Olivia

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BUENOS CIUDADANOS

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BUENOS CIUDADANOS

 

 

—¿Todo está bien? —inquirió el hombre de la recepción, mientras Avan le pagaba por la noche allí pasada. Olivia se removió un poco inquieta, incapaz de estar tranquila, los nervios estaban batallando con la angustia que sentía.

—Claro, de maravilla. Pero debemos seguir camino, nuestros padres nos esperan —aseguró el muchacho muy seguro de sí mismo. Cualquiera que lo viese, no notaría el nerviosismo que emanaba de su cuerpo. Pero Livvy notaba el ligero tono agudo de su voz, y cómo llevaba una y otra vez su mano a su collar, ese que era un cordón negro con una chapa de metal pequeña.

—Me alegro.

El hombre le dio una sonrisa a Olivia, la cual la joven no pudo responder. No conseguía que los músculos de su rostro obedecieran la simple orden de formular una mueca. La que fuera. Parecían congelados, estáticos en un eterno ceño fruncido.

Avan entregó la llave y tomó el bolso de Livvy, que ahora también contenía las pocas cosas que había comprado para él.

Era entrada la noche. Tal vez por eso al recepcionista le pareció raro que abandonasen el hotel. O tal vez sea que el muchacho le dio mala espina desde el principio. O el rostro de dolor que la niña cargaba.

Pero decidió ignorarlo.

Aunque, al ver la repetición del noticiero horas más tarde, se odió por haberlo hecho.

Y, como todo respetable ciudadano de la comunidad que se jacte de serlo, llamó para informar. Sí, los chicos habían pasado una noche en su hotel. No, él no supo hasta ese momento que eran ellos. No, no tenía ninguna forma de dar con su paradero.

Tal vez, algunas cámaras y un par de policías atraerían turistas a su hotel. Sí, había sido una idea buena.

 

***

Avan conducía a base de café mientras Olivia miraba por la ventana. El reloj del salpicadero marcaba la medianoche.

—Avan... —comenzó la chica.

Él hizo una seña con la cabeza, para demostrarle que la oía.

—¿Qué haremos? La gente nos reconocerá, no podemos ir a ningún lugar sin que sepan que somos nosotros.

—Estoy pensando, Livvy. No podíamos quedarnos tampoco, ni volver.

Olivia estaba realmente asustada. El vacío de su cuerpo le había dejado lugar a un sordo pánico. El temor de sentirse atrapados, sin salida. Los encontrarían y la meterían a un centro de salud mental y a Avan a prisión.

—Tampoco podemos estar en el coche toda la vida... El dinero...

—Tengo suficiente dinero por un tiempo. El auto salió más barato de lo que creía, y puedo tomar lo que quiera de la cuenta común de la familia...

—¿Y que las autoridades te descubran?

Olivia intentaba ser sensata. Estaba descartando todas las posibilidades para hallar una solución. Quería creer que había una solución, pero le resultaba muy difícil.

—No seas tonta. Sacaré el dinero de un cajero automático en algún lugar, y nos iremos muy rápido a uno muy lejos de allí.

—Avan... estas cosas no salen bien. He visto películas...

—Esto no es una película. Olivia, entiendes que te encerrarán si te encuentran, ¿cierto?

Olivia se quedó callada, pero asintió. Miró a Avan fijamente. El perfil del muchacho, la ligera barba que comenzaba a crecer, su cabello atado en un desordenado moño.

—Sí que te ha crecido el pelo —comentó Livvy al pasar. Pudo ver cómo las comisuras de la boca del joven se alzaban ligeramente.

—Si quieres puedo cortarlo...

—¡No! No, así me gusta —murmuró mientras se acurrucaba en el asiento, mirando la poco iluminada carretera.

—Deberías descansar —propuso Avan.

—También tú. Detén el auto y duerme un poco. No creo que nada pase hasta la mañana.

Avan suspiró, pero hizo lo que la chica le ofreció. Después de todo no querían tener un accidente porque él se quedara dormido.

 

***

La sangre estaba por todas partes, y Olivia era parte de ella. Era sangre, simple y llana sangre. Líquida, espesa, color carmesí, que se deslizaba por las paredes, encharcaba el piso y mojaba la ropa de la chica en el suelo. Olivia estaba en todas partes y en ningún lugar. Pasos, movimiento, nada. No sentía nada y a la vez todo. Se movía, ¿o se había movido? Ahora estaba quieta, pero no del todo. Esas no eran sus mantas, era el suelo y las paredes, porque ella era sangre y la sangre estaba por todas partes.

La sangre es muerte, terrible muerte. Entonces ella era muerte, terrible muerte. Muerte que se escapaba de los vasos sanguíneos de los suicidas, muerte que se deslizaba sigilosa desde el hoyo de una bala. Muerte.

Pero la sangre también era vida, hermosa vida. Un bebé naciendo, donaciones salvando enfermos. Pero ella no era vida. Era sangre. La parte muerta de la sangre. La que goteaba de la mesa de la cocina, y Olivia veía eso y a la vez era esa pequeña gotera incesante.

Y entonces era muerte, ya no era sangre, solo muerte en la habitación. Y una niña. Pequeña. Acurrucada en el suelo, rodeando sus rodillas con sus brazos. Y Olivia no era esa chica. Porque la chica estaba viva, y ella era muerte.

Ella no era muerte, no era vida, no era sangre. Era nada.

 

Lágrimas corrían por las mejillas de Olivia mientras abría los ojos. El sol comenzaba a clarear el cielo y Avan seguía durmiendo a su lado. «¿Más pesadillas? ¿En serio?» pensó, rogándole a su mente un descanso que sabía que no merecía.

Bajó en silencio la ventanilla, sintiendo la delicada brisa fresca de la mañana primaveral. Sus pulmones se llenaron del oxígeno, mientras sus ojos se deleitaban con el paisaje. Árboles y campo, verde campo en todas direcciones, con lugares coloridos por las flores que la primavera había traído. Los pájaros se oían más claro incluso que en su tranquilo barrio. Su melodía la reconfortó un poco.

Sacó una mano, palpando el aire con los dedos antes de cerrar la ventanilla.

Se sentía tan asustada. Asustada de su futuro, asustada de lo vacía que se notaba. No había nada dentro de ella, solo miedo. Temor por su futuro y, principalmente, por el de Avan.

«Ah, el bueno de Avan», pensó mirando al chico. Dormía con los labios ligeramente abiertos, aspirando aire por ellos. Su cabello se había salido del moño en todas direcciones. La chica no comprendía cómo era capaz de dormir con el asiento tan recto.

¿Qué pasaría con Avan cuando los encontraran? Porque, claro estaba, los encontrarían. Ella no podía dejar que lo metieran preso. Ella era la culpable de todo. Ella había matado a sus padres.

Pero ¿de verdad lo había hecho? Tomó un mechón de su cabello, odiándolo con toda su alma, queriendo arrancarlo desde la misma raíz. ¿Cómo había sido capaz de matar a sus padres? ¿Por qué su mente retorcida se negaba a recordarlo? ¡Odiaba esa ridícula autodefensa de la mente! No quería que bloqueara sus recuerdos traumáticos. Quería saber cómo había pasado, para ser capaz de odiarse por ello.

Casi sin pensarlo, y sin hacer ruido se estiró hasta el asiento trasero, rebuscando en el bolso. Al hallar lo que quería salió del auto, sin cerrar la puerta del todo, para no despertar a Avan, porque sabía que la detendría.

No podía permitir que por su culpa los reconocieran. Así que, inclinando su cuerpo hacia adelante, tomó su cabello entre sus manos y cortó. Odiaba ese maldito cabello, si hubiera podido cortar más por su cuenta sin que se notara que había sido un intento desesperado por desaparecer, lo habría hecho.

Levantó el cuerpo, mirando la mata de cabello dentro de su puño. Había cortado unos buenos veinte centímetros.

Se acercó al auto, para verse en el reflejo de la ventanilla. Sus ojos brillaban y su cabello llegaba poco más abajo de su barbilla. Pensó que le sentaba ridículamente bien, todo lo contrario a lo que quería lograr.

Cuando el sol despuntaba en el horizonte la chica soltó su cabello, dejando que la brisa se llevara lo último de su niñez. No más pequeña consentida. No más vestidos. No más muñecas. Solo ella.

Ella que era nada. Que solo podía ofrecer miedo y destrucción a quienes amaba.

Se sentó en el asiento del copiloto, viendo cómo Avan dormía, susurrando palabras incomprensibles.

Y entre esas palabras, un nombre dicho en el más dulce de los sueños.

—Livvy...

 

***

El oficial Stretcht se encontraba sentado en su oficina, junto a las pruebas de laboratorio. Algo estaba mal en todo eso. Nada de lo que habían creído y especulado coincidía con eso.

Primero, las huellas en el cuchillo, solo un par de huellas que no se podían identificar a falta de antecedentes del agresor del arma homicida. Aunque, a ojos críticos del oficial, demasiado pequeñas para pertenecer a un adulto.

Luego, el ángulo de las puñaladas, desde abajo. En dirección ascendente hacia el cuerpo de las víctimas.

Y entonces, la irrevocable falta de huellas en toda la casa, más que de los señores Penz y las mismas que en el cuchillo.

Por eso, el oficial había estado formulando una aberrante teoría que ni él mismo creería si no fuese porque él la había pensado. Ahora, estaba confirmando sus sospechas con el historial psicológico que el evasivo psicólogo le había dado. Un muchacho nervioso de ojos amables. Inofensivo. Se había mostrado reticente al entregar los documentos y romper el secreto profesional, pero había terminado por acceder. El oficial había llegado la tarde anterior a su casa, exigiéndole los documentos de manera amable, ¿cómo decir no?

Y lo que allí había, desconcertó al policía.

La chica tenía claros signos psicopáticos innegables. Pero ¿de allí a asesinar a sus padres sin aparente razón? Había piezas que al oficial se le escapaban, pero que estaba más que dispuesto a hallar.

Apuró su café, mirando el reloj, casi las 7 a.m., había estado en vela toda la noche. Se había negado a seguir la supuesta pista que un hotelero de la carretera había enviado, ya que de nada servía ir a un lugar del que, supuestamente, se habían ido hacía horas. Y, como supuso, sus compañeros no encontraron nada.

«Avan Danvers, eres más inteligente de lo que pensé. ¿Qué buscas llevándote a la niña? ¿Qué ganas?». El oficial no quería pensar en las cosas que podía ganar.

Tomó el teléfono, decidido a charlar un poco más con Mauro.

—Oficial Stretcht, ¿en qué puedo ayudarlo? —preguntó el psicólogo.

—Necesito cualquier dato que considere relevante sobre la niña, algo que no haya pasado a los apuntes formales que me entregó.

—Claro, buscaré la carpeta de borradores, deme un segundo —dijo Mauro dejando el teléfono sobre la mesa y corriendo a buscar la carpeta que estaba dentro del último cajón de su mesa de noche.

Rebuscó entre los papeles y su carpeta no estaba allí, al otro lado de la línea Franco comenzaba a impacientarse.

Mauro intentó recordar dónde había puesto la carpeta, apurado y un tanto preocupado por su desorden, la buscó en el cajón de arriba, hallándola al instante.

Corrió con ella en una mano hasta el teléfono.

—Oficial, aquí estoy.

—Gracias por otorgarme su tiempo, ¿cree que puede traer esa carpeta aquí? —inquirió el oficial, preguntándose el porqué de su agitación.

—En realidad, oficial, está todo bastante desordenado aquí y hay anotaciones que fui cambiando. Si quiere puedo hablarle de nuestra segunda sesión, la más pobre en los apuntes formales.

—Eso sería estupendo.

En el archivo que Mauro había entregado había poco sobre la segunda sesión, en cambio, parecía ser la que más había durado.

—Olivia me platicó mucho de sí misma, tomé pocas notas porque ella pedía que le prestara atención, que no estuviera mirando tanto el papel —contó Mauro mirando los escasos apuntes de esa consulta.

—¿Qué le decía? —preguntó Stretcht anotando en los márgenes de la copia de la autopsia.

—Me habló de lo sola que se sentía, de cómo sus amigos se habían alejado de ella. También dijo algo, pero no recuerdo el contexto: «Yo no siempre fui así». Eso tengo aquí anotado.

—¿Cómo que no siempre fue así? ¿Se refería a su forma de ser o de actuar? —cuestionó Franco.

—No lo sé, pero tal vez le sirva. También debo decir que su madre llegó tarde a recogerla ese día y ella dijo textual: «Otra vez lo mismo». A pesar de preguntarle a qué se refería, nunca me lo dijo.

—¿Algo más que considere relevante? —preguntó.

—No lo creo, las demás sesiones están bastante bien especificadas en su documento.

—Muchas gracias, estaremos en contacto.

Franco cortó la comunicación un poco confundido, pero sabiendo hacia el lugar que enfocaría su próximo interrogatorio.

 

***

Loretta había conseguido trabajo. No podía parar su vida por el hecho de que su hermano se haya escapado, o lo que sea que haga. Debía seguir con sus planes normales. Además, había estado yendo a entrevistas antes que todo estallara y había sido una gran suerte que la llamasen. Un tranquilo trabajo de tiempo completo en una cafetería, ocho horas encerrada con clientes demandantes.

No era el estilo de Loretta, y cualquiera que la conociera realmente lo habría notado.

Volvió a llamar a su hermano antes de partir, saltó directo al buzón de voz.

—Avan, yo... estoy bastante preocupada, cuando escuches esto, llámame. Bueno, sé que no lo harás porque has ignorado olímpicamente el resto de mis mensajes, pero de veras... yo, quiero ayudarte. ¿Sí?

Partía al trabajo, caminando por el sendero de su casa, cuando el oficial la interceptó. El oficial Stretcht estaba frente a ella, traspasando sus lentes de sol con la mirada. Loretta le envió una sonrisa tímida, mientras subía sus lentes a su cabello.

—Oficial, ¿puedo ayudarlo en algo? —inquirió con cortesía. Miró con apremio la casa vecina, aún acordonada de amarillo, antes de volver al oficial.

—Señorita Danvers, exactamente con usted quería hablar.

—Estoy yendo hacia el trabajo...

—Podría llevarla y hablar con usted en el camino.

Loretta sonrió con los labios tensos.

—¿En el coche patrulla? ¿Mi primer día? Creo que no.

El hombre se rio y asintió comprendiendo.

—No le quitaré más de cinco minutos, ¿puede ser?

La chica afirmó con la cabeza, encogiendo los hombros.

—No veo el problema, voy temprano.

La chica se quedó plantada con las manos en las caderas en el camino de entrada de su casa, esperando la pregunta del oficial.

—Estuve con Mauro, el psicólogo de Olivia. Me contó que ustedes mantuvieron una relación en el pasado.

Loretta estaba asintiendo, incluso antes de que el hombre terminara de hablar.

—Eso pasó hace bastante...

—Me dijo que, aparte de su hermano, usted era quien más trato tenía con la niña. Incluso más que sus padres.

—No puedo evitarlo, la pequeña pasaba mucho tiempo en casa, y casi siempre estaba yo allí. Incluso la iba a buscar al colegio algunas veces. Teníamos una divertida rivalidad entre ambas.

La sonrisa de Loretta era dulce, el sol matutino se reflejaba en sus ojos, haciéndolos parecer de color miel. Era una chica bonita y lo sabía. Siempre lo había utilizado a su favor.

Aunque Franco no parecía notar en la chica nada más que la información que le proporcionaría.

—Entonces, usted es la única que me puede decir esto. Olivia se llevaba mal con su madre, lo sé, pero ¿pudo haber un detonante para esto? Porque que yo sepa por las notas de Mauro, la chica adoraba a su padre.

—¿Un detonante? ¿A qué se refiere?

—Seré más claro. ¿Hay algo que pudo hacer que Olivia explotara de tal manera que haya matado a sus padres?

Loretta abrió la boca con sorpresa. Si no fuera diseñadora de interiores, probablemente se hubiera ganado la buena vida como actriz, ya que sorpresa era lo que menos sentía.

—Yo... Bueno. Ahora que lo dice... hay algo. Pero solo con la madre. Yo... no entiendo cómo creen que Olivia...

—No creemos nada, señorita, pero no podemos descartar nada hasta tener mayores indicios de algún culpable.

—No, por supuesto, comprendo.

—Loretta, ¿podría decirme ese posible detonante con la madre? —inquirió el hombre, la incertidumbre apoderada de sus ojos.

Loretta se encogió de hombros y dijo simplemente:

—Celos.

—¿Celos?

—Sí, es una historia larga. Se la contaré en otro momento, ¿pero quiere saber algo más antes de que me vaya? —preguntó ella adivinando las intenciones del policía.

—Sí, claro. No olvide pasar por la comisaría luego del trabajo. Lo único, ¿Olivia sufrió algún cambio desde que la conoce? —dijo él con el rostro neutro.

—No exactamente, solo se volvió más retraída de sus amigos. Exageró un poco su forma de vestir, pero nada más.

Loretta se despidió del oficial mientras emprendía el camino hacia la parada del bus.

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