Oblivion

Oblivion


Capítulo 2

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CAPÍTULO 2

Apreté la frente contra el cristal y maldije entre dientes, principalmente porque estaba mirando por la ventana… en dirección a esa casa. Esperando. Estaba esperando. Había mejores cosas que hacer que aquello. Como darme de cabezazos contra el cemento. O escuchar a Dee describiendo con doloroso detalle cada atributo intrincado y perturbadoramente personal de cada uno de los chicos de ese grupo que adoraba.

Me obligué a apartarme de la ventana, bostezando mientras me frotaba la mandíbula con la palma de la mano. Ya habían pasado casi tres malditos días, y una parte de mí todavía no era capaz de creer que se hubiera mudado gente a la casa de al lado. «Podría ser peor», decidí en ese momento. Nuestro nuevo vecino podría haber sido un tío. De ser así, tendría que encerrar a Dee con llave en su habitación.

O al menos podría haber sido una chica que pareciera un tío. Aquello habría sido de ayuda, pero no, no parecía un tío en absoluto. Me recordé que era corriente, pero desde luego no era un tío.

Encendí el televisor con un gesto de la mano y pasé los canales hasta que encontré una reposición de Ghost Investigators. Ya había visto aquel episodio anteriormente, pero siempre era divertido ver a los humanos salir corriendo de sus casas porque pensaban haber divisado que algo brillaba. Me apoltroné en el sofá con las piernas sobre la mesita de centro y traté de olvidarme de aquella chica, con unas piernas morenas nada corrientes y un culo de infarto.

La había visto un total de dos veces hasta el momento.

La primera fue evidentemente el día que se había mudado, cuando hice la gilipollez de ayudarla desde lejos. Quería pegarme un puñetazo en los huevos por eso. Sí, ella no sabía que yo había aligerado el peso de las cajas para que no se cayera, pero no debería haberlo hecho. Debería haber sido más sensato.

Volví a verla ayer. Había salido corriendo hacia un sedán, y sacó de su interior una pila de libros. Su rostro se iluminó con una enorme sonrisa, como si la torre de libros que se inclinaba fuera en realidad un millón de dólares.

Era todo muy… No. No era mona. ¿Qué demonios estaba pensando? No era mona en absoluto.

Dios, hacía demasiado calor dentro de la casa. Me incliné hacia delante, me agarré la camiseta por la parte de atrás y me la quité. La tiré a un lado y me froté el pecho perezosamente. Había estado caminando por ahí sin camiseta más que nunca desde que se había mudado aquella chica.

Espera. La había visto tres veces, contando cuando la vi anoche a través de la ventana.

Maldita sea, tenía que salir de casa y hacer algo. Preferiblemente algo que implicara sudar un montón.

Antes de que pudiera darme cuenta, crucé la habitación y acabé justo enfrente de la ventana. Otra vez. No quería analizar por qué con demasiada atención.

Aparté la cortina, frunciendo el ceño. Ni siquiera había hablado con la chica y me sentía como un acosador mirando por la ventana, esperando una vez más… ¿esperando qué? ¿Poder echarle un vistazo? ¿O prepararme mejor para el inevitable encuentro?

Si Dee me viera en esos momentos, se tiraría al suelo riéndose.

Y si fuera Ash quien me viera, me sacaría los ojos con las uñas y lanzaría a mi nueva vecina al espacio exterior de un golpe. Ash y sus hermanos habían llegado de Lux más o menos a la vez que nosotros, y es como si la relación hubiera… surgido sola… Más por la proximidad que por lo que podía decir honestamente que fuera una emoción real. Hacía meses que no salíamos, pero sabía que ella todavía esperaba que acabáramos juntos en algún momento. No porque realmente quisiera estar conmigo, sino porque era lo que se esperaba de nosotros… así que, por supuesto, lo más probable era que no quisiera que estuviera con nadie más. En cualquier caso, ella me importaba mucho, y no era capaz de recordar un tiempo sin ella y sus hermanos en mi vida.

Capté un movimiento por el rabillo del ojo. Me giré ligeramente y vi que la puerta mosquitera del amplio porche de la casa de al lado se cerraba. Mierda.

A continuación, la vi bajando del porche apresuradamente.

Me pregunté adónde se dirigiría. No había muchas cosas que hacer por la zona, y además no conocía a nadie. No había habido nada de tráfico en la casa de al lado, a excepción de su madre entrando y saliendo a horas extrañas.

La chica se detuvo enfrente del coche y se alisó los pantalones cortos con las manos. Las comisuras de los labios se me curvaron hacia arriba.

Y de repente giró hacia la izquierda, y yo me enderecé. Apreté el puño con el que agarraba la cortina, y el aire se me quedó atascado en algún lugar del pecho. No, no iba a venir hasta aquí. No tenía razones para hacerlo. Dee ni siquiera se había dado cuenta de que había una chica en la casa de al lado. No había razones…

Joder, sí que estaba viniendo hacia aquí.

Solté la cortina, me aparté de la ventana y me dirigí hacia la puerta principal. Cerré los ojos, conté los segundos y me recordé la valiosa lección que había aprendido con el sacrificio de Dawson. Los humanos eran peligrosos para nosotros. Simplemente estar cerca de ellos era un riesgo; y acercarse demasiado a un humano terminaba inevitablemente con uno de nosotros dejando un rastro de la Fuente sobre ellos. Y dado que Dee estaba obsesionada con hacerse amiga de cualquier cosa que respirara, sería especialmente peligroso para esa chica. Vivía justo en la casa de al lado, y yo no tendría forma de controlar el tiempo que Dee pasara con ella.

Y después estaba también el hecho de que había estado, pues bueno, observándola. Aquello sí que podría ser un problema. Apreté los puños a los costados.

Mi hermana no sufriría el mismo destino que Dawson. No tendría forma de soportar su pérdida, y además había sido una chica humana quien me había hecho perderlo a él, quien había conducido a un Arum directamente hacia él. Había pasado con nuestra especie una y otra vez. No era necesariamente culpa de los humanos, pero el resultado final siempre era el mismo. Me negaba a permitir que nadie pusiera a Dee en peligro, sin importar que lo supiera o no. Eso daba igual. Estiré la mano y lancé la mesita de centro a través de la habitación, pero me contuve y la hice detenerse justo antes de que se estrellara en la pared. Respiré hondo y volví a ponerla sobre sus cuatro patas.

Un golpe suave y casi dudoso resonó en nuestra puerta principal. Mierda.

Solté aire bruscamente. «Ignóralo». Eso era lo que debería hacer, pero me moví en dirección a la puerta y la abrí antes de darme cuenta siquiera. Una ráfaga de aire cálido me azotó la piel, transportando un suave aroma a melocotones y vainilla.

Dios, cómo me gustaban los melocotones, tan dulces y húmedos.

Bajé la mirada. Era bajita; más bajita de lo que me había parecido. La parte superior de su cabeza tan solo me llegaba al pecho. Quizá fuera eso por lo que estaba mirándolo. O tal vez fuera por el hecho de que yo no había tenido el buen juicio de ponerme la camiseta.

Sabía que le gustaba lo que veía. A todo el mundo le gustaba. Ash me había dicho una vez que era la combinación de pelo negro ondulado, ojos verdes, mandíbula fuerte y labios gruesos. Decía que era sexy. Estaba bueno. Puede que sonara arrogante, pero era la verdad.

Ya que me estaba comiendo con la mirada tan descaradamente, supuse que yo podía hacer lo mismo. ¿Por qué no? Era ella quien había acudido a llamar a mi puerta.

La chica… no era mona. Su pelo largo, que realmente no era ni rubio ni castaño, ya no estaba recogido en el moño desordenado, y colgaba por encima de sus hombros. Era bajita de narices, apenas algo más de un metro sesenta y cinco. Sin embargo, sus piernas parecían extenderse eternamente. Me costó un gran esfuerzo apartar los ojos de ellas.

Finalmente mi mirada cayó en la parte delantera de su camiseta. «MI BLOG ES MEJOR QUE TU VLOG». ¿Qué demonios significaba eso? ¿Y por qué lo llevaba escrito en la camiseta? Las palabras «BLOG» y «MEJOR» estaban tensas y tirantes. Tragué saliva. Aquello no era una buena señal.

Levanté la mirada con más esfuerzo todavía.

Su cara era redondeada, con la nariz respingona y la piel lisa. Apostaría un millón de dólares a que sus ojos eran castaños; unos grandes ojos de cervatillo.

Parecía una locura, pero podía sentir sus ojos mientras su mirada seguía con el lento escrutinio desde el lugar donde mis vaqueros colgaban de mis caderas hasta regresar a mi cara. Tomó aire bruscamente, lo cual hizo sombra a mi propia inhalación.

Sus ojos no eran castaños, pero eran grandes y redondos, de un tono pálido de brezo gris; unos ojos claros e inteligentes. Eran bonitos. Incluso yo era capaz de admitirlo.

Y aquello me cabreaba. Todo aquello me cabreaba. ¿Por qué estaba mirándola tanto? ¿Por qué estaba allí siquiera? Fruncí el ceño.

—¿Necesitas algo?

No hubo respuesta. Siguió mirándome con esa expresión en el rostro, como si quisiera que besara sus labios carnosos y fruncidos. Una sensación de calor aleteó en la boca de mi estómago.

—¿Hola? —Podía notar el matiz de mi voz: furia, deseo, enfado, más deseo. «Los humanos son débiles, un riesgo… Dawson está muerto por culpa de una humana; una humana como esta». No dejaba de repetir esas palabras una y otra vez. Situé la mano sobre el marco de la puerta, clavando los dedos en la madera mientras me inclinaba hacia delante—. ¿Se te ha comido la lengua el gato?

Aquello atrajo su atención, y la sacó de golpe de su lujurioso escrutinio. Sus mejillas se tiñeron de un bonito tono rosado mientras daba un paso hacia atrás. Genial. Se estaba marchando. Eso era lo que quería; que se diera la vuelta y se largara. Me pasé una mano por el pelo, miré por encima de su hombro y después otra vez a ella. Seguía plantada en el mismo sitio.

La chica tenía que sacar su bonito culo de mi porche antes de que hiciera alguna estupidez. Como sonreír ante la forma que tenía de ruborizarse. Hasta resultaba sexy. Y desde luego no era nada corriente.

—Te lo voy a preguntar…

El rubor se intensificó. Joder.

—Me… me preguntaba si sabrías dónde está el colmado más cercano. Me llamo Katy. —Katy. Se llamaba Katy. Me recordaba a Kitty, que parecía nombre de gato. De gatita. Qué bien se me daba encadenar palabras—. Me he mudado a la casa de al lado —señaló la casa con el dedo— hace un par de días…

—Ya lo sé.

«Llevo casi tres días observándote como un acosador».

—Bueno, es que me preguntaba si alguien sabría decirme por dónde se llega antes a algún colmado y quizá a algún sitio que venda plantas.

—¿Plantas?

Entrecerró ligeramente los ojos, y me obligué a permanecer inexpresivo. Ella siguió jugueteando con el dobladillo de sus pantalones.

—Sí, es que tengo un parterre delante de…

Arqueé una ceja.

—Ya.

Ahora sus ojos eran unas estrechas rendijas, y la irritación que emanaba de ella intensificaba el rubor. Me hizo gracia en lo más profundo de mí. Sabía que estaba comportándome como un gilipollas, pero estaba disfrutando perversamente de la rabia que se encendía poco a poco tras sus ojos, que era como un cebo. Y… ese rubor de furia era sexy de una forma extraña, y estaba seguro de que alguna cosa no iba bien en mi cabeza. Me recordaba a algo…

Volvió a probar.

—Bueno, verás, tengo que comprar plantas…

—Para el parterre; ya lo he pillado.

Apoyé la cadera contra el marco de la puerta y crucé los brazos. La verdad es que aquello era casi divertido. Katy respiró hondo.

—Me gustaría saber dónde puedo encontrar comida y plantas.

Su tono era el que yo utilizaba con Dee unas mil veces al día. Adorable.

—¿Sabes que en este pueblo no hay más que un semáforo y gracias, verdad?

Y ahí estaba. La chispa de sus ojos era ahora un fuego llameante, y yo estaba tratando de contener una ancha sonrisa. Joder, ya no solo era mona. Era más, mucho más, y el estómago me dio un vuelco.

Me miró fijamente, incrédula.

—Bueno, solo quería saber por dónde tenía que tirar. Veo que no he venido en el mejor momento.

Pensé en Dawson, y mis labios se curvaron en una mueca desdeñosa. Se había acabado la hora de jugar. Tenía que terminar con aquello de una vez por todas, por el bien de Dee.

—Nunca será un buen momento para que vengas a llamar a mi puerta, niña.

—¿Niña? —repitió, abriendo mucho los ojos—. No soy ninguna niña, tengo diecisiete años.

—¿Ah, sí? —Joder, como si no me hubiera dado cuenta ya de lo mayor que era. No había nada en ella que me recordara a una niña, pero maldita sea, como diría Dee, mis habilidades sociales eran una pena—. Pues parece que tengas doce. Bueno, no; trece. Mi hermana tiene una muñeca que me recuerda a ti, con los ojos grandes y la expresión vacía.

Se quedó boquiabierta, y me di cuenta de que quizá había ido demasiado lejos con esa última frase. Bueno, era lo mejor. Si me odiaba, permanecería alejada de Dee. Funcionaba con la mayoría de las chicas. Sí, con la mayoría.

Vale. En realidad no funcionaba con muchas chicas, pero ellas no vivían en la casa de al lado, así que qué demonios importaba.

—Oye, vale; perdona por molestarte. No te preocupes: no volveré a llamar a la puerta de tu casa, créeme.

Comenzó a darse la vuelta, pero no con la rapidez suficiente como para que no viera el repentino resplandor en esos ojos grises.

Joder. Ahora me sentía como el mayor imbécil del mundo. Y Dee fliparía si me viera actuar de este modo. Encadenando algo así como una docena de improperios en mi mente, la llamé:

—Eh.

Ella se detuvo en el escalón inferior, pero no dejó de darme la espalda.

—¿Qué?

—Ve a la carretera 2 y gira cuando llegues a la 220 en dirección norte; te llevará a Petersburgo. —Solté un suspiro, deseando no haber abierto la puerta—. Foodland está justo en el centro; lo verás seguro. Bueno, quizá a ti te cueste encontrarlo. Creo que está al lado de una ferretería. Allí encontrarás cosas para tus plantas.

—Gracias —musitó, y después añadió entre dientes—: tarado.

¿Acababa de llamarme «tarado»? ¿En qué década estábamos? Me reí, pues aquello me hacía mucha gracia.

—Eso no es propio de una señorita, gatita.

Se dio la vuelta con rapidez.

—Nunca vuelvas a llamarme así.

Vaya, parecía que le había dado en algún punto débil. Me aparté de la puerta.

—Es mejor que llamarle «tarado» a alguien, ¿no? Qué visita tan estimulante. La recordaré mucho tiempo.

Sus pequeñas manos se cerraron en puños, y me pareció que quería golpearme. Me pareció que tal vez me gustara. Y me pareció que necesitaba ayuda urgentemente.

—¿Sabes qué? Tienes toda la razón. Mira que llamarte tarado… Esa es una palabra que no te define bien. —Me dirigió una dulce sonrisa—. «Gilipollas» te pega más.

—Conque «gilipollas», ¿eh? —Sería demasiado fácil cogerle cariño a esa chica—. Eres un encanto. —Me enseñó el dedo corazón, y yo volví a reírme, agachando la cabeza—. Qué fina eres, gatita. Seguro que tienes una buena selección de gestos y de apodos interesantes que dedicarme, pero no me interesan.

Y desde luego sí que parecía que los tuviera. Una parte de mí se sentía un tanto decepcionada cuando se giró y se marchó dando pisotones. Esperé hasta que abrió la puerta de su coche, y como soy un verdadero imbécil…

—¡Hasta luego, gatita! —dije, y me reí cuando ella puso cara de querer volver corriendo hasta mi puerta para darme una patada giratoria.

Cerré la puerta con fuerza detrás de mí, me recliné contra ella y volví a reírme, pero la risa terminó en un gruñido. Había habido un momento en el que había visto lo que centelleaba detrás de la incredulidad y la furia en esos conmovedores ojos grises. Dolor. Saber que había herido sus sentimientos hizo que se me llenara el estómago de ácido.

Lo cual era una estupidez, porque la noche anterior había ideado un plan de mudanza que tenía que ver con un incendio provocado y entonces no me había sentido culpable. Pero eso había sido antes de verla de cerca y tener trato personal con ella. Antes de haber hablado con ella realmente. Antes de darme cuenta de que sus ojos eran inteligentes y hermosos.

Regresé al salón, y no me sorprendió encontrar a mi hermana de pie en frente del televisor, con los esbeltos brazos cruzados y los ojos verdes ardientes. Tenía exactamente la misma expresión de la chica; como si quisiera darme una patada en los huevos.

Di un amplio rodeo mientras me dirigía hacia el sofá y me dejé caer sobre él, sintiéndome una docena de años mayor que los dieciocho que tenía.

—Estás tapando la pantalla.

—¿Por qué? —quiso saber ella.

—Es un episodio cojonudo. —Sabía que no era eso de lo que estaba hablando—. Es en el que un tío piensa que está poseído por una persona sombra o algo…

—¡Me importan una mierda las personas sombra, Daemon! —Levantó su pequeño pie y golpeó el suelo con él con la fuerza suficiente como para hacer que repiqueteara la mesita de centro. Dee llevaba los pataleos a un nivel completamente nuevo—. ¿Por qué has actuado de ese modo?

Me recliné hacia atrás y decidí hacerme el tonto.

—No sé de qué estás hablando.

Entrecerró los ojos, pero no lo bastante rápido como para no percibir que sus pupilas brillaban con un blanco diamantino.

—No tenías razones para hablarle así. Ninguna en absoluto. Ha venido aquí para pedir indicaciones y tú has actuado como un imbécil.

Los ojos grises de Katy, demasiado brillantes, destellaron en mi mente. Aparté la imagen.

—Yo siempre soy un imbécil.

—Vale. Esa parte es más o menos cierta. —Frunció el ceño—. Pero normalmente no te portas así de mal.

Volvió a revolvérseme el estómago.

—¿Cuánto has oído?

—Todo —respondió, y volvió a dar un pisotón. La tele tembló—. Yo no tengo ninguna muñeca con los ojos vacíos. No tengo ninguna muñeca, gilipollas.

Se me curvaron los labios a pesar de todo, pero la diversión enseguida se desvaneció cuando el recuerdo de aquellos malditos ojos grises volvió a emerger.

—Así es como tienen que ser las cosas, Dee. Ya lo sabes.

—No, no lo sé. Yo no lo sé, y tú tampoco.

—Dee…

—Pero ¿sabes lo que sí sé? —me interrumpió—. Parecía una chica normal que venía aquí solo para hacer una pregunta. Parecía normal, Daemon, y tú te has portado fatal con ella. —La verdad es que no necesitaba que me recordara lo cabrón que había sido—. No tenías razones para actuar de ese modo.

¿Que no tenía razones? ¿Es que se había vuelto loca? Moviéndome a la velocidad del rayo, me levanté del sofá y me detuve justo delante de Dee, pasando junto a la mesita de centro en menos de un segundo.

—¿Hace falta que te recuerde lo que le ocurrió a Dawson?

Mi hermana no se amedrentó. Levantó la barbilla tozudamente, y sus ojos emitieron un resplandor blanco.

—No. Lo recuerdo todo con mucha claridad, gracias.

—Pues si ese fuera el caso, no estaríamos teniendo esta estúpida conversación. Comprenderías por qué esa humana tiene que permanecer alejada de nosotros.

—No es más que una chica —dijo echando humo, y levantó los brazos—. Eso es todo. Tan solo es…

—Una chica que vive en la casa de al lado. No es una tía cualquiera del instituto. Vive justo ahí. —Señalé por la ventana para dar más efecto—. Y eso es cerca de narices de nosotros, y cerca de narices de la colonia. Ya sabes lo que pasará si tratas de hacerte amiga de ella.

Dio un paso hacia atrás y negó con la cabeza.

—Ni siquiera la conoces, y no puedes saber el futuro. ¿Y por qué piensas que nos haremos amigas?

Levanté ambas cejas.

—¿En serio? ¿No vas a tratar de ser su mejor amiguita en cuanto salgas por esta puerta? —Apretó los labios—. Ni siquiera has hablado con ella todavía, pero sé que probablemente estarás preguntándote si Amazon vende pulseras de la amistad.

—Amazon vende de todo —murmuró—. Así que seguro que sí.

Puse los ojos en blanco, harto de aquella conversación; harto ya también de la vecina más molesta del mundo.

—Tienes que permanecer alejada de ella —la advertí, dando media vuelta y volviendo al sofá.

Mi hermana seguía allí plantada cuando me senté.

—Yo no soy Dawson. ¿Cuándo vas a darte cuenta?

—Eso ya lo sé. —Y como era un verdadero gilipollas, le di donde dolía—. Eres un riesgo mayor de lo que era él.

Ella tomó aliento bruscamente, se puso rígida y bajó los brazos.

—Eso… eso ha sido un golpe bajo. —Lo era. Me pasé la mano por la cara mientras bajaba la barbilla. La verdad es que lo era. Dee suspiró mientras negaba con la cabeza—. A veces eres un verdadero gilipollas.

No levanté la cabeza.

—No creo que eso sea ninguna noticia.

Ella se giró y fue a zancadas hacia la cocina. Unos pocos segundos después regresó con el bolso y las llaves del coche. No habló mientras pasaba a mi lado.

—¿Adónde vas? —pregunté.

—A hacer la compra.

—Por Dios santo —murmuré, preguntándome cuántas leyes humanas rompería si encerraba a mi hermana en el armario.

—Necesitamos comida. Te la has zampado toda.

Y salió por la puerta.

Recliné la cabeza contra el sofá y solté un gruñido. Estaba bien saber que todo lo que le había dicho le había entrado por un oído y salido por el otro. Ni siquiera sabía por qué me molestaba. No había forma de detener a Dee. Cerré los ojos.

De inmediato reviví la conversación con la vecina nueva, y sí, realmente me había comportado como un gilipollas con ella.

Pero lo hacía por el bien de todos. De verdad. Puede que me odiara… Tenía que odiarme. Así, con suerte, se alejaría de nosotros. Y eso era todo. No podía ser de otra forma, porque aquella chica iba a traernos problemas. Era un problema que había llegado a nuestra puerta en un paquete pequeño, con un maldito lazo y todo.

Y lo peor de todo es que era del tipo de problemas que me gustaban.

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