Olivia

Olivia


PERSECUCIÓN

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PERSECUCIÓN

 

 

Avan miraba a la nada mientras cargaba gasolina en el coche. Sus ojos estaban fijos en el horizonte de la carretera sin ver realmente. Su mente divagaba entre pensamientos de autoodio y de felicidad, mientras que sus dedos apretaban cada vez más fuerte el dispensador de gasolina.

Gracias a eso, pudo notar las luces. Azul y rojo se acercaban por la carretera. Soltó el dispensador de golpe, dejó el dinero que ya había apartado sobre un banco que allí había, sin importarle si era demasiado, y subió al coche.

Arrancó y se alejó, sabiendo que los policías estaban muy cerca y que probablemente podían distinguir el modelo del auto y, cada vez que pasaban bajo una farola, podrían ver el color. Aceleró, como lo haría cualquier persona al incorporarse a la carretera, sudor frío bajando por su columna vertebral y mojando su cuello, pegando algunos mechones de pelo a su piel. Mordía con fuerza su labio inferior y apretaba el volante, intentando calmar el temblor de sus manos.

Las sirenas comenzaron a sonar.

—Mierda —susurró Avan.

Olivia abrió los ojos con lentitud, se había quedado dormida. Escuchó las sirenas y sintió la aceleración repentina del coche. Comenzó a alarmarse al ver la palidez del rostro de Avan, las luces distanciadas de la carretera daban un aspecto sombrío al interior del coche, iluminándolo y dejándolo a oscuras, iluminándolo y dejándolo a oscuras...

Las luces del coche patrulla dejaban entrever el entorno, dando colores azules y rojos al asfalto y al césped circundante. El oficial Timms perseguía el coche con vehemencia, estaba casi seguro de que eran los fugitivos que tantos dolores de cabeza les estaban dando. Si lograba atraparlos al fin lo reconocerían en la estación, por fin valorarían su trabajo y dejarían de tratarlo como un novato.

Aceleró a la vez que el coche azul lo hacía. Tenía una sonrisa de lado en el rostro, aumentó el volumen de la radio mientras abría una ventanilla.

—Los tengo —susurró complacido mientras apretaba el acelerador, sintiéndose en una película de acción.

Una carretera desierta perdida en un rincón del país. Dos jóvenes temerosos perseguidos por un policía con una ambición enorme.

—Avan —comentó la chica aferrándose al cinturón de seguridad.

—Tranquila, no nos atraparán.

—Si aceleras el policía lo hará. No hay forma de escapar, Avan —dijo la chica mirando el perfil de Avan. El muchacho tensó la mandíbula y mantuvo la vista en el frente, el velocímetro marcaba 130 km/h, no quería desviar la visión, el más mínimo error y...

Las sirenas eran ensordecedoras mientras tomaban una curva, derrapando un poco. Olivia mantenía los ojos apretados, no quería ver.

El viento zumbaba en torno a ambos coches, corría a toda velocidad y entraba por la ventanilla de la patrulla, revolviendo el cabello rojizo de Timms. Miraba al frente con determinación, la bocina sonando de vez en vez, decidido a capturar a la pareja, no podrían escapar.

—Avan, deberías detenerte...

—Olivia, estás loca...

—No, escucha —lo interrumpió la chica, la adrenalina afectando su voz mientras abría los ojos con una idea brillando tras sus pupilas—. Él no espera que te detengas, puedes detenerte para girar, y luego seguir. Eso lo retrasará lo suficiente, podremos tomar alguna ruta secundaria...

—No hay rutas secundarias —dijo Avan con tensión. Mojaba sus labios cada segundo. Tenía miedo, mucho miedo. Temía que los atraparan, y si eso pasaba se llevarían a Livvy y él jamás podría perdonarse.

—No, pero acabo de ver un camino de tierra, recién lo pasamos —respondió convencida, señalando hacia atrás. Ahora, más que nunca, quería huir, necesitaba hacerlo para tener más tiempo. Más tiempo en libertad, más tiempo con Avan.

—Levantaremos polvo y nos verá.

—No si apagamos todas las luces.

Avan procesó las palabras de la chica, sabía que era la única salida. Si doblaban en «u» a esa velocidad corrían peligro de muerte, pero si reducían la velocidad... y las luces apagadas por un camino desconocido...

Avan tomó una decisión. No disminuyó la velocidad, solo la mantuvo. Abrochó su cinturón y esperó. El coche patrulla comenzó a hacerse a un lado para pasarlos y así al fin detenerlos y lograr la gloria de haberlo conseguido. Ambos iban a casi 170 km/h, el Ford llegando a su límite, mientras que el moderno coche de policía aún tenía mucho para dar.

El auto de policía se acercaba por un lateral, el capó del mismo alcanzando la altura de la puerta trasera del coche azul.

Olivia respiraba con dificultad, intentando que el oxígeno se abriera paso entre la adrenalina de su cuerpo. Avan estaba totalmente concentrado, llevó su mano al freno de manos...

Desvió su mirada a un lado y por la ventanilla vio al hombre de cabello rojizo con una sonrisa triunfal en el rostro, ambos conductores a la misma altura.

—Agárrate bien, peque —susurró, rezando porque su plan funcionara.

Sabía que el auto no pararía en seco, pero de todas formas habría una gran diferencia de velocidad, por lo que fue imposible constatar el momento exacto en que tomó consciencia de que todo había ido bien. El auto se encontraba parado y, a pesar de haber sufrido ambos un sacudón, se encontraban bien. El sonido de las sirenas se alejaba.

Avan reaccionó rápido y puso el auto en marcha otra vez, girando en «u» y rogando que funcionara. Aceleró nuevamente hasta vislumbrar el camino, sintió cómo las luces volvían y la sirena también. Al ver el lugar que Livvy señaló, apagó las luces, confiando en su orientación. Al llegar cerca aminoró apenas la velocidad y entró derrapando en la tierra. Apenas y veía por donde iba, el polvo lo cubría todo, no había luces que iluminaran el camino.

Avan se concentró en el camino y Livvy miró hacia atrás, viendo cómo el coche patrulla seguía de largo. No había notado el camino.

—¡Lo logramos! —gritó con alegría.

Avan suspiró con fuerza, aminorando la marcha hasta casi detenerse, aún no se atrevía a encender las luces. Apoyó la cabeza en el volante con cuidado, estaban a salvo.

Olivia estaba a salvo.

Su corazón aún palpitaba con fuerza. Habían estado tan cerca, tan al borde. Había visto la malicia en el rostro del oficial, era espantoso.

Siguió camino a una velocidad normal, sin saber a dónde los llevaría. No importaba, estaban a salvo.

El silencio era relajado, se respiraba mejor allí dentro. Luego de unos minutos, Avan se animó a encender las luces. Se encontraban en uno de esos interminables caminos que conducían a estancias de gente adinerada, esperaba que tuviera salida a otra carretera.

—Avan, ya todo pasó —murmuró Olivia tocando el hombro de Avan. El muchacho se estremeció notoriamente, frenando de golpe el automóvil.

Cerró los ojos tirando de su cabello, esta vez suelto, y llevando hacia atrás la cabeza.

—Fue divertido, ¿no crees? —preguntó Olivia soltando su cinturón y estirando su espalda, que estaba tensa por completo.

—Sí, no sabes, muero de ganas de repetirlo —respondió con sarcasmo el chico. Imitó a su acompañante y estiró su cuello.

Olivia rio un poco, tal vez por nerviosismo, tal vez porque eso hace la adrenalina en la gente, o tal vez porque no entendía la real gravedad de la situación. Sea por el motivo que fuere, Avan sintió cómo su estómago giraba. Quería abrazarla, asegurarse de que estaba bien, pero en vista de la extraña situación que habían pasado hacía un par de horas...

«Llámala como quieras, pero fue un beso. Besaste a una chica de once años...», le reprochaba su mente cada vez que podía. «Y te gustó», agregaba con malicia.

—Fue una buena idea la de frenar y eso —agregó Olivia. Avan miró directo a sus ojos. Estaba bien, estaba con él, no se la llevarían.

La desesperación comenzó a subir por su pecho al pensar en perderla: se sentía asfixiante, como si se ahogara. No ver sus ojos, no oír su risa, no deleitarse con su compañía, lo volvía loco; la simple posibilidad hacía que su pecho se agitara y su boca se secara. Mientras la miraba con fijeza su respiración se hacía irregular. No podía permitir que estuviera en peligro. Algo estaba mal, querían hacerle daño. Ella era inocente, claro que lo era.

—Avan, ¿te sientes bien? —preguntó con extrañeza la chica frunciendo el ceño.

Avan se abalanzó sobre ella abrazándola con fuerza. Olivia ahogó un grito mientras también lo abrazaba.

—Todo está bien, Avan, estamos bien —susurraba Olivia intentando calmar los sollozos del joven. ¿Quién lo diría? Olivia intentando consolar a Avan, ¿no se suponía que era al revés? Ese ridículo pensamiento cruzó la mente del chico, lo que lo hizo reír, aliviando un poco su desesperación. Inhaló con fuerza, seguro de que ella estaba bien, que estaba con él.

—Avan, me asustas, ¿podrías responderme? —pidió la joven apartándose un poco.

Avan le sonrió con ternura, mientras secaba sus propias lágrimas.

—Te respondo, Livvy. Estamos bien. Debemos seguir —dijo sorbiendo por la nariz.

—Tal vez lo mejor será descansar. Podemos, no sé, estacionar el auto algo escondido y dormir un rato —propuso.

Avan asintió de acuerdo y volvió a encender el auto, siguiendo el camino un poco, siempre podían terminar descubriéndolos, así que debía alejarse lo más posible del lugar.

Amaba su auto, pero mañana debían deshacerse de él.

 

***

Mía estaba sentada en su pupitre esa mañana, como todas las mañanas. No le había afectado mucho la partida de Olivia, ¿qué le importaba a ella? En realidad, a ninguno de los chicos allí presentes le importaba mucho la partida de la chica. Max, por ejemplo, había volcado toda su atención en Lena, y Lena parecía encantada con eso.

La maestra Chan les había dado un sermón hacía tiempo sobre lo que había pasado, o lo que ella creía que había pasado.

Y la maestra creía irrevocablemente que Olivia había sido secuestrada por su vecino y que, tal vez, el muchacho abusara de ella, claro que no dijo nada de eso a los niños. Aún se reprochaba no haber notado los signos o, mejor dicho, haber ignorado el pedido de ayuda de Olivia. Porque aquel cuento, era justo eso, un pedido de auxilio. Y ella había ignorado las alarmas.

Aún recordaba un fragmento:

«La joven princesa, esperaba a su valiente caballero de armadura chamuscada como él quería: desnuda, oliendo a perfume de rosas.

El caballero entró a la habitación luego de la larga batalla, devorando con los ojos a su princesa, dispuesto a hacerla suya allí mismo...»

La maestra sacudió la cabeza, evadiendo las palabras e intentó comenzar con la lección del día. De algo estaba segura, jamás volvería a pedir que los niños hicieran redacciones de ningún tipo.

 

***

Franco sufría una resaca tremenda. Llevaba lentes oscuros e iba tomando su segunda taza de café negro para cuando llegaron por última vez a la casa. Volvían a la escena del crimen.

La casa había sido analizada a fondo y limpiada posteriormente. Estaba lista para ponerse otra vez a la venta cuando se arreglaran los problemas legales. Pero el oficial había insistido en ir. Sabía que algo faltaba.

Junto a Perune revisó todas las posibles entradas, ninguna forzada. Las ventanas, en perfecto estado y sin huellas. No sabía qué esperaba encontrar, solo sabía que no tenían idea de cómo el chico había ingresado en la casa a hacer lo que sea que haya hecho.

«Sigues demostrando inteligencia, chico, pero veremos cuánto dura», pensó. Recordaba al oficial Timms llegando hacía menos de una hora a la estación, gritando que se le habían escapado en las narices, que había seguido el coche y que, incluso, había logrado verlos a ambos allí dentro. Pero aseguró que el chico hizo una maniobra de evasión «digna de un experto» y desapareció en la nada.

Stretcht envió patrullas a revisar la zona en la que Timms aseguraba haberlos visto; esperaban noticias en ese momento.

Con decepción, subió las escaleras una última vez. Entró al cuarto de la chica. La portátil de la pequeña había sido examinada y ahora el escritorio se encontraba vacío.

El hombre volvió a mirar entre los libros de la joven, que aún no sacaban de allí, solo para encontrar nada. Pronto se llevarían todo y él no era capaz de encontrar ninguna nueva pista. Nunca se había sentido tan incompetente, bueno, casi nunca.

Toqueteó las cabezas de las muñecas con delicadeza. Esa le parecía la peculiaridad más interesante de la chica. Y era la única conexión real que hallaba con las palabras del loco del funeral. «Ella, que era como yo».

Las cortinas rosas volaban de forma leve a causa de la brisa, era un ventoso día de primavera. El hombre salió al pequeño balcón y miró hacia abajo. Estaba bastante más alto de lo que parecía desde fuera. Al parecer el manzano que allí había ayudaba a disimular esa altura. Miró hacia el árbol.

Algo llamó su atención. Las ramas cercanas a la ventana de la joven estaban rotas, y Franco recordaba las notas de Mauro que aseguraban que Olivia dormía con la ventana abierta por una de sus muchas manías compulsivas.

El oficial sonrió. Al fin había encontrado el pasaje de entrada del joven a la casa.

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