Oblivion

Oblivion


Capítulo 23

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CAPÍTULO 23

Después de tanto tiempo, por fin había conseguido mantener a Kat alejada de Dee. Pero en lugar de sentirme satisfecho por ello, me sentía como una mierda.

Era un… era un gilipollas.

Desde el domingo por la tarde, Kat permaneció alejada. Cometí el error de clavarle el boli el lunes en clase, y la mirada que me lanzó hizo que se me arrugaran partes muy importantes de mi cuerpo. Lo único que me dijo fue que le había quemado el ordenador portátil, y después no volvió a hablarme. No fue a mi casa para pasar el rato con Dee, y para cuando llegó el miércoles mi hermana empezaba a sospechar seriamente que había pasado algo.

Aunque no es como si ninguno tuviera ya sospechas sobre lo rápido que se había desvanecido el rastro de Kat. Nadie me preguntó nada al respecto, salvo Andrew, que quiso saber si me había acostado con ella.

Le pegué un puñetazo el lunes después de clase, con la fuerza suficiente como para romperle la nariz.

Él se rio, y por supuesto su nariz sanó de inmediato.

¿«Ahora ya casi no brillas»?

Como si esa fuera la única razón por la que la había besado, por la que la había recorrido con las manos y la había llevado al sofá, debajo de mí y sin camiseta. Matthew me había dicho que tenía que hacer lo que hiciera falta, pero dudaba de que se refiriera a eso. Y tenía que ser honesto conmigo mismo. Había ido a su casa el domingo para ayudar a disolver el rastro. Estaba preparado para obligarla a correr bajo la lluvia, o a subir y bajar las escaleras una y otra vez dentro de la casa. No tenía planeado besarla.

No tenía planeado que nada de eso sucediera.

Era un gilipollas, pero tampoco era tan gilipollas.

Lo que había pasado entre nosotros sucedió porque yo la deseaba, y ella me deseaba a mí. No tenía nada que ver con el rastro, ni nada que ver con quiénes éramos. No importaba en esos momentos que estuviera mal, o que pasáramos más tiempo peleándonos que cualquier otra cosa. Lo único que había importado era cómo me sentía al tocarla, cómo sabía, y su forma de susurrar mi nombre.

Pero había estado mal.

¿Verdad?

No hacía falta decir que tenía un humor de mierda, y el hecho de que fuera Halloween no ayudaba. Oí en clase a Lesa y a Kat haciendo planes para dar caramelos en la casa de Lesa. Aunque el rastro de Kat ya apenas se veía, no me gustaba la idea de que se encontrara ahí fuera cuando Baruck seguía merodeando por la zona.

Sin rastro no iba a atraer a ningún Arum, pero Baruck ya la había visto. Sería capaz de reconocerla, así que como un acosador la seguí hasta la casa de Lesa y la vigilé. Permanecí a una manzana de distancia y, cuando vi que se marchaba en su Camry, volví a casa. Como tomé el camino Luxen, llegué antes que ella.

Dee había decorado el porche de entrada con calabazas talladas que tenían lucecitas en su interior. Me sorprendió que no hubiera sacado las guirnaldas de fantasmas y murciélagos, tal como solía hacer.

En cuanto entré en la casa, noté un extraño olor a quemado. Frunciendo el ceño, me dirigí hacia la cocina y vi que Dee estaba sobre una bandeja del horno. Había otra en la encimera de la cocina, cubierta de motas negras y quemadas.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté.

—Estoy asando semillas de calabaza —respondió ella, frunciendo el ceño mientras colocaba las manos sobre la bandeja.

—Sabes que puedes utilizar el horno, ¿verdad?

—¿Y qué gracia tendría eso? —Se giró hacia mí, entrecerrando los ojos—. Tienes que marcharte.

—¿Perdona?

—Tienes que marcharte —repitió—. Kat está de camino hacia aquí. Vamos a ver unas cuantas películas de terror estúpidas.

Me recliné contra la encimera y toqué una de las semillas de calabaza chamuscadas.

—Suena divertido.

—Va a ser muy divertido, pero tienes que marcharte. No sé lo que ha pasado entre vosotros dos.

—Nada —murmuré, echando un vistazo a la ventana más allá de la mesa de la cocina.

Dee resopló.

—Sí, eso es lo que me ha dicho ella, pero no la creo. Y tampoco te creo a ti, y sea lo que sea lo que pasara, ha estado evitándome durante varios días. Así que no quiero que estés aquí, porque nos arruinarás la noche.

—Au.

Me puse una mano en el pecho y fingí una mueca de dolor. Dee me dio un empujón.

—Venga. Vete con Adam o algo.

Era lo que tenía planeado hacer. Adam y Andrew querían ver si podían atraer a Baruck, pero había una parte irresponsable de mí que quería quedarse en casa hasta que Kat apareciera. Quería verla, a pesar de que sabía que ella iba a ignorarme, pero después de lo que había hecho eso sería ser gilipollas hasta el máximo grado.

Me alejé de la encimera y le di un beso a Dee en la cabeza.

—Estaré con Adam y Andrew. Vamos a tratar de atraer al Arum.

El miedo cruzó las facciones de Dee, y después se estabilizó.

—Ten cuidado.

—Siempre —respondí.

Eché un vistazo a las bandejas una vez más y esperé que no tratara de obligar a Kat a comérselas. Puaj. Tomé las llaves de la encimera, salí y me encontré con Adam y Andrew en el aparcamiento de Smoke Hole Diner. Habían ido de la forma más rápida posible.

Andrew fue hasta la puerta del conductor.

—¿Cuál es el plan? ¿El mismo que estas últimas noches?

Eché un vistazo a Adam, que se encontraba un par de metros más atrás.

—Sí. Iluminaos en el bosque que hay más cerca de las carreteras. Salid corriendo a ver si podéis atraerlos. Yo iré conduciendo por ahí para tratar de sentir su presencia.

Llevábamos haciendo lo mismo sin tener suerte desde el domingo. Nos turnábamos para conducir, lo cual era con diferencia la tarea más aburrida. Preferiría estar ahí fuera en mi auténtica forma que sentado tras el volante.

—Yo iré hacia el pueblo —dijo Adam. Andrew le lanzó una mirada.

—Entonces supongo que yo iré en dirección contraria.

Con una sonrisita, negué con la cabeza mientras salía del aparcamiento. Las calles seguían estando muy transitadas. Los padres estaban llevando a sus hijos de vuelta a sus casas después de pedir golosinas por el pueblo. Otros iban de camino a alguna fiesta. Cuando el semáforo se puso en rojo, vi a una Tortuga Ninja en el asiento del conductor del coche que tenía al lado.

Je.

Subí y bajé por la carretera una y otra vez, rodeé el pueblo en círculos un par de veces, y había matado casi dos horas cuando me sonó el móvil. Era Adam.

—Dime.

—Lo hemos visto —respondió, respirando pesadamente—. A Baruck. Se dirigía hacia la colonia. Andrew está en camino, pero le he perdido la pista.

—Mierda. —Miré por el retrovisor y vi que la carretera estaba vacía por detrás de mí. Di un volantazo hacia la derecha para hacer girar el todoterreno, y los neumáticos derraparon sobre la gravilla que había junto a la carretera mientras pisaba el acelerador—. Ve ahí ahora mismo.

—Estoy en ello.

Colgué el teléfono y llamé de inmediato a Dee. Respondió al tercer tono, y su voz emanaba exasperación.

—Daemon, espero que me llames para darme buenas noticias, porque estamos…

—Hemos visto a Baruck. Se dirige hacia la colonia.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

Mi mano se tensó en torno al teléfono.

—Se dirige hacia la colonia, y va a pasar junto a nuestra casa. Vamos de camino. ¿Kat sigue contigo?

—¡Katy está aquí, pero el rastro es casi imperceptible!

Apreté el acelerador hasta el fondo.

—Pero todavía puede verse. Tú quédate dentro de casa, Dee. Que no salga de ahí.

—Vale —susurró—. Ten cuidado. Te quiero.

La furia rugía en mi interior. Ese hijo de puta probablemente no tenía ni idea de lo mucho que se estaba acercando a la colonia o al lugar donde Dee y Kat se encontraban. Con el cuarzo beta tan cerca, no iba a poder seguirles la pista, pero se encontraba demasiado cerca como para que fuera seguro. Tenía que abandonar las ruedas, pero estaba demasiado cerca del pueblo y tenía demasiados coches alrededor como para hacerlo sin atraer la atención. Andrew y Adam eran rápidos. Llegarían allí antes de que…

Mi móvil volvió a sonar, y esa vez era Dee quien llamaba. Noté un nudo en las tripas mientras respondía.

—¿Qué?

—Es Katy —dijo con voz temblorosa—. Me ha hecho dejarle un rastro…

—¿Qué? —Pisé el freno tan fuerte que la camioneta que tenía detrás estuvo a punto de estamparse contra mi coche—. ¿Que ha hecho qué?

—Me ha hecho dejarle un rastro, y después se ha marchado, tratando de conducir al Arum lejos de aquí. Se dirige al campo donde hicieron la fiesta. Daemon, está brillando mucho.

El corazón se me quedó atascado en la garganta. La furia y el terror me golpearon como un puñetazo en el pecho. Quería meter la mano en el teléfono para estrangular a mi hermana. ¿Cómo había permitido que Kat hiciera algo así? Pero no había tiempo de gritarle. Eso tendría que dejarlo para más tarde. Mi cabeza comenzó a funcionar con rapidez.

—Habla con Adam y Andrew, pero primero mándame un mensaje con su número.

—Daemon…

—¡Joder, Dee, que me mandes su número! —grité, con el corazón latiendo con fuerza mientras colgaba. ¿Por qué haría Kat algo así? Era un suicidio. ¿Por qué? Pasó un segundo, y entonces llegó el mensaje de Dee. Marqué los números y esperé mientras sonaba el teléfono.

—¿Diga?

La voz de Kat fue como otro puñetazo en el pecho.

Perdí el control.

—¿Estás loca o qué narices te pasa? —le grité al teléfono, rodeando a un sedán que se movía con lentitud—. Esta tiene que ser la locura más…

—¡Cállate, Daemon! —dijo con voz chillona—. Lo hecho, hecho está. ¿Y Dee? ¿Está bien?

¿Que si Dee estaba bien? ¿Es que no se daba cuenta de lo que acababa de hacer?

¡Se había vuelto loca!

—Sí, Dee está bien, pero ¡tú no! Hemos perdido a Baruck, y como Dee me ha dicho que ahora brillas como la luna llena, seguro que anda detrás de ti.

Hubo una pausa.

—Bueno, esa era la idea.

—Te juro por todas las estrellas del firmamento que cuando te vea te vas a enterar. —Y tanto que se iba a enterar: iba a estrangularla, literalmente—. ¿Dónde estás?

—Casi he llegado al sitio de la fiesta —respondió—. No veo a Baruck por ninguna parte.

—Pues claro que no lo ves. —Dios santo…—. Está hecho de sombras y de noche, Kat. No lo verás hasta que él quiera. No puedo creer que hayas hecho algo así.

—Oye, mira, no me hables así —replicó—. Me dijiste que yo era una debilidad, una carga. Y no quería que Dee sufriera por mi culpa. ¿Qué habría pasado si hubiera aparecido en vuestra casa? Tú mismo me dijiste que me utilizaría en su contra. ¡Es lo mejor que podía hacer! ¡Así que no seas tan cretino!

No.

Oh, no.

Durante un momento, ni siquiera vi la carretera que tenía enfrente. El terror estuvo a punto de consumirme.

—Pero nunca te dije que tenías que hacer algo así, Kat. Jamás.

Respiró hondo de forma audible.

—Que yo haya hecho esto no es culpa tuya.

Apreté los labios.

—Sí lo es.

—Daemon…

—Lo siento, Kat. No quiero que nadie te haga daño… No podría vivir con eso. —En cuanto las palabras salieron, no hubo forma de retirarlas. Eran la verdad—. No cuelgues el teléfono. Voy a ver dónde puedo dejar el coche e iré a buscarte. Solo tardaré unos minutos. No salgas del coche.

—Vale —dijo, y después añadió—: quizá no haya sido la mejor idea del mundo…

Solté una risa corta y seca mientras miraba por el retrovisor las últimas luces de los coches que desaparecían. Aparqué.

—No me digas.

—Bueno, eso que decías de no poder vivir con… —Se detuvo de pronto mientras yo apagaba el motor y abría la puerta—. ¿Daemon?

—¿Qué?

—Creo que…

Un grito interrumpió la frase.

Se me quedó la piel helada.

—¿Kat? —No respondió—. ¿Kat?

Nada.

Oh, no. No, no, no.

Tiré el móvil al interior del todoterreno, cerré la puerta de golpe y eché a correr hacia los árboles, cambiando a mi auténtica forma y adquiriendo velocidad. Corrí más rápido de lo que jamás lo había hecho, y mi cuerpo apenas tocaba el suelo. No dejaba de ver posibles situaciones en mi cabeza. Kat golpeada. Rota. Muerta. Era incapaz de sacarme aquellos pensamientos de la mente.

Tan solo pasaron unos minutos hasta que llegué al claro, puede que dos, pero era tiempo más que suficiente para que Baruck hiriera a Kat de gravedad, o tal vez algo peor. Pasé volando junto a los restos quemados de la hoguera, que ya no era más que troncos chamuscados y ceniza desperdigada. A través de los árboles, vi una brillante luz blanca elevarse demasiado en el cielo como para ser Kat, a menos que…

Seguí corriendo, dejando atrás los árboles, y entonces lo vi… y vi a Kat. El Arum la sostenía en el aire con una mano alrededor de su garganta, y la otra estaba en el interior de su pecho. Se estaba alimentando de ella. La furia sabía a metal en la parte posterior de mi garganta. Adopté mi forma humana mientras la furia salía de mí en un rugido, como una erupción volcánica.

La cabeza sombría del Arum se giró mientras me estampaba contra él, perdiendo la sujeción de Kat. Ella cayó al suelo hecha un guiñapo, y no se levantó. Aterricé frente a ella, agachado, con el Arum a unos metros de distancia.

Me levanté mientras Baruck lo hacía, cara a cara con él.

—¿Has venido a morir con ella? Perfecto —dijo Baruck en su forma humana, moviéndose con rapidez de izquierda a derecha—. Me pones las cosas mucho más fáciles, porque creo que a ella ya me la he cargado. Por cierto, tenía un sabor interesante. Diferente, diría yo —dijo para provocarme—. No sabe como un Luxen, pero no está mal.

Me abalancé contra Baruck y lo lancé varios metros hacia atrás con un poderoso estallido de la Fuente a través de mi brazo extendido.

—Estás muerto.

Baruck se incorporó, atragantándose con la risa.

—¿Crees que vas a poder conmigo, Luxen? He acabado con otros más poderosos que tú.

Lo golpeé con otra ráfaga de luz, ahogando el resto de lo que estaba diciendo. El suelo tembló con el impacto de toda la energía concentrada. El golpe lo había derribado, pero sabía que no se quedaría así mucho tiempo. Adopté mi forma Luxen y corrí hacia él. Cuando chocamos fue como un trueno, y caímos al suelo rodando, peleando como dos humanos, aunque nuestros puñetazos habrían matado a cualquier humano de un golpe.

Lo sujeté contra el suelo y le lancé un puñetazo a la garganta, pero en el último minuto se movió, echó las piernas hacia atrás y me dio una patada para tirarme a un lado. Caí al suelo, giré y me puse en pie justo a tiempo de ver a Dee mientras pasaba corriendo junto al Arum, en dirección a Kat. No había tiempo para procesar siquiera la presencia de mi hermana.

Unas bolas de fuego brillantes y anaranjadas se formaron en las puntas de mis dedos. Las lancé hacia Baruck, pero él las esquivó y estas chisporrotearon antes de estamparse contra los árboles, volviendo el mundo ámbar y dorado. El calor me golpeó, y unas ascuas crepitantes volaron hacia el cielo.

Una de las bolas impactó contra el hombro del Arum y lo hizo girar. Esquivó la siguiente, que golpeó el árbol que había tras él y abrió un agujero profundo en el tronco. Por encima del caos, oí que Dee suplicaba.

—Katy, Katy, háblame. ¡Háblame, por favor! Dios mío… —A continuación, gritó mi nombre—: ¡Daemon!

Se me paró el corazón.

Me giré al mismo tiempo que Baruck. Dee tenía a Kat entre los brazos. El Arum liberó su propia esencia. Un rayo de oscuridad golpeó a Dee, alejándola de repente de Kat, que cayó al suelo. Grité mientras Dee se ponía en pie. Sus ojos ardían con un blanco intenso, y entonces salió volando hacia delante, dirigiéndose directamente hacia Baruck.

Giré y lancé una ráfaga de energía y después otra, pero Baruck esquivó mi ataque y fue directamente hacia Dee. Corrí hacia delante, pero era demasiado tarde. Atrapó a Dee, y durante un momento que me paró el corazón, la oscuridad la envolvió. Cayó al suelo con el cuerpo temblando.

Arremetí contra Baruck y lo derribé con tanta fuerza que las ramas se agitaron, haciendo que las hojas cayeran al suelo. Me puse sobre el Arum e invoqué la Fuente al levantar la mano, justo mientras veía que Dee se levantaba. Ese instante de distracción fue todo lo que Baruck necesitó.

Todo sucedió muy rápido.

La forma de Dee parpadeaba, y le salía sangre de la nariz mientras cuadraba los hombros y se dirigía hacia nosotros. Por debajo de mí, Baruck levantó el brazo y lanzó otro ataque directamente hacia Dee.

Kat cayó sobre Dee en el momento en que el chorro de energía las golpeaba, tirándola a un lado un segundo antes de que la oscuridad las rodeara, y oí un grito. No sabía si pertenecía a mi hermana o a Kat.

Todo se estaba yendo a la mierda.

Las dos cayeron al suelo. Kat estaba boca arriba, y la parte delantera de su camiseta estaba manchada con una sustancia oscura. Un olor metálico llenaba el aire: sangre. Dee se encontraba junto a ella, de costado, con el brazo flácido por encima del de Kat. Recuperó su auténtica forma.

Pero nunca hay que quitar los ojos de encima a tu enemigo.

La ráfaga me golpeó en la espalda y me lanzó por los aires hecho una maraña de brazos y piernas. El dolor hizo que me resultara difícil mantener la forma, y noté que no dejaba de cambiar entre una y otra. Tenía los pensamientos consumidos por mi hermana… y por Kat.

Kat no tenía nada que hacer contra Baruck.

Caí al suelo, aturdido, mientras oía la voz del Arum en mi cabeza.

«Tresss por el precio de uno».

Tratando de mantener la forma, me giré y mi mirada se aclaró. Kat… Me encontraba junto a Kat, tan cerca que podía tocarla. Estaba viva. Su pecho subía y bajaba, respirando de forma superficial. Me miraba y movía los labios, pero de ellos no salía ninguna palabra. Traté de sentarme, pero sentí como si fuera la réplica de un terremoto, que me obligó a bajar otra vez. Mis músculos sufrían espasmos; era como si me golpeara una pistola eléctrica muy cargada.

«Ssse acabó. Los tres moriréis». Baruck avanzó hacia nosotros.

Me giré hacia Kat y vi las lágrimas que le nublaban los ojos. Aquello no estaba bien. No se merecía algo así, y yo se lo había echado todo encima… todo.

Nuestros ojos se encontraron. Quería decirle que lo sentía. Sentía que se hubiera mudado al pueblo y nos hubiera conocido. No de la forma que ella pensaba, como si fuera su culpa, sino porque no tenía ni idea de en dónde se estaba metiendo. Quería retroceder en el tiempo, evitar que fuera a la biblioteca y borrar el incidente de los espaguetis, porque, sin eso, jamás habríamos hablado en el bosque aquella noche, y por lo tanto ella jamás se habría puesto delante de un camión. Había cometido demasiados errores.

De no ser por mí, Kat estaría a salvo, viendo películas estúpidas de Halloween, tal vez incluso entre los brazos de algún tío que jamás le haría daño ni la pondría en peligro. Estaría a salvo. Fuera de mi alcance, pero a salvo de todos modos.

Y sobre todo, quería volver atrás y cambiar la forma en que había actuado con ella. Porque en esos momentos, mientras se estremecía sobre el suelo húmedo, mientras la muerte acechaba sobre nosotros, estaba dispuesto a admitir aquello de lo que había estado ocultándome. Aquello que de verdad me aterrorizaba.

Nunca había querido alejarla de mí.

Por egoísta que fuera, me alegraba que se hubiera mudado allí. Ya era demasiado tarde para nosotros, pero me importaba mucho. Más de lo que debería, pero así era. Y ya era demasiado tarde.

Demasiado tarde para decirle lo que sentía, para tocarla, para simplemente abrazarla y compensar todas las cosas terribles que había dicho y hecho. Era demasiado tarde para mí.

Pero ella iba a salir de allí con vida. Iba a salir con vida, aunque fuera lo último que hiciera.

Aunque desprenderme de mi forma humana me hacía más vulnerable, iba a necesitarlo todo. Extendí el brazo hasta ella, y ella estiró el suyo. Sus dedos desaparecieron en mi luz.

Lo concentré todo en ese toque, y envié una ráfaga de energía a su cuerpo, sabiendo que lo que quiera que hubiera dentro de nosotros haría lo que quería, curarla desde dentro hasta fuera. Le daría la oportunidad de escapar. Esperaba que Baruck se centrara más en mí.

Un sollozo le sacudió el cuerpo, así que le apreté la mano. Entonces vi que sus ojos ardían al darse cuenta. Sabía lo que estaba haciendo, lo que significaba.

—¡No! —dijo, aunque su voz fue un susurro ronco y cansado.

Trató de apartarse, pero yo seguí sujetándola, ignorando el pánico desesperado en sus ojos. Le apreté la mano. No iba a soltarla. No todavía.

Jamás lo haría.

De pronto se sentó y agarró el brazo de mi hermana, sujetándome todavía la mano. Un pulso de luz me recorrió, brillando con tanta fuerza que Baruck pareció desaparecer. Se elevó en un arco en el aire, crepitando y chisporroteando, y fue directamente hacia Dee. Su luz se conectó con la mía.

La sombra de Baruck se detuvo.

El arco de luz voló sobre nosotros y después descendió, directamente hacia el pecho de Kat. Un segundo más tarde se puso sobre nosotros, alejándose de mi agarre, y entonces la vi sobre mí, suspendida en el aire, con el pelo flotando a su alrededor.

El poder creció entre nosotros, aumentando nuestras habilidades regenerativas al máximo. Mientras el poder resplandecía, Dee y yo regresamos a nuestras formas humanas.

Aturdido, me puse de rodillas y traté de alcanzar a Kat. ¿Qué estaba haciendo…?

Podía sentirla atrayendo las partículas del aire, manteniéndolas cerca de ella. No era posible, pero el poder se enroscaba en su interior, un temblor del mismo poder que se estremecía en lo más profundo de mi ser. Aquello… aquello no era posible.

Gritando, lo liberó.

Me puse en pie y observé asombrado mientras la energía golpeaba el pecho de Baruck. El aire se tensó y se quebró. Ardió una luz intensa, y levanté el brazo para cubrirme los ojos. Cuando la luz remitió, Baruck ya no estaba, y Kat…

Oh, Dios.

—¿Kat?

Estaba tirada boca arriba, y su pecho… apenas se movía. El olor de la muerte flotaba en el aire. Me lancé hacia ella y me puse de rodillas. Ella soltó aire de forma ruidosa, y un pánico puro me explotó en las tripas.

Todo lo que había pasado… Habíamos llegado tan lejos… La había salvado, y ella había tomado todo lo que le había dado, y en lugar de largarse de allí, lo había utilizado para salvarnos.

Se había sacrificado por nosotros.

No me lo merecía. Ni de broma me merecía que hiciera algo así por mí.

La tomé entre mis brazos, y la noté tan ligera como el aire, como si cada parte de su ser ya hubiera desaparecido.

—Vamos, Kat, háblame; métete conmigo.

Dee se movió y se puso en pie, diciendo algo con la voz llena de pánico. No le quité los ojos de encima a Kat. Moví los dedos por su cara, limpiando los rastros de sangre… pero había demasiada. Bajo su nariz, en las comisuras de sus labios, en sus orejas… e incluso acumulándose bajo sus ojos.

Aquello no estaba bien.

Sabía lo que tenía que hacer.

—Dee, vete a casa ahora mismo. Llama a Adam: no anda lejos.

—¡No quiero irme, sangra sin parar! —protestó Dee, rodeándose la cintura con los brazos mientras se acercaba a trompicones—. Tenemos que llevarla a un hospital.

Kat clavó los ojos en los míos, pero no se movió. El terror subió por mi pecho, clavando sus garras.

—¡Vuelve a casa ahora mismo! —grité, y después me obligué a bajar un poco la voz. Dee no podía saber lo que estaba a punto de hacer otra vez—: Por favor, vete. No le pasará nada. Solo necesita… unos minutos.

Le di la espalda a Dee, apartando los mechones enredados de pelo de la cara de Kat. Cuando estuve seguro de que Dee se había ido, solté aire de forma entrecortada.

—Kat, no vas a morirte. No te muevas ni hagas nada. Confía en mí y relájate. No luches contra lo que va a pasarte.

No había ninguna señal de que me hubiera oído, pero no pensaba rendirme. Ni de broma. Bajé la cabeza y presioné la frente contra la suya. Mi cuerpo se desvaneció y adopté mi auténtica forma. Un calor fue desde mi cuerpo al suyo.

«Aguanta. No te vayas». Sabía que tal vez no me oyera, pero seguí hablando mientras le acunaba la cabeza. «Aguanta».

Me centré en ella y noté mi conciencia deslizándose en su interior. Entonces pude verlo todo: los huesos soldándose, los cortes cerrándose, los músculos reparándose y la sangre fluyendo con rapidez por sus venas, sin obstrucción alguna. Había estado hecha un desastre, y me mataba saber la clase de dolor que había soportado.

Y entonces sentí como si algo encajara dentro de mí. Por un momento tuve una extraña sensación; un aleteo en mi pecho, cerca de mi corazón, como si nuestros corazones fueran uno y latieran al unísono, pero entonces… entonces pasó algo más. Noté como si algo se rasgara en mi interior, como si algo se partiera dentro de mi ser, dividiéndolo en dos.

Sus labios rozaron los míos. Los colores giraban a mi alrededor; rojos y blancos brillantes. Era como si no hubiera un «yo» o una «ella»… éramos nosotros, tan solo nosotros. Y podía sentir una indiscernible atracción hacia ella, una especie de toma y daca. Aquello estaba prohibido; curarla tantas veces como lo había hecho ya, pero aquello… aquello era mucho más, porque había estado al borde de lo desconocido, balanceándose hacia el olvido, y yo la había traído de vuelta.

«¿Qué estoy haciendo? Si descubren lo que he hecho… Pero no puedo perderla. No puedo. Por favor. Por favor… No puedo perderte, gatita. Abre los ojos. Por favor, Kat, no me dejes».

«Estoy aquí». Era ella, pero no estaba hablando en voz alta, y entonces abrió los ojos. «Estoy aquí».

Aturdido, me eché hacia atrás, y la luz se desvaneció de su cuerpo. Pero había… había dejado algo atrás. Podía sentirlo. No sabía de qué se trataba exactamente, y en esos momentos no me importaba. Estaba viva. Los dos estábamos vivos, y eso era todo lo que importaba.

—Kat —susurré, y ella se estremeció entre mis brazos. Me senté reclinándome un poco, y la acuné junto a mi pecho mientras la abrazaba.

Sus ojos se llenaron de asombro y una dosis de confusión.

—Daemon, ¿qué has hecho?

—Necesitas descansar. —Hice una pausa, cansado hasta los huesos, agotado hasta la médula. Incluso yo tenía límites físicos, y aquella noche los había sobrepasado—. Todavía no estás bien. Tardarás unos minutos, creo. Nunca había curado a alguien a este nivel.

—En la biblioteca me curaste —murmuró, recorriendo mis brazos con las manos—. Y en el coche…

Le dirigí una sonrisa cansada.

—Solo eran algunos morados y un esguince. Esto es muy diferente.

Kat giró la cabeza y miró por encima de mi hombro. Su mejilla rozó la mía ligeramente, pero lo sentí como si fueran miles de toques, suaves como la seda. Noté cómo se tensaba.

—¿Cómo he podido hacer eso? —susurró—. No lo entiendo.

Buena pregunta. Enterré la cabeza en su cuello, aspirando su aroma a vainilla y melocotones, guardándolo en mi memoria.

—Debo de haberte hecho algo al curarte. No sé el qué. No tiene sentido, pero algo debe de haber pasado cuando nuestras energías se han unido. No tendría que haberte afectado, porque eres humana.

Mis palabras no parecieron calmarla. Ni de coña. Y a mí tampoco me calmaban demasiado. Me tembló la mano cuando le aparté un mechón de pelo de la cara.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté.

—Bien. Cansada, ¿y tú?

—Igual.

Pero de una forma extraña, me sentía increíblemente bien. Le pasé el pulgar por la barbilla, y después por el labio inferior. Me sentía un poco como un niño yendo a Disneylandia por primera vez, y eso era muy raro, porque jamás había ido a la tierra de los ratones. Nunca había querido ir.

—Creo que por el momento lo mejor es que sea nuestro secreto —dije—. No hablemos con nadie de lo que ha pasado cuando te he curado ni de lo que has hecho, ¿vale?

Asintió con la cabeza, pero por lo demás permaneció inmóvil mientras mis manos recorrían las líneas de su cara, quitando las manchas y las zonas oscuras. Nuestras miradas se encontraron, y entonces sonreí, sonreí de verdad, tal como llevaba años sin hacer.

Y dejé de pensar.

Recorrí sus mejillas con los dedos y la besé con suavidad. Lo hice de forma moderada y lenta, algo que nunca había puesto en práctica antes, pero que quería hacer con ella. Algunas partes de mí, partes que ocultaba de la mayoría, se abrieron. Eché la cabeza hacia atrás y fue como si fuera la primera vez. De hecho, fue la primera vez, porque aquello era lo que quería, tal vez incluso lo que necesitaba. El tacto inocente me dejó sin aliento… al principio.

Me aparté y solté una risa.

—Pensé que no te recuperarías.

—Parece que sí. —Sus ojos examinaron mi cara, llenos de preocupación—. Y tú, ¿te has recuperado?

Resoplé.

—Casi.

Respiró hondo, y sus labios se curvaron en una débil sonrisa.

—¿Y ahora, qué?

Mis labios imitaron los suyos, y respiré el aire nocturno, el aroma de la hierba húmeda y de la tierra fértil. La respiré a ella.

—Nos vamos a casa.

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