Olivia

Olivia


CORRER

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CORRER

 

 

La chica sentía frío, sentía más que frío, estaba gélida. Todo estaba helando en su cuerpo y fuera del mismo eran llamas sofocantes. Llamas de confusión y desesperación. ¿Cómo diablos?

Olivia no entendía muchas cosas de las que pasaban a su alrededor en ese momento. Sabía que Avan estaba a su lado, en cuclillas y llorando mientras pasaba las manos compulsivamente por su cabello. También comprendía que había hecho algo terrible. Nefasto. Imposible de concebir. Algo criminal.

—Olivia, debes... debes ponerte de pie —dijo Avan ofreciéndole una mano. ¿Cuándo se había puesto de pie el muchacho? No importaba. O eso creía ella.

¿Qué importaba realmente?

—No, no debo. Estoy bien aquí —respondió acariciando su cabello, desparramando la sangre por el mismo. Miró su cabellera, intentando comprender por qué estaba tan húmeda si no se había bañado esa mañana. No veía el color, solo sentía la humedad y la pesadez.

Su cabeza pesaba, la sentía nebulosa y sus ideas eran espesas.

—No, no está bien. Nada está bien. Debemos limpiarte —Avan sentía que las palabras se deslizaban por voluntad propia de su boca. Se sentía liviano, como fuera de su cuerpo, y su cabeza se revolvía en mil direcciones.

Ambos veían la cocina sin verla en realidad. Su mente intentaba suprimir la realidad que los rodeaba.

Era un crimen. Un asesinato doble.

Avan era consciente de que Livvy no tenía, ni por asomo, la edad suficiente para ir a prisión por un crimen, por atroz que fuera. Pero, Avan también sabía, que gracias a la inestable salud mental de la chica, serían capaces de enviarla a un centro de salud mental. Más teniendo en cuenta que ahora no tenía padres. ¿Quién se haría cargo de la chica loca que los había matado?

Por eso Avan estaba seguro de una cosa: Olivia no había hecho nada malo. Ella no había sido la culpable. No podía serlo. No concebía que fuera capaz de algo así.

Algo funcionaba terriblemente mal en todo esto.

Avan tomó la mano de la chica, quien parecía totalmente fuera de ambiente, y la acompañó escaleras arriba, sorteando los cuerpos y evitando, de manera inconsciente, pisar la sangre. Olivia se movía con torpeza y lentitud, parecía no estar allí. Aunque el muchacho tampoco estaba de verdad allí.

Avan sabía que no podían permitirse lentitud. Debían salir de allí. Ahora.

—Olivia, Livvy, pequeña, mírame —susurró Avan obligando a la chica a mirarlo a los ojos. Ojos vacíos con ojos vacíos—. Debes darte un baño, y dejarme toda esa ropa, ¿sí? —Olivia lo miró entendiendo lo que decía, aunque no muy segura del motivo—. Rápido —la chica asintió mientras corría al baño.

Avan se armó de valor y bajó otra vez a la cocina. Tomó un fregón de la encimera y borró las huellas de sangre que ambos habían dejado, procurando no alterar el resto de la escena.

Miró a su alrededor, cerciorándose de que nada pueda inculpar a Livvy, pero no podía estar cien por ciento seguro. Estaba asustado.

No podía creer que la chica hubiera hecho eso. Una chica de once años, que apenas alcanzaba el metro cuarenta, contra dos adultos mayores.

Sabía lo difícil que podía ponerse Olivia y lo sádica que podía llegar a ser. Pero esto, esto era demasiado.

Subiendo las escaleras, limpió toda huella de las manijas de la puerta, recordando de las películas y la serie CSI los lugares donde se buscaban pruebas. También quitó sus huellas de la ventana del cuarto de la pequeña.

Olivia salió del baño, al cabo de unos minutos, vestida con el pantalón y la camiseta que su madre había comprado. Tenía una bolsa con la ropa sanguinolenta en la mano.

Avan no supo qué comentar al respecto.

—Olivia, ¿sabes que debemos irnos? —preguntó despacio. La chica asintió—. ¿Y sabes por qué?

Olivia suspiró y murmuró con voz rota:

—Maté a mamá y papá.

En la ducha, la chica había visto correr la sangre con el agua, formando un líquido rosáceo, y había caído en la cuenta de que lo que había hecho, lo que había soñado era real. Su pesadilla se había vuelto realidad. Ella había vuelto realidad la pesadilla. No estaba segura cómo ni por qué, pero sabía que sus padres estaban muertos. Que ella los había matado. Y que debía correr, huir, desaparecer. No podía ir a un centro de salud mental, y sabía que la llevarían allí.

Tal vez lo mereciera, pero no se creía capaz de soportar eso. Los medicamentos, los médicos, los locos allí dentro. Le parecía demasiado, pero a la vez, no suficiente.

Por eso, había tomado una toalla y, mientras Avan estaba abajo, había corrido a su habitación y tomado la ropa que estaba en el fondo del ropero, allí donde la guardó días atrás.

—Olivia... —comenzó Avan.

—Así es más... ¿cómodo? —dudó señalando la ropa la menor, rehusándose a hablar del tema.

Avan comprendió, aunque no entendía cómo se sentía. Nunca podría entenderlo. ¿Qué la llevó a hacer eso? Su madre nunca había sido la mejor, pero era su madre. Y su padre, a pesar de que a Avan no le caía del todo bien, siempre había sido el mejor padre que pudo.

—Iré a... acomodar mi habitación.

Avan asintió y le dijo que esperaría abajo. Tomó la bolsa con ropa y bajó. Abajo se quitó el suéter roto y lo metió en la bolsa, junto con lo demás.

Cuando Olivia estuvo sola en su habitación, a punto de abandonar su casa, con sus padres muertos abajo, y la única persona en quien confiaba apoyándola, se permitió llorar.

Lloraba casi en silencio, expresando su furia tirando todo a su paso. Libros, ropa, muñecas. Revolvió la cama aún más, bufando de frustración, miedo, desesperación y vacío. Un gran vacío. Había matado a alguien. A sus padres.

Tomó las hojas de la repisa y las rompió en dos, tirándolas en la pequeña papelera de su habitación. Allí tenía todo lo que había escrito hasta el momento. Sentía que todas las cosas bonitas que allí había eran una farsa. Ella no podía sentir nada bonito. Ella no era nada por dentro, estaba vacía. O podrida. Sí, creía que estaba podrida por dentro.

Con lágrimas en los ojos, tomó un bolso pequeño y puso toda la ropa que pudo. Solo jeans, shorts y camisetas que su madre le había comprado. Además de tenis y un abrigo.

—Estarás bien. Avan cuidará de ti, seas lo que seas, hagas lo que hagas, él estará allí. Tiene que estarlo... —le dijo a su imagen en el espejo, su cabello caía húmedo y un poco enmarañado sobre su rostro. No lo peinó. No hizo la cama, ni reacomodó los libros que había tirado.

No le importaba. Su vida ya no era su vida. Ya nada podía mantener un orden, no valía la pena.

Cada pequeño trastorno compulsivo con sus cosas había sido una forma de ordenar y tener bajo control una parte pequeña de su vida. Pero ahora no tenía vida que ordenar.

Bajó las escaleras con lentitud y Avan la esperaba en el descanso de la planta baja. La puerta que daba a la cocina estaba cerrada.

—¿Estás bien? —inquirió con calma el mayor al ver las lágrimas de la chica.

Olivia creía que esa era la pregunta más estúpida que se le podía hacer a alguien que pasaba por un mal momento. Y esto superaba a los malos momentos.

—Sí, Avan, estoy de maravilla, no es como si mis padres estuvieran muertos en la otra habitación. No es como si tuviera que salir pitando de mi casa. No es como si yo fuera la culpable. No es como si no sintiera un ápice de remordimiento por la muerte de mi madre. Estoy de maravilla —dijo con una sonrisa escalofriante mientras se rehusaba a mirar al joven. Sabía que su sarcasmo lo lastimaba, y eso le dolía, pero no pudo evitar soltar esas palabras.

—Tienes razón. Soy un imbécil.

Se quedaron en silencio. Luego, con precaución, Avan tomó la mano de la pequeña y la guio hacia la puerta trasera. La chica lloraba en silencio, casi sin darse cuenta.

Con la manga de su camiseta, Avan tomó la manija de la puerta y abrió girando la llave con la otra mano. Al salir cerró la puerta con llave.

Olivia no miró atrás. Avan no lo hizo tampoco. Simplemente la guio hasta su auto, dejando todo a sus espaldas. Sin llevar nada, solo la bolsa de ropa sucia y el pequeño bolso de Olivia, sabiendo que no volvería a su casa en demasiado tiempo.

—¿Ese es tu proyecto? —preguntó Livvy mirando sobre su hombro a la maqueta del asiento trasero.

Avan asintió en silencio mientras encendía el automóvil.

—Es muy bonito, Avan.

El muchacho se encogió de hombros, poco le importaba su trabajo. Olivia lo miró un segundo, para luego decidir algo:

—Entrégalo a tu profesor. Yo te esperaré aquí.

Avan la miró a su vez, creyendo que había perdido la cabeza. Bueno, se supone que ya lo había hecho, ¿no?

—En serio. No pasa nada, yo... yo no tengo problema. Estar aquí o allá me es indiferente Avan. Todo me es indiferente. No puedes cortar tu vida por mí...

—Ya lo he hecho, peque. Ya lo he hecho —la sonrisa del joven era melancólica.

Pero tomó la curva que lo dirigía a su universidad, rezando conseguir algo para comer y tomar para ambos en el camino. Definitivamente necesitaba el café más fuerte de su vida.

Sabía que en algún momento Olivia caería verdaderamente en la cuenta de lo que pasaba, y él quería estar listo para ese momento.

Pero antes, a pedido de Olivia, entregaría su proyecto final.

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