Oblivion

Oblivion


Capítulo 11

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CAPÍTULO 11

Vi a Kat de vez en cuando a lo largo de los dos días siguientes, por lo general cuando salía hacia mi coche, y en cada ocasión el rastro se volvía más y más débil… gracias al cielo.

Cada vez que me veía, parecía querer hablar conmigo. Se detenía o se dirigía hacia mí, pero no llegamos a hablar, básicamente porque yo no quería. Tenía que echarle un ojo para asegurarme de que ningún otro Arum la secuestraba o la ponía en peligro, pero necesitaba que hubiera distancia entre nosotros. Aquel día en el entrenamiento había demostrado que la simple mención de su nombre podía poner a todo el mundo en peligro. Me hacía débil.

Así que, obviamente, esa era la única razón por la que había ido a Smoke Hole Diner el domingo por la tarde. El rastro de Kat era débil, como una vela parpadeante que emitiera un resplandor blanquecino, así que no había habido forma de detener a Dee. Por lo que había averiguado, había arrastrado a Kat al pueblo, la había cargado de artículos escolares y la había llevado al Smoke Hole Diner.

Las seguí. No pensaba correr ningún riesgo más.

Dee había parecido sorprendida por mi presencia, y Kat había… Bueno, le había molestado que la provocara, y después trató de darme las gracias. Aquello era lo último que debía hacer, ya que no habría tenido el brazo escayolado y moratones en la cara de no ser porque yo la había llevado de paseo aquel día.

Pasé poco tiempo en el restaurante. Y también me habían seguido. Por alguna razón, Ash parecía tener la impresión de que íbamos a quedar allí, aunque supongo que me olvidé de leer la nota. Nada salió bien. En cuanto Ash se dio cuenta de que Kat era aquella Katy, acabé teniendo que sacar su culo enardecido de allí y pasar la mayor parte del domingo tratando de evitar que la liara.

Según Andrew, Ash seguía cabreada por lo del lunes.

No hace falta decir que yo tampoco estaba de un humor estupendo cuando salí de casa el martes al atardecer y fui a correr por el bosque cercano. Permanecí allí fuera, en el húmedo clima de agosto, hasta que el sudor me cubrió la piel y quemé tanta energía como pude.

Durante el camino de vuelta, decidí que me comería tres litros de helado, pero dudaba que quedara nada en casa. En cuanto alguien llevaba helado, Dee se lo tragaba como si estuviera muriéndose de hambre.

Subí corriendo el camino de entrada y ralenticé el ritmo cuando las casas aparecieron a la vista. Mi mirada fue directamente hacia la casa de Kat. El porche no estaba vacío. Metí la mano en el bolsillo, saqué el móvil y toqueteé la pantalla para apagar la música que atronaba por los auriculares.

Kat se encontraba sentada en el columpio, con la cabeza agachada y el rostro arrugado. En las manos tenía un grueso libro de tapa dura. Una brisa ligera hacía que un mechón suelto de pelo le golpeara la cara. Se lo apartó distraída. El sol todavía no se había puesto, pero la luz ya estaba disminuyendo, y seguía habiendo tanta humedad como en un baño en el infierno. Leer no podía ser fácil en esas condiciones, pero Kat permanecía ajena al mundo mientras yo envolvía el móvil con el cable de los auriculares.

No tenía ni idea de que yo estaba ahí. Podía entrar fácilmente en mi casa sin que me descubriera. Se encontraba a salvo ahí fuera. El rastro ya apenas resultaba visible, y se había desvanecido aún más en las horas que habían pasado desde la última vez que la había visto. No tenía razones para pararme ni para quedarme por ahí fuera. Distancia. Tenía que haber un océano de distancia entre nosotros.

Así que, por supuesto, moví el culo directamente hasta su casa.

Kat levantó la mirada cuando llegué a los escalones del porche, y abrió mucho los ojos al fijarse en mí.

—Hola —dije, guardándome el móvil en el bolsillo.

No respondió de inmediato. Qué va, estaba demasiado ocupada comiéndome con los ojos, cosa que me parecía genial. Su mirada descendió, paseándose por mi pecho desnudo y mi estómago. Tragó saliva mientras apartaba la mirada, con las mejillas sonrosadas, y entonces inclinó la cabeza hacia un lado e hizo un pequeño asentimiento.

—Hola.

Me recliné contra la barandilla y crucé los brazos.

—¿Estás leyendo?

Sus manos se tensaron en los bordes del libro.

—¿Estás corriendo?

—Lo estaba —la corregí.

—Qué gracioso —replicó, llevándose el libro al pecho. La escayola de su brazo destacaba claramente—. Yo estaba leyendo.

—Parece que siempre estás leyendo.

Arrugó la nariz. Qué mona.

—¿Cómo lo sabes?

Levanté un hombro.

—Me sorprende que Dee no esté contigo.

—Está con su… su novio. —Bajó las comisuras de la boca—. ¿Sabes? Hasta hoy no sabía que tenía novio. Nunca lo había mencionado.

Eso me hizo reír.

—Eso sería maravilloso para la autoestima de Adam.

—¿A que sí? —Me dirigió una sonrisa fugaz—. Es extraño.

—¿El qué?

Acunó el libro más cerca, como si fuera su mantita preferida.

—He pasado mucho tiempo con Dee, y no tenía ni idea de que estuviera saliendo con alguien. Nunca lo había mencionado. Es muy extraño.

—Entonces, a lo mejor no sois tan buenas amigas como pensabas.

Me fulminó con la mirada, entrecerrando los ojos.

—Vaya. Eso es muy amable por tu parte.

Volví a encogerme de hombros.

—Tan solo estaba señalando lo evidente.

—¿Por qué no te vas a señalar lo evidente a otra parte? —replicó, bajando el libro—. Estoy ocupada.

Una sonrisita apareció en mis labios. Había sacado las garras.

—Leer no equivale a estar ocupada, gatita.

Sus labios arqueados se separaron.

—Dime que no has dicho lo que creo. —Mi sonrisa se ensanchó—. Eso es… ¡es un sacrilegio!

Me reí mientras descruzaba los brazos.

—No creo que sea correcto utilizar esa palabra.

—¡Sí lo es si eres un amante de los libros! —Entrecerró los ojos—. Tú no lo entiendes.

—Nop.

Me subí a la barandilla para sentarme encima, y Kat suspiró.

—Y no vas a irte a ninguna parte.

—Nop.

Mirando su libro, sacó lentamente un marcapáginas de la parte delantera y marcó la página que estaba leyendo. A continuación, cerró el libro y lo dejó sobre su regazo. Lo miraba como si de algún modo eso fuera a hacerme desaparecer. No era demasiado probable.

—Entonces… —arrastré la palabra, y giré la cabeza para esconder mi sonrisa cuando suspiró sonoramente—. ¿Cómo va tu blog? ¿Sigues hablando de gatos y esas cosas?

—¿Gatos? Yo no hablo de gatos. Hablo de libros.

Por supuesto, eso ya lo sabía.

—Vaya. Pensaba que te pasabas un montón de rato en internet hablando de gatos.

—Lo que tú digas.

—Pues tiene sentido.

Entonces la miré, y vi que sus ojos grises echaban chispas.

—No puedo esperar a oír tu explicación. Y por si no te has dado cuenta, eso era sarcasmo.

—Me parecía que sonaba a emoción, pero bueno. En cualquier caso, pasarte el día hablando de gatos en internet es un poco como prepararte para convertirte en una loca de los gatos cuando seas vieja.

La piel alrededor de su boca se tensó.

—Te tiraría este libro a la cara, pero lo respeto demasiado como para hacerle eso. —Eché la cabeza hacia atrás y me reí—. Solo a ti podría parecerte gracioso.

—Es que es gracioso.

Bajé la barbilla y vi que trataba de contener una sonrisa. Nuestras miradas se cruzaron y se quedaron fijas la una en la otra. El silencio se extendió entre nosotros, espesando el aire ya sofocante.

—Pues bueno. —Fue ella quien arrastraba las palabras esta vez, así que levanté las cejas mientras Kat apartaba la mirada—. Esa chica que estaba en el restaurante. ¿Ash? Era muy… simpática.

—Ajá.

Otro campo de minas femenino. Esas chicas eran astutas de narices.

Empujó el columpio con los pies.

—¿Estáis saliendo? —preguntó.

—Antes sí que salíamos. —Incliné la cabeza, curioso por la dirección de la conversación—. Y estoy seguro de que Dee señaló el hecho de que solíamos salir. Estaría más que dispuesta a aclarar eso.

El color de sus mejillas se oscureció, y supe que tenía razón.

—Ash no actuaba como si fuera cosa del pasado.

—Eso es problema suyo.

Kat me observó.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir?

—Sí. —Levanté una ceja—. ¿Por qué tendría que decir nada más? Y menos a ti.

Estaba provocándola, pero se me daba tan mal, había perdido tanta práctica, que quedé como un estúpido. Y lo sabía, pero aquella conversación se estaba convirtiendo con rapidez en un tren descarrilando que no tenía el poder de detener.

Sus hombros se tensaron, y su expresión se volvió impasible.

—¿Por qué has venido hasta aquí, Daemon? —Mierda. Aquella era una buena pregunta. Y era una que había estado haciéndome una y otra vez desde que se mudó. Cuando continuó, sus ojos grises eran fríos—: Porque si has venido solo para demostrar que eres un ignorante, ya puedes largarte.

Me noté sonreír, y estaba seguro de que eso confirmaba lo retorcido que era.

—Pero es que no quiero largarme.

—Qué lástima —respondió ella, bajándose del columpio—. ¿Sabes qué? Puedes quedarte aquí sentado y ser un gilipollas sin público. ¿Qué te parece?

Kat pasó junto a mí, así que me aparté de la barandilla y me puse frente a ella antes de que pudiera tomar aire siquiera. Mierda, no pretendía moverme tan deprisa. Se apartó de golpe, apretando el libro contra su pecho.

—Joder, ¿cómo te mueves tan rápido?

—No me muevo tan rápido. —Bajé la mirada hasta ella. Apenas me llegaba al pecho, pero su personalidad y su actitud la hacían parecer mucho más alta. El mechón de pelo se había vuelto a soltar y le acariciaba la mejilla—. ¿Sigues nerviosa por las clases?

Arrugó las cejas.

—¿Qué?

Decidí hacerle la pregunta con más lentitud.

—Sigues… nerviosa… por…

—No. Te he oído. —Cambió el peso al otro pie—. Pero ¿por qué…? ¿Por qué te importa eso? ¿Por qué te…?

El mechón de pelo me estaba poniendo nervioso, así que estiré la mano y lo atrapé entre los dedos. La textura era suave como la seda. Contuvo el aliento, y mi mirada fue hasta la suya. De cerca, esos ojos eran verdaderamente increíbles, de un sorprendente tono de gris, y las pupilas eran negras y grandes. Con cuidado de no rozar la piel de su mejilla, le puse el mechón de pelo por detrás de la oreja. En realidad la hinchazón de su ojo ya había bajado, y la piel había sanado casi por completo desde la noche que la atacaron, pero aquella zona seguía estando más rosada que el resto, como si su brazo no fuera recordatorio suficiente.

En un segundo volví a verla tirada en la carretera, inmóvil y completamente indefensa. El pecho se me contrajo de forma dolorosa. Aparté la imagen a un lado, preguntándome cuándo dejaría de verla.

Kat parecía estar conteniendo el aliento. Su pregunta daba vueltas en mis pensamientos. «¿Por qué te importa?». No debería importarme. No me importaba.

—¿Daemon? —susurró.

El sonido de mi nombre pronunciado sin rencor era una rareza, y tenía un efecto electrizante. Aquellos bonitos labios rosados pronunciaban mi nombre a la perfección. Quería saber a qué sabía mi nombre en sus labios y en su lengua. ¿Había pensado en besarla anteriormente? Tenía que haberlo hecho, porque la repentina necesidad, el deseo casi abrumador de reclamar su boca no me sorprendió.

¿Me dejaría besarla?

Probablemente no.

¿Debería besarla?

Probablemente no.

Si me lanzaba y lo hacía, ¿me explotaría en la cara?

Sip.

Bajé la mano y di un paso hacia atrás. Cuando tomé una bocanada de aire que en realidad no necesitaba, el olor a melocotones y… y a vainilla me rodeó.

No dije nada mientras me daba la vuelta y me marchaba del porche. Y Kat no me detuvo. No miré hacia atrás, pero tampoco oí que se cerrara la puerta. Sabía que ella todavía se encontraba ahí observándome.

Y también sabía que a una parte de mí sí que le importaba.

* * *

Más tarde aquella noche, mucho después de que Dee llegara a casa y se fuera a dormir, me senté en la cama con el portátil abierto. Mis dedos recorrían el panel táctil mientras miraba el blog.

Katy’s Krazy Book Obsession.

Me reí entre dientes.

Era un buen nombre.

Aquella no era la primera vez que lo miraba. La noche que Dee regresó de la colonia había estado leyéndolo. Desde entonces, Kat había añadido diez reseñas más. ¿Cómo demonios había leído tantos libros en un periodo de tiempo tan corto? Además, hacía otras cosas. Había algo llamado «Teaser Tuesdays», que no eran más que unas pocas líneas sobre algún libro que estuviera leyendo. Estaban los «In My Mailbox», en los que se grababa hablando de los libros que había o bien comprado, o tomado prestados, o recibido de alguna editorial.

Había visto cinco de esos malditos vídeos.

Y cada vez que enseñaba un libro, su cara entera se transformaba en una sonrisa amplia y brillante, de la clase que todavía no había visto en persona y probablemente jamás vería. Adoraba esos libros, no cabía ninguna duda.

Hice clic en un sexto vídeo, uno que había grabado antes de mudarse, y me conmocionó ver a una Katy diferente. Era la misma persona, por supuesto, pero había una luz en sus ojos que parecía haberse apagado después de mudarse. Me pregunté qué habría apagado la luz interior de Katy, y tragué saliva. Probablemente fuera culpa mía, por haberme portado como un gilipollas con ella, por haber interferido en su vida y haber estado a punto de conseguir que la mataran.

Cerré la pestaña y lancé el portátil al otro lado de la habitación. Antes de que se estampara contra la pared, levanté la mano y detuve el brillante trozo de mierda metálica para que no quedara destrozado en un montón de pedacitos con valor de miles de dólares. Flotó en el aire como si una mano invisible lo hubiera atrapado antes de dejarlo bajar lentamente sobre mi escritorio. Solté aire bruscamente.

Aquella tarde había querido besar a Kat. No había forma de engañarme a mí mismo. Además, no había sido la primera vez, y sabía que no sería la última. Ya había aceptado que me sentía atraído por ella, así que actuar en consecuencia tenía sentido. No era ninguna sorpresa.

Desear algo y hacerlo eran dos cosas muy diferentes.

Desear algo y desearlo de verdad eran también dos cosas muy diferentes.

Es decir, ¿cómo puedes desear a alguien que ni siquiera te cae bien?

Pero, claro, aquello tampoco era completamente cierto. Sí que me caía bien. A regañadientes. Era inteligente. Su aura de empollona era mona. Su actitud ardiente era admirable.

Pero no había mentido al decir que las cosas no eran como con Dawson y Bethany. Aquellos dos habían… Habían estado enamorados el uno del otro, y ninguno se había parado ni por un maldito segundo a pensar en las consecuencias.

Las consecuencias eran lo único en lo que pensaba. El recuerdo de Kat en aquel último vídeo me atormentaba, diciéndome con más claridad que ninguno de todos mis argumentos que no era bueno para ella.

Lástima que mi cuerpo no recibiera el mensaje.

«Esta va a ser una noche larga», pensé mientras metía la mano bajo la sábana y cerraba los ojos. «Una noche muy larga».

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