Olivia

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GATOS Y RATONES

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GATOS Y RATONES

 

 

Olivia le tendió las tijeras a un incrédulo Avan mientras mordía su mejilla interna, nerviosa.

—No creo que puedan entrar, pero por las dudas... —dijo.

El chico miró las tijeras de punta redonda y se preguntó de qué servirían para defenderse... Y eso lo llevó a la pregunta: ¿de qué se defendían exactamente?

—Jovencitos, creo que es de muy mala educación lo que están haciendo, déjense de jueguitos... —dijo la mujer con tono severo, hablaba como si regañara a sus hijos luego de ensuciarse con lodo la ropa nueva.

—¡¿Mala educación?! ¡No debería hablar de eso, teniendo en cuenta las mentiras que nos dijo! —gritó Olivia desde la cama. Avan llevó su mano a la boca de la chica, para evitar que continuara hablando y empeorando la situación.

—¿Mentiras? ¿Qué mentiras? —preguntó con tono dulce Dominik, ahora parecía una madre intentando razonar.

Olivia intentó responder, pero la mano de Avan se lo impedía. En la oscuridad, lo miró irritada.

—Está bien, debo decirles que mi esposo ha ido a llamar a la policía. Sabemos quién eres, muchacho.

Avan tragó saliva de golpe. Sabían quién era. Estaban en peligro.

Avan alejó la mano del rostro de Olivia para pasarla por su rostro. Mierda.

—¡No tienen idea de quiénes somos! —bramó la chica, enfurecida.

—No me iré de aquí hasta que la policía llegue —aseguró la mujer—, por cierto, ya deben estar en camino. Tranquila, pequeña, ya todo estará bien, ya volverás a estar a salvo.

—¡¿Qué?! —exclamó Olivia—. No, no, usted no tiene idea de...

Avan sabía que era crucial lo que dijeran de ahora en más. Si la mujer creía que la chica era inocente, ¿por qué no lo haría la policía? Si existía la posibilidad de que Olivia quedara en libertad, al cargo, tal vez, de alguna amiga de la familia, o algún pariente lejano, ¿no era mejor que la opción de vivir huyendo?

—¡No dejaré que se la lleven! —gritó el chico, acercándose a golpear la puerta. La resignación se veía en su rostro.

Olivia sonrió complacida ante las palabras del joven, a pesar de la situación. Apretó un poco de tela contra su pie.

—Chico, comprende que has perdido.

—¡No! Es mía, déjenme en paz —casi gritó con voz rota y ojos cargados de lágrimas. Le dolía, pero era lo que debía hacer, lo que quería hacer.

Olivia solo podía pensar en las palabras «es mía», porque así era, era suya, simple y llanamente suya. Sonrió aún más, sin reparar en el tono de voz del chico, tal vez si lo hubiese hecho no sonreiría.

—Es una niña, ¿no le has hecho ya suficiente daño? —dijo la mujer con tono calmado, mientras apoyaba una mano sobre la puerta.

«Sí, ya ha sido demasiado daño», pensó el joven, apoyando la frente en la madera.

—Tal vez... —susurró.

—¿Avan? —preguntó Olivia, titubeante. Ya no estaba segura de a qué lugar se dirigía Avan con sus palabras.

—Muchacho, si te arrepientes ahora, pueden ser benevolentes contigo.

—Yo... —Avan cerró los ojos con fuerza.

—Avan, ¿qué pasa? —preguntó Olivia. Ya poco importaban sus nombres falsos, esa gente sabía quiénes eran, amenazaban con entregarlos.

—Livvy, yo... Tal vez deba... entregarme.

 

***

Franco Stretcht conducía a toda velocidad, las sirenas encendidas y el fiel Perune a su lado. Datos otorgados: matrícula del auto, un joven de unos dieciocho años con el cabello largo y una chica rubia habían sido vistos no muy lejos de la zona. Podría haber muchas opciones al respecto, pero conducían un Fiat blanco con la matrícula del auto robado. Tenían que ser ellos.

Estaba frustrado por no haber logrado comunicarse con la comisaría del pueblo, al parecer el corte de luz había dejado a todos sin energía.

—Timms asegura haber encontrado a María Olivia Maslin en casa de una amiga, a las afueras de la ciudad.

—Se escondía la cobarde —respondió con rabia Stretcht ante la información brindada por Perune—. Dile que haga un interrogatorio exhaustivo. Que olvide todo lo enseñado en la academia, debe hacer que la chica confiese ser cómplice.

Perune asintió respondiendo a Timms.

La adrenalina recorría el cuerpo de Franco. Estaba seguro de que esta vez los tenían, que los atraparían por fin.

Al tenerlos bajo su custodia podría saber qué había ocurrido. Las pruebas apuntaban una cosa, pero su experiencia y la lógica apuntaban a otra. Y las pruebas siempre podían ser alteradas.

Las luces de la carretera pasaban a toda velocidad. El coche patrulla avanzaba cada vez más rápido; solo ellos en medio de una carretera desierta a mitad de la noche. Solo pasaba algún autobús de turismo o un coche nocturno.

—¿Crees que podamos atraparlo, esta vez? —inquirió Perune mientras controlaba que las armas estuvieran cargadas.

—Sí, creo que esta vez están acorralados. No tienen escapatoria.

Perune lo miró con el ceño fruncido, pero no dijo nada más.

Estuvieron casi dos horas conduciendo, sobrepasando por mucho el límite de velocidad, hasta llegar al hotel. Más atrás, los refuerzos se acercaban.

 

***

—Esto... Señorita, sería más fácil para todos si... confiesa haber ayudado a los fugitivos —dijo Timms tomando un trago de su café cargado. Se sentía importante, sentía que lo tomaban en cuenta. Tenía la espalda recta y los brazos cruzados sobre el pecho, miraba a la chica con desafío.

—Oficial, comprenda, no puedo confesar una mentira. El falso testimonio está penado por la ley, ¿no es así? —la sonrisa de la joven era resplandeciente. Ocultaba su nerviosismo raspando sus uñas entre sí bajo la mesa, donde el oficial no podía verla.

—Señorita, ya sabemos que fue usted, las cosas serían más fáciles si...

—Es que, claramente no saben que fui yo, o no estarían preguntando. Tienen la duda y ante la duda somos todos inocentes, ahora, ¿puedo volver a mi casa? —preguntó con seguridad. Olivia tenía la boca seca, le parecía sumamente desagradable el hombre que se encontraba ante ella, con su cabello cobrizo y ojos penetrantes.

—Señorita Maslin, todas las pruebas apuntan a usted, a no ser que crea que sus padres...

—Mis padres nada tienen que ver. Oficial Timms, sepa que Avan conocía la ubicación de la casa, ¿no cree que pudo ir allí por su cuenta? —planteó alzando las cejas.

—Pero...

—También sabía la localización de la llave, no deben sorprenderse de que entrara por su cuenta. Avan siempre ha hecho lo que ha querido —comentó con amargura.

—Pero es que, señorita, por lo que sabemos, ustedes dos mantenían una relación, no sería extraño que lo ayudara —dijo sentándose en la silla de enfrente. Miraba a la joven con ojos esperanzados.

—¿Seguirán recordándome a cada momento mi relación con él? ¿No creen que ya duele demasiado? —preguntó con tristeza y lágrimas en los ojos, cambiando radicalmente su estado de ánimo ante las palabras del oficial.

Cuando la muchacha se puso a llorar, el oficial Timms no supo cómo reaccionar. ¿Una mujer llorando en la sala de interrogatorios en plena noche? Mala forma de obtener respuestas contundentes.

—Señorita, por favor, hagamos todo esto más fácil.

«Oh, no, oficial, todo menos fácil», pensó la chica incrementando sus espasmos.

 

***

—Chico, te conviene abrir la puerta, la policía debe estar llegando, ¿qué mejor que vean la colaboración? —dijo el hombre. Había llegado y comenzado a aporrear la puerta, ayudado por su compañera. Estaba tirando un farol, ya que no pudo llamar a la policía de la cabina, el apagón había dejado sin luz a todo el lugar.

A Olivia le sorprendía que nadie se acercara a ver. Tal vez cosas como esa eran comunes en el hotel. Le pareció desagradable plantearse esa idea.

Sus carceleros no se habían movido de la puerta en casi dos horas, la luz no había vuelto y el pie de Olivia al parecer había dejado de sangrar. Avan se había negado a hablar desde su declaración, por más que la chica insistía, él mantenía la boca cerrada.

—Cuando venga la policía, abriré la puerta —sentenció el joven. Estaba sentado contra la dura madera, su cabeza apoyada en el marco. Movía su dolorida mano, mientras miraba su entorno en la penumbra. Olivia estaba recostada en la cama, agotada pero incapaz de dormir, le ardía el pie y se sentía insegura. No solo por las personas de afuera, sino por la inminencia de la policía.

Temía por lo que Avan había dicho. ¿Entregarse? ¿Estaba loco? Luego de todo lo que habían pasado no podía siquiera pensar en que los separaran.

—Chico, todos cometemos errores —comenzó Rubén. Olivia decidió no oír lo que diría a continuación y pensar en un plan de escape. Claro que no tenían muchas opciones con la puerta bloqueada. La ventana tenía las persianas cerradas por fuera, por ende, era imposible salir por allí.

Olivia tuvo una idea bastante descabellada, rezó porque esta gente fuera tan ignorante como parecía. Con voz segura dijo:

—Creo que deberían irse antes de que llegue la policía.

Avan la miró con el ceño fruncido, sin comprender a qué se refería.

—Niña, no te preocupes, estarás bien —dijo el hombre de forma hosca.

—No, hablo por ustedes, por el bien de ustedes. Si la policía cree que nos retuvieron aquí podrían considerarlo secuestro —improvisó sobre la marcha.

Avan no podía creer lo que oía. ¿Olivia de veras pensaba que esta gente era idiota?

—¿Secuestro? No seas ridícula. No debes tener miedo, te ayudaremos, la policía te ayudará.

—Es en serio. ¿Nunca han visto esas películas en las que la gente buena intenta ayudar y los consideran sospechosos? Pues, no quiero que eso les ocurra.

Olivia hizo señas para que Avan se acercara a la cama. El chico lo hizo.

—Ya que juegas al papel de malo de la película, cállame —rogó entre susurros la chica, refiriéndose a Avan echándose culpas.

—¡Cállate! Es suficiente —dijo Avan con fuerza. Olivia alzó el pulgar en señal de aprobación.

—Hablo en serio, si se quedan aquí, pueden inculparlos —dijo la chica.

Avan iba a decir algo más, pero sus palabras quedaron calladas por un gesto de Olivia.

—No creo que puedan inculparnos —susurró Dominik al otro lado de la puerta, dirigiéndose a Rubén.

—Espera, estoy pensando —le respondió su marido—. ¿Por qué la niña nos diría esto si no fuera cierto? Ella es la víctima aquí, sabe que queremos ayudarla, no se expondría a más peligro si no fuera cierto.

—¿Crees que de veras puedan culparnos de algo? —preguntó la mujer.

—Sí, tal vez. Nosotros causamos el apagón, ¿recuerdas? Podría verse mal y si indagaran mucho en nuestros historiales, estaríamos perdidos.

—Mierda, Rub, ¿en qué nos metiste? —dijo con desesperación la mujer yendo de un lado al otro del pasillo. Miraba el cielo, pidiendo alguna señal sobre qué era lo correcto. Como siempre le había pasado, no obtuvo respuesta.

—No podíamos dejar esto así como así, Domi. Tal vez, debamos hacer caso y alejarnos. Escucha, para que no pueda escapar, nos iremos en cuanto oigamos a la policía, ¿te parece? —ofreció el hombre, acariciando el brazo de su esposa en un intento por reconfortarla.

La mujer lo pensó un segundo, mientras encendía un cigarro. Luego de un par de caladas, asintió.

—En cuanto se alejen, debemos correr al auto —dijo Olivia dentro. No estaba segura de que su plan funcionara, pero era su única salida.

—No puedes correr —dijo Avan con preocupación.

—Claro que puedo.

Avan se había resignado a entregarse, y cualquier esperanza le parecía vana e innecesaria, él sabía lo que debía hacer.

—Avan, escúchame, nada de hacer el héroe. Nada de «entregarte» ni así, ¿has entendido? —pidió Olivia incorporándose.

Avan asintió en la oscuridad, no muy convencido. Preparó lo poco que habían sacado de la bolsa y la colocó en su hombro.

Pegó su oído a la puerta, oyendo cómo las personas fuera del dormitorio se movían inquietas.

Estuvo unos cuantos minutos allí, oyendo el sonido que emitía la gente, hasta que comenzaron las sirenas.

Cuando el ruido de las sirenas irrumpió en la estancia, Avan pudo sentir cómo sus carceleros corrían y se encerraban en su habitación.

Abrió la puerta a toda velocidad, extendiendo una mano hacia Olivia, quien la tomó con gusto y desespero.

Nunca recordará la forma exacta en la que llegaron al auto. Corriendo, llorando y resollando. Abrió las puertas, agradecido de que nadie se llevase el auto, exactamente como ellos habían hecho tiempo atrás.

Encendió la marcha con los cables, el auto prendió al tercer intento, mientras Olivia se acomodaba en su asiento, abrochando su cinturón, y salieron pitando de allí, dejando atrás ese deplorable hotelucho.

 

***

Franco vio el momento exacto en que los jóvenes salían por la puerta de la habitación. Por eso, vio cómo la chica se aferraba, casi con desesperación a la mano del joven. ¿Qué clase de mentiras le habría contado él para conseguir eso?

—Perune, quédate aquí interrogando sospechosos y esperando a los otros, iré tras ellos —dijo el oficial, sin bajar del auto. Perune le hizo caso y, mientras Franco aceleraba siguiendo el camino que los fugitivos tomaron, se dirigió a la puerta contigua por la que habían salido los chicos.

—Disculpe las molestias, señora, pero ¿qué sabe usted de los inquilinos de al lado? —preguntó de forma cortés a una mujer de cabellos rubios.

—No mucho, señor, mi esposo y yo dormíamos apaciblemente hasta que oímos las sirenas —respondió llevando un cigarrillo a sus labios.

—¿Podría decirme sus datos? —pidió el oficial.

—Claro, Dominik y Rubén Zosa —respondió segura mientras su esposo se acercaba.

—¿Gusta pasar, oficial? —ofreció cordialmente el hombre. Su sonrisa era temblorosa.

—No, creo que aquí se ve un poco mejor. Extraño apagón, ¿no creen? —intentó sacar charla el policía.

—Sí, muy extraño —concordó Dominik con una sonrisa forzada.

 

 

 

 

 

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