Olivia

Olivia


IMPULSOS

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IMPULSOS

 

 

—Te dejo el maravilloso poder del control remoto. Debo afeitarme... —suspiró Avan intentando hacer una tregua al silencio de la niña, se levantó del sillón en el que se habían instalado luego de comer.

—¿Puedo afeitarte yo? —preguntó Olivia olvidando que debía fingir ofensa, lo siguió porque no quería quedarse sola y porque de verdad le interesaba poder ayudarlo, o al menos ver cómo lo hacía.

—Perderé una mejilla si lo haces —bromeó Avan, contento de que la niña volviera a hablarle.

—¿Eso es un sí? —inquirió con regocijo la pequeña mientras subía las escaleras de dos en dos, ayudándose de la barandilla de madera.

—Es un sí. Temo por mi vida —asintió con fatalismo Avan.

Avan, a pesar de ser consciente de que lo que hacía estaba mal, pues mimaba demasiado a Olivia, siempre intentaba cumplir todo lo que ella quería. Era algo que lo dominaba por dentro y no podía resistir. Ver la sonrisa de satisfacción que en su rostro se formaba, era su combustible de vida. Olivia merecía ser feliz.

—Prometo no cortarte... mucho —una sonrisa perversa iluminó el rostro de ella dejando entrever sus dientes y acentuando la leve separación de sus paletas.

Avan preparó la afeitadora, la crema y el agua tibia. Luego se sentó en la tapa del inodoro, cediéndole el control de su rostro a Olivia.

Hubiera sido más cómodo para ambos que él cerrara los ojos. Pero le era imposible. Olivia tenía la lengua apretada entre los dientes y su ceño se fruncía en concentración. Pasaba con delicadeza la afeitadora, a contrapelo, para luego mojarla en el recipiente que Avan sostenía.

Al bajar por la comisura de los labios por el lado derecho de su vecino, mordió el interior de sus cachetes, inconscientemente, creando una visión bastante cómica; y Avan no pudo evitar sonreír.

Pero al instante se puso serio al notar como la cuchilla entraba levemente en su piel. Olivia soltó una exclamación ahogada mientras Avan exageraba una mueca de dolor.

—Lo siento mucho —murmuró la joven. Dejó caer la afeitadora y comenzó a mover las manos alrededor del rostro de Avan con preocupación, sin saber qué hacer, mientras una pequeña gota carmesí salía del insignificante corte.

Avan le envió una sonrisa tranquilizadora que Olivia no vio de tan nerviosa que se había puesto. No podía soportar hacerle algún daño a Avan.

Solo tenía ojos para la pequeña gota escarlata que salía de la comisura de la boca del joven.

Con temor e intrepidez llevó un dedo a la herida captando la gota en su yema, la miró por unos segundos con rostro compungido provocando que Avan fuera enormemente consciente de la poca distancia que los separaba. Luego metió el dedo en el agua.

Más tarde, Avan se reprocharía no haber notado antes las intenciones de Olivia. Más tarde, se sentiría la peor escoria en la tierra por no impedirlo.

Pero ahora, dejó que Livvy se acercara con inocencia y depositara el más casto de los besos infantiles allí donde escocía un poco su piel, el beso medicinal.

El joven se estremeció de forma imperceptible, un poco confundido.

—Ya está, curado...

—Los besos no curan heridas, Olivia —reprochó con nerviosismo alejándose lo más posible—. Vete, yo terminaré con esto —siguió fríamente el muchacho, sintiéndose más asustado que otra cosa.

—Pero...

—Ve abajo, Olivia.

La niña supo que había arruinado todo cuando él la llamó por su nombre completo y no por el apelativo cariñoso que solía usar. Se dirigió a la puerta con la cabeza gacha.

—Lo siento mucho —murmuró mientras se iba, con los ojos llenos de lágrimas que Avan no podía ver.

El adolescente se levantó rápidamente y, evitando mirarse al espejo, llenó sus manos de agua helada, para después llevarlas a su rostro. Respiró profundamente.

La mierda que sentía por dentro dolía más que miles de microcortes al afeitarse, y Dios sabía cómo dolían esos cortes, sabía que había herido a Olivia alejándola de esa forma, él detestaba tratarla así.

Olivia, mientras tanto, en el piso de abajo, caminaba de un lado al otro, expulsando lágrimas de frustración. ¿Qué había hecho mal? ¿Qué había en el mundo que no se curara con un beso? ¿Por qué todo salía mal ese día?

Un pequeño remanso de ira crecía en su pecho, pero la vulnerabilidad y la estúpida sensación de rechazo que sentía, pronto lo anuló.

—Dime si no es verdad, qué sientes... —escuchó Olivia la voz de Loretta, canturreando mientras entraba. La muchacha quedó petrificada en la puerta de entrada mirando a la niña, en su frenético ir y venir—. ¿Has perdido definitivamente la cabeza al fin? —inquirió. Error.

—¡Aj, cállate, bruja malvada! —rugió la niña, expulsando sus sentimientos en un grito y abalanzándose sobre la joven con lágrimas aún en los ojos.

Loretta quedó completamente sorprendida por la fuerza que tenía la niña. Era tan pequeña que cualquiera la subestimaría. Pero, en ese momento de furia desmedida, gracias a la acumulación de emociones que estaba sufriendo su vida, sintió que toda su fuerza estaba puesta en golpear a Loretta, tirando de su cabello, clavando sus uñas en la carne de la mayor. La muchacha, alejaba a la niña. «¡Suéltame, maldito demonio! Tengo razón, eres un ¡monstruo!», gritaba intentando zafarse de las cortas uñas de la niña, no quería golpearla.

Avan bajó corriendo las escaleras al escuchar semejantes gritos y revuelo provenientes de la sala, le quedaba un poco de crema en la parte baja de la mejilla.

Le escena que vio lo dejó momentáneamente petrificado. Olivia golpeando sin control, mientras gritaba, a su hermana mayor del doble de tamaño que su atacante, y esta esquivando sin precisión alguna las manos de la menor.

Avan reaccionó ante la escena, tomando a Olivia por la cintura y alzándola en el aire. La niña movía las piernas y brazos, intentando soltarse.

—Cálmate, Livvy, todo está bien —susurraba Avan en el oído de la pequeña intentando calmarla, mientras Loretta se alejaba.

—Avan, es un maldito monstruo. No la quiero en casa cuando yo esté aquí...

—¡Ya basta, Loretta! —rugió el joven al momento que depositaba a una Olivia ligeramente más calmada en el piso. La menor respiraba agitadamente, intentando serenarse. La humillación de a poco iba sustituyendo a la furia absorbente que sentía por Loretta. Ella no era un maldito monstruo, y que lo pensaran así la entristecía a la vez que la hacía sentir impotente. Debería cambiar la opinión de la muchacha sobre ella... o tal vez acrecentarla.

—¿Defenderás a... a... ella? Claro. Típico.

Loretta subió las escaleras con furia, intentando arreglar el desorden de su cabello y maldiciendo a la niña por haber roto su blusa verde favorita, dejando al par de locos abajo.

—Olivia, ¿qué diablos te pasa? Sé que Loretta no es de tu agrado, pero no puedes ir por la vida atacando a quienes te caigan mal...

—Pero... pero ella entró y... y preguntó si por fin... había perdido la cabeza —contestó Livvy, resollando—. No estoy loca, Avan, Mía y sus amigos creen lo mismo, pero no estoy loca.

—Lo sé, Livvy, pero esta actitud que acabas de tener, demuestra lo contrario —se arrodilló para quedar a la altura de la niña y acarició sus trenzas—. Debes controlar mejor tus impulsos. Y no solo los malos...

Un silencio incómodo se instaló entre ambos. No era necesario explicar que el inocente beso era un buen impulso, que también debía ser contenido. Por el bien de la salud mental de Avan. Y por el bien de las fantasías locas de una niña de once años.

—Te quedó bien afeitado..., lamento haberte cortado —murmuró con sumisión. Avan vio los fantasmas de las lágrimas que habían salido de sus ojos, y las que luchaba aún por contener. Debió resistir el impulso de abrazarla, en este momento, no era posible.

 

 

 

 

 

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