Olivia

Olivia


SIN EXPLICACIÓN

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SIN EXPLICACIÓN

 

 

Una semana había pasado desde que llegaron a la casa. Olivia llevaba la cuenta mientras que Avan se sentía ajeno al paso del tiempo.

Para matar el silencio y pasar los días, habían visto todas las películas y series que en la casa encontraron, ya que el único canal de televisión eran las noticias locales, que últimamente solo hablaban de ellos. Pistas y gente que aseguraba haberlos visto en remotos extremos del país, totalmente alejados de su real ubicación, para suerte de ambos. Se rumoreaba que se había encontrado ropa con sangre de las víctimas en el basurero local, luego que el camión limpiara los contenedores de basura.

Avan apenas podía cocinar, lo que supuso una sucesión interminable de comida de lata, agua y ensaladas congeladas. Un manjar para el paladar de toda persona.

Olivia, cuando no estaba mirando la televisión, se la pasaba escribiendo notas en su cuaderno, realizando teorías que calmaban su turbada mente. Teorías que Avan se moría de ganas de conocer, más desde que un día la chica había recuperado la paz. Se la veía tranquila, la mirada firme, aún no sonreía, pero sus ojos no parecían siempre a punto de llorar. Avan, desde la tormenta, no se había atrevido a preguntarle por sus anotaciones.

El chico había adquirido una leve barba, así como lentes de sol y un gorro que llevaba a todos lados, al hacer las compras, al comprobar que el auto seguía entre los árboles, al comprar un terrible celular en la tienda clandestina; no podía arriesgarse a que rastrearan el anterior.

Eso despertó la curiosidad de Olivia, quien pidió el celular para navegar. Sabiendo que no podía entrar desde sus cuentas habituales, creó algunas nuevas. Por simple curiosidad, decidió que lo primero que haría sería entrar a su propio perfil de Wattpad.

Ahogó un grito al ver lo que allí había.

Una obra. Sin portada y sin sinopsis. Subida por ella misma hacía tres días.

No. No era posible. Ella era la única que conocía la existencia de sus cuentas en internet y de sus contraseñas. Nadie podría hacer eso. Apenas tenía leídos, pero debió entrar, necesitaba saber qué decía.

Avan la miraba preocupado.

—Olivia...

—Espera un maldito momento, Avan.

Con rapidez, entró a la obra. Solo tenía un capítulo en el que se leía algo terrible. Algo que la dejó sin respiración. ¿Cómo diablos eso...?

Su historia. Una de las tantas. Pasó sus ojos con rapidez por las palabras, tan conocidas para ella, mientras mordía de forma compulsiva el interior de su mejilla.

—No, no, no —susurraba para sus adentros con desesperación.

Avan, sin poder contener su ansiedad al verla tan perturbada, se acercó por detrás y tocó su hombro. Olivia, al percatarse, llevó la pantalla del celular a su pecho. ¿Cómo podría borrar eso sin entrar a su cuenta? ¿Con denunciarla bastaría?

—Olivia...

—Avan, cierra la boca un segundo, estoy bien, pero necesito pensar —dijo. Sabía que el chico se preocupaba, pero no podía hablarle de sus historias, nunca en la vida. Llevó un mechón de pelo detrás de su oreja con nerviosismo.

—Está bien, Livvy, solo quería... No importa, estaré en la cocina intentando asar carne, por si me necesitas.

La culpabilidad llenó el cuerpo de Olivia al oír el tono de voz del chico, pero ahora no podía preocuparse por eso. Debía descubrir cómo habían llegado sus cuentos a una red social, a la vista de todos.

Quien sea que lo haya subido... Si ella denunciaba la historia, sabría que fue ella. Porque quien fuera debía saber quién era ella y qué escribía.

En las únicas que podía pensar era en Lena o la maestra Chan. Ellas eran las únicas que sabían lo que escribía, y Lena era muy capaz de algo así luego de lo de Max, pero ¿cómo pudo escribir las palabras textuales siendo que ella rompió los originales al irse? Y su maestra, no, no podía ser. Era tan improbable.

La policía debió encontrar esas hojas, así como las contraseñas que tenía anotadas en un papelito que escondía debajo de su cama, pero no tenían motivos para subir los cuentos a internet, a la vista de todo el mundo.

A no ser, que estuvieran esperando que en alguna parte del país, alguien denunciara esa historia, para así tener una pista. Podrían rastrear el lugar desde el que se emitió la denuncia y...

Olivia respiró profundamente, llenando sus pulmones con puro oxígeno que olía a mar. Debía calmarse y dejar de ser paranoica. Cuando por fin, estaba respirando con normalidad, luego de haber concluido que no haría nada más que ocultar eso de Avan, cayó en la cuenta de algo.

¿Y si esto tenía que ver con sus teorías? ¿Y sí...?

Borró el historial del celular, dispuesta a fingir que nada había pasado. Se dirigió a la cocina, con paso lento, aún preocupada. Esa tarde, el calor había remitido, dándole paso a un frescor que provocaba que Livvy vistiera una polera.

Avan estaba cocinando con el ceño fruncido hacia la carne, se veía fuera de lugar en la cocina y su semblante taciturno lo hacía parecer un gato ofendido. Olivia sonrió con los labios tensos, mientras se acercaba a abrazarlo por la espalda, su rostro llegando a la altura de la parte baja de las costillas. Avan se sobresaltó.

—Lo siento, no quería decir eso... Solo...

—No pasa nada —respondió Avan con frialdad.

—Sí, sí pasa. Es que... había leído algo especialmente malo en un libro y...

—Olivia, si tú y yo no tenemos confianza, nada de esto tiene sentido. Puedes decirme lo que sea.

Olivia se apartó y Avan se giró para mirarla.

—Te digo la verdad —murmuró ella, bajando la vista, completamente consciente de la mentira que decía.

—No hablo solo de eso... Se supone que confías en mí y me ocultas cosas... No me refiero a que... Solo quiero ayudarte, Olivia. Todo esto, es para ayudarte, para que comprendas lo que pasó y para que nadie te haga daño. Sabes que es lo que menos quiero, ¿cierto? Que sufras es impensable para mí...

—Lo sé, y sé que quieres saber qué estuve pensando todo este tiempo, y te lo diré, pero no ahora, luego. Más a la noche, ¿sí? Solo quiero poner mis ideas en orden.

Avan miró los ojos de Olivia, parecían preocupados, pero no el tipo de preocupación desesperada de esos últimos días que apagaba todo rastro de vida de su semblante, dejando una cáscara vacía de miedo y dolor, sino que era una preocupación banal, normal.

Confió en que era algo que podía solucionar por sí misma.

—Está bien. Luego me dirás, no lo olvidaré...

 

***

Franco Stretcht se subía por las paredes. Esa semana habían recibido tantas llamadas de falsos testimonios sobre el avistamiento de los chicos que creía que podían alimentar un pequeño país con el costo que provocaban las mismas.

La investigación giraba en círculos en torno a lo poco que tenían: huellas, ángulos confusos y vacíos inesperados.

El alcohol había vuelto a formar parte de las solitarias noches del oficial, cuando los recuerdos se hacían insoportables, cuando no podía tapar con trabajo su conciencia.

Ponía toda su energía en recaudar pistas, por mínimas que fueran, pero la escena del crimen no arrojaba ninguna luz, así como los testigos, que siempre tenían algo que ocultar. No sabía a quién creerle. ¿A la amable señora Danvers, con sus eternas galletas de limón? ¿O a Olivia, quien parecía una triste chica abandonada por su novio de instituto? Y luego estaba el nerviosismo del doctor Mauro cada vez que hablaba con él. ¿Qué podía ocultar alguien tan mediocre como ese hombre?

El hombre observó por un momento cómo la secretaria no paraba de conversar con calma por el teléfono, tal vez había vuelto con su marido, o tenía un nuevo pretendiente, Franco nunca lo averiguaría.

Días atrás, había debido participar del funeral de las víctimas, ya que algunos asesinos tendían a ir a esos acontecimientos. Pero los únicos allí presentes eran los Danvers, María Olivia y algún pariente lejano o amigo de ambos. Eso llenó de tristeza al hombre.

A no ser por un peculiar sujeto acompañado por un enfermero que había hecho acto de presencia unos minutos allí, nada importante pasó. Sus únicas palabras fueron:

«Tal vez aún siga loco, pero sé reconocer a las buenas personas, y usted lo era. Salvaba lo insalvable, doctor. Y ahora viviré a la deriva, pasando de hospitales y pastillas, de doctores y locos. Y no puedo salvarme. Y usted no puede, ni a mí ni a su pequeña. Ah, cómo hablaba maravillas de ella. Ella, que era como yo. ¿Lo recuerda? Espero que la encuentren a salvo, y que nadie le haga lo que a mí. Nadie le hará daño. No le darán pastillas, no pueden hacerlo, no pueden hacerlo. Nadie me dará pastillas. Nadie me hará daño...»

Luego, recordaba que sus balbuceos eran demasiado inconexos como para encontrarle un sentido, y se había puesto ansioso, por lo que debió irse.

Franco, quien por un tiempo dependió de los antidepresivos, comprendía la sensación de ese hombre, su reticencia a las pastillas y hospitales. Se preguntó si no sería como él, si todos no seríamos como él.

Mientras releía los informes, se preguntó cuál era el grado de locura de los chicos que buscaba, y cuál era el suyo propio.

Se preguntaba qué había pasado en realidad aquella mañana.

 

***

Avan leía con avidez las notas de Olivia, sin poder creer lo observadora que la chica podía llegar a ser. Los recuerdos de esa mañana le eran confusos a la muchacha, pero desde que él llegó a su casa en adelante todo parecía vívido y pudo ver claramente muchos detalles que a cualquiera se le habrían pasado por alto.

Olivia podía recordar la exacta forma de la sangre en su ropa y paredes, y la forma en que la sangre bañaba el suelo y las gotas dispersas por su cuerpo y rostro. Podía ver los patrones que habían formado y cómo esos patrones no coincidían con lo que recordaba.

Cómo la sangre la bañaba a ella, pero no al lugar debajo, cómo su ropa tenía sangre solo en el frente y un costado.

—Eso es todo lo que estuve pensando, Avan. Eso me devolvió la paz.

Avan miró a Olivia, con los ojos desorbitados. La estrechó entre sus brazos de improvisto, feliz por lo inteligente que su chica era.

Feliz porque ella al fin creía en su inocencia tanto como él siempre supo.

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