.

El doctor intentó mostrar un interés cordial y no escandalizado como se sentía.

—Nada de Facebook, Twitter, Instagram...

La chica negó a los dos primeros.

—Instagram también entra como red social —aseguró el hombre.

—No como yo lo uso. Solo miro fotos, no subo nada. Lo uso desde la computadora porque mi celular no lo permite, así que no es una red social para mí —razonó la pequeña.

—Está bien —se rindió el hombre—. Además de libros eróticos, ¿qué más lees?

—Todo.

—Todo. Y tus padres, ¿lo saben?

—Descontando el erotismo, sí —jugó Olivia. Esperando comprobar qué tan fiable era este psicólogo con el secreto profesional.

—¿Y no muestran inconvenientes?

—Ninguno y... creo que ha acabado la consulta, doctor. Nos vemos la semana que viene.

Livvy se movió de golpe, apurada por irse de allí; miró el reloj para asegurase de haber calculado bien el tiempo. Todo exacto como quería.

Sonrió con soltura mientras el hombre la despedía. Mauro tenía mucho trabajo que hacer.

Subió al auto con su madre y reprimió un grito.

—Monique, ¿qué diablos le has hecho a tu cabello?

El canoso y caoba cabello de Monique lucía rubio y reluciente, y vestía ropas más provocativas. Oh, no.

No otra vez.

—Solo necesitaba un cambio de imagen, cariño. ¿Te gusta? ¿Te ha ido bien? ¿Mauro es simpático?

—Es un psicólogo, ellos no son simpáticos, solo lo fingen —respondió Olivia esquivando el resto de las preguntas.

—Olivia, no todo es tan blanco y negro como piensas.

—Ni todo es rosa y con brillos como tu blusa.

La mujer rio mecánicamente, decidida a tomar eso como un chiste por parte de su hija.

El viaje transcurrió en silencio, pero la cabeza de Olivia iba a toda velocidad, como siempre que algo la incomodaba. Recordaba un tiempo no tan lejano, cuando su madre decidió volver a trabajar y sus padres la dejaron a cargo de Avan. Recordaba el cambio que en su madre se había dado, y el porqué de ese cambio.

Ahora, al ver a su progenitora, no podía sino recordar esos días. La tristeza de su padre, la burla en los ojos de su madre, su propio silencio.

Ahora todo estaba bien. Tenía que estarlo, ¿verdad? Tenía que seguir estando bien.

«Por favor, que todo esté bien» era el pensamiento más recurrente en la cabeza de la pequeña. Se obligaba a creerlo.

—¿Me traes de compras? En serio, madre, si quieres tener tu cambio radical, bien, pero estoy cansada y... —comentó la niña al ver que su madre paraba en un centro comercial.

—Te compraré ropa a ti, tontita. Baja.

Olivia miró a su madre con desconfianza. Y su angustia crecía. Su madre también se había vuelto repentinamente atenta hace un par de años atrás, por un período tan efímero que Olivia casi lo había olvidado.

La sorpresa de la niña incrementó cuando su madre entró en un local de ropa interior, Olivia estaba segura de que no le faltaba nada...

La mujer se acercó a una dependienta con su hija de la mano, ignorando las miradas que todos le dirigían a la extraña niña del vestido celeste.

—Buenas tardes, estaría necesitando sujetadores para niña. Algo como para ella —explicó la señora Penz, señalando a su hija.

Olivia estaba horrorizada. ¿Sujetadores? No. Ella era una niña, no necesitaba sujetadores.

—Mamá... —comenzó.

—Tengo unos muy bonitos de colores llamativos y con moños —dijo la vendedora mirando a la pequeña.

—Mamá... —volvió a intentar Olivia mirando a la dependienta con temor, ¿cómo una mujer podía estar tan sonriente?

—Cariño, ya es hora de que comiences a utilizarlos, estás creciendo.

Y Olivia debió hacer silencio mientras su madre compraba unos cinco sujetadores diferentes, obligándola a pasar vergüenza y probárselos.

Pero eso no fue lo único que compraron ese día.

Monique la obligó, con sonrisas falsas y comentarios empalagosos, a probarse unos tejanos y una camiseta, así como también unos shorts.

Olivia odiaba los tejanos y los shorts.

Pero su madre los consideraba más adecuados, así que los compró.

Y el humor de Olivia empeoró considerablemente.

Pero ese día de pesadilla no terminaba allí, puesto que la pesadilla real comenzó en el momento en que cerró los ojos para dormir.

 

***

—¿Qué? ¿No puedo extrañarte? —preguntó la morena mientras se quitaba la camiseta.

—Sí, puedes, pero ¿ahora?...

—Sh, no quiero peros, Mauro —lo calló Loretta. Lo besó contenta de que él le hubiera mensajeado días atrás. Y contenta de que Mauro volviera a resultar útil luego de tanto tiempo fuera. Loretta juraba que era de los mejores en la cama, y eso le encantaba.

Pero no era lo único que la traía a su casa, a mitad de la noche.

El sexo nunca era lo único con Loretta. Y Mauro lo sabía.

 

 

 

 

 

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