Olivia

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LECTURAS

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LECTURAS

 

 

—Olivia, tú me has comentado que amas leer, ¿no es así? —inquirió la maestra sentada en una silla frente a Olivia. La niña prefirió permanecer de pie, se balanceaba adelante y atrás en sus piernas, mientras asentía con vergüenza, le avergonzaba un poco hablar de sus gustos en general—. Pues, ¿qué libros has leído últimamente?

Livvy pensó un poco su respuesta. ¿Qué decirle a la maestra? Olivia no creía que leyera nada malo, pero sabía que algunas de las cosas que leía eran para adultos. También sabía que su maestra venía de una familia bastante conservadora y que posiblemente no entendería cómo había cambiado el mundo en el último tiempo.

—Bueno, encontré La metamorfosis en la biblioteca de mi casa, me gustó mucho y me daba lástima el pobre personaje. Luego leí los cuentos del Hombre ilustrado, amando mucho «La pradera». Y... —Olivia hizo una pausa, llevando la atención de sus ojos a la punta de sus zapatos—. Comencé una popular trilogía erótica, tenía curiosidad, no la terminé porque carecía totalmente de vocabulario adecuado y trama, pero seguía con curiosidad así que me decliné por otros del mismo género.

La pequeña terminó su discurso muy orgullosa por sus palabras. Alzó los ojos encontrándose con los de la maestra que la miraba impresionada. La mujer sabía que para su edad, Olivia siempre había demostrado aptitudes e ideas muy propias y avanzadas, eso no tenía nada de malo en realidad, pero fue lo primero que le advirtieron sus colegas cuando fue su turno de tener a tan especial jovencita en su clase. La maestra adoraba a la niña. Era cariñosa y simpática, un poco aniñada, pero muy lúcida en la clase. Tenía desacuerdos con sus compañeros de clase, pero todos los niños los tenían en algún momento. A pesar de su madurez intelectual, la maestra sabía que era insegura y que sus sentimientos eran los de una niña: quería protección y cariño.

Claro que la maestra Chan solo conocía la punta del iceberg que era Olivia.

—Olivia, esos no son libros para niñas de tu edad...

—Lo sé, maestra, pero todos los leen y quería ver por mí misma, además los libros para chicas de mi edad son tontos y no tienen contenido, me aburro al leerlos.

La maestra se encontraba en una encrucijada. Por un lado, se sentía orgullosa de que una niña como ella hubiera optado por la lectura de semejantes clásicos, como La metamorfosis, y hubiera podido decidir por sí misma, descontando la lectura erótica, claro. Aunque por el otro, le preocupaba la sensible mentalidad de la niña; puesto que lo que había escrito demostraba hasta qué punto le había «interesado» esa lectura.

—¿Tus padres son conscientes de lo que lees? ¿Saben lo que escribes? Porque lo haces de una manera muy bonita, ¿les has mostrado? —preguntó con confianza la mujer. Olivia miró hacia otro lado y negó la cabeza. Ella creía que no era necesario que sus padres supieran de sus gustos a la hora de leer, era algo para ella, ellos no tenían por qué opinar.

—Olivia, lo que lees, no tanto Kafka o Bradbury, sino libros de género erótico, no son apropiados —Olivia se sonrojó un poco al oír la palabra, sintiéndose descubierta en su travesura.

—Pero... los leo porque me gustan. Y no creo que sean malos...

—No son malos, pero tienes once años y eres una niña muy inocente. No me gustaría que, por querer adelantarte a cosas de mayores, perdieras tu dulzura y tu poder de sorpresa ante al mundo —la maestra hizo una pausa, sonriéndole para darle ánimos—. ¿Avan sigue cuidando de ti?

Olivia sonrió con dulzura y sus ojos se iluminaron un poco, mientras el sonrojo de sus mejillas se acentuaba.

—Aún es mi vecino y niñero —respondió con confianza.

—Él cuida de ti cuando tus padres no están, ¿no es así? —Olivia volvió a asentir—. ¿Es el «caballero de armadura chamuscada» de tu historia?

—Sí, aunque no le diga a nadie.

—Una pregunta más, y te dejaré libre —comentó la profesora con semblante preocupado—. ¿Tú eres la princesa del cuento?

El asentimiento de Olivia fue todo lo que necesitó la maestra para que luces de alarma llenaran su mente. La niña parecía ligeramente más nerviosa con la pregunta.

—Ya puedes ir al recreo, Olivia.

 

***

—¿Cómo te fue? —preguntó Lena, corriendo hacia su amiga. Cuando llegó a su altura se quedó parada y recuperó la respiración.

—De maravilla, la profesora dijo que escribía muy bonito —respondió Olivia, moviendo de un lado a otro la falda de su vestido. No quería decirle a su amiga, pero era consciente que durante la entrevista con la maestra algo había salido terriblemente mal. Aunque no podía discernir muy bien qué.

—Eso es genial...

—Olivia, ¿al fin te echaron en cara tus rarezas? —preguntó Mía fingiendo lástima de forme patética, rodeada de varios amigos, mientras todos se dirigían al patio principal, el mejor lugar para descansar en un día de calor como ese; rodeados de árboles que otorgaban sombra.

—¿O lloraste para que te dejaran en paz? —la secundó un chico.

Olivia se paró con firmeza en medio del pasillo y sonrió con calma. «Compadécete de ellos, sabes cómo hacerlo», oía la voz de Avan en su mente, no era la primera vez que la acosaban, y el joven siempre le decía lo mismo: «Compadécete, no hay nada peor que la compasión».

—¿No respondes? —cuestionó Melissa.

—Tal vez esas tontas trenzas hayan aplastado sus orejas y no oiga. ¡Hola, ¿hay alguien en el estúpido mundo de Olivia-la-niña?! —insistió Mía golpeando una puerta imaginaria con su mano.

Lena no sabía qué decir para defender a su amiga. Siempre había temido que si decía algo se convertiría en el nuevo blanco de burlas.

Olivia se estremeció por dentro, antes de decir con la más dulce de las voces:

—Pobrecilla.

Se acercó a Mía y palmeó su hombro con pena, enmascarándose con los rostros fríos y apáticos que había leído en sus novelas, los que solía hacer la antagonista de la historia.

Luego, sin prestar atención a los comentarios que se repetían a su espalda, se alejó con la cabeza en alto, seguida muy de cerca por Lena.

—Eso fue maravilloso —admiró la niña morena.

—Lo sé —contestó Olivia.

 

***

Avan la esperaba en la salida del colegio, lo cual le pareció raro a la niña, puesto que su madre normalmente la llevaba a casa y eran contadas las veces que no podía, hacía tiempo que no pasaba. Y Avan casi siempre tenía clases a esa hora.

—Hola, Livvy.

—Avan, ¿qué haces aquí? —preguntó dándole un abrazo. Luego de la discusión de anoche de sus padres y el día que había tenido, necesitaba un abrazo protector.

—Tus padres preguntaron si podía venir, y como el profesor de Cálculo faltó, aquí me tienes —mintió. Por supuesto que el profesor Stefano no había faltado, Avan había decidido que tenía cosas más importantes que hacer luego de recibir una llamada desesperada de la señora Penz asegurando que le pagaría las horas extras.

Tomó la mochila de los hombros de Olivia y le ofreció la mano para emprender el camino de unas cinco cuadras hasta sus residencias.

La maestra Chan los vio alejarse desde la sala de maestros, intentando alejar los prejuicios y no alarmarse más de la cuenta. Muchos no solían tomarla en serio porque creían que tendía a exagerar, así que no exageraría esta vez.

El silencio rodeaba a Avan y Olivia, pero la niña nunca se había sentido incómoda con el silencio, al igual que Avan, era de la idea que las mejores cosas pasaban con silencio. Las cosas que no necesitaban decirse eran las mejores.

La mano de Olivia estaba helada para el día cálido que era. Avan la apretó con fuerza, sintiéndola insólitamente pequeña y frágil entre las suyas.

—¿Tus padres han hablado sobre Nieve? —inquirió luego de un par de cuadras.

—¿Te refieres a conmigo o entre ellos? —precisó la niña mirando cómo los brotes se hacían presentes en los árboles del vecindario.

—Contigo, sé que entre ellos sí, sus gritos se escuchaban hasta en mi casa. Por cierto, lo lamento, sé cuánto detestas que se peleen. Sabes que cuando las cosas se ponen muy feas, no tienes más que llamarme, ¿verdad?

Olivia asintió, sin responder a la pregunta original del joven.

Entraron en el pequeño reino de Avan, en este caso, su casa.

—¡Mamá! —gritó el muchacho dejando la mochila de Olivia sobre el sillón—. ¡Llegué y traje a Livvy conmigo!

—¡Ya bajo!

La madre de Avan era una mujer baja y robusta. Bastante simpática pero exigente. De forma tal que detestaba que Avan se desviara de lo que ella creía que estaba estipulado por las normas de conducta.

Y por supuesto, creía que Olivia se desviaba de las normas de conducta de un joven de dieciocho años.

—Olivia —comenzó en un tono inundado de falsedad mientras bajaba las escaleras con dramatismo—, qué bonita te ves hoy.

Livvy alzó las cejas y asintió con una sonrisa igual de falsa, aguantando una réplica ingeniosa entre sus labios. Y en eso se basó todo el diálogo en la hora que la señora y ella estuvieron en la casa al mismo tiempo. Luego, Anna Danvers fue a trabajar.

—Explícame por qué toda tu familia me odia —pidió Olivia en el momento que Anna abandonó la casa. Avan dejó papas fritas y ensalada delante de Olivia. A sus solo once años había decidido ser vegetariana, puesto que no soportaba pensar que estaba comiendo los músculos de un animal, su sangre en su boca. Bastante contradictorio era su pensar, teniendo en cuenta que ayer había matado a su gato con sus propias manos.

—No toda mi familia te odia, mi tío Artie y yo te encontramos encantadora.

—Artie murió hace meses —contestó la menor.

—Por eso —bromeó Avan. Olivia entrecerró los ojos, aunque le había resultado gracioso.

—¿Por qué mi madre no vino a buscarme hoy? ¿Lo sabes? —preguntó entonces la chica, llevando una papa a su boca.

—En realidad no lo dijo —respondió Avan encogiéndose de hombros.

—Tal vez se fracturó la pierna y está en el hospital —propuso ella luego de tragar.

—Tal vez está consiguiendo más gatos para que saques tu lado artístico.

Olivia lo fulminó con la mirada, enojada consigo por no poder ofenderse con él.

 

 

 

 

 

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