Olivia

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FUERA LUCES

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FUERA LUCES

 

 

Olivia no estaba segura de qué la había llevado a decir semejante cosa. ¿Por qué Avan querría volver a besarla? Tal vez su actitud era porque le había desagradado, tal vez le diera asco. ¿Acaso no veía...?

Nada, no podía ver nada porque la luz se había apagado de forma repentina.

—Mierda —susurró Avan, soltándola.

—¿Qué pasa? —inquirió la chica parpadeando, esperaba que sus ojos se acostumbraran pronto a la penumbra. Se sentía indefensa sin poder ver.

—Creo que un apagón. Genial, lo que nos faltaba —dijo Avan moviendo la mano. Le dolía, se sentía estúpido por golpear el espejo, pero no había visto otra forma de desquitarse.

—¿Tu mano está bien? —preguntó la chica tanteando a oscuras para llegar a la cama.

—Sí, es solo un rasgu...

—¡Ay, mierda! ¡Mi pie! —exclamó Olivia, retrocediendo. Había pisado los restos del espejo con sus pies descalzos y uno de ellos se había clavado en su pie.

—¿Estás descalza? —preguntó acercándose a ella.

—¡Sí! Por supuesto que sí. Ayúdame a ir a la cama sin pisar el espejo otra vez —pidió. Avan, ya distinguiendo mejor las formas, la tomó de la mano y la guio a la cama. Olivia rengueaba.

—Espero que haya velas en esta habitación...

—Siempre puedes pedirlas en recepción —propuso ella, tocó con cuidado su pie, sintiendo la sangre manar de la herida. No era algo muy profundo, pero dolía como el demonio.

—Olivia, es medianoche, hay apagón y estamos en... en... Bueno, en un lugar peligroso. No iré a recepción.

No tenía batería en el celular, porque aún no lo había puesto a cargar, por lo que no tenía forma de iluminar la habitación. Así que, con cuidado, buscó en todos los cajones y mesas por velas.

—Aquí no hay nad...

Tres golpes fuertes en la puerta interrumpieron sus palabras. La puerta vibró ante la aporreada. Olivia ahogó un grito mientras Avan se quedaba congelado en el lugar.

Los golpes se repitieron.

Con cuidado, Avan se acercó a la puerta. Apoyó la oreja en la misma, esperando oír algo.

—¿Quién es? —preguntó, aún sin abrir, luego de un momento.

—Me llamo Rubén, estoy en la habitación contigua. Me preguntaba si ustedes tendrían velas. Hay un maldito apagón general y en recepción no tienen —dijo con voz tosca. Avan no se atrevía a abrir la puerta. Todo se veía negro, apenas distinguiendo sombras, Olivia estaba herida, no era buen momento para dejarle entrar a un desconocido.

—¿Hola? ¿Tienes velas? Prometo que no soy un asesino o algo así.

Avan no pudo evitar pensar un momento que, probablemente el hombre debería estar más asustado que ellos, puesto que se suponía que él había matado a los padres de la chica.

—Avan, no... —comenzó Olivia, pero ya era tarde.

Avan abrió la puerta.

Fuera estaba oscuro como boca de lobo. Frente a la puerta había un hombre alto y corpulento. Eso era lo único que podía decir de él, ya que sus facciones quedaban ocultas por la oscuridad.

—No, no tenemos velas. ¿Sabe de algún lugar para buscar? —preguntó con amabilidad el chico.

—¡Qué mala suerte! —exclamó apoyándose en el marco de la puerta—. Ustedes fueron la única puerta que me atreví a golpear —agregó señalando las demás habitaciones.

La luna apenas brillaba en el cielo, solo una pequeña tajada.

—Sí, comprendo. ¿Conoce la zona? —Avan estaba todo menos relajado. El hombre no parecía malo, con su voz grave y lenta, casi torpe. Olivia, por su parte, estaba muy nerviosa. ¿Qué hacía Avan?

—Un poco, sé que hay un supermercado abierto las veinticuatro horas a unas calles. Pero no me atrevo a ir hasta allí. No quiero dejar a mi esposa sola. Es un lugar peligroso.

—¿Crees que dure mucho más? —preguntó Avan cruzando los brazos.

—No lo sé, chico, pero te puedo decir que oí una chispa en la central eléctrica del hotel. ¿No la oíste?

«No», pensó, «estaba muy ocupado intentando resistir...»

—Entonces tal vez se demore. Mi hermana se lastimó el pie, necesito luz o algo para verlo, así que creo que deberíamos ir —comentó señalando la cama.

El hombre entrecerró los ojos, intentando ver algo.

—Me parece buena idea. Yo iré y, para que mi esposa no esté sola, la traeré aquí... Si no es molestia, claro.

—Me parece genial.

Avan se alejó de la puerta, mientras el hombre entraba en su habitación, en busca de su esposa.

—¿Por qué tanto miedo al lugar? —preguntó Olivia, casi en susurros. Tenía su pie tomado entre las manos, y mordisqueaba su labio.

—Es... este lugar es de lo peor. Pero no teníamos otra opción —dijo Avan, quitando la toalla de la cabeza de la chica.

—¿Disculpa? —oyó una voz titubeante a su espalda. La voz de la mujer se oía como una lija. Probablemente fuera fumadora.

—¿Sí? Pase, pase. Cierre la puerta.

Avan agradecía que la penumbra no permitiera que se vieran bien sus rostros.

—¿Cómo se llaman? —preguntó sentándose en una silla al lado de la puerta—. Yo soy Dominik.

—Esto... Yo soy... Jerónimo y ella, esto, Loretta —respondió el joven titubeante.

—Bonitos nombres. Y, díganme, ¿qué hacen un par de niños llegando a esta hora a un lugar así? —preguntó la mujer moviendo las manos de forma compulsiva. A la poca luz se podía distinguir que su cabello era rubio, muy claro, algunos cabellos se escapaban de su pulcro moño.

—Se... se, bueno...

—Se suponía que llegaríamos antes, pero tuvimos... problemas con el automóvil. Mañana debemos seguir camino para encontrarnos con nuestros padres —respondió Olivia con soltura.

—Qué bonitos. Qué mala suerte el apagón, ¿no creen?

—En realidad, la hora a la que se dio es muy conveniente. Todos deberíamos estar durmiendo, ¿no? —preguntó la chica sonriendo. Sus dientes blancos se veían a duras penas en la habitación.

—Sí, es una lástima que siempre haya gente que le gusta la noche como nosotros —contestó.

Avan se sentó a un lado de Olivia en la cama y la chica apretó la mano del joven. Sonreía con tensión.

—¿Cuánto crees que demore tu marido? —preguntó Avan. La pregunta de Olivia había despertado alarmas en su mente. ¿Qué hacía esta gente despierta pasada la medianoche?

—Oh, no lo sé, cariño.

—Jer, ¿crees que hayamos traído analgésicos? —Lo único que le avisó a Avan que se dirigía a él fue el nuevo apretón de mano que recibió, no reconocía el apodo que usó la chica.

—No sé, me fijaré.

—Tráeme el bolso —dijo Olivia mirándolo con una sonrisa—. Yo reviso.

Avan alcanzó el bolso que reposaba bajo una mesita con un florero en la superficie.

Olivia revisó un segundo hasta tocar las tijeras. Sacó algunas cosas, como su cuaderno y un gorro, para sacar las tijeras sin que sospechen nada.

—¿Has encontrado algo? —preguntó la mujer. Su voz sonaba sombría con la ronquera.

—No, pero...

—No te preocupes, cariño, tal vez tenga algo para ti en casa. Estoy segura de haber visto analgésicos por algún lugar —dijo, incorporándose.

—No es necesario...

—Sí, sí, lo es —interrumpió Olivia a Avan—. Me duele mucho —agregó mirándolo con un puchero.

—Iré por él —dijo la mujer saliendo dedicándoles una sonrisa que ninguno de los dos vio.

—Tranca la puerta —susurró Livvy empujando a Avan.

—¿Qué...? —comenzó confundido.

—Haz lo que te digo. Confía en mí.

Avan cerró la puerta, pasando llave.

Olivia respiró profundo mientras se relajaba.

—¿Qué te pasa?

—Escúchame, esa gente estaba despierta a medianoche. Llega a nuestra puerta segundos después del apagón diciendo que nadie, ni el recepcionista tiene velas. Pero, Avan, yo vi velas en un candelabro en la recepción —dijo a toda prisa la chica.

—Mierda.

—Chicos, tengo el analgésico, ¿puedo pasar? —preguntó una voz rasposa detrás de la puerta.

—No respondas —pidió Olivia.

—¿Chicos? Mi esposo debe estar viniendo con las velas en cualquier momento. Abran la puerta, ¿sí? —dijo intentando ser dulce.

—Ni se te ocurra abrir...

—No lo haré, no soy estúpido.

—¡Abran, por favor!

 

***

Había sido una larga tarde, y el oficial Stretcht aún seguía en la oficina. Las pruebas decían que había vivido gente en esa última semana en la pequeña casa de veraneo de los Maslin. Incluso había llamado a la compañía de luz para chequear y, efectivamente, había habido un gasto superior a la media.

Luego, sabiendo que el coche azul estaba abandonado y que lo único que en él había eran bolsas de plástico, supo que los fugitivos habían tomado otro coche. Y pensaba en ellos como los fugitivos porque en la comisaría así los llamaban. Los fugitivos.

En la zona cercana a donde encontraron el coche, habían robado tres automóviles esa tarde. Un Volkswagen Escarabajo, un Fiat Uno y un Audi A3. El primero era muy lento y el tercero muy llamativo. Por ende, había enfocado su búsqueda en el Fiat blanco, sin descuidar el paradero de los otros.

¿El problema? El país estaba plagado de Fiat blancos.

El oficial buscaba en su computador registros de matrículas. Con las declaraciones detalladas de los señores Maslin y el inconfundible hecho de que allí habían estado los chicos, el oficial estaba tratando de localizar a María Olivia Maslin. Ya había enviado patrullas para tener a la chica. Necesitaba respuestas. Ahora.

A partir de que sabía que el muchacho no había resistido la tentación de llamar a su madre, había reducido su círculo de búsqueda a lo máximo que se podía recorrer en coche desde el lugar de llamada hacia sus alrededores. Suponiendo que no siguiera manejando, claro.

Esa investigación se basaba mayormente en suposiciones. Lo estaba desesperando no tener nada concluso. La bicicleta del jardinero tenía huellas que no podía afirmar que fueran del chico porque no tenía antecedentes, por lo tanto, no estaba en su base de datos.

Pero, como Avan Danvers era el único sospechoso, creía vehementemente que las huellas eran del chico. Y, haciendo aún más suposiciones, podría decir que el jardinero estaba muerto.

Ahora bien, la señora Danvers negaba haber hablado con el chico y nada se podía hacer, ya que era la madre y, en casos así, no se podía tomar al pie de la letra todo lo que decía. En realidad no tenía valor, más comprobando de forma tan fácil que era mentira.

El oficial tenía los ojos fijos en la pantalla. Su cabeza dolía y sus ojos se notaban secos. Este caso estaba acabando con su paciencia.

Estaba a segundos de apagar todo y resignarse cuando un número apareció en la pantalla.

Una matrícula que coincidía.

Un apagón zonal.

Y un motel de mala muerte.

«Avan Danvers, voy a por ti».

 

 

 

 

 

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