Olivia

Olivia


HÁBLAME

Página 27 de 45

 

 

 

HÁBLAME

 

 

Los ojos de la maestra Chan iban y venían sin pausa entre los demás maestros, la directiva del colegio y la policía. A esa hora de la tarde, la desaparición de la pequeña Olivia ya se había hecho efectiva. La muerte de los señores Penz dejó a todos sin aliento, y el no saber el paradero de la chica empeoraba la situación.

La señorita Chan lloraba en silencio, queriendo reprimir sus sentimientos como toda la vida le habían enseñado, sin mucho éxito en esa ocasión.

—Es una niñita indefensa. No es como si tuviera once años, no tiene su edad real, en cuanto a madurez sentimental es menor...

—Mina, cálmate. Olivia es inteligente y capaz, todo estará bien —intentaba tranquilizarla la directora de la institución.

Los oficiales habían ido a realizar un pequeño interrogatorio. Necesitaban saber algo, lo que fuera sobre la niña y sobre su niñero que, como sospechaban la noche anterior, no habían dado señales de vida.

El oficial Stretcht, llevó a un aula aparte a la maestra Chan, agradeciendo que todos hayan colaborado y se hayan quedado luego del horario para hablar. Raúl Perune se quedó hablando con la directora.

—Primero, necesito que confíe en que encontraremos a la niña, ¿puede hacer eso? —preguntó Franco Stretcht con la mayor delicadeza que fue capaz. Los ojos de la mujer estaban anegados en lágrimas. Asintió, creyendo en las palabras del hombre. No lo conocía de nada, pero se veía implicado en el caso, capaz de resolverlo, seguro de sí mismo, confiado. Mina necesitaba que le dieran confianza.

—¿Que... en qué puedo ayudarlo? —preguntó servicial.

El policía, que vestía el uniforme reglamentario, tomó asiento en un pequeño pupitre, indicándole a la maestra el contiguo.

—¿Qué puede decirme de Olivia?

La mujer suspiró, sentándose. Se desató el cabello y volvió a anudarlo en un apretado moño antes de hablar, tomándose su tiempo para hallar las palabras adecuadas.

—Olivia era... Es especial.

—¿A qué se refiere? Puede contarlo, cada detalle nos es de mucha ayuda, ya que no tenemos a ninguna de las personas cercanas a ella para hacer averiguaciones. Usted es lo más cercano que tiene.

—¿Y Avan...? El joven se ocupaba de la niña.

El policía suspiró. Su cabeza había pensado en torno a mil posibilidades desde el momento en que las pruebas de laboratorio y las autopsias habían dado resultados.

—El chico no aparece.

La mujer abrió la boca sorprendida, conteniendo el lamento de horror que se formaba en su garganta. No. No quería pensar en las posibilidades.

—Olivia es una chica particular —comenzó—. Como sabe, tiene once años, pero nunca lo ha aparentado. Es cerrada, mostrándole al mundo lo que ella quiere que vea. Sus pensamientos son casi los de una mujer, pero siempre lo ha ocultado entre vestidos y muñecas —la mujer se detuvo para tomar aire y tragar con fuerza—. Ha estado en manos del psicólogo del colegio, sin conseguir nada. Su padre era psicólogo, ¿sabía? —una pausa en la que el hombre asintió—. Su madre no estoy segura a qué se dedicaba, no creo ni que ella misma lo supiera; detesto juzgar a la gente, pero no se veía como una buena madre.

—¿Así que Olivia fue tratada por un psicólogo? —El oficial no lucía sorprendido, sus ojos eran afables mientras recaudaba anotaciones en una vieja libreta. La luz entraba a raudales por las ventanas sin cortina del aula, iluminándola de forma cálida. Dando la sensación de que la charla trataba sobre temas más agradables que la desaparición de una niña. Los dibujos de los niños en las paredes parecían una burla a la situación.

La señorita Chan movía las manos en todo momento, llevándolas a su cabello, toqueteando sus pulseras, girando el anillo de su dedo medio. Parecía un pajarillo enjaulado, revoloteando nervioso. El hombre notó que había algo más, debía hacer las preguntas correctas.

—Sí, el doctor Martínez, pero consideramos pertinente que lo dejara, ya que el hombre era amigo de su padre. Ahora... ahora está tratándose con otro.

—¿Debió volver al tratamiento? ¿Algún motivo en especial?

«Bingo, allí está. Ojos brillantes, mejillas sonrosadas, esto es exactamente lo que me debe contar», pensó el hombre, mirando a la mujer con las cejas juntas.

—Olivia... La pequeña mató a su gato hace unas semanas.

No era algo que el hombre esperase oír, no todos los días una maestra de último grado de primaria te dice que uno de sus alumnos, ahora desaparecido, mató a un gato.

—¿Por qué haría eso?

La mujer se encogió de hombros diciendo:

—No lo sé, probablemente sea un tema que trató con su nuevo psicólogo, Mauro... Mauro... Disculpe, no recuerdo su apellido, pero debe ser fácil contactar con él.

—Sí, había un Mauro en los contactos del señor Penz. ¿Puede haber algún otro motivo para que haya acudido a él?

Esa mirada inquieta otra vez. Ojos rojos y lágrimas bajando por sus mejillas inmediatamente después. Y luego sollozos incontenibles.

El oficial Stretcht ya no recordaba cómo debía consolar a una mujer. Así que sacó un paquete de pañuelos descartables y le dio unas palmaditas en el hombro. La mujer se limpió la cara y sonó su nariz antes de continuar.

—Olivia amaba... Dios, ama escribir. Y lo hace muy bien para su edad. Hay algo que me alarmó hace un tiempo; inmediatamente después de lo del gato. Pedí hacer un trabajo a los niños sobre lo que más querían en el mundo. Olivia lo hizo sobre ella y su vecino Avan. Ella era una princesa y... Dios, debí decir algo, pero... nunca hubiera imaginado... y-y ahora e-ella no está y Ava-an tampoco...

Cada vez se hacía más difícil entender las palabras que salían de la boca de la maestra.

—Respire profundo, por favor. ¿Dónde puedo hallar el trabajo?

Mina Chan volvió a sonar su nariz para después respirar profundo.

—Yo... devolví los trabajos a los niños. Lo tiene Olivia. O está en su casa.

La casa había sido revisada de arriba abajo, y no había rastros de una historia escrita por la niña.

—¿No existe una copia de eso? —la mujer negaba con la cabeza incluso antes de que el oficial terminara la oración—. Entonces debió llevársela, pero ¿por qué lo haría?

—Olivia no tiene motivos para hacer las cosas —comentó con una sonrisa triste. Sus dulces ojos rasgados se veían hinchados mientras que sus mejillas estaban rojas por el llanto.

—¿Qué había en el trabajo? —la mujer negó con la cabeza, había sido suficiente para ella—. Está bien, contactaré con este hombre... Mauro.

El oficial se puso de pie, y esperó a que la maestra hiciese lo mismo.

—Una cosa más, oficial. Cosas extrañas pasan alrededor de la chica, cosas imposibles de explicar.

—Lo tendré en cuenta.

El oficial se despidió con una cordial inclinación de cabeza y se fue, pensando en las últimas palabras de la maestra.

 

***

La pequeña televisión de la habitación estaba encendida. Olivia miraba las noticias sin verlas mientras Avan se bañaba. La chica tenía semblante serio y apagado. Sus ojos se veían grises, a pesar de que afuera brillaba el sol. Su rostro tenía un tono ceniciento y sus manos acariciaban, sin notarlo, el mismo mechón de cabello. Llevaba pantalones y camiseta.

Hacía frío en la habitación, el aire acondicionado que hacía más ruido que un auto estaba encendido, aunque la chica no se creía capaz de volver a sentir calor, y mucho menos de producirlo. Pero el frío era bueno, sus manos heladas y los dedos de sus pies entumecidos la hacían sentir. La primavera no se notaba dentro de esa húmeda habitación de hotel.

Olivia era consciente de que no se quedarían mucho tiempo allí. Era consciente de que los atraparían. ¿Por qué huían, después de todo?

Necesitaba algo que la aferrara a esa retorcida realidad que estaba viviendo, se sentía perseguida y asfixiada, su única roca era Avan; él evitaba que se fuera a la deriva.

—En otras noticias, ocurrió un asesinato en el tranquilo distrito de Los Sauces, la policía aún se niega a dar declaraciones o información, pero se hace un pedido a la comunidad. Se cree que puede haber un presunto secuestro de una menor, ya que Olivia Penz, hija del matrimonio, se encuentra desaparecida.

Olivia miró directamente la pantalla mientras prestaba atención a cada palabra de la presentadora.

—Si usted ha visto a estos dos individuos o a uno de ellos, se agradece llame al canal, o directamente a la policía. Es de vital importancia, ya que se relaciona con el caso.

La foto de Olivia apareció en pantalla junto a la de Avan. La chica intentó ahogar un grito, pero le salió un quejido lastimero. La estaban buscando. A ella y a Avan.

La puerta del baño se abrió de forma brusca y Avan salió con una toalla enrollada en la cintura y el rostro preocupado, tenía un poco de champú al costado de la cabeza.

—Livvy, ¿qué ocurre, peque? —preguntó de sopetón. Se acercó sin percatarse que estaba semidesnudo. La palidez del rostro de Olivia y la preocupación de sus ojos podían más que el pudor.

—Nos están buscando, Avan. Creen que esto es un secuestro.

Avan maldijo por lo bajo, mientras se sentaba al lado de Olivia, a una distancia prudencial. Las gotas de agua corrían desde su cabello, descendiendo por su cuello y abdomen plano. Tomó las heladas manos de Olivia notando que incluso él, que estaba mojado, tenía las manos más cálidas.

—Todo está bien. ¿Confías en mí? —preguntó. Olivia asintió, confiaba de forma ciega en Avan—. Pues, ya está, todo está bien. Termino de secarme y nos vamos de aquí, ¿sí?

—Avan, no podemos huir toda la vida...

—No será toda la vida, solo hasta que estés a salvo, hasta que pueda sacarte de aquí.

Olivia no estaba segura a qué se refería con «sacarla de allí», pero apretó la mano del chico, mirándolo a los ojos, con todo rastro de niñez enterrado en lo más profundo de su alma para siempre. Quitó un mechón empapado de cabello que se había pegado a la frente de Avan con su mano libre.

—No puedes detener tu vida por mí.

—Olivia... no detengo mi vida por ti. Sin...

«Sin ti mi vida se detiene» pensó él sin atreverse a decirlo. Silencio. No podía seguir hablando. Hablar significaría que todo sería real, peligroso. Significaría que él estaba realmente mal. Porque mientras sus pensamientos fueran solo suyos, él y Olivia estaban bien, a salvo.

—¿Sin... qué? Dilo, Avan.

Los ojos de Olivia no presentaban expresión alguna. Solo un vacío gris. Y Avan odiaba ver eso en ella. Ella, con su eterna chispa de ternura e inocencia, con su expresión aniñada y sus vestidos. Él había notado que en el equipaje de la chica no había ni un vestido; solo jeans, y shorts que nunca antes había usado. Nada de rosa o lila, nada de colores pastel o moños.

Olivia no había emprendido ese viaje.

Olivia había quedado en aquella casa, acurrucada en el piso de la cocina.

—Todo estará bien, ¿sí? Te lo prometo.

Pero había promesas que no se podían cumplir. Que se rompían sin poder evitarlo.

 

 

 

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page