Olivia

Olivia


INDAGACIONES

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INDAGACIONES

 

 

—Entonces, ¿asegura no saber nada del paradero de su hijo, quien cuidaba a la chica del matrimonio vecino? —repitió el oficial Stretcht mirando a la mujer a los ojos con mirada penetrante.

La señora Danvers se estremeció. Su marido, quien había llegado momentos antes, colocó una mano en su hombro, en señal de apoyo y respondió:

—Es un joven de dieciocho años, ya es mayor de edad y no siempre nos rinde cuentas.

El hombre intentó dar una sonrisa amable mientras dirigía su vista al policía más alto, el oficial Perune, quien parecía más afable, a pesar de la grave expresión de su rostro.

—No comprendo exactamente qué hacen aquí, oficiales —apostilló Loretta acercándose.

Se había mantenido al margen cuando la puerta fue golpeada en medio de la cena, pero había decidido intervenir, ya que sus padres parecían excesivamente nerviosos sin razón.

—Verá, los señores Penz han fallecido, pero eso probablemente lo sepan ya. Y la pequeña...

—Olivia —ayudó el oficial Stretcht.

—... Olivia, se encuentra desaparecida.

Todos se quedaron en silencio.

—Al parecer... se ha visto a su hijo llamar en la puerta de los Penz esta mañana —aseguró el oficial Stretcht mirando al señor Danvers.

—Probablemente debía decir... Comunicarles a los Penz que no podía cuidar a Livvy esta tarde, se suponía que saldría con... este chico, ¿Matt? Sí, creo que así se llamaba. Tal vez por eso aún no llega, y si salió con Olivia también, probablemente no conteste el teléfono hasta mañana —respondió Loretta con soltura y una sonrisa llena de intenciones.

—Salir con... ¿Olivia? ¿Entiende lo que dice, señorita...? —inquirió Perune. Tenía los brazos cruzados y los hombros tensos. Su compañero parecía en las mismas condiciones mientras que afuera, los demás policías, seguían con las revisiones.

—Oh, comprendo que se confunda, oficial, pero me refiero a Olivia, la mejor amiga de Avan que, casualmente, se llama como nuestra pequeña vecina.

Ambos oficiales se miraron y el más alto suspiró.

—Entonces, ¿asegura que mañana tendrán noticias del muchacho? —preguntó finalmente.

—Por supuesto —afirmó la señora Danvers con entusiasmo. Los hombres volvieron a mirarse, mientras la señora abría la puerta haciendo una seña educada con la mano, invitándolos a retirarse.

—Lamentamos interrumpir su cena; aquí está mi tarjeta —dijo Stretcht, extendiendo una tarjeta hacia Loretta—. Llámenos si tienen alguna noticia, o si notan alguna cosa extraña.

La muchacha asintió y la señora Danvers cerró la puerta.

La preocupación y el temor fueron predominantes en la cena de esa noche.

 

***

Franco Stretcht estaba demasiado acostumbrado a este tipo de casos, pero eso no significaba que dejaran de angustiarle. Dos adultos muertos y una niña desaparecida.

Todas las pruebas apuntaban a que alguien había entrado y asesinado a la familia llevándose a la chica. Claro, sin contar que todas las puertas y ventanas estaban cerradas y no había señales de que ninguna cerradura hubiera sido forzada.

La otra teoría, obtenida a base de testimonio de vecinos que aseguraban una discusión entre el matrimonio la noche anterior, consistía en que el marido había asesinado a la mujer o viceversa, para luego suicidarse. Y la chica había escapado.

El oficial tomó un trago de brandy mientras repasaba las anotaciones que sus compañeros habían reunido, esperando ansioso los resultados de las autopsias y las pericias oficiales.

Los cuales probablemente no estarían listos hasta el día siguiente, pero el hombre no podía dormir. Todo le parecía muy confuso y era su trabajo descifrarlo a tiempo. Se sentía contrarreloj, cualquier paso en falso podía acabar en fatalidad.

Pensaba en el estado de la habitación de la pequeña, cómo pudo haber opuesto resistencia, cómo eso refutaba la teoría de que escapara.

Cerró los ojos, perdido en sus recuerdos, mientras apuraba lo último de su trago.

Franco Stretcht estaba demasiado acostumbrado a este tipo de casos, pero este lo angustiaba terriblemente. Más, mucho más que otros.

A las tres de la mañana, se quedó dormido, con la reposición de un partido de fútbol y otro vaso de brandy a medio llenar.

 

***

Alguien gritaba en la pequeña habitación del hotel. Un grito agudo y lastimero.

Avan abrió los ojos, tenía la camiseta pegada al cuerpo y el cabello sudoroso. Respiró hondo mientras se incorporaba de golpe del sofá, su cuello rígido y su cabeza a punto de explotar.

Casi corrió a la pequeña cama, tropezando con sus pies en la oscuridad. Zarandeó a la chica que allí gritaba, despertándola. Los gritos cesaron mientras la pequeña abría los ojos, empapados en lágrimas.

—Papi...

Lloraba con desesperación mientras se aferraba al suéter de Avan. El joven le devolvió el abrazo, no del todo despierto aún, y acarició la cabeza de la chica. Olivia se sentía tan mal que no podía expresarlo con palabras, era un dolor profundo y una angustia enorme mezcladas con desesperanza y una incapacidad terrible para poder controlarse.

—Soy yo. Avan. Estoy aquí, te estoy cuidando, nada te pasará, lo juro —murmuraba el muchacho mientras mecía a la pequeña hasta que comenzó a respirar casi con normalidad.

—No jures, Avan.

Él miró a Olivia en la penumbra. Solo veía su cabello pálido y el brillo de las lágrimas, que ella se apresuró a limpiar.

—Si juro es porque sé que puedo cumplirlo...

—Tú... ¿podrías ahuyentar las pesadillas? —murmuró con inseguridad, mientras se recostaba en la cama, a pesar del calor ella estaba helada, pero no sentía frío.

—No puedo ahuyentar algo que no existe —respondió él, recordando palabras de la chica que le había dicho hacía lo que parecían miles de años.

—Pero... puedes intentarlo.

La pequeña sonrisa de Olivia estaba cargada de tristeza y temor.

—Siempre puedo intentarlo, peque.

La pequeña, sin estar muy segura de cómo hacerle saber sus intenciones, se hizo a un lado en la cama, dejando lugar para que él se acostase.

En otras circunstancias Avan nunca habría respondido a esa invitación. En otras circunstancias Olivia no lo hubiera pensado de la forma tan inocente como lo hizo en ese momento; ella solo quería dormir tranquila, sin recordar, sin que sus monstruos la atormentasen.

Avan se recostó en la cama, murmurando un cuento. Antes de llegar a la mitad, Olivia volvía a estar dormida. Avan depositó un tierno beso en la frente de Livvy, mientras cerraba los ojos, durmiendo por fin, casi relajado, con su chica protegida de todo mal entre sus brazos.

Su último pensamiento fue que así debería ser siempre: él cuidándola de todos los que quisieran hacerle daño.

 

***

La pequeña cafetería del hotel servía mejor comida de lo que se podría esperar. Luego de un desayuno consistente, Avan estaba listo para comenzar ese día. Creía que podría enfrentarse a todo.

Por eso, pidiéndole a Livvy que se mantuviera en la habitación descansando, partió muy temprano en la mañana.

El pequeño mercado a menos de un kilómetro y la gasolinera eran sus destinos.

Su primer pensamiento dentro del mercado fue que debía comprar choco-cereales para Loretta, que ella le había pedido eso. Luego recordó que probablemente pasaría mucho tiempo sin ver a su hermana y el momento pasó dejando una sensación amarga en su mente.

Compró tijeras, cuerda, camisetas y pantalones cortos, ya que cada vez hacía más calor y no había traído nada consigo. De todas formas compró un suéter muy parecido al que había perdido.

Comida para el viaje, lápices y un cuaderno para que Olivia escribiera, dibujara o lo que sea, ocupaban su canasto.

Mientras pagaba todo comenzó a trazar un verdadero plan, que consistía en huir por todo el país de estado en estado, evadiendo a quienes querían hacerle daño a Olivia, a quienes no entenderían que ella nunca pudo haber matado a sus padres.

No dejaría que se la llevaran.

En la gasolinería llenó el tanque de combustible y retiró lo último que le había quedado en su tarjeta de la compra del auto. No era demasiado, pero debía alcanzar.

Él protegería a Olivia.

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