Oblivion

Oblivion


Capítulo 15

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CAPÍTULO 15

Kat permaneció en silencio durante casi todo el camino de vuelta. El rastro a su alrededor era vibrante, como una bola de discoteca completamente blanca. Aquello iba a ser increíblemente problemático.

Cuando los árboles comenzaron a escasear, habló:

—¿Puedo…? ¿Puedo ver a Dee?

Me esforcé por caminar con lentitud, para que no tuviera problemas al seguirme el ritmo.

—Creo que sería buena idea esperar hasta mañana. Tengo que hablar con ella y explicarle lo que te he contado.

Su mirada se volvió afligida mientras nos acercábamos a las viviendas, pero asintió con la cabeza. La seguí hasta los escalones del porche de su casa, donde la luz estaba encendida y emitía un suave resplandor sobre la cabeza inclinada de Kat. A través de las ventanas, podía ver que la casa estaba a oscuras. Su madre estaría en el trabajo, como siempre. Después de todo lo que acababa de pasar, no me pareció que fuera buena idea que pasara la noche sola.

¿Y si se despertaba en mitad de la noche y comenzaba a llamar a todo el mundo? Vale. Eso no era demasiado probable. Kat no era estúpida, pero sí que podría despertarse y asustarse. Aquello sería comprensible.

Le mantuve abierta la puerta mosquitera mientras ella abría la puerta principal.

—¿Quieres pasar la noche en mi casa?

Kat se detuvo y se giró hacia mí con lentitud. Levantó una ceja.

—¿Qué es lo que has dicho?

Solté una risa retumbante.

—Qué mente tan sucia tienes, gatita.

Frunció los labios.

—Yo no tengo la mente sucia.

—Ajá. —Le dirigí una media sonrisa—. Puedes quedarte en nuestra casa si quieres. Y así, por la mañana Dee estará contigo.

No habló mientras sus ojos buscaban los míos, y entonces asintió con la cabeza.

—Vale. Tan solo tengo que ir a… buscar un par de cosas.

Asentí con la cabeza.

—Te esperaré aquí abajo.

Una vez más me examinó como si estuviera tratando de adivinar mis intenciones, y después empujó la puerta principal para abrirla. Mientras entraba, encendió la luz del recibidor. Miró por encima del hombro hacia atrás, pero no me devolvió la mirada.

—Enseguida vuelvo.

—Aquí estaré.

Kat subió la escalera con rapidez, golpeando los escalones con las zapatillas. No me quedé quieto mientras estaba arriba. La distribución de la casa era la misma que la nuestra, así que cuando fui a la izquierda, entré en la cocina. Encendí la luz del techo y recorrí la habitación con la mirada. En realidad, no estaba buscando nada. Básicamente sentía curiosidad.

Pero lo que vi me hizo elevar las comisuras de la boca.

Por donde quiera que mirara había libros, al igual que en el salón. Había dos en la encimera, cerca de una tostadora. Otro se encontraba sobre el frigorífico, y no tenía ni idea de por qué estaba ahí. Había tres en la mesa de la cocina, apilados junto a dos paquetes sin abrir.

¿Cómo demonios podía tener alguien tantos libros?

La oí moviéndose en el piso superior, así que apagué la luz y volví al recibidor. Unos pocos segundos después comenzó a bajar la escalera, con una bolsa de mano pequeña.

—Estoy lista.

Cerró la puerta con llave y nos dirigimos hacia mi casa. Por el camino, Kat no dejaba de lanzar miradas en mi dirección. Me daba cuenta de que tenía más preguntas. ¿Quién no las tendría después de descubrir que sus vecinos eran alienígenas? Pero supuse que debía de tener un punto de quiebre, y no quería ser yo quien la empujara al precipicio. Esa era una de las razones por las que no quería que hablara con Dee.

Pero también necesitaba asegurarme de que comprendía la situación tan bien como yo, de que Kat se daba cuenta de dónde se había metido y de las consecuencias que tenía saber lo que sabía.

Cuando llegué a la puerta principal, me detuve y la miré. La luz estaba apagada, así que estábamos a oscuras.

—Tengo que asegurarme de una cosa, ¿vale?

Sostuvo el bolso de mano cerca de su cuerpo.

—Vale…

Bajé la voz por si Dee estaba merodeando junto al otro lado de la puerta. Se encontraba en algún lugar de la casa; podía sentirla.

—Lo que he dicho, lo que sabes… No puedo insistir lo suficiente en lo importante que es esto. Esto va más allá de un nivel normal de confianza. Tienes mi vida en tus manos… nuestras vidas —le dije—. No espero que te importe demasiado tirarme frente a un autobús en marcha, pero entonces también estarías tirando a Dee.

Kat se acercó a mí, tan cerca que el bolso de mano me rozó el estómago.

—Lo entiendo perfectamente, Daemon. Y, sinceramente, lo que me dijiste antes era cierto. Nadie me creería; pensarían que estaba loca. Pero jamás traicionaría a Dee. —Hizo una pausa y soltó aire con suavidad mientras elevaba la barbilla—. Y aunque seas un grandísimo gilipollas, tampoco te haría eso a ti.

Mis labios se crisparon.

—Bueno, pues me alegra oírlo.

—Lo digo en serio —insistió—. No voy a decírselo a nadie.

Parte de la helada intranquilidad se desvaneció, pero solo el tiempo diría si podía confiar de verdad en Kat. Esperaba que sí. No solo por el bien de Dee o por el mío, sino también por el suyo propio.

La conduje hasta el interior de la casa y la llevé hasta el piso superior. No dejaba de mirar a su alrededor, observándolo todo, y me di cuenta de que aquella era la primera vez que estaba en nuestra casa. Supuse que Dee se encontraría en su habitación, y medio esperaba que Kat diera un salto ante cualquier movimiento.

La llevé hasta una habitación de invitados que no utilizábamos casi nunca y abrí la puerta. Tras encender la luz, entré en la habitación, que estaba fría y olía a cerrado.

—Puedes quedarte aquí. —Caminé hasta la cama, y comprobé que estaba hecha—. Hay más mantas en ese armario de ahí. —Kat se giró con lentitud para observar el armario—. Hay un cuarto de baño justo enfrente de esta habitación. Y mi cuarto es el de al lado —expliqué mientras me frotaba el pecho con la palma—. La habitación de Dee está al final del pasillo. Deja… Déjalo correr todo durante esta noche. Ella estará todavía aquí por la mañana.

Asintió con la cabeza.

Mi mirada se dirigió a la suya. Unas manchas oscuras de agotamiento se habían formado por debajo de sus ojos. Sospechaba que se quedaría frita en cuanto su cabeza rozara la almohada.

—¿Necesitas algo más?

—No.

Me quedé ahí plantado durante un momento, con la sensación de que debería decir algo más, pero no era capaz de encontrar las palabras, así que asentí con la cabeza y después me giré con lentitud hacia la puerta.

—¿Daemon?

Me detuve y me di la vuelta.

Se estaba mordisqueando el labio inferior.

—Gracias por haberme salvado la vida esta noche. De no ser por ti, ahora sería una tortita. —No respondí, porque en realidad no había ninguna razón para que me diera las gracias—. Y… —Dio un paso hacia delante, bajando la bolsa de mano—. Y gracias por contarme la verdad. Puedes confiar en mí.

Levanté las pestañas y clavé los ojos en su mirada sincera. Quería creerla.

—Demuéstralo.

Mientras salía de la habitación y después cerraba la puerta detrás de mí, no se me escapó el hecho de que había copiado las palabras de Ash. Bajé por el pasillo, me detuve frente a la puerta de Dee, y la golpeé suavemente con los nudillos.

La puerta se abrió de golpe, y allí estaba mi hermana, con los ojos relucientes.

—¿Me odia? —susurró.

—¿Qué? —Fruncí el ceño, entré en la habitación y cerré la puerta—. Dios, no. No te odia.

Dee unió las manos.

—¿Estás seguro? Le he estado mintiendo, ¿y cómo puedo caerle bien siquiera cuando todo lo que he hecho es…?

Le rodeé los hombros con el brazo y la acerqué a mí para abrazarla.

—Ha comprendido por qué no podías ser sincera con ella, Dee. No te odia por haberlo hecho.

Apretó la cara contra mi pecho, y cuando habló su voz sonaba amortiguada.

—¿Se lo has contado?

—Sí. —Bajé la mejilla hasta la parte superior de su cabeza y le dije con rapidez lo que había sucedido con el camión—. No tenía elección.

Dee permaneció en silencio durante un momento.

—Sí. Sí que la tenías, Daemon. —Sabía a qué se refería, y odiaba que pensara que habría hecho algo así si hubiera hecho falta—. También pienso que ha estado muy bien por tu parte que la trajeras aquí —continuó, pero no respondí—. Piensa que soy un monstruo, ¿verdad? —murmuró.

Me reí mientras me apartaba de ella.

—No. No lo piensa. —No tenía aspecto de estar creyéndome—. Está cansada. Apenas es capaz de mantenerse en pie. Dale hasta mañana y después podrás estar con ella todo lo que quieras, ¿vale?

Dee cedió, y después de charlar con ella unos pocos minutos más, me dirigí hasta mi habitación. Agotado de cojones, me puse los pantalones del pijama y estaba a punto de tirarme en la cama, pero me moría de sed.

Realmente tenía que comprar un frigorífico pequeño para mi habitación.

Solté un suspiro y salí de la habitación. La luz del cuarto de baño del pasillo estaba encendida cuando bajé. Saqué una botella de agua del frigorífico y volví a subir, con el cerebro extrañamente vacío de toda preocupación, lo cual demostraba lo cansado que me sentía.

Mientras me acercaba a mi puerta, la del cuarto de baño se abrió, y Kat salió al pasillo. Se quedó inmóvil. Yo me quedé inmóvil. Mierda. Me convertí en una maldita estatua.

Kat tenía un cepillo de dientes y pasta de dientes en las manos. Tenía el pelo recogido en un moño desordenado, y los mechones delgados alrededor de su cara estaban húmedos. Se había lavado la cara, y parecía que le había caído más agua en la camiseta azul oscuro que llevaba que en la cara. Y hablando de esa camiseta…

Era lo único que llevaba. Y era muy fina. Y estaba viendo algo que me gustaba mucho.

Aquella imagen me golpeó como un intenso puñetazo, y no hubo forma de evitar la forma en que mi cuerpo reaccionó, que a veces podía ser jodidamente humano. La camiseta era ancha y voluminosa, y terminaba a mitad del muslo, y Dios santo, esos muslos…

¿Quién hubiera imaginado que una camiseta podía ser tan sexy?

Su cara estaba roja como un tomate maduro, pero me estaba… me estaba comiendo con la mirada, tanto como yo a ella. Sus ojos desde luego no estaban en mi cara, así que no me sentía tan gilipollas por mirar fijamente ciertas zonas de su cuerpo. No cuando su mirada estaba fija en mi estómago, y después en mi pecho… y después volvió a bajar hasta los pantalones de mi pijama.

Se succionó el labio inferior entre los dientes.

Joder…

Me tragué un gruñido, y debió de oír el sonido, porque su mirada fue hasta mi cara y ese rubor se profundizó como una quemadura. Corrió hasta la habitación de invitados.

—Bu… buenas noches.

—Adiós —fue todo lo que conseguí decir.

Entré en mi habitación y cerré la puerta en silencio por detrás de mí. Fui hasta la cama, me tumbé sobre ella y miré fijamente al techo.

Iba a ser otra noche larga.

* * *

Era extraño cómo me sentía después de haberle contado la verdad a Kat. Pensaba que me sentiría más intranquilo. Nunca antes se lo había contado a un humano, y ya había sido lo bastante malo cuando Dawson se lo reveló a Bethany. No sé por qué no estaba tan cabreado o asustado en el caso de Kat.

En lugar de eso, me sentía un tanto… aliviado. Ya no tenía que seguir fingiendo, ni esconder lo que era en realidad cuando estaba con ella. Ya no tenía que ser constantemente un gilipollas, tal como a ella le gustaba llamarme. Sí, tenía que mantenerla alejada, pero al menos podía explicarle lo que estaba en juego de una forma que ella pudiera comprender. Nuestra casa había vuelto a convertirse en el santuario que había sido antes de que Kat se mudara a la casa de al lado.

Como he dicho, era extraño.

Permanecí desaparecido en combate el sábado por la mañana mientras Dee hablaba con Kat. Supuse que necesitarían tiempo para asimilar las cosas después del gran descubrimiento, y cuando Kat finalmente volvió a su casa en algún momento de la tarde, Dee me explicó que había llegado a mostrarle una de sus mayores habilidades.

En su auténtica forma, Dee era buenísima imitando la imagen de otra persona. La mayoría de nosotros podía hacerlo, pero solo durante cortos periodos de tiempo. Dee podía mantener la imagen reflejada durante muchísimo más tiempo que los demás.

Al parecer, Dee había adoptado el aspecto de Kat.

Me sentía un poco mal por Kat a esas alturas.

Estaba de pie en la cocina, enjuagando los platos antes de meterlos en el lavavajillas mientras Dee no dejaba de dar botes a mi alrededor. La emoción vibraba en su voz mientras me contaba todos los detalles de su conversación con Kat. No podía ocultar mi sonrisa, al igual que ella no podía ocultar su alivio.

—Le he contado que puedes hacer prácticamente cualquier cosa —dijo—. Me preguntó lo que podías hacer después de imitar su imagen. —Mi sonrisa se ensanchó. Seguro que a Kat le había encantado oír eso—. Le dejé bien claro el hecho de que el Gobierno no conoce todas nuestras habilidades, y lo importante que es que jamás lo descubran. —Se acercó dando un brinco para quitarme un plato de la mano y meterlo en el lavavajillas—. No parecía que le hubieras contado gran cosa acerca de los Arum.

La sonrisa de mi cara comenzó a desvanecerse.

Dee cerró la puerta del lavavajillas y bailoteó hasta la mesa de la cocina.

—Le expliqué lo que le pasó a nuestro planeta —continuó—, y que el Gobierno no se ha dado cuenta de que los Arum son una especie totalmente diferente.

Me di la vuelta con lentitud.

—¿Qué más le has contado?

—Le expliqué un poco mejor todo el asunto del rastro. —Arrugó la frente—. No parecía sorprendida al respecto, así que supongo que ya le habrás contado algo sobre el tema. Le dije que no tenía que preocuparse, que le echaríamos un ojo, y como ahora sabe a lo que se está enfrentando, creo que será más fácil mantenerla a salvo.

—Sí.

Me pasé los dedos por el pelo. No me importaba que Dee hubiera hablado con Kat de esas cosas. Después de todo, yo había comenzado la conversación la noche anterior. Sin embargo, me pregunté cómo estaría manejando Kat todo ese asunto.

—Podemos confiar en ella de verdad —siguió Dee mientras yo bajaba la mano. Tomó la jarra de té y la llevó hasta el frigorífico—. Ya sabe lo que pasará si el Departamento de Defensa descubre que sabe la verdad sobre nosotros. No le va a decir nada a nadie, Daemon.

Asentí con la cabeza mientras cruzaba los brazos por delante del pecho.

—Nadie más debe saber que sabe la verdad. Ni siquiera Adam. —Dee abrió la boca, pero continué hablando antes de que ella pudiera hacerlo—: Lo digo en serio, hermanita. Adam es un buen tío. No es como Andrew, pero ya sabes que esto es algo muy gordo, sobre todo después de… después de lo de Dawson y Bethany. Los demás se preocuparán, especialmente Matthew. No podemos correr el riesgo de que alguno de ellos entre en pánico e informe acerca de Kat.

Abrió mucho los ojos mientras cerraba la puerta del frigorífico.

—¿Crees que alguno de ellos haría algo así?

Me planteé la pregunta.

—No lo sé. Querría decir que no, pero… cualquier cosa es posible. Y siempre está el riesgo de que a alguno de ellos se le escape algo por accidente delante de los demás Luxen. Tan solo debemos tener cuidado.

Dee jugueteó con el dobladillo de su camiseta.

—Vale. Nadie más puede saberlo.

Me aparté del fregadero, eché a caminar hacia las escaleras y después cambié de opinión.

—Voy a ver cómo está Kat. ¿Quieres venir?

Abrió la boca para contestar, pero entonces me dirigió una ancha sonrisa.

—Nah. Creo que me quedaré aquí por el momento. Ya la veré más tarde.

La miré entrecerrando los ojos.

—¿Por qué estás sonriendo como si estuvieras colocada?

—Por nada. —Se balanceó hacia atrás sobre los pies, sonriendo tanto que me pareció que iba a partírsele la cara—. Por nada en absoluto.

Frunciendo el ceño, negué con la cabeza y me di la vuelta. Llegué hasta la puerta, y entonces Dee gritó:

—Tómate tu tiempo.

Le lancé una mirada envenenada por encima del hombro, y ella soltó unas risitas. Pues vale. Crucé el jardín delantero y vi a Kat a través de la ventana de la cocina. Bueno, en realidad vi el resplandor blanco que la rodeaba. Me dirigí hasta la puerta trasera y llamé.

La puerta se abrió, y por desgracia no llevaba solo la camiseta, como la noche anterior. De hecho, aquello probablemente fuera en realidad algo bueno. Pero ese rastro que tenía… Joder. Los otros iban a verlo nada más llegar el martes por la mañana, después del Día del Trabajo, así que tendría que pensar una excusa muy buena.

—¿Hola? —dijo, y sonaba insegura. Asentí con la cabeza en señal de saludo, y su expresión se volvió cautelosa—. Esto… ¿Quieres pasar?

No me sentía muy dispuesto a entrar en un espacio cerrado con Kat, así que negué con la cabeza.

—No, se me ha ocurrido que quizá podamos quedar y hacer algo.

Levantó las cejas, y estuve a punto de reír.

—¿Algo? —preguntó.

—Sí, siempre que no tengas que escribir la reseña de algún libro o trasplantar algún matorral, claro.

—Ja, ja, ja. Me parto.

Comenzó a cerrar la puerta. Yo levanté la mano y la detuve sin tocarla. El aturdimiento reemplazó a la irritación, y sonreí.

—Vale, déjame que vuelva a intentarlo. ¿Te apetece que hagamos algo?

Dudó.

—¿En qué habías pensado?

Me alejé de la casa, caminando hacia atrás mientras me encogía de hombros.

—Vamos al lago.

—Esta vez, miraré a los lados antes de cruzar la carretera —dijo, y me di la vuelta—. No me habrás invitado a dar una vuelta por el bosque porque crees que tu secreto no está a salvo conmigo, ¿no?

Rompí a reír.

—Estás totalmente paranoica.

Resopló.

—Ya, claro, paranoica… Me lo dice un alienígena que puede hacer que yo salga volando por los aires sin tocarme.

—¿Has tenido algún ataque de pánico o algo así?

Puso los ojos en blanco cuando le eché un vistazo.

—No, Daemon, pero gracias por preocuparte por mi salud mental.

—Oye —levanté las manos en un gesto de falsa rendición—, solo quiero asegurarme de que no pierdes los nervios y le cuentas a todo el pueblo lo que somos.

—Creo que hay varios motivos por los que eso no debe preocuparte —respondió con ironía.

Le lancé una mirada aguda.

—¿Sabes de cuánta gente hemos estado cerca? Realmente cerca, quiero decir… —Arrugó la nariz, y me pregunté adónde estaría yendo su mente. Eso me hizo reír—. Y va una mocosa y nos descubre… ¿No ves lo difícil que es para mí… confiar en alguien?

—No soy ninguna mocosa, pero, si pudiera viajar en el tiempo, te aseguro que lo último que haría sería ponerme delante de aquel camión.

—Es bueno saberlo.

—No me arrepiento de haber descubierto la verdad. Explica muchas cosas. Oye… ¿podéis viajar en el tiempo?

Tenía la expresión seria, como si se lo estuviera planteando realmente.

Solté un suspiro y me entraron ganas de reír.

—Podemos manipular el tiempo, sí. Pero no solemos hacerlo, y además solo podemos modificarlo hacia delante. Jamás he sabido de nadie que haya podido alterar el pasado.

—Dios mío, Supermán a vuestro lado se queda en nada.

Sonreí mientras bajaba la cabeza para esquivar una rama baja.

—Bueno, pero no creas que voy a decirte cuál es nuestra kryptonita.

Transcurrió un momento.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Asentí con la cabeza mientras nuestros pies golpeaban el suelo cubierto de hojas.

—La tal Bethany que desapareció… estaba con Dawson, ¿verdad?

Me puse tenso.

—Sí.

—¿Ella también averiguó quiénes erais?

Pasaron unos segundos antes de que pudiera decidir cómo responder a esa pregunta.

—Sí.

Me echó un vistazo.

—¿Y por eso desapareció?

—Sí.

Más o menos, aquella era la verdad.

—¿Se lo dijo a alguien? Quiero decir que… ¿por qué desapareció?

—Es complicado, Kat.

—¿Está… muerta? —Al ver que no respondía, se detuvo. Miré hacia atrás y vi que estaba quitándose una piedrecilla de la sandalia—. ¿No piensas decírmelo? —Me limité a sonreírle—. ¿Por qué querías venir aquí? —Se quitó la piedra y volvió a colocarse la sandalia—. ¿Te lo pasas bien dándome evasivas o qué?

—La verdad es que me divierte ver que se te ponen las mejillas rojas de la frustración.

Sus mejillas ardieron aún más.

Le guiñé un ojo y comencé a caminar otra vez. Sus preguntas eran válidas, y me estaba comportando como un idiota al respecto, pero lo cierto es que no había una forma adecuada de responderlas. El lago apareció a la vista.

—Pensé que, además de hacerme esa pregunta tan rara que me has hecho antes, tendrías más cosas que preguntarme.

—Sí las tengo.

—Te contestaré a algunas preguntas, y a otras no. —Le eché un vistazo, pero no me pareció que estuviera enfadada al respecto. Tendría que sacar una foto para capturar ese momento—. Te aconsejo que aproveches la ocasión para preguntarme todo lo que se te haya pasado por la cabeza, porque así no tendremos que volver a hablar del tema. Pero tendrás que hacer algo a cambio para que yo te responda.

Arqueó una ceja.

—Vale. ¿Qué tengo que hacer?

Eché un vistazo al lago y sonreí.

—Reúnete conmigo en esa roca.

—¿Qué? ¡No llevo bañador!

Me quité los zapatos y le dirigí una sonrisa. Pestañeó una vez, y después dos, antes de apresurarse a apartar la mirada.

—¿Y qué? Puedes quitártelo casi todo y…

—Ni en sueños.

Se cruzó de brazos. Era una auténtica pena.

—Ya me lo imaginaba —le contesté—. ¿Te has bañado vestida alguna vez?

Apretó los labios.

—¿Por qué tengo que meterme en el agua para poder preguntarte cosas?

Mi mirada se centró en esa boca durante demasiado tiempo antes de bajar los ojos.

—No lo hago por ti, sino por mí. Me parece lo normal. —Cambié el peso de pierna—. El día que fuimos a nadar…

—¿Sí? —dijo, dando un paso adelante.

Levanté la mirada otra vez y me encontré con la suya. Respiré hondo.

—¿Lo pasaste bien?

—Cuando no te portabas como un memo conmigo, y si dejo aparcado el hecho de que te obligaron a quedar conmigo, sí.

Sonreí y aparté la mirada. A lo mejor alguno de esos días le decía que no me habían obligado a quedar con ella.

—No sé cuánto hacía que no lo pasaba tan bien. Puede que te parezca una tontería, pero…

—No es ninguna tontería. —Su respuesta fue inmediata y sincera. A continuación, me sorprendió enormemente—. Vale, venga, vamos a meternos en el agua un rato.

Me relajé y me reí.

—Hecho.

Mientras yo me quitaba la camiseta, ella hacía lo mismo con las sandalias. Me di cuenta de que me estaba observando a pesar de tener la mirada gacha. Esperé a que cambiara de idea, pero entonces me sonrió y… mierda. Noté una extraña presión en el pecho mientras la observaba caminar hasta el borde del agua y meter los dedos de los pies dentro.

—¡Madre mía, qué fría está! —chilló.

Yo podía hacer algo al respecto.

—Observa.

Le guiñé un ojo y volví a girarme hacia el lago. Dejé atrás mi forma humana, y una luz blanca se extendió desde mi pecho para recorrer toda mi silueta. Salí disparado del suelo, moviéndome con increíble rapidez. Para ella, probablemente no sería más que una bola de fuego. Golpeé el centro del lago. En mi auténtica forma, mi cuerpo irradiaba calor, calentando el lago mientras giraba bajo el agua.

Me acerqué a las rocas y volví a adoptar la forma con la que Kat se sentía más cómoda mientras subía.

—¿Ya estamos con los truquitos marcianos? —preguntó.

El agua se escurría por mi piel mientras me inclinaba sobre el borde de la roca y le hacía un gesto para que se acercara más.

—Venga, que ahora está un poco más calentita.

No pareció creerme cuando metió el pie en el agua. Su cuerpo dio una sacudida y me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Tienes más poderes chulos que confesar? —preguntó mientras nadaba hasta las rocas.

—Puedo volverme invisible.

Cuando llegó hasta las rocas, llevó la mano hasta la mía. La ayudé a subir con facilidad, y cuando pisó el suelo, la solté y me aparté para darle espacio.

Se estremeció mientras se sentaba en la roca, bañada por el sol.

—¿Cómo puedes hacer cosas sin que yo lo vea?

Me recosté sobre los codos y estiré las piernas.

—Estamos hechos de luz. Podemos manipular los espectros que nos rodean y utilizarlos. ¿Cómo puedo explicarlo…? Es como si fracturáramos la luz; ¿lo entiendes?

—La verdad es que no.

—Me has visto transformarme a mi estado natural, ¿verdad? —Cuando asintió con la cabeza, continué hablando—. Vibro hasta que me descompongo en pequeñísimas partículas de luz. Bueno, pues entonces lo que hago es eliminar a mi antojo la luz. Así nos volvemos transparentes.

Se llevó las rodillas al pecho.

—Vaya, qué pasada, Daemon.

Sonreí mientras ponía los brazos por detrás de la cabeza y me recostaba un poco más.

—Sé que tienes más preguntas. Dispara.

Negó lentamente con la cabeza.

—¿Creéis en Dios?

—Parece un tipo bastante guay.

Pestañeó.

—¿Tenéis vuestro propio Dios?

—Recuerdo que teníamos algo parecido a una iglesia, pero nada más. Nuestros mayores no nos hablan de religión —expliqué—. Aunque ahora ya no vemos a ningún mayor, claro.

—¿A qué te refieres con «mayor»?

—A lo mismo a lo que te referirías tú. A una persona mayor. —Me miró arrugando la nariz, y eso me hizo sonreír—. ¿Siguiente pregunta?

—¿Por qué eres tan capullo?

Me reí entre dientes.

—Cada uno tiene un talento especial, ¿no?

—Pues, chico, se te da fenomenal.

Cerré los ojos, agradeciendo el sol que me bañaba.

—No te caigo nada bien, ¿no?

Tardó unos instantes en responder.

—No es eso, Daemon. Es difícil… entenderte.

—Tampoco resulta fácil entenderte a ti —admití, y después decidí continuar con todo el asunto de la honestidad—. Has aceptado lo imposible. Te portas bien con mi hermana y conmigo, aunque haya sido un capullo. Podías haberle contado a todo el mundo lo que sabes de nosotros, pero no lo has hecho. Y cuando me meto contigo no te quedas callada. —Me reí—. Eso me gusta de ti.

—¿Te caigo bien?

—Siguiente pregunta —dije con suavidad. Kat se acercó un poco más a mí.

—¿Está permitido que salgáis con humanos?

Me encogí de hombros mientras la miraba.

—«Permitir» es una palabra demasiado fuerte, quizá. ¿Es algo que pasa? Sí. ¿Es aconsejable? No. Podemos salir con humanos pero… ¿para qué? Si tenemos que esconder nuestra verdadera identidad, una relación no puede durar mucho.

Pareció estar considerando mis palabras.

—¿Sois como nosotros en determinados… ejem, aspectos?

Me senté, arqueando una ceja.

—¿A qué te refieres?

Sus mejillas se ruborizaron bajo la luz del sol.

—Al sexo, quiero decir… Con eso de que brilláis y tal… No sé cómo debe de funcionar la cosa.

¿Al sexo?

¿De verdad me estaba preguntando si podíamos tener sexo?

La pregunta hizo que me entraran ganas de reír. También hizo que me entraran ganas de hacer otras cosas relacionadas con lo que Kat estaba pensando, y el hecho de que mi cuerpo reaccionara físicamente de ese modo con tanta rapidez resultaba un tanto desconcertante.

También era interesante.

Y además, yo era un idiota.

Mis labios se curvaron en una media sonrisa y, antes de que pudiera pensar realmente en lo que estaba haciendo, me moví y la puse boca arriba antes de que tuviera ocasión de pestañear. Tomó aire con suavidad, y yo me quedé suspendido sobre ella, con el pelo húmedo cayendo hacia abajo mientras sostenía mi peso con las manos. Una gota de agua cayó sobre su mejilla, pero Kat ni siquiera se dio cuenta.

—¿Me estás preguntando si me atraen las humanas? —Descendí, y nuestros cuerpos se encontraron en todas las zonas importantes. Con la ropa mojada, parecía que apenas hubiera nada entre nuestra piel. Era increíblemente suave por debajo de mí, y podía sentir su respiración entrecortada. Estábamos tan cerca que vi cómo se dilataban sus pupilas. Moví las caderas ligeramente y la noté jadear en cada parte de mi cuerpo—. ¿O si eres tú la que me atrae?

Nuestros ojos se encontraron y se quedaron fijos los unos en los otros. El silencio se extendió entre nosotros, y supe que ya tenía su respuesta.

Y también supe que tenía que quitarme de encima de ella antes de que hiciera una auténtica gilipollez.

Con más esfuerzo del que debería, me aparté de ella. Cuando hablé, el cambio en mi voz resultó inconfundible.

—Siguiente pregunta.

Kat no se sentó.

—Podías haberte limitado a explicármelo, ¿sabes? —Giró la cabeza hacia mí—. No hacía falta que lo llevaras a la práctica.

Eso era cierto.

—Si te lo explico pierde la gracia. —Giré la cabeza yo también hacia ella—. ¿Siguiente pregunta, gatita?

—¿Por qué me llamas así?

—Porque me recuerdas a una gatita peludita que maúlla mucho pero no araña.

Sus labios se crisparon.

—Ya; bueno, eso no tiene ningún sentido. —Me encogí de hombros, y transcurrió un momento—. ¿Crees que hay más Arum por aquí?

Aquella era una pregunta complicada. Eché la cabeza hacia atrás, y la examiné para tratar de descubrir lo sincero que quería que fuera.

—Siempre están cerca.

—¿Y os buscan? —preguntó en voz baja.

Elevé la mirada hasta el cielo.

—Es lo único que les importa. Sin nuestros poderes son como los humanos, solo que malignos e inmorales. Lo único que quieren es destruirlo todo.

—¿Has… luchado contra muchos de ellos?

—Sí. —Me puse de costado, cara a cara con ella—. No sé a cuántos he matado. He perdido la cuenta. Y teniendo en cuenta lo mucho que brillas ahora mismo, vendrán más.

Levantó momentáneamente la mirada.

—Entonces, ¿por qué no dejaste que el camión me atropellara?

—¿De verdad quieres saberlo? —pregunté, apretando la mandíbula.

—Sí —aseguró.

—¿Me servirá para hacer méritos? —pregunté con voz suave.

Su pecho se elevó cuando respiró profundamente, y a continuación levantó la mano. Me apartó el mechón de pelo que me había caído sobre la frente. Sus dedos me rozaron la piel, y me quedé inmóvil mientras cerraba brevemente los ojos. Era un tacto muy suave e inocente, pero me golpeó con fuerza.

—Depende de cómo respondas a la pregunta —dijo.

Cuando abrí los ojos, sus rasgos estaban teñidos de blanco. Apartó la mano, exhalando con suavidad. Me puse sobre la espalda con el brazo contra el suyo.

—¿Siguiente pregunta?

Kat unió las manos por encima del estómago y no se apartó.

—¿Por qué vuestros poderes dejan rastro?

Ese era un terreno mucho más seguro.

—Los humanos sois para nosotros como esas camisetas que brillan en la oscuridad. Cuando usamos nuestros poderes cerca de vosotros, no podéis evitar absorber nuestra luz. Ese brillo acaba desapareciendo, pero, cuanta más energía utilicemos, más evidente será el rastro. Cuando Dee difumina el brazo sin querer, por ejemplo, el rastro que deja es apenas perceptible. En cambio, el incidente del camión y el del oso sí dejaron un rastro muy visible. Curar a alguien, por ejemplo, es una acción que requiere mucha energía, y en ese caso el rastro dura mucho más a pesar de verse muy poco.

»Tendría que haber tenido más cuidado contigo —continué diciendo—. Asusté al oso, por ejemplo, con una explosión de luz, que es como un rayo láser. Y dejó un rastro en ti tan perceptible que hizo que los Arum te encontraran muy fácilmente.

—¿Estás hablando de la noche en que me atacaron? —dijo con voz ronca.

—Sí. —Me froté la cara con la mano—. Los Arum no aparecen mucho por aquí, porque no creen que en esta zona haya ningún Luxen. El cuarzo beta de las rocas actúa de pantalla y oculta nuestra energía. Por eso muchos hemos acabado aquí. Pero entonces uno de los Arum merodeaba por la zona. Debió de ver tu rastro y por eso supo que estábamos cerca. Todo fue culpa mía.

—No es culpa tuya. Tú no me atacaste.

—Pero prácticamente lo conduje a ti —señalé.

Empalideció mientras mis palabras calaban, y la mirada se le llenó de miedo. Era algo que odiaba y, al igual que antes, me preocupó pensar cuánta información podría soportar.

—¿Dónde está? —preguntó—. ¿Sigue por aquí? ¿Va a volver? ¿Qué…?

Estiré el brazo entre nosotros, le encontré la mano y se la apreté con suavidad.

—Cálmate, gatita. Te va a dar un infarto.

Sus labios se separaron ligeramente.

—No me va a dar ningún infarto.

—¿Seguro?

Su mano era cálida y pequeña dentro de la mía.

—Sí.

Puso los ojos en blanco otra vez.

—Ese tipo no va a molestarnos más —expliqué.

Giró la cabeza un poco más hacia mí.

—¿Lo… mataste?

—Sí, más o menos.

No estaba tratando de asustarla, pero tenía que saber que mataría a cualquiera que amenazara a mi familia… y ahora, a ella.

—¿Cómo que «más o menos»? Que yo sepa, no puedes matar «más o menos» a alguien.

—Vale, sí; lo maté. —Contuvo el aliento, sobresaltada—. Somos enemigos, gatita. Si no lo hubiera matado, él nos habría matado a mí y a mi familia, después de haberme quitado los poderes. Y no solo eso; habría traído aquí a más de los suyos. Y todos habríamos estado en peligro; incluso tú.

—¿Y qué hay del camión? Ahora brillo mucho más —dijo—. ¿Vendrán más?

Cuando había un Arum, normalmente había otros tres. Quizá tuviéramos suerte en aquella ocasión.

—Esperemos que no haya ninguno cerca. El rastro se te acabará yendo y no tendrás de qué preocuparte.

—¿Y si no es así?

—Entonces mataré a los que vengan —dije, y esa era la verdad—. Vas a tener que estar cerca de mí un tiempo, hasta que desaparezca el rastro.

—Algo así me dijo Dee. —Se mordió el labio—. ¿Ya no quieres entonces que me aleje de vosotros?

—Qué más da lo que yo quiera. —Eché un vistazo a nuestras manos. Entonces me di cuenta de que había estado recorriéndole las líneas de la mano. Ni me había dado cuenta—. Si por mí fuera, estarías bien lejos de nosotros.

Kat liberó la mano.

—No hace falta que seas tan sincero, ¿sabes?

—No lo entiendes —dije. Estaba decidido a hacer que comprendiera el peligro en el que nos había metido por no haber permanecido alejada de nosotros desde el principio. No quería ser cruel, pero tenía que comprender qué era lo que estaba en juego—. Ahora mismo, puedes guiar a un Arum hasta mi hermana. Y yo tengo que protegerla: es todo lo que tengo. Además, debo proteger también a los demás; soy el más fuerte y es mi obligación. Mientras tengas ese rastro, no quiero que estés cerca de Dee si yo no estoy contigo.

Se sentó y se giró hacia la orilla.

—Creo que es hora de volver a casa.

Joder, no lo estaba comprendiendo en absoluto. Comenzó a levantarse, pero le sujeté el brazo. Su piel se calentó de inmediato bajo mi palma.

—Por el momento, no puedes andar sola por ahí. Tengo que estar contigo hasta que el rastro desaparezca.

—No necesito que me hagas de niñera. —Su mandíbula sobresalía tozudamente—. Me alejaré de Dee hasta que desaparezca el rastro.

—No lo entiendes. —Dios, me entraron ganas de zarandearla—. Si un Arum te atrapa, no te matará. El que te encontró en la biblioteca estaba jugando contigo. Quería torturarte hasta que suplicaras por tu vida y entonces obligarte a que lo llevaras hasta nosotros.

—Daemon…

—No tienes opción. Ahora mismo, eres un gran riesgo para nosotros y un peligro para mi hermana. No permitiré que le pase nada malo.

La furia le ruborizó la cara.

—Y cuando el rastro haya desaparecido, ¿qué? ¿Qué pasa entonces?

—Preferiría que no estuvieras en contacto con nosotros, pero dudo bastante que eso vaya a suceder. Además, mi hermana te tiene mucho aprecio. —Le solté el brazo y me recliné hacia atrás, enormemente frustrado—. Mientras no acabes con otro rastro, no tengo ningún impedimento para que seáis amigas.

Sus manos se cerraron en puños.

—Pues muchas gracias por tu consentimiento.

Forcé una sonrisa. ¿Cómo de claro necesitaba que se lo dejara? Estaba en peligro, y además suponía un riesgo para nosotros. Aquello… aquello no era nada personal.

—Ya he perdido a un hermano por culpa de sus sentimientos hacia un humano. Y no pienso permitir que eso vuelva a sucederme.

—Hablas de tu hermano y de Bethany, ¿verdad? —dijo.

—Mi hermano se enamoró de una humana… y ahora los dos están muertos.

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