Olivia

Olivia


PERVERSA

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PERVERSA

 

 

El sábado fue la segunda noche que Olivia tuvo pesadillas. Despertaba entre lágrimas, intentando no gritar del horror mientras intentaba calmar su respiración.

Esa vez, decidió llamar a Avan a mitad de la noche, no molestando a sus padres; intentó hallar confort en las palabras del muchacho. A pesar de que la niña se negaba a contarle de qué iban sus sueños, se sentía bastante mejor luego de que él la consolase. «Son solo sueños, no pueden hacerte daño, pequeña». Eso repetía el mayor. El problema era que, los sueños no podían dañar a nadie, pero ella sí.

Durmió menos, apenas unas horas en la noche cuando consiguió controlarse. Tenía grandes ojeras en su delicado rostro a la mañana siguiente. El insomnio ocasionaba su claro mal humor con todo el mundo.

Ese domingo, cuando sus padres salieron a un almuerzo con amigos, fingiéndose el matrimonio ideal, se quedó en casa de Avan, agradeciendo que Loretta no se encontrara para hacer insinuaciones estúpidas con respecto al comportamiento de la niña. La madre de Avan, por el contrario, andaba por la casa, moviendo muebles y limpiando, tal vez con el motivo de sacar su frustración por el padre de Avan hacia afuera; la noche anterior el hombre había llegado ebrio en plena madrugada. Olivia había oído sus gritos a través del teléfono.

Por su parte, Avan estaba acabando un nuevo proyecto de maqueta digital para la universidad. Gracias a eso apenas le prestaba atención a la niña, y Olivia no era de esas chicas que se quedan en segundo plano, y menos luego de una noche en vela.

—Avan, lo terminas luego, hagamos algo divertido, ¿o es que acaso debes entregarlo mañana? —preguntó Olivia, recostada en la cama del chico mientras intentaba armar un cubo de Rubik.

Avan se tomó un segundo para mirarla. La chica tenía el cubo entre las manos y su rostro era de concentración total, con la lengua asomando entre sus dientes. Tenía las piernas apoyadas contra la pared, con largos calcetines blancos cubriéndolas hasta la rodilla. Los zapatos azules hacían juego con la moña de su cabello, mientras que su vestido era color cielo y, en esa posición, apenas alcanzaba a cubrir su ropa interior. Avan desvió la mirada rápidamente antes de que ella perdiera su interés por el cubo, siguió concentrado en colocar correctamente esa pared diagonal.

—Debo entregarlo el martes, que es casi lo mismo —su voz sonaba levemente tensa e intentaba no demostrarlo, no quería que Livvy se preocupara.

Pero Olivia notó la repentina frialdad de las palabras del joven y se incorporó girándose, de mal humor, pálida y con leves ojeras.

—Pues lo haces el lunes... ¡quiero diversión! —exclamó levantando las manos al techo. Avan decidió que lo mejor sería no mirarla, al menos si quería conservar su cordura. Desde ese día, diversión sería su palabra más odiada sacada de contexto. Concentración pasaba a ser su favorita. ¡Malditos sean sus amigos, hablando de más! La conversación que tuvo con ellos volvía a su mente cada vez que podía. Aún no entendía cómo había sido tan idiota.

—Livvy, ¿por qué no aprovechas para descansar? Prometo ahuyentar las pesadillas —Avan intentó sonreír, pero su rostro se transformó al ver la expresión de la niña, totalmente sombría y demacrada. No solo eran las pesadillas que le quitaban el sueño, sino que sus pensamientos no le daban un segundo de descanso en el día. Avan muchas veces quería saber qué pasaba por la cabeza de la chica, ¿qué la torturaba? Quería aliviar su mente, distraerla al menos de sus inquietudes.

—No puedes ahuyentar algo que no existe.

—Podría intentarlo —respondió encogiéndose de hombros.

Resonó un golpe profundo en el primer piso, seguido de algunas maldiciones y risas.

—¿Tu mamá estará bien?

—Sí, deja que se desahogue. Lo necesita, mi padre arruinó todo otra vez.

—Y... ¿no prenderás la consola? Nunca terminamos RE5.

Avan miró el rostro de súplica de la muchacha y la desesperación de sus palabras. Ella quería distraerse y él necesitaba hacerla sentir bien.

El joven se levantó suspirando, sabiendo que no podía con Olivia, no podía no complacerla. Encendió la consola, que estaba en su habitación junto a los juegos hasta que su madre terminara con su movimiento de muebles.

La niña dio un par de aplausos, dejando el cubo de Rubik para luego. Avan tomó el mando a distancia y apuntó la tele hacia la cama.

Como estaba contra una pared, la cama servía como un exacto sillón, y la pared como su respaldo. Allí se sentó, junto a Olivia.

Los ojos de la niña brillaban con cansancio mientras Avan terminaba el juego y su madre seguía abajo moviendo sillones y repisas.

Diez minutos después, Livvy apoyó su cabeza en el hombro de Avan y casi al instante estaba durmiendo. Avan dejó de jugar y la contempló en silencio, como quien contempla un tesoro inalcanzable: como un tonto.

Acomodó su espalda para que la cabeza de la niña tuviera una mejor posición. Acarició de forma casi imperceptible un mechón de cabello que se había escapado de sus dos coletas. Luego maldijo en susurros mientras se quedaba quieto, con su mano apenas rozando las manos de la chica en su regazo, dejando a Olivia descansar sin pesadillas por un rato.

Pero con todos sus demonios bramando en su cabeza, exigiéndole liberación, gritando por tomar el control.

 

***

El lunes a la mañana Olivia había recuperado sus horas de sueño, no solo un par en casa de Avan, sino que la pesadilla al parecer había decidido darle tregua y dejarla dormir. Eso hizo que estuviera de buen humor, tanto que sonreía perversamente frente al espejo mientras cepillaba milimétricamente su cabello, decidiendo llevarlo suelto y con una tiara con pequeños moños violetas.

Al arribar en el recinto escolar, seguía con una sonrisa en su rostro, lo que hizo que todos la miraran con cierto desprecio.

Lena se encontraba hablando con Max, con regocijo en el semblante. «Perfecto», pensó Livvy con satisfacción mientras se acercaba dando saltitos.

—Hola, Lena —saludó dándole un beso en la mejilla a su amiga—. Hola, Max —agregó haciendo lo mismo con el chico. El muchachito se sonrojó violentamente. Olivia sonrió internamente.

—¿Co-cómo estás, Olivia? —murmuró torpemente el chico. Lena lo miraba sorprendida.

—Últimamente, muy curiosa. Recordé que habías escrito algo para mí y que nunca lo he leído. Me siento muy mal por no haberlo hecho y tengo muchas, muchas ganas de saber qué querías decirme con eso.

Las mejillas de Max estaban cada vez más rojas, mientras él se removía incómodo y Olivia sonreía con altanería, dándole casi la espalda a su mejor amiga, ignorándola.

—Yo... Pues... Luego de que me dijeras... Eh... Eso... Yo lo tiré.

Olivia contuvo su frustración por la lentitud del chico y sonrió falsamente con pena.

—Pero... ¿podrías reescribirlo? ¿Por mí?

Max no podía creer lo que estaba pasando. Olivia le hablaba, sonreía y quería saber qué había escrito. Que alguien lo pellizcara porque se creía en un sueño. Asintió enérgicamente mientras Olivia daba una palmada en el aire con alegría.

—¿Oíste eso, Lena? Max reescribirá su cuento para mí.

Lena tragó con fuerza, su rostro triste. ¿Cómo hacía un minuto charlaba con Max sobre sus gustos en común? Ahora el chico estaba babeando por su mejor amiga, y ella sonreía encantada. Se sentía miserable y rechazada.

—Lo oí perfectamente, me alegro —respondió, fallando en su intento por sonreír.

—Mejor así.

La sonrisa y palabras de Olivia desprendían veneno mientras se alejaba satisfecha con su actuación.

 

***

Avan contemplaba la nada en la clase de la profesora Bolff, no sabía exactamente de qué iba ese día, pero su mente no estaba para la labor de prestar atención. En realidad era de esas veces en las que no pensaba en nada. Su mente solo contaba la cantidad de azulejos que había en la pared detrás de la tutora.

Hasta que la maestra gritó con fuerza. Todos se movieron a la vez mientras veían cómo la mujer gritaba, algunos se incorporaron de su asiento, otros la miraban con la boca abierta, Avan uno de ellos.

La mujer paró de gritar y los miró con seriedad a todos.

—¿Es esta la única forma de que presten atención en clase? —preguntó con voz fría.

Nadie comprendía bien qué había pasado. ¿La profesora había gritado así porque no atendían en su clase?

Avan la miraba intrigado, preguntándose si no hubiera sido mejor golpear el pizarrón o escritorio.

—Y así, chicos y chicas, es como se llama la atención: peligro, cuando ustedes ven a alguien en peligro, aunque sea por puro morbo, van a mirar. Claro que también podría haber comenzado a poner malas notas a quienes estaban charlando o en la luna, pero esto no es el secundario y habrían repetido todos. Ahora, prestarán atención al tema más difícil y aburrido del año o lo explicaré gritando.

Avan entendió muchas cosas ese día, entre ellas la reputación de la mujer y cómo funcionaba el cerebro humano. Le había sorprendido cómo todos reaccionaron al grito de la mujer, pero, al menos él no había pensado en su propio peligro, solo podía pensar en qué provocaba eso en ella, y quería solucionarlo.

Claro, que tiempo después ese aprendizaje se le olvidó por completo.

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