Olivia

Olivia


FORD AZUL

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FORD AZUL

 

 

—Avan, ¿le harías el favor a la clase de responder la pregunta? —cuestionó el profesor Morales mirando a Avan. El muchacho levantó la cabeza sorprendido, hacía varios minutos que no dejaba de ver sus piernas, intentando no pensar en nada más que en la tela oscura de sus jeans. Ese último tiempo se distraía demasiado en clase.

—Ehh... ¿podría repetirla, profesor? —Avan miró a su profesor favorito casi con súplica. El hombre suspiró y preguntó:

—¿Cuál es la importancia de la originalidad artística en la época actual?

Era la tercera vez que le formulaba la pregunta, el docente no podía creer semejante distracción por parte de un alumno.

—¿La originalidad en la época... y su importancia? —Avan tomó aire, pensando.

—Sí, Avan. Esa es, en esencia, la pregunta.

—Creo que las obras arquitectónicas, así como toda expresión de arte, están basadas en el ego.

—¿El ego? Explíquenos su punto —el profesor alzó la ceja, la postura del muchacho parecía sumamente interesante.

Avan pensó unos segundos y comenzó con su argumento:

—Un pintor, busca, eh, realizar el cuadro más llamativo según los cánones de belleza de la época, ¿no? Un escritor, sigue la línea de ciertos movimientos literarios, intentando crear el mejor libro. Un arquitecto intenta hacer el edificio más moderno, más grande y más... vistoso posible. ¿Qué tenemos todos en común? Vender. Todo se basa en vender nuestras creaciones, ¿para qué? No para... alimentarnos, si no la mitad aquí serían médicos o abogados... Nosotros creamos para vender, y vendemos para alimentar, sí, pero alimentar nuestro desmesurado ego. Si nadie compra lo que haces, ¿para qué hacerlo? Si nadie... compra lo que ofreces, no eres nadie. Por eso, nuestra originalidad (o imitación en ciertos casos), proviene de los deseos más ocultos de nuestro ego. ¿Quién no quiere destacar en algo? Claro que hacemos cosas por placer propio..., pero eso es en contadas veces. Y su importancia es, claramente, la variabilidad de expresiones artísticas y diferentes gustos por lo que, los considerados artistas de todo tipo, tienen para ofrecer. Pero, profesor, ¿quién es completamente original al día de hoy?

El profesor Morales estaba francamente impresionado. No pudo evitar lanzar una pequeña sonrisa en dirección a Avan, quien parecía satisfecho y sorprendido con su respuesta.

—Es una buena postura, muchacho. Mejor sería incluso, si pudieras seguir la clase. Me encantaría poder contestar a tu pregunta...

No había enojo en la voz del hombre, solo un toque paternal.

Avan se esforzó por seguir la clase, pero un sentimiento de ansiedad lo distraía cada vez que se relajaba lo suficiente. No era una alerta, sino más bien, una molestia constante. Todo le parecía endeble y falso a su alrededor, todo tan frágil; a punto de caer sobre él y sobre todos los que estuvieran cerca.

Pero ese día sería diferente, o al menos eso se repetía a sí mismo mientras las horas pasaban.

Al fin tenía el dinero suficiente para comprar un buen coche sin ayuda de sus padres. Un automóvil significaba independencia para él. Había iniciado las clases de manejo unas pocas semanas antes de su cumpleaños número dieciocho, y hacía tiempo que tenía su licencia. Pero lo máximo para lo que la había utilizado era para alguna compra de emergencia en el coche de sus padres al mercado que estaba en el centro de la ciudad; cinco minutos de distancia en auto.

Avan casi podía imaginarse en el automóvil, de vieja pintura azul, un poco opaca por el tiempo. Tenía buen motor, muy fiable, le había dicho el hombre del concesionario. Avan decidió confiar en la palabra del trabajador, ya que no era muy conocedor en autos. De todas formas Matt lo acompañaría, ya que tenía tiempo libre ese día, él sabía un poco más de autos.

Casi saltaba del asiento sobre el final de la clase. Pero el señor Morales tenía algo para decirle. Matt le hizo una seña de que lo esperaba fuera, mientras Avan se quedaba parado frente al escritorio del hombre.

—Avan, muchacho, ¿todo ha estado bien en tu vida? Mis colegas y yo te hemos notado bastante cabizbajo últimamente, Stella dice que pareces en otro planeta a veces...

Y sin más, con esas palabras, la ansiedad volvió a apoderarse del joven, una pequeña presión en su cabeza.

—Simplemente he tenido mucho en qué pensar, y me he distraído un poco, pero sigo trabajando y haciendo lo que mandan.

—Sí, no negamos eso. Pero estás así por esta chica... Olivia, ¿no es así?

Avan quedó repentinamente pálido. ¿Olivia? ¿Cómo sabía el profesor...? Casi le costaba respirar. Debía centrarse en la madera del escritorio para que la opresión de la cabeza no lo aplastase.

Olivia.

—Parece una muchacha muy buena, estudiosa, callada, y posee modales impecables. He visto que son muy unidos...

Avan suspiró con alivio, sintiéndose un imbécil. María Olivia, claro. Su mejor amiga, a quien por cierto, tenía sumamente olvidada. Las confusiones de nombres un día lo matarían, pensaba.

—Solo somos amigos.

—Claro, así le llaman ahora —el profesor le lanzó una guiñada cómplice al joven—. Avan, eres un buen chico, lo sé. Tienes esa aura de artista melancólico que tanto me recuerda a mí cuando era joven y soñador. Cabello largo, ropa oscura, comentarios certeros, tienes todo para triunfar en esta vida...

Avan no comprendía muy bien en qué lo ayudarían el cabello largo y la ropa oscura a triunfar en la vida, pero decidió que lo que dijera el profesor Morales, debía ser así; él era muy sabio al respecto; si olvidabas los días en los que traía la corbata al revés, o la camisa mal abotonada.

El docente miró al alumno con cierto aire distraído.

—Entonces, ¿no te preocupa nada? Sé que te parecerá raro que te lo diga, pero en la universidad se puede hablar con los docentes de la misma forma que en la secundaria. No somos dioses ni nada que puedan creer ustedes. Si necesitas algún tipo de ayuda, consejo, u oído que intente comprender mejor la perspectiva adolescente, puedes contar conmigo.

El hombre dejó unas leves palmaditas sobre el hombro de Avan y volvió a su papeleo, totalmente inconsciente del chico que salía por la puerta de madera, con miles de sentimientos encontrados en su mente.

 

***

—Max, lo que has escrito es muy bonito —mintió Olivia con miel en la voz. La niña tenía entre sus manos el papel, arrancado a toda prisa de un cuaderno, que Max había escrito para ella.

—Dice casi lo mismo... Que... Bueno... Que el original —mascullaba el niño moviendo las manos por su cuello y balanceándose en sus pies.

Olivia estaba intentando no ver críticamente la aglomeración de palabras que el niño llamaba cuento. Debía pensar que la describía como un ángel, inalcanzable y preciosa. A otra chica, probablemente le parecería tierno, la niña solo podía pensar en lo estúpido que era compararla a ella con un ángel.

—Es muy... bonito —repitió—. ¡Lena! —llamó a su amiga, que estaba entrando del recreo en esos momentos. La chica se acercó—. ¿No es muy bonito lo que Max escribió para mí? —preguntó Olivia con condescendencia oculta.

Lena tomó el papel y fingió leerlo. No quería saber lo que decía.

—Sí, muy bonito.

Al parecer, «muy bonito» era la descripción más falsa que podía haber. Lena se sentía muy miserable con respecto al tema Olivia-Max. ¿Por qué su amiga se interesaba por el chico ahora?

—A sus asientos, niños.

La maestra Chan entró del recreo, con el hombre anatómico entre sus brazos y con Mía cargando la caja de los órganos.

—¿Qué les parece conocer un poco más sus cuerpos?

Olivia no dijo lo que pensaba mientras se sentaba. Ni siquiera se atrevía a formular el pensamiento completo. No.

Luego de una clase llena de risas nerviosas y comentarios vulgares por parte de los niños, quienes se ganaron varios castigos con el director, Olivia se disponía a charlar un poco más con Max antes de irse. Pero la maestra se lo impidió. Cosa que Olivia agradeció internamente, aunque a la vez la fastidiaba.

—Olivia, cariño, siéntate.

La señorita Chan señaló una silla y se sentó en el pupitre de enfrente, dándose la vuelta para quedar de cara con la niña.

—¿He hecho algo malo, maestra? —preguntó Olivia con sumisión.

—¿Acaso piensas eso? —la sonrisa de la maestra era dulce—. No, pequeña. Simplemente quiero saber cómo estás.

—Muy bien, gracias —respondió mirando los ojos rasgados de su maestra. A Olivia le encantaría tener los ojos así.

—¿Segura? Pareces cansada...

Y lo estaba. Más que cansada, se sentía exhausta. La pesadilla no le había dado ni una noche más de respiro, por lo que dormía unas pocas horas tortuosas en la noche, y microsiestas en casa de Avan, o en la suya propia.

—Solo... no he dormido bien estos días.

Olivia consideraba que las medias verdades eran las mejores mentiras que se podían utilizar. No se decía una mentira, solo se ocultaba parte de la información. La gente no necesitaba saberlo todo siempre. Así eran más felices, ¿no?

—¿Por qué? ¿Has tenido malos sueños?

La maestra Chan lo dijo como al pasar, pero esas justas palabras fueron las que hicieron que Olivia se percatase de algo. Sus padres habían hablado con la maestra en algún momento reciente. Al parecer sus pesadillas no permanecían tan ocultas como ella pensaba. Se preguntó si habrían mencionado el incidente de Nieve, unas semanas atrás.

—Sí... algunas tonterías. Bueno, eso digo ahora que estoy despierta —respondió intentando bromear un poco.

—Olivia, las pesadillas no son tonterías. Deberías hablar con alguien de ello. ¿Quieres contarme?

La maestra llevaba compulsivamente un mechón de cabello negro detrás de su oreja. Parecía insegura. Y Olivia lo notó. Y supo hacia donde se dirigía la conversación.

—Dígalo ya, mis padres quieren que vaya al psicólogo de la escuela, otra vez.

El psicólogo de la escuela, era un señor llamado Martín Martínez, si su nombre no era suficiente, había que agregarle que era amigo del padre de Livvy en la universidad. No había ninguna ética profesional en que Olivia volviera a tener sesiones con él.

Cuando la niña comenzó a desarrollar el extraño gusto por las muñecas rotas, los maestros junto con sus padres, habían decidido que lo mejor era que ella hablase con un psicólogo. ¿Y quién mejor que el viejo amigo de su padre?

—Olivia, tus padres no quieren que vayas al psicólogo de la escuela, el doctor Martínez es muy bueno en su trabajo, pero por la relación que ha tenido con tu padre, creemos más conveniente que visites a alguien de fuera de tu núcleo cercano.

Un psicólogo. Desconocido. Hablándole. Rogándole que cuente sus más íntimos pensamientos. Definitivamente, no.

—No creo que sea necesario.

—Para eso estoy yo hablando contigo, puedes confiar en mí y contarme lo que sientes, así no tendrás que ir con un profesional, corazón.

Por un segundo, solo un segundo, Olivia consideró hablar un poco con su maestra. Pero entonces recordó que sus padres y ella tenían una gran comunicación. Había cosas que era mejor que los padres no supieran, así serían más felices, ¿no?

—Tal vez un psicólogo no vendría mal...

«Un psicólogo que no corra a contarle todo a papá y mamá. Porque yo sé que eso no se debe de hacer», pensó la niña, aunque sería prevenida y no hablaría nada que no quisiera que sus padres supieran en consulta. Vio cómo el semblante de la docente decaía. La mujer en serio esperaba que Olivia se sincerase con ella.

—Está bien, pequeña. Puedo buscar algún buen psicólogo para ti que nada tenga que ver conmigo, con tus padres, ni con nadie, ¿te parece?

«No».

—Sí.

 

***

La bocina de un Ford Escort azul del año 89 sonaba sin cesar en la puerta de la casa de Olivia. La muchacha salió al encuentro de su amigo y su nuevo auto.

Avan bajó y abrazó con fuerza a María Olivia, mientras sonreía ampliamente, había dejado a Matt en su casa de pasada.

—¡Es el maldito mejor auto del jodido mundo! —rugió Avan con júbilo. Olivia lo miró impresionada. Parecía que el auto estaba bien. Algunos mínimos detalles en la chapa, y el caño de escape roncaba un poco. Eso le gustó a la chica, el auto no estaba arreglado solo para la venta.

—¡Tenemos que probarlo!

Sin más, la muchacha empujó a su amigo y entró por la puerta del acompañante; el auto olía a cuero viejo y al perfume de Avan, Olivia se deleitó con eso.

—¿A dónde? —le preguntó Avan entrando y cerrando con suavidad. Ella abrió la ventanilla lo máximo posible y respondió:

—¿Contigo? Al maldito fin del mundo Avan Danvers.

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