Olivia

Olivia


A LA MAÑANA

Página 23 de 45

 

 

 

A LA MAÑANA

 

 

Los retoques finales del proyecto y el resumen oral se encontraban sobre la mesa de la cocina de la familia Danvers. Avan solo debía desayunar e irse. No había nadie en su casa, o eso le parecía, ya que ese día él era el último en abandonarla... cuando Loretta solía trabajar. Ahora la morena debería de estar durmiendo, o buscando trabajo, o lo que sea que hicieran las chicas desempleadas en la mañana.

Cuando Avan estaba llevando su proyecto a su auto, habiendo decidido no desayunar, oyó el grito de su hermana desde la planta de arriba:

—¡Trae choco-cereales cuando vuelvas, ya no quedan!

Avan puso los ojos en blanco, sin entender la fascinación de su hermana por los cereales de chocolate.

Colocó el proyecto en el asiento trasero y subió al auto. Pero algo le impedía encender el motor y deslizarse por la calle. Algo lo ponía nervioso en el paisaje de su tranquila cuadra de suburbio. Dormido como estaba por haber preparado hasta tarde los últimos ajustes de su maqueta, demoró casi un minuto en notar que dos cosas no estaban bien en casa de Olivia.

Los autos de ambos padres se hallaban en la entrada, aún cubiertos por el cobertor que su padre siempre les ponía. Y la ventana de la cocina estaba herméticamente cerrada, así como todas las del resto de la casa. La madre de Olivia las abría al momento de despertarse. Siempre.

Avan recordaba haber oído una gran pelea entre el matrimonio. Al parecer la historia de la infidelidad se había repetido, pero esta vez la cosa pintaba más grave. Avan agradecía que las chicas llegasen ayer en el momento en que llegaron para no estar implicado de ninguna extraña manera.

Era posible que Olivia no hubiera ido a la escuela, tal vez realmente pescase un resfrío ayer luego de haber estado bajo la lluvia. Pero ¿los señores Penz? ¿Por qué...?

La cabeza de Avan no estaba para realizar grandes interpretaciones. Con las idas y venidas de su propio padre, su madre había ingerido el doble de café y esa mañana no había. Y Avan sin café no era Avan.

Así que, en lugar de darle vueltas al asunto preguntaría en casa de los Penz, después de todo él debía saber si la chica pasaría el día con sus padres o qué. Sí así era, tal vez podría encontrarse con Matt, que hacía tanto que insistía en que todos los de la generación de secundario de Avan volvieran a reunirse, incluso Lautaro, que nunca les había caído del todo bien.

Sí, ese era un plan genial para esa tarde. Si Olivia se quedaba en casa, claro.

Bajó del auto y se dirigió a la puerta principal haciendo repiquetear las llaves entre los dedos. Tres golpes rítmicos en la puerta y esperar.

Y esperar.

Y esperar.

Y seguir esperando.

Y otros tres golpes.

—¡Dante, Monique! —gritó el muchacho inseguro, tal vez se hayan quedado dormidos. Esas cosas le pasaban a todo el mundo.

Avan tomó su teléfono celular y llamó a Livvy, al móvil que solía usar solo en emergencias.

No contestó nadie.

Olivia siempre despertaba con el sonido del celular.

A estas alturas, Avan estaba más que preocupado. No era normal que esto pasara en la mañana, por lo general cuando él se iba, los días que entraba más tarde a clases, Olivia y sus padres ya no estaban.

Entonces su mente comenzó a trabajar a toda velocidad. Miles de ideas se cruzaron por su cabeza, cada una más atroz que la anterior.

Sabía que Olivia dormía con la ventana del cuarto sin trabar, gracias a sus manías compulsivas, y el árbol junto al balcón le venía como anillo al dedo si quería colarse en la casa.

Mientras tomó dirección al patio trasero de los Penz, cruzó por su cabeza la posibilidad de que estaba exagerando. Pero algo le decía que no era así. Se sentía como si los días anteriores lo hubieran preparado mentalmente para algo. Y ese algo parecía ser hoy.

No sin dificultad subió por el manzano con cuidado. Las ramas se doblaban bajo su peso, pero lo llevaba bien. Aterrizando con cuidado en el balcón se acomodó la manga del suéter, que se le había enganchado bastante entre las ramas, dejando un gran hoyo en él. Maldijo en voz baja viendo cómo dos de sus dedos entraban en el hueco.

Cortinas cerradas y ventana entornada, eso veía Avan mientras se acercaba con lentitud a la puerta de vidrio. Solo quería echar un vistazo y comprobar si Livvy seguía en su cama. Si se había quedado dormida.

Con cuidado, corrió la delicada cortina y observó el cuarto, bastante iluminado por el sol.

Olivia no estaba en su cama. Y lo que era peor, la cama estaba deshecha.

Avan sabía que Olivia hacía la cama maniáticamente en la mañana.

Con el corazón desbocado y rezumando preocupación se adentró en el cuarto de la niña, intentando no pensar en lo mal que estaba lo que hacía, después de todo, la pequeña no estaba allí.

La puerta estaba abierta. ¿Qué excusa le daría a los señores Penz si lo veían deambulando por su casa?

La mejor opción, si lo veían, era improvisar como mejor pudiera.

O explicar su preocupación, a sabiendas de que no sería muy bien recibida por él, a veces paranoico, padre de Olivia.

Sobre los libros de Olivia, había algunas hojas sueltas que llamaban la atención de Avan por su ubicación. Le otorgaban un desorden al lugar que hubiera sacado de quicio a la niña. Decidió ignorarlas e ir en busca... ¿de qué? ¿Qué pasaba?

Salió y se dirigió casi directamente al cuarto de los padres de Olivia. Vacío.

Toda la planta alta estaba vacía.

Bajó con temor y en silencio las escaleras, tomando rumbo directo a la cocina. Silencio era todo lo que había en la casa. Un silencio extremadamente asfixiante.

El silencio oprimía a Avan. Lo hacía estremecerse con sus propios pasos. Un pitido constante estaba presente en sus oídos.

Paso a paso, y con una desesperación creciente en su pecho, se acercó a la puerta de la cocina.

Lo que allí encontró, lo perseguiría el resto de su vida.

Y después de la misma.

La escena funesta de un crimen cometido a sangre fría. Lágrimas escaparon de sus ojos, mientras luchaba por reprimir el vómito. La bilis le subió por la garganta e hizo arcadas, agradecido de no haber desayunado.

El cuerpo de Monique Penz se encontraba desparramado sobre la mesa de la cocina. Su garganta cortada y sangre espesa, coagulada, que había manado de la herida sin control alguno, cubría su cuerpo y bajaba por la mesa hasta el piso.

Dante Penz, por su parte, tenía tres notorias puñaladas en el pecho, y estaba en medio del suelo, con el rostro lívido y la piel amarillenta. Su camisa desgarrada salvajemente.

Parecía un grotesco pasaje de una casa del terror. Las persianas y cortinas cerradas le daban un aspecto macabro a la situación, provocando una ligera penumbra interrumpida por rayos de sol que se colaban por las persianas. Y los pijamas que ambos aún conservaban parecían simples trapos, una burla a la seguridad que representaban.

Avan, con lágrimas en los ojos, siguió examinando la escena, hasta ver una cabellera rubia en un rincón de la estancia.

Olivia miraba todo impresionada. Estaba cubierta de sangre y sus ojos estaban abiertos desmesuradamente. Miraba sin ver. Respiraba de forma superficial y no dio señales de notar la presencia de Avan en la estancia. Su boca estaba ligeramente abierta. Tenía sangre incluso en los labios.

Avan intentó serenarse mientras se acercaba a ella esquivando la sangre lo mejor posible. Las lágrimas seguían saliendo de sus ojos, pero no se sentía llorar. El olor a óxido de la sangre inundaba sus fosas nasales y casi podía sentir su sabor en la lengua.

—Olivia... —apenas susurró—. Pequeña...

La niña parecía no reaccionar. No parecía estar realmente en el lugar. Avan se agachó a su lado, viendo el cuchillo homicida a pocos metros de distancia, debajo de la mesa, empapado en sangre.

La ropa de cama de Livvy se pegaba a su cuerpo de forma repugnante.

«¿Qué diablos pasó aquí?», pensaba Avan. «No puede ser que... ¿o sí? No, Livvy no podría...». La cabeza del joven daba vueltas en torno a la escena.

Tocó con delicadeza el brazo de Olivia, que abrazaba sus rodillas, y la niña se estremeció.

Mirando a Avan directamente a los ojos, susurró:

—Yo lo hice.

 

 

 

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page