Olivia

Olivia


ESCAPE

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ESCAPE

 

 

—Avan —susurró María Olivia. El chico no parecía capaz de escuchar nada a su alrededor. ¿Cómo pudo pasar? ¿Cómo el cable terminó por rodear el cuello del hombre? Miraba la escena casi sin verla en verdad. La podadora, ahora apagada y sin corriente eléctrica, descansaba inerte a menos de medio metro de distancia del señor.

Ah, pobre hombre, tan inocente y servicial, tan honesto y con tan terrible desenlace. Avan tenía la mirada fija en los ojos del jardinero, abiertos como platos, dándole una última mirada al cielo. Comenzó a caminar, aún sin lograr reaccionar verdaderamente. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Sintió cómo la saliva abandonaba su boca, mientras el ácido de la bilis ascendía por su garganta. No podía permitirse vomitar, debía estar sereno.

María lo seguía a una distancia prudencial, llorando en silencio, aterrada.

—Avan —repitió, casi de forma inconsciente, solo lo decía para saber que él estaba allí con ella, que no debía enfrentar tal acontecimiento en soledad.

—Livvy —fue lo único que el muchacho articuló apenas, casi de manera irracional, en silencio, pareciendo un soplo de aire abandonando sus pulmones.

—Mierda, Avan, ¿qué haremos ahora? Mi maldito jardinero está muerto en mi maldito jardín trasero...

La joven mordía su labio, histérica, reaccionando por fin. Movía su cuerpo de un lado al otro mientras cavilaba las consecuencias de lo que veía.

—No lo sé —respondió Avan, aún en trance, mientras se agachaba a un lado del cadáver a comprobar, de forma inútil, el pulso de su cuello. Solo sintió silencio—. No lo sé —la piel violácea del hombre estaba helada y casi parecía resbaladiza. Sus ojos, abiertos de forma desmesurada, se veían inyectados en sangre. Toda vida había sido desprovista de su cuerpo.

Las palabras incoherentes no cesaban de salir de los labios de María Olivia. Avan se incorporó de golpe, tomando a la chica por los hombros al momento.

—Debes calmarte, por favor. Respira profundo y escúchame. Tomaremos las cosas y, ni tú ni yo, hemos estado aquí jamás. Iré a despertar a Livvy y...

—¡Avan! No podemos dejar al hombre aquí. Es la casa de mis padres, estaremos en problemas, y más aún, ellos.

—¿¡Qué propones!? ¿Qué lo lleve conmigo y lo arroje a un lado del camino? —Avan tomó a la joven por el brazo, tirando de ella a la casa por entre el césped a medio cortar.

—No sé qué propongo. Yo no sé nada, Avan. Yo solo...

Entraron a la casa y María se soltó del agarre de Avan y corrió al cuarto donde se suponía que Olivia dormía.

—¡Maldita, ya lo sabemos! ¡Deja de fingir, niña del demonio! —gritó sin control la joven mientras Avan la seguía, intentando controlarla.

Olivia abrió los ojos de golpe, somnolienta, sin comprender qué ocurría. ¿Por qué María gritaba?

—Hermosa y acogedora forma de despertarme...

—Olivia, ¿qué diablos has hecho, por el amor de Dios? —inquirió Avan, empujando a María, que echaba fuego por los ojos, a un lado y acercándose a la chica en la cama, tomándola por los hombros y mirándola con ojos desorbitados.

—Dormir, claro está, hasta que ella... Espera, ¿qué pasa? ¿Por qué...?

—¡No te hagas la tonta...!

—No me hago la tonta, María —interrumpió la chica—. Podrían dejar de maldecir y decirme...

—¡El jardinero está muerto en el patio! Alguien enredó el cable de la podadora en su cuello y...

—Y ustedes creen que yo lo hice —sentenció la chica, con expresión sombría y ojos brillantes.

—Eres la única que pudo hacerlo —habló la mayor con voz quebrada.

—Pues, ambos óiganme bien, no lo hice, ¿sí? He dormido toda la jodida tarde porque no me siento muy bien y —dijo con voz ronca y aguantando la impotencia y tristeza que comenzaba a invadirla—, siendo sincera, no tengo ganas de que la única persona que me queda y su «amiguita» duden de mí de semejante forma, acusándome sin pruebas. No soy una maldita asesina, no hay absolutamente ninguna duda de que...

—Entonces, ¿por qué tus chanclas están cubiertas de pasto húmedo? —preguntó Avan con tristeza señalando el piso. Él quería creer en la inocencia de la chica, pero no había podido evitar preguntarlo; las chanclas habían llamado su atención desde que entró en la habitación.

Olivia quedó un momento en silencio, contemplando la decepción en el rostro de Avan. Sintió cómo su pecho se cerraba y cómo sus manos comenzaban a temblar. Nada le dolía más que decepcionar a Avan. El silencio en la habitación se hacía cada vez más tenso, solo se oía el esfuerzo de Livvy por mantener la compostura, negándose a que la vieran desmoronarse, y los esporádicos sollozos de María Olivia.

—Yo-no-lo-hi-ce —dijo pausadamente con los dientes apretados. Pero ¿estaba segura de no haberlo hecho? ¿Y si lo hizo y no lo recordaba? ¿Y si algo andaba mal con sus recuerdos? ¿Y si también había matado a sus padres, pero se había convencido a sí misma de su inocencia? ¿Y si de verdad estaba enferma?

—Ya está, no lo admitirás nunca, pero sabes que lo hiciste.

—María —interrumpió Avan a la mayor.

—Sabes que has acabado con su vida, así como con la de tus padres, estoy convencida de ello...

—¡María, para ya! —gritó entonces Avan al ver cómo las lágrimas acudían con sigilo a los ojos de Livvy—. De nada sirve todo esto ahora. Debemos irnos de aquí; cargaremos el cuerpo y... y tal vez, lo mejor será arrojarlo al mar, y aquí nada pasó —decidió de sopetón. Le parecía la única opción posible para salir de la situación, lo único que podría funcionar.

—¿Y luego qué? —preguntó con veneno la mayor—. ¿A cada lugar que irán ella matará a alguien por quién sabe qué motivos retorcidos?

—¡Basta! Yo no lo hice, yo no lo hice.

Olivia se levantó de golpe y corrió tropezando al baño, donde cerró la puerta con fuerza. Avan dio un golpe en el colchón y maldijo en voz baja.

—¿Estás feliz? ¿La situación no era ya lo suficientemente mala? —comenzó el chico—. Escúchame bien, debes mantener la boca cerrada, al menos hasta que acabemos con esto y luego puedes volver a tu vida y no volveremos a molestarte —dijo Avan con frialdad.

—Con todo, la sigues protegiendo, la sigues apoyando. No puedo creerlo.

Olivia bajó la cabeza y abandonó la habitación dispuesta a limpiar todo, como si nada hubiera ocurrido nunca en esa casa.

Avan tensó la mandíbula y tiró de su cabello, soltándolo y volviéndolo a atar, con fuerza y tirante. No podía creerlo, todo estaba yendo tan bien, parecía que al fin había una salida y todo se había ido al demonio.

—Yo tampoco puedo creerlo —dijo a la habitación vacía.

Salió de la estancia, tomó el paquete de una de las bolsas de compra y, suspirando, golpeó la puerta del baño.

—¡Vete al infiero! —gritó la pequeña desde el otro lado.

—Ya estoy en él, cariño —respondió el chico, riendo con amargura—. Abre, tengo algo para ti.

Silencio y, menos de un minuto después, la puerta se abrió apenas y la delicada mano de la chica salió. Avan depositó el paquete allí y la puerta volvió a cerrarse, esta vez en silencio.

Avan suspiró con resignación y comenzó a acomodar la casa, sintiendo una desbordante sensación de déjà vu.

 

***

Cuando culminaron ya se estaba haciendo presente la noche, sin luna, sin estrellas. La casa volvía a parecer desocupada. Olivia esperaba en el Ford de Avan mientras él se despedía de María Olivia. El cuerpo del jardinero estaba en el maletero, envuelto en bolsas y piedras…

—No sé si alguna vez podré superar esto —susurraba con incomodidad la chica.

—Eres una chica fuerte, podrás hacerlo.

—Era un señor tan amable —agregó con voz rota.

—Lo sé, y debes recordar lo mejor de él. Lamento haberte involucrado, todo se solucionará...

—Nada lo hará, Avan —replicó ella. Y luego silencio, hasta que María susurró con voz ahogada—: Debes amarla demasiado.

Avan abrió mucho los ojos, la muchacha lo miraba con comprensión.

—¿Qué... qué dices? ¿Por qué piensas semejantes...?

—Porque lo sé, sé lo que se siente arriesgar todo por quien amas, pero nunca poder tener nada a cambio —suspiró—. Lo sé y lo entiendo. Pero... por eso no quiero ver cómo destrozas tu vida, cómo te arriesgas por lo imposible, cómo gente muere por tu amor.

—Olivia...

—No, Avan, dime María. No puedo soportar que me digas como ella se llama.

Avan estaba impresionado por las palabras de la joven, ¿cómo había podido hablar así?

—Te extrañaré —siguió—, pero no quiero verte caer. No puedo ver cómo esto te destruye. ¿Te has visto en un espejo? ¿Notas lo enfermo que te ves?

El chico no respondió, sabía que la joven tenía razón. Ella simplemente lo abrazó, inspirando profundo en el cuello del muchacho, reteniendo su aroma, estando casi segura de que no volvería a verlo.

—No te preocupes, ni tus padres ni tú se verán involucrados en esto. Yo estaré bien.

—Lo sé, más te vale que así sea. Si... me necesitas, no con nada que pueda empeorar esto... ya sabes... si necesitan dinero, o algo así, puedes pedírmelo.

Avan se odió a sí mismo mientras asentía. Había lastimado a su amiga tanto; y ella allí seguía. El joven creyó entender a qué se refería María Olivia en un principio: amar sin esperar nada a cambio. Amar con desesperación. Él sabía que ella se refería a sus sentimientos hacia él, pero no podía hacer nada.

No podía corresponderle, ni mentirle, ni darle ilusiones.

Ella se alejó de espaldas, mirando las lejanas casas, algunas vacías aún. Faltaban unas pocas semanas todavía para la temporada de vacaciones.

María subió a su auto, mirando a Avan con dolor, y se alejó, deseando que todo pudiera terminar bien para su enfermo amor.

Aunque presintiendo que no sería así.

 

***

Olivia y Avan volvían a manejar sin rumbo fijo, tomaban diferentes carreteras, las menos transitadas para estar a salvo. Habían hecho una pequeña ceremonia en la parte más alejada de la playa, allí donde el mar conectaba con un río. El cuerpo, envuelto en las bolsas llenas de piedras, se hundió en el mar rápidamente.

Olivia estaba ahora en posición fetal, arrollada en su asiento, mirando por la ventanilla en un silencio enojado.

—Olivia...

—No, no me hables; no crees en mí, no confías en mi palabra... No sé por qué sigues ayudándome. Entrégame, limpia tu nombre y ve con ella... —dijo con tono frívolo.

—Olivia, para, por favor, para —Avan intentaba concentrarse en la carretera, pero el tono de voz de la chica le dolía; aunque, claro estaba, él le había hecho aún más daño—. No quiero desconfiar de ti, pero ¿qué opción había?

—Cualquier otra opción, una que no implicara culparme a mí solo por unas tontas chanclas sucias.

Lo único que iluminaba el camino eran los faros del coche, dentro de poco llegarían a una gasolinera y pararían un momento para despejarse.

—¿Qué quieres que piense? ¿Que el tipo se ahorcó a sí mismo? ¿Que tropezó y se enredó...?

—No, pero que, tal vez, el maldito asesino de mis padres nos sigue.

Ambos quedaron en silencio.

Los minutos pasaban, mientras ambos asimilaban lo que la chica había dicho. Era perfectamente posible, a no ser por el hecho de que la única que sabía su paradero era María, y que nunca nadie los había seguido...

Pero, Avan, sintiendo tanta culpa por cómo había culpado a Olivia, susurró:

—Lo siento, pero...

—Lo entiendo. Yo también dudaría.

Avan detuvo el automóvil y la miró, sabía que estaba llorando por el movimiento de sus hombros.

—Livvy —susurró tocando su hombro.

La chica se desmoronó totalmente, estremeciéndose y se arrojó a los brazos del muchacho.

Avan se quedó paralizado, pero la abrazó con fuerza, con calma y tensión a la vez.

—Lo lamento, Livvy, por Dios, lo lamento. Por supuesto que creo en ti. Lo siento tanto. Me he comportado como un imbécil... Estoy tan malditamente asustado, Livvy. Te juro que no me deja respirar. Quisiera, quisiera que parara, pero... no lo hace.

—Habla claro, por favor —rogó la chica, alejándose, pero manteniendo las manos en su rostro y mirándolo a los ojos.

Avan cerró los ojos, casi de forma inconsciente, mientras ella acariciaba los costados de sus labios con los pulgares.

—No... no puedo.

—Tampoco yo —respondió ella apenas susurrando, segura de que el silencio era su único aliado.

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