Olivia

Olivia


TOCAYA

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TOCAYA

 

 

Avan y la tocaya de Olivia, dormían plácidamente en la cama como los dos adolescentes que eran cuando sonó el despertador. La rubia se despertó abriendo los ojos de sopetón; no estaba acostumbrada a los despertadores de corriente eléctrica y su irritante chirrido, normalmente, se despertaba con el suave sonido de una canción de su teléfono móvil.

La habitación estaba en penumbra porque las pesadas cortinas bloqueaban el paso de la luz del sol, la chica pensó que debía ser muy hermoso dormir en un lugar así hasta el mediodía. Miró con ojos somnolientos a su alrededor, sintiéndose bastante rara.

—Avan, mueve tu bonito trasero, ¿quieres? Llegaremos tarde a la universidad —murmuró al tiempo que se levantaba a buscar su ropa esparcida de cualquier forma por la estancia.

—Jmm... —fue toda la respuesta del chico.

Avan ni siquiera se había molestado en abrir los ojos, si lo hubiera hecho tal vez hubiera notado el cambio en su amiga.

Vistiéndose, la rubia se encaminó rápidamente al baño para ocuparse de sí misma y sus necesidades matutinas, maldecía a los chicos por no tener algún espejo en sus dormitorios del mismo modo que las chicas —en su mayoría, al menos—, necesitaba ver su rostro para saber cómo la veía Avan esa mañana.

Salió al pasillo y, caminando en puntas de pie en un burdo intento por no hacer ruido, entró al cuarto de baño.

Y se encontró de frente a su reflejo.

Y gritó.

La Olivia de once años, en su propia casa, lo escuchó encantada con una sonrisa satisfecha mientras ponía mermelada en una tostada.

Avan se levantó repentinamente acentuando el dolor de cabeza por su resaca, tambaleándose un poco mareado y desnudo.

Los señores Danvers y Loretta subieron a toda velocidad las escaleras, los tres estaban preparando el desayuno al momento de oír tan desgarrador grito procedente de su baño.

Avan entró a la estancia, aún desnudo, sin llamar y se encontró a una Olivia sentada en el inodoro, con el rostro entre las manos y el cabello cortado.

Tenía un enorme hueco sobre la oreja derecha que hizo a Avan soltar una carcajada.

—Cállate, jodido imbécil —dijo con enojo la joven mirándolo—. Sabes que estás desnudo, ¿verdad? —agregó secando una lágrima.

Avan se miró un segundo, casi con sorpresa, y luego asintió de forma despreocupada, no había nada que todos los integrantes de la casa no hubieran visto ya alguna vez.

—¿Qué diantres te pasó? —inquirió Loretta al ver la abominación que era el cabello de la amiga de su hermano.

Aunque si se había quedado a pasar la noche, y el inadaptado de su hermano estaba desnudo, quería decir que no eran solo amigos como todos pensaban.

—Avan, explícame el motivo de tu desnudez, por favor —pidió el señor Danvers muy formal.

Olivia se levantó y se observó al espejo mientras la familia charlaba.

Su hermoso cabello rubio había sido cortado por encima de las orejas, dejando huecos enormes en ciertos lugares. Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Cómo había pasado esto? ¿Cómo era posible?

—¿Quién lo hizo? —increpó entonces con frialdad mirando a la familia. Todos quedaron en silencio. Conocían a la joven hacía bastante, puesto que era amiga de Avan de la secundaria y este año había comenzado la carrera de arquitectura con él. Su rostro, siempre dulce, nunca había mostrado semejante desprecio hacia nada.

—Algo aún más importante, ¿dónde está el cabello? —contrapreguntó Avan.

Loretta se rio con calma y desinterés. Y entonces Olivia lo supo. La joven siempre había envidiado su ondulada cabellera rubia; debía ser ella quien la cortó. No había otra opción. Avan nunca le haría eso. Y los señores Danvers... Bueno, ¿qué motivos tendrían? Y no es como si un loco fuera a colarse en la casa a cortar su cabello sin motivo. Loretta debía de haberse metido en la habitación de su hermano para hacer desastres con su melena de manera frívola y calculadora. Olivia estaba lo suficientemente sobria la noche anterior para saber que su cabello estaba bien antes de dormir.

Olivia se limitó a entrecerrar los ojos, y dirigirse de regreso al cuarto de Avan, aguantando las ganas de orinar para después.

—Vístete, no divulgues tus miserias, pequeñín —comentó Loretta a Avan volviendo abajo seguida de sus padres, quienes estaban bastante desconcertados. ¿Qué había pasado en su casa esa noche? ¿Su hijo y Olivia estaban tan borrachos que hicieron algo como eso y no lo recordaban? ¿Cómo había podido pasar algo así?

Avan se puso ropa interior limpia y comenzó a recolectar la que ayer había tirado por su pieza. Debajo de su bóxer, encontró todo el cabello perdido de Olivia. Esta vez su chiflada hermana, porque claramente había sido ella para joderlo, se había excedido.

La joven lloró al verlo y le pidió un gorro a Avan para ocultarse. El joven se lo entregó sin emitir comentarios.

Quince minutos después sonaba el timbre de la casa.

Avan sabía quién sería, por lo que tomó la mochila rosa de la silla y fue a abrir la puerta.

—Cabecita de novia, te has olvidado de la mochila —dijo ofreciéndosela a Livvy, quien esa mañana llevaba su cabello atado en una trenza sobre su cabeza, formando una tiara. El ligero olor a sandía que desprendía llegaba a la nariz del joven.

—No tengo cabecita de novia —dijo con un mohín mientras la aceptaba, parándose en puntas de pie para depositar un tierno beso en la mejilla de Avan. El chico se agachó para recibirlo.

—¡Para la próxima la venderé en eBay, Livvy! —gritó mientras la niña corría al auto de su madre.

—¡Te harías rico! —replicó con una risilla la pequeña. Hubiera dado lo que fuera por ver su obra de arte a la luz del día, pero eso era mucho pedir.

Avan cerró la puerta con una sonrisa bobalicona en los labios. Esa niña era como un rayo de luz, un choque de energía refrescante para comenzar la mañana.

—Así que... ¿te acuestas con alguien que se llama igual a la pequeña niña que cuidas? ¿No es un tanto extraño? —inquirió la Olivia más grande mientras se acercaba a la puerta; haber visto a la pequeña y oído que era llamada por su nombre, despertó su interés. Alzó su ceja con curiosidad. Sentía la pérdida de su cabello, pero eso no opacaría su carácter irónico.

—Sí y no. No es extraño siempre y cuando sepa diferenciarlas. Y creo que es bastante claro que no pareces una niña de once años...

—¡¿Once?! Pero si parece menor —exclamó sorprendida mientras seguía a Avan por el camino de entrada hacia la calle.

—Lo sé, lo sabes, el mundo lo sabe...

Olivia se sentía bastante sorprendida por haber conocido por fin a la niña que cuidaba su amigo. Nunca volvería a verlo de la misma forma, ya que, aunque suene extraño, la niña era perturbadoramente parecida a ella.

Lo cual no tendría nada de malo... si Avan no fuera Avan.

 

 

 

 

 

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