Olivia

Olivia


HUIR

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HUIR

 

 

Avan llevaba su proyecto entre las manos. Tenía una capa de sudor frío por todo el cuerpo. ¿De veras entregaría el proyecto como si nada, como si no hubiera visto a sus vecinos muertos apenas unos minutos antes? Definitivamente, algo iba terriblemente mal en la cabeza de Avan o eso pensaba él mientras recorría el pasillo.

Por eso, dudó un par de segundos en el aula del profesor. La clase ya había empezado y ahora se hallaban en el receso. Algunos chicos lo habían saludado al pasar, pero otros tantos siempre se quedaban en la clase.

Abrió la puerta con cuidado de no tirar la maqueta y entró en la clase... Tal vez por última vez. «No, no más pensamientos así», se dijo.

—¿Señor Danvers? —preguntó el profesor extrañado.

—Profesor Morales —saludó Avan mientras dejaba la maqueta dentro del armario del salón, junto a las otras. Un segundo de comparación la bastó para saber que nadie se había esforzado ni la mitad que él.

—Llega tarde —recriminó el profesor. Lo miraba extrañado, notaba de manera clara el nerviosismo del muchacho.

—Tampoco puedo quedarme, profesor.

María Olivia se removió en su pupitre. Miraba a Avan con preocupación. El cabello del muchacho se pegaba a su cuello y sus manos temblaban ligeramente, además de lo pálido que se lo veía. La chica conocía bien a Avan, por eso era capaz de notar esos pequeños detalles que a otro se le hubieran pasado por alto.

—¿Tienes algo más importante que hacer que asistir a clases, muchacho? —el profesor se paró de su lugar, tuteándolo, y caminó hasta el joven, mirándolo con fijeza. Era un poco más bajo y se lo veía saludable y vigoroso. Todo lo contrario a Avan con su camiseta amplia decolorada y tez blanca.

—No exactamente...

—¿O sí? —el hombre lo miraba, como si mirase dentro de él.

—Yo... Emmm... Tal vez sí. Sí —afirmó finalmente aparentando seguridad.

El profesor lo miró con cansancio. Avan era un buen estudiante, con vocación y determinación. No era normal que se comportase así. Nervioso, indeciso.

—Avan, sea lo que sea, puedes decírmelo. Ya eres un hombre, esto no es la secundaria, nadie te recriminará. Solo...

—Profesor...

—Solo no abandones la universidad, ¿sí? Y por favor, compra otra camiseta que esa está terrible —señaló el hombre, Avan no solía preocuparse mucho por lo que llevaba bajo los suéteres.

Avan se sintió mal mientras le aseguraba al profesor que su intención no era esa. Pero el hombre no quedó convencido. Avan, de forma definitiva, le recordaba a él cuando era más joven, y él mismo había abandonado la universidad.

Olivia se levantó de su asiento y salió detrás del muchacho.

—¡Avan, Avancito! —gritó la chica, alcanzándolo.

—Olivia, no tengo tiempo —respondió Avan sin voltearse.

—Wow, golpe bajo, ¿ni siquiera me miras?

—Oli, no tengo tiempo...

La chica tiró de su brazo y lo miró a los ojos.

—Sí, eso ya lo has dicho.

Escrutó su rostro de forma minuciosa, buscando qué pasaba, intentando descifrarlo, mientras Avan llevaba las manos a su cabello, por eso Olivia pudo ver la mancha rojiza en su nudillo.

Entonces el joven suspiró y la abrazó de improvisto.

—Te quiero, ¿sí? No lo olvides, eres mi mejor amiga...

Amiga. Amiga. Amiga. La palabra resonó en la cabeza de Olivia al compás de los pasos de Avan alejándose de ella.

Le dolía. Pero ¿qué podía hacer ella?

La profesora Bolff salió de su clase en ese momento y al ver a Avan alejarse lo llamó. Pero Avan no frenó, solo bajó su cabeza y echó a correr, sin mirar atrás.

 

***

Olivia abrió los ojos, respiraba agitadamente y estaba sudando. El sol bañaba su rostro calentando su piel. Tenía la lengua seca, tal vez por haber dormido con la boca abierta. Miró por la ventanilla del coche: el automóvil se movía.

Se incorporó, sobresaltada, mirando a su alrededor, hasta que enfocó a Avan a su lado, manejando. Tenía un café en la mano y gafas de sol puestas. ¿Cuándo...?

A Olivia le costaba relacionar dos pensamientos seguidos. «Malditas neuronas, hagan sinapsis como deben», pensó con desespero. Su cabeza se notaba lenta y dolorida.

—¿Quieres jugo de naranja? —preguntó el joven señalando una bolsa cerca de los pies de la chica.

La chica abrió la bolsa, encontrando un pequeño desayuno.

—¿A dónde vamos? —preguntó con simpleza, acomodándose en el asiento para comer.

—No tengo idea, Olivia. Pero lejos, seguro.

—¿Estamos huyendo?

—Sí.

—Mis padres están muertos —afirmó mientras bebía un sorbo de jugo, cayendo en la cuenta de la situación. La bebida tenía un sabor peor que el de la tierra, y la chica sabía el mal gusto que tenía la tierra. Aunque, probablemente, de ahora en más todo le supiera a tierra.

Avan asintió con la cabeza, de todas formas.

—¿Yo los maté? —inquirió la chica en apenas un susurro. Aún notaba la boca seca, incluso luego de tomar todo el jugo.

—Eso me dijiste.

¿Eso había dicho? Sí. Pero ¿ella lo había hecho? Porque, en realidad no podía recordarlo. Sí, sí lo recordaba. La pesadilla, el frío, los gritos, ella en la cocina cubierta de sangre, sus padres muertos. Y luego Avan, llegando, obligándola a moverse, porque ella no deseaba moverse, quería seguir mirando hasta que pudiera creérselo. Sus padres estaban muertos. Su padre, tan cariñoso y comprensivo. Su madre, traicionera y poco maternal, pero su madre al fin. Le sorprendió cuando le dolió en lo más profundo de su pecho.

—No soy una psicópata —murmuró.

—¿Qué dijiste...?

—Que no soy una psicópata. Yo... siento culpa, Avan. Sé que lo que hice estuvo mal y me arrepiento. Yo...

Y las lágrimas estallaron. Y continuaron por horas.

Avan intentaba hablar, calmarla, pero la chica parecía no responder. Solo lloraba y miraba hacia el frente. El joven estaba seguro de que ni siquiera pensaba. Estaba asfixiada de tristeza y desolación.

El paisaje pasó de suburbios a ciudad. Y de ciudad a carretera desierta.

Cuando el sol caía, Avan por fin detuvo el automóvil definitivamente. Frente a un hotelucho de mala muerte con las paredes descoloridas y la puerta chirriante.

Y Olivia ya no lloraba.

 

***

La policía rodeaba la manzana. Estaban en todos lados y a Loretta le fastidiaban mucho. Los policías con sus sombreros y chaquetas y con sus autos luminosos le daban dolor de cabeza.

La muchacha miraba por la ventana de la sala. Los oficiales entraban y salían de la casa de los Penz, hablaban entre ellos, se pasaban linternas y cuadernos.

—Loretta, ¿tu hermano ha respondido? —inquirió su madre preocupada, mientras tocaba su hombro.

—No...

Ambas se miraron a los ojos, entendiéndose sin palabras. Avan no respondería.

Ambas esperaban el momento en que los oficiales llamaran a su puerta, pidiendo explicaciones, explicaciones que ellas no podían dar. ¿Qué sabían del matrimonio? No mucho. ¿De la chica, hija de ellos? Sí, Avan la cuidaba. ¿Dónde estaba Avan ahora? No tenían idea.

—¿Crees que Olivia...?

—No, mamá, solo han sacado dos bolsas grandes. No creo que Olivia... ya sabes.

La señora Danvers miraba a su hija. Ninguna de las dos era muy simpatizante de la chica, pero tampoco querían que nada malo le pasara.

Y Avan que no estaba cerca, ni contestaba...

—No tienes el teléfono de María Olivia, su amiga, ¿verdad? —preguntó la mujer.

Loretta negó. Por algún motivo no le sorprendía que Olivia hubiera desaparecido y Avan con ella.

—Mamá, ¿y si Avan...?

—Y si Avan... ¿qué? —la interrumpió la mujer con ojos furiosos. La señora Danvers no admitía que se hablara mal de su hijo, aun su propia hermana. Y estaba segura de que lo que seguía a continuación era algo malo.

—Nada, solo... Nada, mamá. Mañana todo será más claro. No creo que a esta hora vengan a hacer preguntas. ¿Papá vendrá a cenar?

La mujer asintió débilmente. Las idas y venidas de su marido y ahora la incertidumbre por su hijo. Y lo que había pasado en la casa de al lado.

Respiró hondo, yendo a preparar la cena.

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