Oblivion

Oblivion


Capítulo 7

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CAPÍTULO 7

Kat parecía increíblemente pequeña y delicada entre mis brazos, y su peso era muy ligero cuando la apreté con fuerza. Por alguna razón extraña, su cabeza encajaba a la perfección contra mi hombro, como si la hubiera situado ahí y se hubiera quedado dormida, en lugar de desmayarse.

No podía creer que la hubiera dejado inconsciente sin darme cuenta. De una forma retorcida, era una bendición camuflada. Lo más probable era que no tuviera que pensar en ninguna excusa lamentable para explicar por qué había parecido que había lanzado un rayo de los dedos para asustar a un oso.

En el cielo, unas nubes oscuras se arremolinaban. Se estaba formando una tormenta; una consecuencia común cuando había demasiado poder concentrado. Tenía algo que ver con los campos eléctricos que afectaban al tiempo y bla, bla, bla.

Pero incluso aunque Kat se despertara y creyera que la tormenta que se aproximaba tenía algo que ver con que el oso se asustara, le había dejado un rastro. Y aquello era el equivalente a colgarle una diana a la espalda, sobre todo cuando tal vez hubiera Arum cerca.

Mierda.

Ahí estaba yo, quejándome con Dee por lo peligroso que era que se acercara a Kat, y había sido yo quien la había convencido para que fuera a dar un paseo porque estaba aburrido, quien nos había puesto a todos en peligro.

El rastro debería desvanecerse en un par de días. Mientras permaneciera en casa y nadie más que Dee la viera, no debería haber ningún problema.

Solté una risa seca, casi con amargura. ¿Que no iba a ser un problema? Dee me echaría una bronca de cuidado.

Volví por el sendero y me obligué a mantener la mirada clavada delante de mí y no en lo que llevaba en brazos, concentrándome en el paisaje. Árboles… muchos árboles y hojas de arce, agujas de pino, algunos arbustos… Pájaros que saltaban de una rama a otra, sacudiendo las plumas. Una ardilla subió contoneándose por el tronco de un árbol.

Bajé la mirada.

Unas espesas pestañas acariciaban sus mejillas, más pálidas de lo normal. Me dio la impresión de que parecía Blancanieves o algo así. Dios santo, qué cosa más cutre. ¿Blancanieves? ¿En serio? Pero tenía los labios ligeramente entreabiertos, y eran rosados incluso sin necesidad de maquillaje.

Sonó un trueno, y el aroma de la lluvia me invadió. Comprobé que siguiera inconsciente como una buena gatita, y después aceleré el ritmo y recorrí el sendero a toda velocidad. A pesar de lo rápido que me movía, la tormenta era impredecible, y entonces los cielos se abrieron y nos empaparon por completo. Y aun así, ella siguió durmiendo.

Me recordaba a Dawson. Ni una bomba atómica hubiera sido capaz de despertar a mi hermano.

Tras llegar a los escalones del coche, ralenticé el ritmo y sacudí la cabeza, de modo que unas gotitas de lluvia salieron volando en todas direcciones. Me detuve junto a su puerta y fruncí el ceño. ¿La habría cerrado con llave antes de marcharse? Maldita sea, no me acordaba. Si era así, probablemente tuviera la llave en el bolsillo, pero eso significaría meterle la mano para buscarla. ¿Cómo si no iba a explicar que había abierto la puerta?

Bajé la mirada y recorrí sus piernas con ella. Eran unas piernas increíblemente largas para alguien tan bajita… y aquellos pantalones cortos eran muy cortos. Y los bolsillos también eran muy pequeños.

No, no pensaba tratar de encontrar la llave.

Iba siendo hora de dejarle el culo en el columpio y largarme de ahí a toda hostia.

Con un suspiro, fui hasta el columpio y comencé a bajarla, pero ella se aferró más a mí. Me quedé paralizado, preguntándome si estaría despierta. Me apresuré a comprobarlo y vi que no era así. Volví a tratar de dejarla abajo, pero entonces me detuve. ¿Qué pensaría si se despertaba allí sola?

¿Por qué me importaba?

—Maldita sea —murmuré.

Busqué en el porche frenéticamente, como si contuviera las respuestas, y finalmente puse los ojos en blanco y me senté, dejándola junto a mí. Tenía sentido que me quedara. Razoné que tenía que saber si me había visto lanzar un rayo por la mano. Mantuve mi brazo a su alrededor, porque viendo mi suerte lo más probable era que se resbalara del columpio y se abriera la cabeza. Entonces Dee sí que me mataría.

Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos. ¿Por qué había ido a su casa ese día? ¿De verdad era solo por aburrimiento? Si ese fuera el caso, podría haber visto los episodios de Ghost Investigators que tenía grabados. En realidad, no me había planteado lo que estaba haciendo hasta que llamé a su puerta, y ya era demasiado tarde para pensármelo.

Era un idiota.

Kat murmuró algo y se acercó un poco más a mí, presionando la mejilla contra mi pecho. Estaba amoldada al lado derecho completo de mi cuerpo; muslo con muslo. Su mano se curvaba bajo mi cadera, y comencé a contar hacia atrás desde cien. Cuando llegué al setenta, me di cuenta de que estaba mirándole los labios.

De verdad que tenía que dejar de mirárselos.

Frunció el ceño, y sus párpados se movieron como si estuviera teniendo un mal sueño. Una ridícula parte de mí respondió a eso, a la insignificante angustia que contraía sus facciones y tensaba su cuerpo. Comencé a mover el pulgar en la parte inferior de su espalda, trazando círculos perezosos. Pasaron los segundos, y entonces se tranquilizó y su respiración se volvió profunda y constante.

¿Cuánto tiempo permanecería dormida? A una parte de mí no le molestaba la perspectiva de quedarme sentado allí durante horas. Había algo tranquilizador en el hecho de abrazarla, pero también era todo lo contrario, porque cada centímetro de mi cuerpo era consciente de cómo encajaba en mi costado, de dónde estaba su mano, de cómo subía y bajaba su pecho.

Aquello era pacífico, pero también una tortura.

Algún tiempo después, tras lo que me pareció a la vez una eternidad y un tiempo nada suficiente en absoluto, Kat se despertó. Fue un proceso lento que comenzó con sus músculos tensándose, relajándose y después tensándose otra vez al darse cuenta de dónde estaba… de encima de quién estaba tumbada.

Detuve la mano, pero no la aparté. No iba a caerse de cara, pero… pero… Simplemente no lo hice, y eso no me parecía nada bien. Apreté la mandíbula.

Kat levantó la cabeza.

—¿Qué…? ¿Qué ha pasado?

Ah, pues ya sabes, he lanzado un rayo de pura energía a un oso y tú te has derrumbado como una delicada flor a mis pies. A continuación te he traído como un verdadero caballero y me he sentado aquí durante Dios sabe cuánto tiempo, y me he quedado mirándote.

No, no podía decirle eso.

Liberé mi brazo.

—Has perdido el conocimiento.

—¿De verdad? —Se alejó un poco y se apartó una masa de pelo de la cara. Fue entonces cuando me di cuenta de que en algún momento se le había soltado el pelo. Bajé brevemente la mirada. Como esperaba, su pelo era largo y espeso, y le caía por encima de los hombros.

—Supongo que el oso te asustó —le dije—. Tuve que cargar contigo a la vuelta.

—¿Durante todo el camino? —Parecía decepcionada, lo cual hizo que me entrara curiosidad—. ¿Qué pasó con el oso?

—Se asustó por la tormenta. Me parece que por los rayos. ¿Cómo estás?

Un rayo iluminó el porche, sobresaltándola.

—¿El oso se asustó por una tormenta?

—Eso parece.

—Pues qué suerte hemos tenido. —Bajó la mirada, frunciendo el ceño, y cuando levantó las pestañas tuve que obligarme a seguir respirando con normalidad. Había algo en aquellos ojos grises, un resplandor que me absorbía por completo—. Aquí llueve como en Florida.

Le di un golpecito en la rodilla con la mía.

—Creo que estás condenada a estar conmigo un rato más.

La verdad es que era una excusa muy estúpida para no marcharme. Necesitaba algo mejor. No…; lo que necesitaba hacer era marcharme. Levantarme y marcharme. Pero entonces volvió a hablar.

—Seguro que parezco un gato remojado.

Casi preferiría el gato remojado.

—Estás bien. La lluvia te favorece.

Frunció el ceño.

—Ya me estás mintiendo otra vez.

Era muchas cosas, pero hasta hacía poco, ser un mentiroso no era una de ellas. Y al parecer yo era tan impredecible como el tiempo, tanto que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo hasta que me moví y le puse los dedos alrededor de la barbilla, inclinando la cabeza hacia la mía.

—No te miento; te lo digo en serio —dije, y esa era la verdad.

Kat pestañeó con lentitud, y mi mirada volvió a bajar hasta sus labios. De verdad, de verdad que necesitaba dejar de mirárselos. Se me tensaron los músculos al pensar en saborearlos. Probablemente me daría una buena hostia en la cara y después me atacaría con esa lengua afilada que tenía. Y eso me hizo sonreír.

Me incliné hacia delante.

—Creo que ya lo entiendo.

—¿Entender el qué? —susurró.

Mi reticente fascinación hacia ella; ya lo entendía. No me aguantaba mis gilipolleces. Estaba rodeado de gente que me miraba como si esperara que tuviera todas las respuestas, que los protegiera, que nunca mostrara miedo. Así que me había creado una gran fachada y me pavoneaba por ahí como si nada me asustara. A veces resultaba agotador. Pero Kat era capaz de ver a través de todas mis tonterías y mantenerme honesto. Y eso me gustaba… mucho.

Un rubor rosado le tiñó las mejillas. Acaricié el color con el pulgar.

—Me gusta ver cómo te sonrojas.

Tomó un corto aliento, y eso me volvió completamente loco. Presioné la cabeza contra la suya y me dejé llevar hasta el límite. Aquello era una locura, pero olía a melocotones, y su piel era suave, y sus labios parecían todavía más suaves.

Estaba atrapado en una red de la que no había escapatoria posible. Una red manejada por Kat… Y estaba seguro de que no tenía ni idea de que la había tejido. Tenía una belleza ingenua, y había visto muchas cosas en mis dieciocho años de vida como para saber que eso era una rareza. Algo que admirar.

Volvió a caer un rayo, pero esta vez Kat no se sobresaltó por el sonido del trueno. Estaba concentrada de una forma que me complacía, que me hacía perder el control y me provocaba con lo que jamás podría tener. Algo que no debería desear siquiera, pero lo deseaba… Dios, y tanto que lo deseaba. Y si continuábamos así, las cosas iban a ponerse feas. Yo ya sabía lo que pasaba cuando los Luxen y los humanos nos mezclábamos. Tenía demasiadas responsabilidades como para estar haciendo el tonto con ella. Estaban pasando demasiadas cosas…

Pero seguía deseándola.

Mis dedos recorrieron la curva de su mejilla, e incliné la cabeza. Después me arrepentiría… joder, y tanto que me arrepentiría; pero no iba a parar. Nuestros labios se encontraban tan solo a un aliento de distancia…

—¡Hola, chicos! —exclamó Dee.

Me aparté rápidamente, deslizándome con un movimiento fluido y poniendo distancia entre nosotros en el columpio mientras Kat se volvía de un intenso tono de rojo. Había estado tan absorbido con ella que no había oído el coche de mi hermana, ni me había dado cuenta de que la tormenta había pasado y el sol había vuelto a salir, brillando y todo.

Genial.

Dee subió los escalones, y su sonrisa se desvaneció mientras sus ojos nos miraban alternativamente y después se entrecerraban. Sin duda estaba viendo el débil rastro alrededor de Kat, y estaría preguntándose cómo demonios había sucedido eso. Entonces pareció concentrarse en lo que acababa de interrumpir.

Se quedó boquiabierta.

No había muchas ocasiones de sorprenderla… de ese modo. Sonreí.

—Hola, hermanita. ¿Qué tal?

—Bien —respondió—. ¿Qué estabais haciendo?

—Nada —repliqué yo, y me bajé de un salto del columpio. Eché un vistazo a Kat, que estaba en silencio y con aspecto aturdido. Sus ojos grises seguían estando neblinosos y muy abiertos. Joder, era preciosa. Mierda. Tenía que atajar aquel asunto sin esperar más, antes de que sucediera algo peor que un rastro. Le devolví la mirada a Dee—. Haciendo méritos.

Kat se puso completamente recta. Sus ojos destellaron y las manos se le cerraron sobre el regazo mientras mis palabras calaban.

Ah, ahí estaba… Ahí estaba saliendo la gatita, afilándose las garras. La criatura cálida y mimosa desapareció en un instante. Y era yo quien lo había hecho. La había devuelto de golpe a la tierra, a la realidad. Había sido solo yo.

No me sentía orgulloso de ello, pero al menos de este modo viviría. Todos viviríamos.

Me giré hacia los escalones y la dejé con mi hermana, que me miraba con expresión confusa. Me sentía como el mayor gilipollas del planeta.

Joder. El mayor gilipollas del universo.

* * *

El sol se había puesto ya cuando la puerta de mi habitación se abrió de golpe y Dee entró como un tornado, con el pelo oscuro detrás de ella y los ojos brillando de emoción.

—¿Qué demonios he interrumpido? —exigió saber.

Cerré la tapa de mi Mac antes de que pudiera ver lo que estaba mirando.

—Has vuelto pronto de la colonia.

Fue bailoteando hasta la cama y se puso de puntillas.

—No es que sea nada importante, pero, si quieres saberlo, creo que Ethan se estaba cabreando mucho conmigo y decidió dejar que me marchara.

Hizo una pausa y me dirigió una sonrisa traviesa.

—Además, van a hacer una especie de cena de celebración para las mujeres que se casarán el martes por la noche, y les he dicho que volvería… con Ash.

Levanté las cejas.

—Eh… ¿y ella lo sabe?

—Sí. Y está muy cabreada conmigo, pero no puede decir que no. Pero ¡eso no es lo que importa! —Dio una palmada y se balanceó de atrás hacia delante—. ¿Qué estabas haciendo en el porche con Katy?

Dejé el Mac sobre la mesilla de noche.

—Estaba sentado con ella.

Dee entrecerró los ojos.

—Sí, eso ya lo sé, pero no era eso lo único que estabais haciendo. No juegues conmigo.

¿Le habría dicho Kat algo más? La necesidad de responder me quemaba en la punta de la lengua, pero me di un puñetazo mental en la cara. No iba a entrar ahí.

—No estoy jugando contigo, hermanita.

—¡Paparruchas!

—¿Paparruchas? —repetí con lentitud, y después me reí—. ¿Es que eres del siglo pasado?

Levantó la mano y me mostró el dedo corazón.

—Parecía como si estuvieras a punto de besarla.

Un músculo se tensó en mi mandíbula mientras me reclinaba contra el cabecero de la cama y cruzaba los brazos por detrás de la cabeza.

—Creo que estás proyectando lo que deseas o algo parecido.

—Aunque pienso que Katy está muy buena, no quiero enrollarme con ella.

Me guiñó un ojo.

—Me alegra oírlo —murmuré.

—Uf, ¿¡por qué no puedes admitir que estabais a punto de hacer algo y ya está!? —Se tiró sobre la cama e hizo que temblara toda la estructura. La chica parecía pequeña, pero era como un maldito tren—. Estabas a punto de besarla. Tenías la mano sobre su barbilla.

Cerré los ojos y decidí que lo último que necesitaba era una descripción punto por punto de lo cerca que había estado del desastre absoluto.

—Por no mencionar que te inventaste una excusa cutre sobre las llaves y hacer méritos.

—Lo de hacer méritos no era mentira. Siempre me obligabas a hacerlo —le recordé.

Ella me dio un puñetazo en la pierna, provocándome un gruñido.

—Sí, cuando tenía como cinco años. —Mis labios se crisparon—. Entonces, ¿por qué te inventaste una excusa para quedar con ella? —insistió.

Solté un suspiro.

—Como te dije en el mensaje, no me he portado demasiado bien con ella, y necesitaba una excusa. De lo contrario, me habría dicho que no.

La última parte, desde luego, no era mentira. Si no la hubiera chantajeado para que fuera al lago conmigo, habría dicho que no. Pero la última vez en realidad no había tenido que inventarme nada. Interesante.

—Pero ¿por qué…?

—Dee. —Solté un gruñido y cuando abrí los ojos vi a mi hermana tumbada boca abajo, con la barbilla sobre las manos. Me estaba sonriendo—. ¿No deberías estar centrándote en algo un poco más importante?

Pestañeó.

—Creo que me estoy centrando en algo superimportante.

Resistí la necesidad de tirarla de la cama.

—No puedes decirme que no te has fijado en el rastro que tiene.

—¡Ah! Sí, eso. —Se tamborileó la mejilla con las uñas de un azul pálido—. ¿Cómo ha sucedido?

Durante un momento, lo único que pude hacer fue mirarla fijamente. Era evidente que no estaba demasiado preocupada, lo cual me hacía temer por su bienestar.

—Fuimos a dar un paseo…

—¡Qué romántico! —canturreó.

Las comisuras de mis labios se giraron hacia abajo.

—No fue romántico.

—Yo creo que sí —continuó felizmente—. Cuando Adam y yo vamos a dar un paseo siempre acabamos…

—Si quieres que Adam siga con vida, te sugiero que no termines esa frase.

Puso los ojos en blanco.

—Entonces, fuisteis a dar un paseo totalmente nada romántico, ¿y después…?

Iba a tirarla de la cama.

—Y después nos encontramos con un oso. Trató de atacarnos, así que tenía que hacer algo. No me parecía que te hiciera mucha gracia si dejaba que un oso la destrozara por completo.

—Jo, ¿tú crees?

Formé con la boca una frase no muy educada que empezaba por «que te» y terminaba por una palabra de seis letras.

Soltó una risita.

—¿Y cómo se lo explicaste?

—Bueno, la energía básicamente la dejó inconsciente, así que le eché la culpa a la tormenta… dije que fue un rayo. —Solté aire sonoramente—. He tenido suerte.

—Es Katy quien ha tenido suerte.

La miré rápidamente.

—¿Qué quieres decir?

Dee se movió fluidamente y se sentó con las piernas cruzadas en menos de un segundo.

—Que estuviste ahí para salvarla.

Parecía demasiado evidente señalar el hecho de que no habría necesitado que la protegiera si yo no la hubiera arrastrado hasta el bosque, para empezar.

—¿Puedo preguntarte una cosa?

Me clavó sus mortales dedos en la rodilla. Yo arqueé una ceja.

—¿Realmente tengo algo que decir al respecto?

—No. —Me dirigió una rápida sonrisa—. ¿Te… te gusta Katy?

Todas las partes de mi cuerpo se tensaron. Mi hermana esperó mientras un centenar de respuestas diferentes me recorrían la cabeza. ¿Que si me gustaba? Joder, ¿qué clase de pregunta era esa? Bajé los brazos y me senté enderezándome un poco y sacando una pierna de la cama.

—¿Daemon?

No miré a mi hermana mientras me ponía en pie.

—No.

—¿Qué? —susurró.

—Ya me has oído. —Me froté la mandíbula con la palma de la mano, y suspiré mientras caminaba hasta la cómoda para agarrar el mando—. Mira, estoy seguro de que es una chica genial y muy buena amiga, y de que si no fuera… humana sería increíble de verdad, pero no, no me gusta. —Dee se quedó en silencio mientras regresaba a la cama, y no levantó la mirada cuando volví a sentarme. Tenía los labios fruncidos, y ahora me sentía como una mierda—. ¿Quieres ver una película?

—Claro. —Me dirigió una sonrisa, pero esta no le llegó a los ojos, y deseé no haberla mirado siquiera—. ¿Al menos crees que estará a salvo? ¿Con el rastro?

—Sí. Yo me encargo. —Volvía a notar esa presión sobre los hombros, así que encendí la tele—. Con tal de que permanezca quieta el próximo par de días, estará bien.

Dee se movió hasta quedar sentada contra el cabecero de la cama, hombro con hombro conmigo. Tras un momento, se llevó las rodillas al pecho y se rodeó las piernas con los brazos. Comencé a mirar las películas que había de alquiler, y ella suspiró malhumorada.

Abrí la boca y después la cerré. Pasó un momento más y bajé el mando.

—Te he mentido.

Se giró hacia mí.

—¿Sobre qué?

—La primera pregunta que me has hecho. —No la miré mientras sacudía la cabeza, mirando fijamente la lista de películas en la pantalla—. Te he mentido, solo un poquito.

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