Olivia

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DÍA DE LLUVIA

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DÍA DE LLUVIA

 

 

A Olivia comenzaba a caerle bastante bien Mauro, para ser un psicólogo no era tan prepotente. Un par de sesiones con él y había descubierto que tampoco era demandante, comprendía su sarcasmo y no la presionaba. Seguía siendo un tonto, pero era un tonto soportable.

Quien para Olivia era insoportable este último tiempo era Max.

Max, luego de que Olivia comenzara a hablar con él, se la pasaba pegado a la niña todo el tiempo. Recreos, clase, entrada y salida. Donde Livvy iba, el chico allí estaba. Hablando, riendo y sonriendo. Era pegajoso y absorbente, y había comenzado a desarrollar una extraña clase de posesividad: quería proteger a Olivia. Pasaba el día metiéndose con todo el que miraba mal a la niña, creyéndose en su rescate. A Livvy le parecía un poco tierno pero excesivo. Pero ella solo debía soportarlo un poco más.

Aunque Olivia no era la única fastidiada con la situación.

Lena no podía ni acercarse a la chica y su pretendiente. Los celos la carcomían hasta el punto de que comenzara a juntarse con Mía y sus amigos, despreciando a la niña.

Exactamente como Livvy quería que pasara.

—Max, ¿sabías que? —preguntó la chica casi gritando un día.

—¿Qué, hermosa? —interpeló Max. Desde las primeras palabras dirigidas a Olivia había ganado mucha confianza a la hora de dirigirse a ella. Tal vez demasiada.

—Deberíamos salir, algo como una cita —dijo segura mientras entraba en clases.

Max abrió los ojos como platos; le encantaba Olivia. Con sus faldas y colores vivos, su cabello rubio y ojos claros. El hecho de que le pidiera salir era como el cielo para él.

—Me encantaría... podríamos ir al cine... o a comer algo.

—¿Qué dices, Lena? ¿Nos acompañas al cine? —preguntó Olivia a la chica sentada al frente de la clase, casi ignorando a Max. Lena miró a su exmejor amiga con sorpresa y desconfianza. Olivia abrió mucho los ojos y articuló con los labios: «Acompáñame»

Le parecía muy extraño a Lena que Livvy le pidiera ir con ellos, ¿qué tramaba? Pero debería hacer como que nada pasaba, ¿no? Sí... sí, sí quería pasar tiempo con Max y demostrarle que era mejor que Olivia. Tal vez eso era lo que su amiga tramaba de un principio.

—Hace mucho que no pasamos tiempo juntas, Lena. Podrías acompañarnos, a Max le encantaría, ¿verdad? —continuó Olivia.

Max asintió, pero su rostro no lucía como si le encantara, parecía más bien como si detestara la idea.

Pero, de todas formas, esa salida nunca pudo concretarse.

 

***

—Espero que esto no se haga costumbre...

—Agradece que me despidieron el otro día, si no te tocaba volver sola, Olivia. Al parecer el horario de tu madre es bastante definitivo. Y Avan debe centrarse en su proyecto, hoy seré yo tu niñera, corazón de melón.

Olivia se acercó rodando los ojos, era una tarde de lluvia y Loretta tenía un impermeable y paraguas. Sabía que Avan debía esforzarse al máximo en su proyecto final, y era imposible comunicarse con él, o que él saliera, o siquiera que comiera. Era algo bastante absorbente, teniendo en cuenta que faltaban unas cuantas semanas para el final de las clases y debía pasar con las mejores notas posibles.

—Nunca me contaste por qué te despidieron.

—Nunca me contaste por qué te escabulliste de casa en la noche.

Olivia puso los ojos en blanco, rechazando el paraguas que Loretta le ofrecía, jamás comprendería por qué la chica se empeñaba en recordar tanto el pasado.

La lluvia mojaba el cabello y ropa de la niña, pero así lo prefería ella. Amaba la lluvia, le parecía que era la forma en que el cielo descargaba toda su tristeza por las muertes que acogía a diario en su inmensidad. Era como un recordatorio de que allí estaban, que no los olvidaran, porque el cielo no lo haría jamás.

Saltaba de charco en charco, mientras Loretta la miraba escéptica, incrédula por la capacidad de Olivia de parecer aún más infantil que normalmente.

—La lluvia es hermosa, pero es un mal presagio —comentó entonces la niña, como quien no quiere la cosa.

—No, por favor, ¿tú también? Avan ha estado con los malos presagios, la fatalidad y bla, bla, bla desde hace tiempo. Es bastante insoportable y repetitivo cuando quiere.

—Pero es cierto. La lluvia es un mal presagio. Cosas malas ocurrirán —dijo Olivia con voz sombría para luego soltar una carcajada.

Al llegar a la puerta de la casa de la mayor, Olivia y Loretta se sorprendieron al encontrarse no solo el auto de Avan en la entrada, sino que el de la señora Penz también se hallaba allí. Le parecía raro que su madre se haya tomado la molestia de mover el auto desde su entrada hasta la de Avan, era una cosa que haría la distraída de su madre.

—¿Qué hace mi madre en tu casa? —preguntó Olivia en voz baja.

—No lo sé, pero esto me huele mal.

Loretta miró a Olivia, la morena tenía una idea del porqué la señora Penz estaría allí, pero detestaba siquiera pensarlo o imaginar qué podría pasar.

—¿Por qué? —inquirió la pequeña, mientras seguía a Loretta a la parte trasera de la casa.

—Entremos por atrás, ven.

Olivia miró a Loretta con desconfianza mientras esta abría con cuidado la puerta de la cocina. Caminaron en absoluto silencio por la casa pobremente iluminada, Olivia queriendo hablar y Loretta haciendo señas para que callara. Al instante en que dobló para dirigirse a la sala quedó estática, y Livvy lo notó.

Y lo que allí vio hizo que su sangre hirviera en sus venas.

Avan estaba parado, con las manos en los bolsillos en medio de la sala, su cabeza estaba baja y su cabello no permitía que desde la posición de Olivia se viera su rostro. Se lo notaba claramente incómodo y avergonzado.

Monique Penz, por el contrario, se encontraba parada frente a él, con su cabello reluciendo y su ropa ajustada. Sus uñas se movían por el pecho del muchacho cual garras rojas. Y su tono de voz... su tono de voz daba asco.

—... Un chico tan guapo como tú, preocupándose por mi niña todo el día, necesitas relajarte...

—¿¡Qué haces aquí, mamá!? —gritó Olivia entrando furiosa. Loretta intentó retenerla, pero la experiencia le dijo que era mejor no interponerse.

—Livvy, cariño, ¿te ha ido bien? —preguntó la señora separándose del joven. Tenía una sonrisa plástica y simulaba que nada había pasado.

Avan, por el contrario, miraba a las recién llegadas como su salvación. Sus mejillas se veían rojas y sus ojos perdidos.

—¿No tenías trabajo, mami? —dijo Livvy fingiendo serenidad y con una sonrisa falsa, retractándose y suprimiendo su ira. Aunque el sarcasmo de su voz al final era palpable en el aire. Debía ser dulce y buena, debía ser dulce y buena, debía ser dulce y buena...

Y así todo iría bien.

—Ya estoy saliendo hacia allí, pero quería pagarle a Avan... por sus servicios.

Su sonrisa... y la forma en que dijo «servicios» hizo que la sangre de Livvy se congelase e hizo que Loretta tuviera náuseas. ¿Qué creía esa mujer? ¿Qué clase de retorcida película se formaba en su mente?

—Pues deberías irte, no quieres llegar tarde, ¿verdad?

La señora Penz notó el tono mordaz de su hija, y en una muy sabia decisión de su parte, se fue con una inclinación de cabeza y poco más.

—Olivia, sé que es tu madre, pero debo decir que siento asco por ella —rompió el silencio Loretta, acercándose a su hermano y dando unas palmaditas en su hombro con torpeza.

—La odio.

La voz de Olivia desprendía un veneno tal que sonó como una adulta enfurecida.

—Olivia, deberías secarte, pescarás un resfrío —dijo Avan yendo en busca de toallas.

Olivia se sentía incrédula. Odiaba que Avan la llamara Olivia, porque eso quería decir que algo, por mínimo que fuera, no estaba bien. Y ese día era bastante obvio lo que no estaba bien.

No podía creer que la asquerosa de su madre se le hubiera insinuado así a Avan, porque era claro que eso hacía. Por Dios, el chico podía ser su hijo.

Repulsión e ira se mezclaban dentro de la pequeña. Su padre... ¿cómo podía hacerle eso a su padre? Avan era casi un niño y su madre se comportaba así con él. Y su padre. Su pobre padre.

Olivia gruñó de frustración. Pequeñísimas señales se presentaron en su mente, señales de advertencia que a nadie se le hubiera ocurrido pensar. Miradas, risas, voz empalagosa por parte de su madre.

¿Sería esta la primera vez?

—¡Avan! —gritó la niña, yendo en su búsqueda, mientras Loretta volvía a la cocina, negando con decepción.

—¿Qué ocurre, peque? —cuestionó el muchacho, dándole la toalla para que se cubriera, a pesar de ser un día cálido, no era bueno que permaneciera húmeda.

—¿Es esta la primera vez que mi madre se comporta así de asquerosa contigo? —preguntó preocupada.

—No se comportó asquerosa... ella solo... —Olivia miró a Avan con paciencia—. Sí, es la primera vez. Algo debió pasarle... ella nunca fue así...

Olivia, sin importarle mojar la ropa del joven, lo abrazó por la cintura. Avan acarició la cabeza de la chica distraído.

Se sentía sucio y estúpido. La señora Penz siempre había sido agradable con él, no podía creer que se le hubiera abalanzado de esa forma ese día. Y que Olivia hubiera visto así a su madre.

Por Dios, si Monique era mayor que su propia madre.

—Ya está, Livvy, ya pasó. ¿Tienes hambre?

Avan fingió fortaleza. Era fuerte. Solo había sido un acercamiento indebido por parte de una mujer desesperada, pero... ¿por qué la inquietud de su pecho no se iba?

 

***

Esa noche, los padres de Olivia discutieron, para variar.

—¡¿Por qué ya no me quieres?! ¡¿Por qué ya no nos quieres?! —gritó Dante Penz en un momento.

—Claro que te quiero, pero...

—No, nunca me quisiste en verdad. Ni siquiera sé por qué me aceptaste como tu esposo.

—Dante, yo te quería, juro que te quería. Pero lo arruinaste todo —Monique intentaba hablar con calma ante el exabrupto de su marido.

—Monique, nunca fuiste capaz de amarme. Ni a mí ni a Olivia

En este punto Dante estaba llorando, pero Monique no pensaba ceder. Una máscara de frialdad cubría su rostro.

—Eso es cierto, lo sabes.

—¿Al menos lo intentaste? —preguntó no queriendo ver la dura expresión de la mujer que más amaba en su vida.

—Sí, pero tú te empeñaste en arruinar la linda relación que teníamos. Y luego los tratamientos de fertilidad y Olivia. Desde siempre te dije que no quería hijos, pero me convenciste porque ¡de verdad te quería, quería que fueras feliz, Dante! ¡Olivia lo arruinó todo! —gritaba la mujer. Sus palabras le dolían más de lo que creía.

—Olivia es lo único puro y bueno que tenemos, es el fruto de lo que yo creía amor. ¿Y ahora? ¿Qué harás? ¿Te vas de la casa, así como así?

—Sí.

—¿Y ella? Aún es una niña, aún te necesita.

—No, no me necesita, no necesita lo que yo puedo ofrecerle. Necesita el amor que nunca fui capaz de sentir por ella. No quiero dañarlos, pero no puedo seguir engañándote.

—¿Cómo se llama? —preguntó Dante luego de una pausa. Su pecho dolía demasiado ante las palabras de su mujer. No creía que el amor pudiera doler tanto.

—Eso no importa.

—Si te lo pregunto es porque me importa.

Monique miró a Dante con algo parecido a la lástima en sus ojos, tomó un sorbo del vino que había olvidado que estaba servido y susurró:

—Daniel Anaya, es el nuevo secretario de mi jefa.

—Es joven —afirmó Dante. Estaba seguro de lo que decía, conocía demasiado a su esposa.

—Sí, lo es.

Ambos se quedaron en silencio mientras asimilaban la información que habían recibido.

—Me iré en un par de semanas y luego te llegarán los papeles de divorcio.

Las palabras de Monique eran como puñales en el corazón de Dante. ¿Cómo podía hablar con tanta frialdad?

—¿Crees que serás feliz con él? —preguntó él secando sus lágrimas.

—No, creo que seré feliz conmigo.

Olivia había oído partes de la conversación, cuando ellos más gritaban.

—No, no pienses en eso, todo estará bien. Piensa en... en... —lágrimas escurrían de sus ojos. No encontraba nada agradable en qué pensar últimamente y eso la hacía sentir miserable—. Piensa en... en Avan.

Y ese era siempre el puerto de sus pensamientos en momentos delicados. No podía llamarlo porque él debía descansar, ya que mañana entregaría el proyecto.

Un fuerte golpe se oyó abajo seguido de más gritos. Livvy cerró los ojos y comenzó a contar Mississippis.

—Un Mississippi, dos Mississippis, tres Mississippis...

Era una forma tonta de calmarse que Mauro le enseñó. Y a ella le pareció simpática porque la palabra Mississippi sonaba graciosa entre sus labios.

Las discusiones de sus padres acallaron unos veinte minutos después.

Ninguno se presentó en el cuarto de la pequeña a pedirle disculpas por semejante escándalo. Nunca lo habían hecho, ni nunca lo harían.

Olivia llevaba demasiados Mississippis contados cuando al fin pudo caer dormida, sin saber la desgracia en la que se vería sumida su vida.

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