Oblivion

Oblivion


Capítulo 6

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CAPÍTULO 6

Matthew comenzó en cuanto entré en la cocina.

—¿Qué está pasando con esa chica, Daemon? Nunca habías actuado de ese modo.

Pasé junto a él de camino al frigorífico, cabreado y más que irritado.

—¿Actuado de qué modo?

Se giró hacia mí.

—Ya sabes lo que quiero decir.

Abrí el frigorífico y miré todo lo que necesitaba para hacerme un sándwich de muerte. Agité la mano para hacer un La Bella y la Bestia y llevé todas las cosas bailando hasta la encimera.

—¿Quieres un sándwich?

Matthew suspiró.

—Ya he comido.

—Mejor; más para mí.

Tomé un plato y fui hasta la encimera.

—Daemon, tenemos que hablar de esto.

Busqué un cuchillo y el bote de mayonesa.

—No tenemos que hablar de nada, Matthew. Ya te he dicho lo que estaba pasando cuando estábamos fuera. La historia no se vuelve más interesante.

—¿Te estás asegurando de que Dee no se acerque demasiado a esa chica quedando con ella? —preguntó, y las palabras estaban teñidas de incredulidad—. ¿Yendo a nadar juntos? ¿Esta es una nueva táctica?

Puse una rebanada de pan sobre el plato y eché un vistazo hacia Matthew, que se encontraba de pie junto a la mesa. Cuando hablé mi voz sonó con una calma letal.

—Déjalo ya, Matthew.

—No puedo dejarlo.

Mis ojos se encontraron con los suyos.

—A lo mejor quieres intentarlo.

Se pasó una mano por el pelo corto y castaño.

—No quiero discutir contigo, Daemon.

Casi me reí mientras ponía fiambre sobre la rebanada de pan, pues estaba haciendo un trabajo de mierda con lo de no discutir. La tensión me había puesto rígidos los músculos del cuello y la espalda. Sin embargo, Matthew tenía razón en una cosa: yo nunca había actuado tal como lo había hecho fuera hacía tan solo unos pocos minutos; ni por una humana, ni por nadie de mi propia especie. Ni siquiera sabía por qué su presencia o sus palabras me habían molestado de esa manera.

Tal vez fuera porque, en el fondo, sabía que había dejado pasar la oportunidad de, o bien descubrir algo acerca de Kat que pudiera emplear en su contra, o bien asustarla lo suficiente como para que permaneciera alejada de Dee. Lo cierto era que no había hecho ninguna de esas cosas.

En lugar de eso, habíamos hablado del instituto, de la jardinería y de esas gilipolleces, como si fuéramos… como si fuéramos normales.

—Esto es diferente —continuó Matthew en voz baja—. Vivimos entre los humanos, pero no podemos estrechar lazos con ellos; no durante un periodo prolongado de tiempo. Si lo hacemos, siempre pasa algo. O bien descubren la verdad sobre nosotros, porque bajamos la guardia, o bien les dejamos un rastro y los Arum nos dan caza a nosotros. Nunca acaba bien. Nunca.

Me encaré con él, con las manos a los costados.

—¿Es que crees que no lo sé? ¿Qué es lo que esperas que haga con ella? Tan solo hay unas pocas cosas que puedo hacer, salvo que esperes que me la cargue.

El color azul de los ojos de Matthew se intensificó, yendo desde un azul oceánico hasta un cielo oscuro a la hora del crepúsculo.

—No quiero ver a una chica joven herida, y no espero que seas tú quien se encargue de ello si alguna vez llegamos a ese punto. Si esa chica demuestra ser un riesgo, yo me ocuparé de ella. No ocurrirá lo mismo que con Bethany, cuando todos dejamos correr el asunto hasta que fue demasiado tarde. No voy a permitir que eso vuelva a pasar esta vez.

La energía cargó mi piel mientras lo miraba fijamente. La comprensión se coló en mi interior, dejándome frío.

—Se llama Kat —me oí decir mientras caminaba hacia él, bajando la barbilla—. Y yo me ocuparé de ella.

—Ya sabes que haría cualquier cosa para protegeros a todos. —Matthew plantó las manos sobre la mesa y respiró hondo—. A todos vosotros… sois mi familia.

Pasé la mano por el aire y forcejeé con mi paciencia.

—Ya lo sé. Nosotros pensamos lo mismo de ti, pero no tienes que intervenir en esto. Yo me aseguraré de que no sea un riesgo para nosotros.

Sus ojos se encontraron con los míos, y transcurrió un momento.

—Eres uno de los Luxen más fuertes que hay ahora mismo, si no el más fuerte. Los ancianos lo saben, y también el Departamento de Defensa, y eso significa que siempre hay alguien vigilándote. Debes tener más cuidado que cualquiera de nosotros.

Bajé la mano, y el peso de mi raza se asentó en mis hombros. No había nada que pudiera decir al respecto. Era más rápido y más fuerte que la mayoría de los Luxen, y podía emplear la Fuente más que cualquiera de los de mi especie que conociéramos. Pero no daba por sentados esos dones. Entrenaba más duro que nadie. Patrullaba más a menudo. Y estaba decidido a permanecer centrado en mi deber. No a perderme y volverme vulnerable, como le había pasado a mi hermano…

Matthew me observó, y debió de ver algo en mis ojos.

—Tu hermano no era débil.

Incliné la cabeza hacia un lado.

—Era…

—No lo era —me interrumpió—. Era más amable, y más despreocupado, pero era tan fuerte como tú, y eso es algo que tienes que recordar. Dawson no era débil. No era estúpido, y aun así, por culpa de una chica, ya no está. No sigas los pasos de tu hermano.

Mensaje recibido, alto y claro.

* * *

«No sigas los pasos de tu hermano».

Me entraban ganas de reír al recordar sus palabras.

Que no estuviera tratando de echarla del pueblo no significaba que fuera a acabar como Dawson. Para empezar, Kat y yo ni siquiera nos caíamos bien. Sí, había algo físico entre nosotros, pero no era nada más profundo que eso. Dawson se había enamorado de Bethany; y esa era una gran diferencia.

Y mi hermano… sí que había sido más débil.

Quizá no físicamente, pero, en lo que respectaba a todo lo demás, sí que lo era.

Estaba atardeciendo el sábado cuando vi que la madre de Kat se marchaba en coche. Puesto que Kat se encontraba sola y Dee volvería a casa al día siguiente, sabía que lo último que debería hacer era lo que estaba haciendo.

Que era caminar derechito hasta su casa.

Después de llamar a la puerta, me paseé junto a la barandilla del porche y levanté la mirada. Aún faltaban un par de horas para que el sol se pusiera, pero ya estaban comenzando a aparecer algunas estrellas. Me metí las manos en los bolsillos y esperé a ver si respondía siquiera a mi llamada. Si yo fuera ella, probablemente no querría volver a verme la cara jamás. Yo tampoco podía explicar mi comportamiento bipolar. Sabía que era mala para Dee, mala para la colonia y especialmente mala para mí. Pero había algo en su personalidad que no era capaz de olvidar.

Me sentí un tanto sorprendido cuando la puerta se abrió y Kat salió al porche.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

No tenía ni idea de cómo responder a eso, así que me quedé en silencio durante un momento y después me aclaré la garganta.

—Me gusta contemplar el cielo. Es infinito…

Qué cutrada.

Se acercó un poco a mí, y sus movimientos eran casi dudosos.

—Por cierto, ¿va a salir algún pirado de tu casa en cualquier momento y va a decirme que no puedo hablar contigo? Es por saberlo.

Sonreí ante sus palabras.

—Ahora mismo no. Puede que más tarde.

Arrugó la nariz.

—Bueno, pues intentaré no estar por aquí «más tarde».

—Ya. —Me giré por la cintura para mirarla—. ¿Estás liada ahora?

—Bueno, estaba con mi blog; pero no, no hacía nada especial.

—¿Tienes un blog?

Tuve que obligarme a no reírme. Eso de los blogs siempre me había parecido algo que harían las madres de mediana edad, y no chicas de instituto por encima de lo corriente.

Cruzó los brazos por encima del pecho, y por su postura parecía que estuviera preparándose para la batalla.

—¿Cómo se llama?

—No es asunto tuyo —replicó con una sonrisa demasiado dulce.

—Un nombre muy interesante. —La comisura de mis labios se elevó cuando el enfado cruzó su rostro. Era demasiado fácil cabrearla—. ¿Y de qué va? ¿De ganchillo? ¿De puzles? ¿De la soledad?

—Ja, ja. Qué graciosillo. —Suspiró—. Escribo reseñas de libros.

Vaya. Libros. Debería haberlo adivinado.

—¿Y te pagan?

Se rio sonoramente al oírme.

—Pues no. Ni un céntimo.

Fruncí el ceño.

—¿Escribes sobre libros y no te pagan si alguien compra un libro del que has hecho una reseña?

—No lo hago para ganar dinero. —Descruzó los brazos, y parecía sentirse un poco más cómoda hablando sobre su blog—. Lo hago porque me gusta. Me encanta leer y hablar sobre libros.

—¿Qué tipo de libros lees?

—De todo tipo. —Se reclinó contra la barandilla y levantó la mirada, cruzando los ojos con los míos—. Me gusta sobre todo el rollo paranormal y eso.

—¿Te van los vampiros y los hombres lobo? —pregunté.

—Sí.

—¿Y los fantasmas y los marcianos?

—Las historias de fantasmas sí me gustan, pero los marcianos y tal no acaban de apasionarme. E.T. me dejó bastante fría; creo que les pasa lo mismo a muchos lectores.

Arqueé una ceja al oír eso.

—¿Y qué es lo que no te deja fría?

—Bueno, cosas que no sean seres extraterrestres de color verde —replicó, y me tragué una risotada—. También me gustan las novelas gráficas y el rollo histórico.

—¿Te van las novelas gráficas? —La incredulidad me inundó—. ¿En serio?

Asintió con la cabeza.

—Pues sí, ¿qué pasa? ¿A las chicas no nos pueden gustar los cómics y las novelas gráficas o qué?

No me parecía que quisiera que respondiera. Joder, siempre lograba sorprenderme.

—¿Te apetece ir de excursión?

—No se me dan demasiado bien las caminatas.

Levantó la mano y se pasó un mechón de pelo que se le había soltado de la coleta por detrás de la oreja. ¿Alguna vez llevaba el pelo suelto?

¿Por qué demonios estaba pensando en su pelo?

Mi mirada siguió su movimiento.

—No voy a llevarte hasta las rocas. Solo es un paseo. Seguro que no te cansas.

Se apartó de la barandilla, pero dudó.

—¿No te ha dicho Dee dónde escondió tus llaves?

Mierda, me había olvidado de eso.

—Sí me lo dijo.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

¿Cómo podría explicárselo a ella cuando ni siquiera era capaz de explicármelo a mí mismo? Busqué torpemente alguna excusa creíble, y me di cuenta de que no era tan imaginativo. Aquello era probablemente una señal de que debería mover el culo hasta mi casa y olvidarme de todo aquello, fuera lo que fuese.

—Por nada. Me apetecía pasar por aquí, pero si vas a preguntarme por todo lo que hago, entonces tranquila: no volveré a hacerlo.

Me giré y comencé a bajar los escalones del porche, dándome cuenta de que una vez más estaba comportándome como un gilipollas integral. ¿Qué podía decir? Se me daba muy bien.

Transcurrió un momento, y entonces volvió a hablar:

—Venga, vámonos.

Me detuve, sorprendido.

—¿Seguro?

No parecía cien por cien segura cuando la miré por encima del hombro, pero se apresuró a bajar los escalones y me siguió.

—¿Por qué estamos yendo detrás de mi casa? —Hizo una pausa para señalar al oeste, a la montaña de arenisca que todavía relucía bajo la luz cada vez más débil del sol—. Por allí se va a Seneca Rocks. Pensaba que casi todos los caminos empezaban allá.

—Sí, pero los senderos que empiezan aquí son más directos; se llega antes a las rocas —expliqué—. La gente conoce las rutas más utilizadas; pero, como yo ya me he aburrido bastante por aquí, he localizado un par de senderos poco transitados.

Abrió mucho los ojos.

—¿Cómo de poco transitados?

Qué mona. Me reí.

—Bueno, tampoco demasiado.

—O sea, que es una ruta fácil. Seguro que te aburrirás un montón.

—Cualquier oportunidad de salir a pasear es buena. —Aquello era cierto. Los Luxen teníamos más energía de forma natural, y la actividad física ayudaba—. Además, tampoco es que vayamos a ir hasta el cañón de Smoke Hole, que está bastante lejos… No te preocupes.

Se relajó.

—Vale. Tú guías.

Kat me esperó fuera mientras yo entraba en mi casa para buscar dos botellas de agua, y después me siguió por el jardín trasero hasta el bosque, lleno de sombras. Había algo en el hecho de que realmente estuviera dispuesta a hacer aquello que me pareció mal. No me había portado bien con ella; de eso no había la menor duda. Me pregunté si haría lo mismo si Andrew se hiciera amigo de ella, seguirle la corriente y ya está.

Si lo hiciera, no sería nada bueno.

Andrew estaría totalmente de parte de Matthew, así que no tendría ningún problema con la idea de «ocuparse de ella» como defensa preventiva.

—Confías muy rápido en la gente, gatita —dije en voz baja.

—No me llames más así.

Le eché un vistazo por encima del hombro. Estaba caminando unos cuantos pasos por detrás de mí.

—¿Nadie te ha llamado así antes?

Ella rodeó un arbusto lleno de espinas y me dirigió una mirada insulsa.

—Sí me han llamado así, pero tú lo dices de una manera que…

Esperé.

—¿Que qué?

—Que suena como un insulto —dijo, y ralenticé el ritmo para que caminara junto a mí—, o como si fuera algo sexual raro. —Eso me arrancó una carcajada, además de parte de la tensión que había estado acumulándose en mi cuello y mis hombros—. ¿Por qué te ríes siempre de mí?

Negué con la cabeza mientras sonreía.

—No sé, me haces gracia.

—Pues vale. —Le dio una patada a una roca, aparentemente decidiendo que aquello no era bueno—. Oye, ¿qué le pasaba al tipo aquel, a ese tal Matthew? Parecía que me odiara.

—No es que te odie, es que no confía en ti —murmuré.

Su coleta rebotó mientras sacudía la cabeza.

—¿Que no confía en mí? ¿Y qué tiene que confiarme, tu virtud?

Se me escapó otra risotada.

—Pues claro; no le gustan las chicas guapas que están coladitas por mí.

—¿Qué? —soltó abruptamente, y entonces, en menos de un segundo, tropezó. La atrapé con facilidad, rodeándole la cintura con el brazo, y después me apresuré a soltarla; aunque sentí la sacudida de aquel breve contacto, y la piel me zumbó—. Estás de broma, ¿no? —preguntó.

Divertido por su incapacidad de tener cuidado con lo que quiera que hubiera en el suelo, sentí que mi sonrisa crecía todavía más.

—¿A qué parte te refieres?

—¡A todas!

—Venga ya. No me digas que no sabes que eres guapa. —Al ver que no respondía, suspiré—. ¿No te lo ha dicho ningún chico antes?

Su mirada se clavó en la mía, y después se escabulló. Se encogió de hombros.

—Pues claro.

Vaya.

—O quizá… no seas consciente de ello…

Volvió a encogerse de hombros, y no podía creer que no viera lo que yo… Espera un momento. ¿Que no viera lo que yo veía? ¿Cuándo había cambiado lo que yo veía? Porque había estado pensando que era corriente de narices. A veces por encima de lo corriente cuando se enfadaba. O sonreía. O se ruborizaba. Pero bueno, la mayoría del tiempo tan solo era corriente.

Mientras la observaba, sus mejillas se sonrosaron todavía más, y supe que me había equivocado.

Kat no era corriente. Quizá sí a primera vista, pero en cuanto te acercabas a ella, en cuanto pasabas un poco de tiempo con ella, aquellos ojos color gris brezo, aquellos labios gruesos y la forma de su rostro eran de todo menos corrientes. Pero se trataba de algo que iba por debajo de la piel.

—¿Sabes lo que creo? —le pregunté, y me detuve en mitad del camino.

Ella levantó la mirada hacia mí. Tenía los ojos muy abiertos, pero no cautelosos.

—No.

Durante un momento no hablé, y el único sonido entre nosotros fue el canto de los pájaros cercanos mientras mis ojos buscaban los suyos.

—Siempre he creído que las personas que son hermosas de verdad, por dentro y por fuera, son aquellas que no son conscientes del efecto que tienen en los demás. Aquellas que ostentan su belleza la echan a perder. La hermosura es pasajera. Es un caparazón que oculta las sombras y el vacío que hay en el interior…

Separó los labios, y entonces se rio.

Kat se había reído.

¿Qué cojones…?

—Lo siento —dijo, pestañeando para contener las lágrimas mientras se le escapaba una risita—, pero esto es lo más serio que te he escuchado decir desde que te conozco. ¿Se puede saber qué extraterrestre se ha llevado al Daemon que yo conozco? Si lo ves, ¿puedes decirle que se lo quede?

Fruncí el ceño.

—Estaba siendo sincero.

—Ya, pero es que ha sido muy… no sé.

La miré fijamente, me encogí de hombros y eché a andar por el camino otra vez. Pues vale.

—No iremos demasiado lejos. —Hice una pausa—. Antes has dicho que te interesaba la historia, ¿no?

—Sí, ya sé que es un poco de empollona.

Me alcanzó, dando un poco más de brío a sus pasos.

—¿Sabías que por estas tierras viajaban los indios seneca?

—Dime, por favor, que no estamos pasando por encima de ninguna tumba…

—Bueno, seguro que alguna debe de haber por aquí. Se desplazaban por la zona, de modo que no sería improbable que algunos murieran en este mismo lugar y…

—Daemon, ahórrame esa parte, anda.

Me dio un ligero golpe en el brazo.

La facilidad con la que me tocaba resultaba enervante. Me costó un momento hacerme a la idea.

—Vale. Te contaré la historia pero dejaré los detalles sórdidos al margen.

Agarré una rama alargada y la sostuve en alto para que Kat pudiera pasar por debajo. Su hombro me rozó el pecho, volviéndome de pronto muy consciente.

—¿Qué historia? —preguntó ella, bajando las espesas pestañas para protegerse los ojos.

—Ya lo verás. Ahora, escúchame atentamente. Hace tiempo, en esta zona solo había bosques y colinas; no era tan diferente de lo que conocemos ahora, a excepción de los pueblos y las ciudades. —Aparté unas ramas bajas de su camino para que pudiera pasar. A esas alturas tal vez se empalara a sí misma; era obscenamente inconsciente de cómo caminar por el bosque—. Imagínatelo: era necesario caminar días, incluso semanas, para dar con alguna persona…

Se estremeció.

—Qué soledad.

—Pero tienes que entender que así eran las cosas hace cientos de años. Los granjeros y las gentes de la montaña vivían a pocos kilómetros de distancia, pero era necesario recorrerlos a pie o a caballo; y no siempre era seguro.

—Me lo puedo imaginar —respondió débilmente.

—La tribu india de los seneca viajaba por el este de Estados Unidos y, en algún momento, recorrieron este mismo sendero en dirección a Seneca Rocks. —Nuestras miradas se cruzaron—. ¿Sabías que esta misma senda que queda por detrás de tu casa lleva directamente a su base?

—No. Nunca pensé que Seneca Rocks pudiera estar tan cerca; parecen muy lejanas.

—Si siguieras este sendero un par de kilómetros más, llegarías hasta la base de las rocas. La senda se vuelve bastante rocosa; incluso los escaladores más experimentados prefieren no pasar por aquí. Seneca Rocks se extiende desde el condado de Grant hasta el de Pendleton. Su punto más alto es Spruce Knob y un grupo de peñascos cercanos a Seneca llamados Champe Rocks. Es difícil llegar hasta allí, especialmente porque hay que atravesar propiedades particulares, pero vale la pena si eres capaz de escalar casi trescientos metros.

Dios, me encantaba escalar hasta allí. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo.

—Parece divertido —dijo con una sonrisa dolorida.

Me reí.

—Lo es si no tienes miedo de resbalarte. Bueno, el caso es que el mineral que forma las Seneca Rocks es la cuarcita, que es en parte piedra arenisca. Por eso tienen ese tono rosado. Se cree que la cuarcita es cuarzo beta, y la gente que cree en… —iba a tener que hablar con cuidado— poderes fuera de lo normal o… naturales, como las tribus indias en su momento, cree que cualquier manifestación de cuarzo beta permite que la energía se almacene, se transforme e incluso se pueda manipular. Puede hacer que los aparatos eléctricos se desconecten y puede… esconder objetos.

—Ya…

Le lancé una mirada, y ella permaneció en silencio.

—Tal vez el cuarzo beta sea lo que atrajo hasta aquí a la tribu seneca. Nadie sabe el porqué, ya que no eran originarios de Virginia Occidental. No se sabe cuánto tiempo vivieron, comerciaron o lucharon en estas tierras. —Ralenticé el ritmo, acercándome al pequeño arroyuelo—. Pero tienen una leyenda muy romántica.

—¿Ah, sí? —preguntó mientras me seguía alrededor del arroyuelo, con la coleta rebotando a cada paso. Aquello me distraía.

—Dice la leyenda que hubo una hermosa princesa india, Snowbird, que les pidió a los siete guerreros más fieros de la tribu que le probaran su amor haciendo algo que solo ella había sido capaz de hacer. Muchos querían estar con ella por su belleza y su rango. Pero ella quería tener a su lado a un igual.

Normalmente no era un tío tan hablador. La mayoría de la gente que me conocía probablemente estaría comprobándome la temperatura a esas alturas, con todas las frases seguidas que había soltado. Pero Kat estaba muy atenta, y eso me gustaba.

—Cuando llegó el momento de elegir marido, puso a prueba a sus pretendientes para que solo el guerrero más valiente y entregado pudiera conseguir su mano. Les pidió que escalaran la roca más alta con ella. —El sendero se estrechó, así que ralenticé el ritmo—. Todos iniciaron el recorrido pero, a medida que se complicaba, tres dieron media vuelta. Un cuarto acabó fatigado y el quinto no podía con su alma. Solo quedaron dos, y la hermosa Snowbird seguía a la cabeza. Finalmente llegó al punto más alto y se volvió para ver quién era el guerrero más fuerte y más valiente de toda la tribu. Solo quedaba uno, que estaba unos metros por debajo de ella y, justo cuando lo miró, este empezó a resbalarse.

Pasé junto a grupo de rocas y aguardé hasta que Kat las dejó atrás.

—Snowbird dudó un segundo. Aquel valiente guerrero era el más fuerte de todos, pero no era su igual. Podía salvarlo o dejarlo morir. Era valiente, sí; pero todavía debía llegar al punto más alto de la roca, como había hecho ella.

—Pero ¡si iba justo detrás de ella! ¿Cómo pudo ser capaz de dejar que cayera?

Sonaba como si estuviera entrando en pánico, y sí, era muy mona.

—¿Qué harías tú? —pregunté con verdadera curiosidad.

—A ver, yo nunca voy a tener que pedirles a un grupo de tíos que hagan algo tan peligroso y absurdo, pero si me viera en esas (que sería algo rarísimo)…

—¿Kat?

Cuadró los hombros.

—Vale, vale. Bueno, pues lo salvaría, claro. No iba a dejar que la palmara.

—Pero no cumplió con su cometido —traté de razonar.

—¿Y qué más da? —Sus ojos grises destellaron como nubes de tormenta—. Estaba justo detrás de ella y, además, ¿de qué sirve la hermosura si permites que un hombre se despeñe y muera solo porque se resbala? ¿Cómo puedes ser capaz de amar o merecer ser amada si dejas que eso suceda?

Asentí lentamente con la cabeza.

—Bueno, Snowbird pensó lo mismo que tú.

Una ancha sonrisa se extendió por su rostro.

—Menos mal.

—Snowbird decidió que el guerrero sí era su igual, y tomó la decisión de salvarlo antes de que se cayera al vacío. El jefe de la tribu, al conocer el desenlace, se alegró mucho por la decisión que había tomado su hija. Aprobó el matrimonio y nombró al guerrero su sucesor.

—¿Por eso las rocas se llaman Seneca Rocks? ¿Por los indios y por Snowbird?

—Es lo que cuenta la leyenda.

—A ver, la historia no está mal, pero lo de escalar cientos de metros para demostrar tu amor me parece un poco excesivo, la verdad.

Me reí entre dientes.

—En eso estoy de acuerdo contigo.

—Eso espero, o acabarás participando en carreras de coches para demostrar tu amor…

Sus facciones se tensaron, y después un rubor le recorrió las mejillas.

—No creo que me vaya a pasar eso —dije en voz baja.

—¿Se llega por aquí al lugar desde el que escalaron los indios? —preguntó.

—Puedes llegar hasta el cañón, pero la escalada que viene después ya es para profesionales. En tu caso, no te aconsejaría que te atrevieras…

Se rio, y el sonido era ligero y casi libre.

—Sí, bueno, no te preocupes, que vistas mis habilidades no lo intentaré. ¿Por qué vendrían aquí los indios? ¿Estarían buscando algo? Que vinieran hasta aquí por un puñado de rocas es un poco raro, ¿no?

—Nunca se sabe. —Quién sabe por qué vinieron, pero tenía que haber alguna razón—. Las personas suelen ver en las creencias del pasado algo primitivo y poco inteligente, aunque día tras día vemos más verdad en el pasado.

Me miró largamente de forma evaluadora.

—¿Por qué has dicho antes que eran tan importantes estas rocas?

—Es por el tipo de mineral… —Me giré hacia ella, y mi mirada recorrió su rostro y después pasó por encima de su hombro. Mierda. Abrí mucho los ojos—. Oye, gatita…

—¿Quieres dejar de llamarme…?

—No hables —susurré, con la mirada fija por detrás de su hombro mientras le ponía la mano sobre el brazo desnudo—. Prométeme que no vas a asustarte.

—¿Por qué iba a asustarme? —musitó.

Bueno, la mayoría de la gente se asustaría al ver a un oso de casi ciento cincuenta kilos a un par de metros de distancia, y era uno bastante grande. La energía comenzó a crecer en mi interior. Tiré de Kat para acercarla más a mí y sus manos volaron hasta mi pecho, por encima del corazón.

—¿Alguna vez has visto un oso? —pregunté.

—¿Qué? ¿Hay un oso…?

Se apartó de mí y se dio la vuelta. Se puso rígida.

Las orejas del oso se movieron, captando nuestra respiración. Recé para que Kat permaneciera inmóvil. Había muchas posibilidades de que el oso se limitara a pasar de largo. O al menos eso es lo que esperaba, porque si ese cabrón se lanzaba hacia nosotros iba a tener que hacer algo para asustarlo.

Algo que no sería fácil explicar.

—No corras —le advertí.

Kat asintió tensamente con la cabeza.

Volví a dejar las manos sobre sus brazos, y creo que ni siquiera las sintió. A continuación, sin provocación alguna, el oso soltó un gruñido grave y se levantó sobre las patas traseras. Abrió unas enormes mandíbulas y rugió, lanzando zarpazos al aire.

Joder.

Solté a Kat, me alejé de ella y comencé a agitar los brazos, gritándole al oso, pero este plantó las zarpas en el suelo, con el lomo temblando y el pelaje agitándose. Se lanzó directamente hacia Kat.

Solté una maldición y salí disparado en su dirección. Ella se quedó paralizada, con los ojos muy cerrados y la cara contraída y pálida. No me detuve a pensar. Levanté la mano, y una cegadora luz blanca con un tinte rojizo me bajó por el brazo y atravesó el aire. Un rayo de luz, muy parecido a un relámpago, golpeó el suelo a menos de medio metro por delante de Kat, sobresaltando al oso.

Todo sucedió con mucha rapidez.

Asustado, el oso retrocedió y movió su pesado cuerpo, echando a correr en dirección contraria justo mientras la luz se desvanecía. El estallido de energía rebotó, y vi que las piernas de Kat se doblaban y su cabeza se inclinaba hacia un lado. Y entonces cayó.

Me lancé hacia ella, la atrapé antes de que cayera al suelo y la levanté en mis brazos, acunándola contra mi pecho mientras mantenía los ojos en la zona donde había desaparecido el oso. Dudaba que se hubiera desmayado por el susto. Había estado demasiado cerca de la Fuente. A saber el daño que la descarga le había hecho a su corazón o a su sistema nervioso.

—Mierda, mierda, mierda… —murmuré, y me calmé solo ligeramente cuando oí que el corazón seguía latiéndole en el pecho.

Cuando estuve seguro de que el oso no iba a volver, bajé la mirada hacia ella. Noté una presión en el pecho. Oh, no. Joder. No podía ser…

Un débil resplandor blanco rodeaba a Kat, casi como un aura, o como si el espacio a su alrededor estuviera brillando con una luz sobrenatural que los humanos no podían ver. Pero sería visible para cualquier Luxen… y también para cualquier Arum.

Le había dejado un rastro.

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