Olivia

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PASTEL DE FRESA

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PASTEL DE FRESA

 

 

Olivia tenía nueve años la primera vez que le arrancó la cabeza a una muñeca.

Estaba jugando a quién sabe qué en su mente de niña, cuando decidió que su muñeca favorita, esa tan cara que sus padres le habían regalado por su cumpleaños, se vería más linda en dos partes.

Menos de un par de minutos le tomó decidir cómo sería mejor dividirla, así que, tomó su cabeza por el cabello y su cuerpo por las piernas. Tiró con fuerza, frunciendo el ceño, hasta que oyó el dulce ruido de una cabeza de silicona desprendiéndose de un cuerpo de plástico. Sonrió cuando tuvo la redonda cabeza en una mano y el irreal cuerpo en la otra. Aunque casi al instante desechó el cuerpo a un lado y puso la cabeza en su dedo.

Ahora, tenía un estante repleto de cabezas de muñecas y otro con sus cuerpos. Trapo, plástico y porcelana se mezclaban de forma grotesca en el cuarto de la niña.

Su madre siempre tuvo cierta reticencia hacia eso, pero, al pasar el tiempo y comprobar que todo seguía igual y no avanzaba de ninguna extraña manera, lo había dejado estar, como su marido.

Eso, hasta lo de Lulú, el bebé de goma favorito de Olivia.

Olivia solo tenía dos bebés de juguete porque no le gustaban demasiado, y Lulú era su consentida.

Tamaña sorpresa se llevó Monique Penz cuando hace un par de semanas su hija se acercó a ella con la bebé sin piernas, alegando que «su pequeña» sería una discapacitada de por vida. Ya de por sí el hecho de que una niña de once años jugase con bebés de plástico era extraño, ¿pero que la idea de un niño discapacitado le atrajera? La forma en la que la había mirado al decirlo hizo que la mujer se estremeciera.

Este episodio, acompañado de las sospechas de la mujer en cuanto a las alucinaciones que creía que su hija padecía, encendió la alarma de su mente, hasta el punto de exigirle a su marido la realización de estudios específicos a su hija.

Estudios que habían dado resultados sumamente normales y ordinarios.

 

***

Loretta tenía un trabajo de medio tiempo como ayudante de Melenie Fourier, una famosa decoradora de interiores parisina que había instalado su oficina en la ciudad hacía un par de años. Melenie era una joven de casi treinta años que se había ganado su puesto como la mejor gracias a sus gustos vanguardistas y clásicos a la vez. Aunque si le preguntan, dirá que puede arreglar una estancia al gusto de la persona, así como ellos necesitan.

Melenie, al ser una tan solicitada decoradora, solía pasar mucho tiempo fuera de la oficina, y eran contadas las veces que le pedía a Loretta que la acompañase a tomar experiencia sobre el «trabajo de campo». Hoy no era de esos días.

Y como no era de esos días, la secretaria de Melenie Fourier que casualmente era su prima, le ofreció a Loretta la posibilidad de poder irse a casa antes de quedarse en la oficina como parte del amueblado. Por eso, luego de despedirse de Stella Bolff que llegaba luego del medio horario que hacía en la universidad de su hermano, y prometerle una salida, se encaminó a su casa. Loretta llegó muy contenta, con bastante tiempo de anticipación y feliz de la vida porque Mauro, su exnovio, había vuelto a mensajearle.

Aunque su rostro cambió de forma drástica al encontrar a su hermano allí, siendo que a esa hora debía estar volviendo de la universidad, para esperar a que Olivia llegara con su madre; y mayor fue su sorpresa al ver a la susodicha niña allí, comiendo SU último trozo de pastel de fresa.

Intentó serenarse y no armar una especie de escándalo del nivel de una niña mimada de ocho años, al parecer el hecho de que tuviera SU pastel en la boca y que ya estuviera en la casa, se debía a que había tenido un muy mal día.

—Entonces la muy tonta de Mía se burló de mí diciendo: «Pobrecilla, la rarita cree que la dejaremos jugar. Tal vez y hasta nos pega su estupidez». Y yo me puse a llorar como una niña débil y sensible...

—Olivia, eres una niña sensible, pero llorar no te hace débil —dijo Avan.

—El adoptado tiene razón —interrumpió Loretta, refiriéndose a su hermano y dejando notar su presencia en la cocina; ambos estaban tan concentrados en la historia que ni notaron su llegada. Aunque probablemente Olivia estuviese concentrada en el pastel más que en su historia.

Y Avan definitivamente no pensaba en el resto de merengue, teñido de rosa por las fresas, que descansaba en la comisura de los labios de la niña, sopesando si debía o no decirle.

Olivia miró sorprendida a la hermana de su niñero, eran las primeras palabras que le oía decir de forma positiva hacia ella.

—Llorar no te hace débil, llorar frente a los demás hace que ellos crean que eres débil. Por cierto, tienes merengue en la boca.

Olivia se limpió con premura, un poco avergonzada.

—Gracias por tu apoyo, Loretta —comentó Avan con sarcasmo.

—No —agregó Olivia—. Tiene razón en lo que dice, Avan. Llorar te da una imagen débil.

—Yo aquí, intentando que la niña comprenda que al llorar solo te estás expresando y liberando y tú lo tiras abajo, Lor. Llorar no tiene nada de malo. Míralo como lo opuesto de sonreír. Tú sonríes frente a los demás, ¿verdad, Livvy? —Olivia asintió, motivando a Avan a continuar—. Pues llorar es su opuesto, y no hay nada de malo en hacerlo.

—¿Y tú lloras frente a todos, Avan? No seas hipócrita, ¿quieres? —culminó Loretta.

Loretta tomó jugo de arándanos de la heladera, se sirvió y se sentó en la mesa, junto a Avan, su «extarta» de fresa y Olivia.

Avan la fulminó con la mirada, no comprendía qué ganaba su hermana con su humor de mierda. ¿Por qué no podía seguir su razonamiento del llanto? Él mismo no lloraba frente a nadie, más bien ni siquiera lloraba; y eso hacía que partes dentro de él dolieran condenadamente mucho. Pero eso podía cambiar en generaciones futuras si se empezaba desde ya, ¿no? Nadie tendría que sentir un nudo en el pecho otra vez por aguantar su pena en solitario silencio.

—Creo que lo que dices es muy bonito, pero no es aplicable a la realidad de nuestra sociedad.

Loretta miró a la pequeña con los ojos muy serios. No pasaba mucho tiempo con ella, por eso cada vez que proclamaba un pensamiento o idea en total discordancia con su edad, se quedaba de piedra, como le ocurría a todos los que pasaban un momento con la niña sin conocerla. Avan, por su parte, lo encontraba sumamente normal.

—Debería serlo —masculló Avan para sí. Las dos chicas presentes en la estancia fingieron no oírlo.

—Solo escuché la mitad de la historia, ¿quieres contarme el resto? Tal vez pueda ayudarte, tengo algo de experiencia en venganzas, y a diferencia de mi pequeño hermano, no repararé en moralismos.

Loretta le lanzó una sonrisa perversa a Olivia. La niña no sabía cómo tomar la nueva actitud de la joven. Algo no marchaba bien, por eso, asintió contándole la historia con cuidado de no expresar sus pensamientos hacia sus compañeros, sino limitándose a relatar los hechos.

—Mmm... Córtales el cabello, oí que es la mejor venganza cuando algo te molesta —propuso con una sonrisa maliciosa.

Bingo. Allí estaba.

«Loretta lo sabe», pensó Olivia.

«Acaba de declararse culpable», pensó Avan.

Ambos sabían que se refería a lo ocurrido esa mañana, aunque ambos tenían ideas muy diferentes con respecto a su vinculación con el problema. Y Loretta lo sabía, y la hacía sonreír. «¿Cómo puede saberlo? No, no puede saberlo», pensaba con desesperación Olivia.

El teléfono de Avan vibró sobre la mesa.

—¡Avan! ¿Olivia está contigo? —preguntó un desesperado señor Penz al otro lado de la línea.

—Claro que sí, ¿por qué no lo est...?

—¿Puedes decirme por qué, por el amor de Dios, no está en clases? La maestra está como loca, llamó a Monique que iba hacia allí, me llamó a mí. Dice que la mochila de Livvy está en el salón, pero que no encuentran a la niña por ningún lado. Y los guardias dicen que vieron a un joven llevársela. ¿Cómo, por todo lo bueno, semejantes incompetentes pueden estar trabajando allí?

Avan escuchó con atención, intentando entender cada palabra alterada de Dante.

El señor Penz hizo una pausa para respirar. Y Avan aprovechó para defenderse.

—La pequeña está aquí, conmigo. Me pidió que fuese a recogerla porque había tenido un pleito con unos compañeros de clase. Lamento no haberles avisado, ese fue mi error.

—Ya, ya, deberías haberlo hecho, Avan —el señor Penz caminaba por su estudio, serenándose. Su esposa lo había llamado, enloquecida por el paradero de la niña, contándole que estaba por salir de la casa para ir por ella y la había llamado la maestra, asustada al ver que Olivia no volvía del recreo y que no la encontraban, ya era casi la hora de salida y ella no había aparecido. Él, al momento, había pensado de forma racional en Avan—. Pon a Olivia al teléfono, por favor —comentó con frialdad. ¿Por qué la pequeña había llamado a su niñero antes que a sus padres? ¿Olivia estuvo todo ese tiempo allí y no fue a su casa con su madre? ¿Por qué no le avisaron a su esposa que estaban allí?

Avan le tendió el teléfono a Livvy, quien miraba a Loretta con suspicacia.

—¡Papi! —respondió con efusividad al teléfono. Loretta no comprendía por qué, siendo tan inteligente y madura para su edad, le gustaba fingir inocencia e infantilismo. Aunque si lo pensaba, la única palabra que venía a su mente era: manipulación.

—Pequeña, ¿todo está bien? —Dante Penz sonaba más aliviado de escuchar a su pequeña. Y quería comprobar al pie de la letra, y con el mayor disimulo posible, lo relatado por Avan, ya que no entendía por qué el chico no había avisado a Monique.

—Sí, papi. Ya me siento mejor. Unos niños me molestaron y me hizo sentirme mal. Por eso llamé a Avan...

—Cariño, pudiste llamarme a mí.

—Tú y mamá trabajaban. Aunque a ella no la hubiera llamado... no entendería...

—Lo sé, lo sé —dijo el hombre—. La llamaré para decirle que todo está bien, pero pudieron caminar un poco más y avisarle.

Olivia asintió con la cabeza, sin entender, hasta que recordó que hablaba por teléfono.

—Podríamos haberlo hecho, pero mamá no estaba en casa. Ahora cortaré porque debo terminar la tarta de fresa de Loretta. Adiós.

Cortó la comunicación y miró a Loretta. Al otro lado, Dante miraba sorprendido el móvil, por como su hija había cortado y por lo que había dicho, decidió no darle muchas vueltas al hecho de que su esposa le haya mentido.

—Espero que no te moleste que coma tu pastel. Opino que es mágico, hace que mis deseos de arrancar cabezas disminuyan —le dijo Livvy a Loretta.

—Puedo traerte mi vieja colección de muñecas, si gustas —respondió con sorna la otra.

—Sería un placer. Así podría cortarles el cabello antes de arrancarles la cabeza.

—Eso sería maravilloso.

Ambas chicas se miraban desafiantes. Olivia llevaba al extremo la paciencia de Loretta, pensando en tirar la cuerda tanto como para que los hilos se suelten uno a uno, y de esta forma el impacto fuera casi imperceptible.

Mientras tanto, Avan se sentía totalmente excluido del tira y afloje entre su hermana y su vecina.

Loretta sospechaba que la niña había sido la culpable del nuevo peinado de Olivia, pero necesitaba pruebas que, tarde o temprano, la pequeña le proporcionaría.

 

 

 

 

 

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