Olivia

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LA INJUSTICIA DE LA LUNA

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LA INJUSTICIA DE LA LUNA

 

 

Olivia se encontraba profundamente dormida en la gran cama doble que había hecho suya. Eran pasadas las 5 a. m., pero Avan ya se encontraba deambulando por la cocina. Había oído las noticias la noche anterior, corrían peligro allí, los policías aseguraban que estaban rastreando las afueras de la ciudad; él esperaba que ese balneario quedara fuera de los límites de su radar.

Su nuevo teléfono móvil vibraba en la mesa, miró el identificador, ¿cómo era que Olivia ya se encontraba despierta?

—Avan, soy yo.

—Lo sé...

—Escucha, estoy yendo hacia allí, el jardinero irá hoy a las siete y media —habló la joven con apremio.

Avan miró la hora, faltaban poco más de dos horas.

—No llegarás, Olivia. Nosotros podemos irnos...

—¡No! No deben salir, sé que hay policías deambulando por todos lados, reconocerán tu coche al instante. Además, estoy yendo en el automóvil de mi madre —dijo con seguridad.

—Y, ¿de qué sirve que vengas?

—El jardinero es un señor entrado en años, me creerá si le digo que estoy pasando el día aquí con un chico. Recemos porque no mire las noticias...

—De todas maneras, estoy bastante irreconocible —comentó con melancolía mientras hacía girar un posavasos sobre la mesa con un dedo. Con el meñique de la mano que sostenía el móvil, tocó la corta barba que ya tenía rodeando su boca.

—Tienes un rostro... bastante particular de todas formas.

—Gracias.

—No era un cumplido —respondió la chica riendo.

—Lo sé —aseguró el joven con un suspiro.

—Colgaré antes de que me detenga un poli de tráfico y note que no tengo licencia.

La línea quedó en silencio mientras el joven dejaba el teléfono sobre la mesa. Se sentía liviano, como si todo comenzara a ir mejor de ahora en más. Tal vez, incluso podrían ir a la policía y presentar sus evidencias y teorías para que encontraran al verdadero asesino de los padres de Olivia. Tal vez podrían visitar sus tumbas como le había pedido la chica el día anterior. Tal vez ambos podrían recuperar sus vidas.

Solo faltaba el cómo.

¿Cómo presentar pruebas y teorías que se basaban en recuerdos de una chica? ¿Cómo visitar las tumbas de los padres de Olivia? ¿Cómo recuperar sus vidas luego de esto?

«Al menos, Olivia ya no se odia a sí misma», pensó con cariño.

Recordó su sonrisa luego de hablar sobre lo que pensaba, y el peso que se había sacado de los hombros en esos días. Sonrió al recordar cómo había, por fin, podido llorar con pena por lo que había pasado, dejando la culpa a un lado. Esa noche, la chica no había despertado gritando ni una vez.

Miraba la nada mientras sus pensamientos seguían ese rumbo: Olivia. No la Olivia enamorada de él que se dirigía hacia allí como loca en un coche para salvar su pellejo, sino en la dulce chica que descansaba con calma en la cama, con sueño tranquilo y respiración profunda.

Normalmente, cuando Avan comenzaba a darle muchas vueltas al tema, ponía música en el celular a todo volumen y los auriculares muy pegados a sus oídos. Puede que porque fueran casi las 5:30 a.m. y él estuviera agotado, o se debía a que no tenía música en su nuevo celular o auriculares para oírla, pero no pudo dejar de pensar. No pudo suprimir sus pensamientos.

Lo fuerte que la chica era en realidad, lo cambiada que estaba. No fue sino hasta que comenzó a utilizar jeans y remeras que el joven pudo apreciar realmente cuánto había crecido. No fue hasta que se cortó el cabello que notó cuánto había madurado y cambiado. Y deseó que nunca hubiera hecho ninguna de las cosas, y no solo por lo trágico de las circunstancias en las que tuvo que madurar, sino porque hacía que él se sintiera como la peor escoria sobre la tierra cada vez que la abrazaba. Ya suficientemente malo era antes, creía, no, estaba seguro de que ahora no habría música lo bastante fuerte para acallar a sus monstruos internos.

Llevó su cabeza a las manos, con los codos apoyados en la mesa, y tiró de su cabello, con fuerza. Necesitaba salir. Con urgencia. Antes de llegar a odiarse demasiado a sí mismo por algo que, intentaba con ahínco, pero que no era capaz de controlar.

Abrió la puerta trasera, sintiendo el frescor de la madrugada en su cuerpo calmando sus emociones, las cuales se encontraban a flor de piel.

Estaba oscuro, casi no había estrellas y la luna se encontraba en fase nueva. Avan siempre había odiado la luna nueva. Detestaba que la luna necesitara al sol para brillar para, simplemente, reflejar su luz. La luna no se merecía ser ten insignificante, era demasiado hermosa como para eso. Y las fechas de luna nueva le recordaban la injusticia de la luna.

No pudo evitar pensar en él. Se sentía un tonto por encontrar similitudes, pero no pudo dejar de pensar que él simplemente reflejaba la luz de otros. «No, no de otros, de Livvy», se corrigió al instante con resignación. Dependía de Livvy de formas que él mismo no era consciente, pero sabía que así era, lo supo desde el momento en que tomó a la chica y la sacó de su propia casa en desgracia. O tal vez antes, cuando vio por primera vez sus ojos abiertos como platos, asustada porque se quedaría en casa de un casi extraño para ella. Sí, era probable que ese fuera el maldito momento en que él, Avan, había dejado de ser una simple luna nueva eterna, y había comenzado a reflejar la luz de la pequeña, su sol particular, quien le permitía brillar.

—Basta —susurró a la noche, cerrando los ojos con fuerza—. Deja de pensar, maldita sea. Te volverás loco —se decía a sí mismo mientras caminaba por el patio trasero, repleto de árboles y de esa extraña tierra mezclada con arena.

Nunca supo el momento exacto en que había comenzado, pero desde entonces había intentado luchar con todas sus fuerzas, había renunciado a sí mismo, había utilizado de forma vil a personas, solo para llegar a la conclusión de que no podía detenerlo: era un jodido enfermo.

—Para, para, para —rogaba a su cabeza, la cual no estaba en la labor, porque con cada «para» parecía más y más empeñada en mostrarle lo que más temía, lo que más deseaba, lo que más aborrecía. Y los tres eran lo mismo.

—¡Avan!

Olivia gritaba en su cama alargando la palabra. Normalmente, Avan se despertaba antes de que ella lo hiciera por sí misma y gritara, pero él no estaba allí hoy, y sus gritos resonaban fuertes por la casa y, gracias a Dios, por la distancia entre casas, no llegaban a las demás residencias.

Avan corrió, entrando a la habitación y pensando que había cantado victoria antes de tiempo con respecto al sueño de la chica. Agradecía la distracción, aunque no estaba listo para ver a Olivia. Sus ojos llorosos y mejillas sonrosadas estaban enmarcados por delicadas ondas que su cabello había adquirido en las puntas luego del radical corte. Parecía aterrada y extendió los brazos, rogando que Avan la rodeara con los suyos, pidiendo seguridad, necesitando seguridad.

Avan lo hizo, porque nunca habría podido negarse a eso, nunca habría podido negarse a nada que la pequeña le hubiera pedido ni nunca lo había hecho.

—A-Avan —tartamudeó la chica, apretando al chico entre sus brazos.

—¿Otra pesadilla, Olivia? —preguntó con cansancio el joven, estaba harto de las pesadillas de Olivia, ¿por qué no podían dejarla en paz? ¿Por qué no podían molestar a otro? Hubiera dado lo que sea por ser él quien sufra las pesadillas en vez de ella.

—S-sí, y tú... tú no estabas te habías ido. Me dejabas, y tenía miedo, porque estaba sola... y tú me dejabas y te llamaba, pero... pero me dejabas, ya... dijiste que era un monstruo, no creías en mí. Y me venían a buscar y... y no podía... no podía defenderme. Entonces yo... yo desperté y tú no estabas aquí y... y yo pensé... pensé que tú... que tú te habías ido, que me habías dejado en serio... que ya no me querías... que... que me habías abandonado aquí. Y... y grité y... yo...

Cada vez era más difícil entender lo que la chica decía, así que se limitó a abrazarla con más fuerzas.

—No me iré, Olivia —le aseguró en voz baja, acariciando su espalda.

—Pero no..., pero no me quieres... yo... yo lo sé —respondió apartándose de él y mirando sus ojos.

—Claro, ¿por qué no te querría?

—Porque... tú quieres a otra... A la otra... Mi-Mi... Ella, Olivia... Y porque... porque yo soy una niña tonta y... Tengo tanto miedo y...

Ambos quedaron en silencio asimilando lo que la chica había dicho. Las mejillas de Olivia inmediatamente se tiñeron de rojo, mientras que Avan miraba hacia cualquier lado lejos del rostro de la chica.

—Olivia, es diferente. Es muy diferente.

—Lo-lo siento, no, no debes explicarlo... yo lo entiendo. Solo hablé y no... no...

Su voz iba descendiendo de tono mientras la vergüenza se apoderaba de ella. ¿De veras había dicho eso?

—Olivia, no eres una niña tonta. Y sí, te quiero, ¿cómo no quererte, peque? —dijo Avan en tono fraternal, mientras la abrazaba, tragando saliva con fuerza. «Mierda, mierda, mierda. ¡Maldita mierda!», gritaba su interior.

—Entonces, ¿por qué sigues llamándome Olivia?

Avan no tenía una respuesta para eso.

 

***

Ambos estaban tensos esperando la hora en la que María Olivia arribara en la casa, y rezando porque llegara antes que el jardinero. Avan no tenía idea qué había inventado la chica a sus padres, ni tampoco le interesaba saber; ya bastante tenía de qué preocuparse. Olivia había comprendido muy bien que no podía dejarse ver... y que María Olivia iba hacia allí a convencer al jardinero de que Avan era su novio con el que había hecho una escapada.

Olivia hervía por dentro, pero luego de lo de hacía rato no mencionaría nada de lo que sintiera. Se sentía tan tonta y tan niña. Y se sentía tan mal. Su cabeza palpitaba y su estómago se revolvía.

Eran casi siete y media cuando Olivia entró en la casa como un torbellino. Abrazó a Avan con fuerza y luego saludó con dulzura a Olivia. La menor tuvo que contenerse para no gritarle «desesperada» en la cara. En cambio, sonrió con timidez, como ella sabía hacerlo y tragó saliva cuando la muchacha besó a Avan. Y cerró los puños cuando él le correspondió el beso, bastante entusiasmado.

—Está bien —comenzó María Olivia—. Aún tenemos unos minutos para que llegue, intentaré convencerlo de que se vaya y...

—Y volverá en una semana y, claro está, debemos irnos —culminó la frase la menor.

Ambos la miraron, María con terror en el rostro y Avan comprendiendo que tenía razón.

—Esto... Tal vez... Creo que, al menos tendrán una semana. ¿No es eso mejor que nada?

Avan tensó la mandíbula y asintió.

—¿Y si no se va? —continuó Livvy como si no la hubiera escuchado.

—Se irá —aseguró la muchacha con una sonrisa.

 

***

Pero el hombre no se fue. Luego de que María Olivia le haya explicado que estaba allí con un chico, el hombre aseguró de que no le molestaba y que no entraría en la casa, que simplemente quería limpiar el jardín y que si no lo hacía no le pagarían. A pesar de que la chica insistió en que de todas formas sus padres le pagarían, ya que no debían enterarse de que no había hecho el trabajo, y mucho menos el porqué, el hombre siguió insistiendo, alegando que se sentiría mal por no haber hecho algo por lo que le pagaran.

María Olivia entró a la casa maldiciendo al señor y Livvy se sintió un poco mejor por dentro.

Luego de un rápido almuerzo, en el cual Livvy no había emitido palabra, pero sí oía las animadas palabras de su tocaya, Olivia se ofreció a ir de compras. Pero compras reales, de esas que los chicos no podían permitirse sin hacer ahorros en todo.

Avan, seguro de que no necesitaba estar esa tarde allí, y seguro también de que nadie lo reconocería —luego de que la joven le asegurara que así era—, se decidió a acompañarla.

Olivia concordó que pasaría la tarde recuperando horas de sueño. Pero antes de que se fueran y, agradeciendo por única vez que la otra chica estuviera allí, se acercó a la muchacha y le habló al oído.

Las mejillas rojas de Livvy y la sorpresa de su amiga seguida de una sonrisa por parte de la misma, no le revelaron nada a Avan del contenido del secreto. Pero se negó a preguntarlo ante la chica, ya hablaría luego con María Olivia.

Salieron por la puerta trasera, evitando al hombre y Olivia se dirigió a su cama.

 

***

—No puedo creerlo —dijo Avan mientras veía cómo Olivia dejaba eso en su carro de compras.

—Créelo.

—¿Por qué no me lo dijo? —preguntó confundido el chico.

—Vergüenza, Avan, vergüenza. Aunque si yo no hubiese llegado te lo habría dicho luego, justo pasó que le vine bien —respondió la chica mientras se dirigían a la caja. Avan había conservado sus gafas de sol y tenía el cabello recogido en un moño alto, del que se escapaban un par de mechones.

—¿No es muy pequeña?

—Te juro que no —aseguró la muchacha con una risa.

Avan se sentía cada vez peor. ¿Y ahora...?

Pagaron con rapidez, dirigiéndose a la playa. Estuvieron largo rato charlando sobre su casa. ¿Cómo estaba todo allí? ¿Sabía algo de sus padres y hermana? ¿Cómo iban las clases?

—Todo está bastante revuelto aún. Tu madre está muy triste, tal vez debas alejarte de aquí un día y llamarla, para asegurarle que todo está bien, de tu padre no sé nada más. En cuanto a Loretta, por lo que me enteré, consiguió un trabajo en una pequeña cafetería de la ciudad, pasa todo el día fuera, tus padres están bastante enojados con ella, pero la entiendo; te extraña y la única forma que tiene de no entristecerse es estar ocupada y lejos. En cuanto a las clases, cada vez más difíciles. No creo que tenga relación, pero desde que te fuiste el curso de Morales se ha vuelto insoportable. En serio, parece que cada vez busca complicarlo más —fue la respuesta de la joven.

Se besaron un poco, Avan descargándose en la pobre chica, como siempre hacía que algo le preocupaba. Claro que Olivia no oponía mucha resistencia.

Casi tres horas después de que salieran, volvieron.

—Parece que el jardinero ya se fue —comentó Avan mientras estacionaba el automóvil de la familia Maslin frente a la puerta.

—No, debe estar en el jardín de atrás, su bicicleta sigue allí —corroboró Olivia bajando del coche.

Avan la vio, se encogió de hombros y entró en la casa. Se sorprendió, como siempre que salía, la manera en la que pudo andar de manera tranquila por el lugar sin que lo reconocieran; tal vez por eso había tantos asesinos en libertad y prófugos nunca hallados.

Olivia dormía plácidamente aún, Avan comprobó que así fuera en cuanto entró.

—Iré a decirle al viejo que ya se puede ir —dijo Olivia dejando algunas bolsas sobre la mesa de la cocina. Avan asintió de forma distraída mientras comenzaba a guardar las cosas.

A los pocos minutos oyó que María Olivia lo llamaba con calma desde la puerta trasera.

Se acercó con extrañeza mientras limpiaba una manzana en su camiseta para comerla.

—¿Qué pasa? —dijo antes de morder la manzana.

—Avan —repitió la chica, lo miró con horror y el rostro pálido.

—Olivia —repitió el muchacho con dramatismo fingido antes de seguir el curso de la mirada de la joven.

Deseó no hacerlo. El horror invadió su cuerpo, ¿cómo mierda...? La manzana cayó de su mano.

El jardinero, un hombre corpulento entrado en años, se encontraba desparramado en el suelo con el cable de la podadora de pasto rodeando su cuello, Avan y María Olivia podían verlo muy claro desde su posición, así como también veían el color azulado de su rostro. Su pecho también se veía, demasiado quieto, demasiado hinchado.

El hombre estaba muerto.

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