Oblivion

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Capítulo 12

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CAPÍTULO 12

El primer día de clases no me resultó muy emocionante, pero para Dee tenía una gran importancia. Era el primer día de nuestro último año en el Instituto de Petersburgo, o al menos eso fue lo que me gritó cuando mi alarma sonó por tercera vez, y teníamos cuarenta minutos para prepararnos, comer algo y llegar a clase.

Para mí, era una estupidez comenzar las clases un jueves, tener dos días de clase y después el fin de semana libre. ¿Por qué no empezaban el martes y ya está?

Apenas logré llegar a tiempo, pero por suerte encontré unos vaqueros y una camiseta que estaban limpios. Joder, me alegró encontrar un cuaderno en la parte de atrás de mi coche.

El Instituto de Petersburgo era pequeño en comparación con la mayoría. Solo tenía un par de plantas, así que era muy fácil ir de una clase a la siguiente. Entre la hora de bienvenida y la primera clase, me pregunté cómo le estaría yendo a Kat. Ser la nueva tenía que ser un asco, sobre todo cuando te mudabas a un pueblo tan pequeño que todos los alumnos habían crecido juntos. Los chicos de la zona eran amigos desde que iban en pañales.

Cuando entré en clase de Trigonometría distinguí a Kat cerca de la parte posterior del aula. Vi un par de asientos libres al otro lado de la clase, y supe que allí era a donde debía ir.

En lugar de eso, me cambié de mano el cuaderno y bajé directamente por el pasillo donde estaba ella. Mantuvo los ojos fijos en las manos, pero yo sabía que se había dado cuenta de que me encontraba ahí. El tenue rubor de la parte superior de sus pómulos la delataba.

Recordé cómo se había quedado sin aliento la otra noche, en el porche, y sonreí.

Pero entonces mi mirada cayó en la incómoda escayola que le cubría el brazo esbelto, y mi sonrisa se desvaneció. Una fuerte rabia me atravesó al recordar lo cerca que había estado de convertirse en el juguete del Arum. Apreté los dientes mientras pasaba a su lado y me dejaba caer en el asiento que había tras ella.

Me invadieron las imágenes del aspecto que tenía después del ataque del Arum: agitada, aterrorizada, y muy pequeña dentro de mi camiseta mientras esperábamos a que los inútiles policías aparecieran. Si acaso, aquello debería haber servido como recordatorio para que levantara el culo y me cambiara de asiento.

Saqué un bolígrafo de la espiral de mi cuaderno y se lo clavé en la espalda.

Kat miró por encima del hombro, mordiéndose el labio.

—¿Cómo tienes el brazo, gatita? —pregunté.

Sus facciones se contrajeron, y entonces levantó las pestañas y sus ojos claros se encontraron con los míos.

—Bien —dijo mientras jugueteaba con su pelo—. Mañana me quitan la tablilla, creo.

Di unos golpecitos con el bolígrafo en el borde del pupitre.

—Entonces seguro que la cosa cambia.

—¿El qué cambia? —preguntó con tono cauteloso.

Utilicé el bolígrafo para hacer un gesto hacia el rastro que la rodeaba.

—Eso que llevas puesto.

Entrecerró los ojos, sabiendo que no podía ver lo que yo veía. Podría haberlo aclarado, haberme inventado algo, pero era demasiado divertido sacarla de sus casillas. Cuando parecía estar a punto de golpearme la cabeza con la tablilla, no pude contenerme.

Me incliné hacia delante y observé sus ojos llameantes.

—Lo único que digo es que cuando te quiten la tablilla y el cabestrillo la gente te mirará menos.

Apretó los labios con incredulidad, pero no apartó la mirada. Al contrario; me sostuvo la mía sin amedrentarse, sin amedrentarse en ningún momento. A regañadientes, el respeto continuó creciendo dentro de mí, pero por debajo de eso algo más se estaba desarrollando. Estaba a dos segundos de besar esa expresión cabreada de su rostro. Me pregunté lo que haría ella. ¿Me pegaría? ¿Me devolvería el beso?

Apostaría a que lo más probable era que me pegara.

Billy Crump soltó un silbido bajo desde algún lugar cercano a nosotros.

—Ash va a darte una buena paliza, Daemon.

Kat entrecerró los ojos con lo que se parecía mucho a los celos. Sonreí al recordar lo que había preguntado sobre Ash y yo. Tal vez tuviera que cambiar mi apuesta.

—No, le gusto demasiado.

Billy se rio. Empujé el pupitre y me incliné hacia delante un poco más, poniendo nuestras bocas en el mismo espacio para respirar.

—¿Sabes una cosa?

—¿Qué? —murmuró, bajando la mirada hasta mi boca.

—Que he entrado en tu blog.

Sus ojos volvieron rápidamente a los míos. Durante un segundo se abrieron mucho a causa de la sorpresa, pero enseguida logró suavizar su expresión.

—Ya estás acosándome otra vez, ¿no? ¿Tengo que llamar a la poli para que te ponga una orden de alejamiento?

—Ni en sueños, gatita. —Sonreí—. Ah, espera, que ya salgo en ellos, ¿verdad?

Puso los ojos en blanco.

—Más bien apareces en mis pesadillas, Daemon.

Sonreí, y sus labios se crisparon. Joder, si no la conociera mejor pensaría que a ella también le gustaban nuestras pequeñas peleas. A lo mejor era tan retorcida como yo. El profesor comenzó a pasar lista y Kat se dio la vuelta. Me recliné en la silla, riendo con suavidad.

Varios alumnos seguían observándonos, lo cual hizo que recobrara un poco el buen juicio. Aunque no es que estuviera haciendo nada malo. Provocarla no iba a atraer a los Arum hacia nosotros, ni las pondría en peligro a ella o a mi hermana. Cuando sonó la campana, Kat salió corriendo de la clase como si le preocupara pillar algo. Dos chicas fueron justo detrás de ella. Se llamaban Lea y Cassie, o algo parecido. Sacudí la cabeza, tomé mi cuaderno y me dirigí hacia fuera, entre la marea de estudiantes.

Durante el cambio de clases una hora más tarde me encontré con Adam, que comenzó a caminar junto a mí.

—Hay rumores.

Arqueé una ceja. Mierda. Qué mal sonaba eso.

—¿Rumores sobre qué? ¿Sobre cómo conduce la gente los camiones? ¿Sobre que tumbar vacas es un pasatiempo de verdad? ¿O sobre que mi hermana nunca va a liarse en serio contigo?

Adam suspiró.

—Rumores sobre Katy, listillo.

Controlando mi expresión, miré directamente hacia delante mientras recorríamos los pasillos abarrotados. Los dos éramos una buena cabeza o así más altos que la mayoría. Éramos como gigantes en la tierra de los humanos.

—Billy Crump está en tu…

—¿Clase de Trigonometría? Sí, ya lo sé.

—En clase de Historia ha dicho que estabas ligando con la chica nueva —explicó Adam pasando de largo junto a un grupo de chicas que nos miraban fijamente sin disimular—. Ash lo ha oído. —Con cada segundo que pasaba, mi cabreo se volvía cada vez mayor—. Sé que Ash y tú ya no estáis saliendo.

—Sip.

Apreté los dientes.

—Pero ya sabes cómo se pone —continuó él con rapidez—. Será mejor que tengas cuidado con tu querida humana…

Me detuve en mitad del pasillo, a punto de lanzarlo a través de una pared. Los chicos se arremolinaban a nuestro alrededor, y cuando hablé fue poco más que un susurro.

—No es mi querida humana.

La mirada de Adam era resuelta.

—Pues vale. Lo que tú digas. A mí me da igual si te la llevas al vestuario y te la tiras, pero está brillando… y tus ojos también —añadió en voz baja—. Y todo esto me resulta familiar.

Me. Cago. En. Todo. ¿Mis ojos estaban haciendo eso de volverse como diamantes? Genial. Los ojos brillantes eran el paso anterior a un Luxen recuperando su forma auténtica. ¿No sería divertido si me transformaba en un alienígena resplandeciente en mitad del pasillo del instituto? Tratando de recuperar la paciencia por la que no se me conocía, comencé a caminar y dejé a Adam atrás.

Tenía que calmarme.

Todo ese «que si sí, que si no» tenía que parar. Estaba comenzando a preguntarme si tendría doble personalidad. Dios. Debía permanecer muy alejado de Kat. Y eso la mantendría a ella alejada de los demás Luxen, especialmente de Ash.

¿En qué momento Katy se había convertido en alguien diferente de la manada, del resto de los humanos? ¿En alguien que quería conocer? ¿Había sido el día del lago? ¿El día que fuimos de paseo? ¿La noche que el Arum la atrapó? ¿O alguna de las muchas ocasiones que me había retado?

Mierda.

Adam tenía razón. Todo aquello era familiar, salvo por que habíamos mantenido esa conversación con Dawson acerca de Bethany.

Joder. Aquello no podía estar ocurriendo.

Pasé el resto de las clases aburrido de narices. El curso anterior había tratado en muchas ocasiones de convencer a Matthew para que me consiguiera un diploma escolar falsificado, pero no había tenido suerte. El Departamento de Defensa probablemente pensaba que el instituto era un privilegio para nosotros, pero lo que enseñaban no lograba mantener mi interés. Aprendíamos a un ritmo acelerado, haciendo morder el polvo a la mayoría de los humanos. Y Defensa tendría que aprobar mi solicitud para ir a la universidad si eso era lo que decidía. Joder, ni siquiera estaba seguro de que quisiera ir a la universidad. Preferiría buscar un trabajo donde pudiera trabajar en el exterior; algo que no incluyera cuatro paredes pequeñas.

Cuando llegó la hora de la comida, me sentí algo tentado de largarme. El instituto no era lo mismo sin Dawson. Su euforia por todo, por mundano que fuera, había sido contagiosa.

No tenía hambre, así que pedí una botella de agua y fui hasta nuestra mesa habitual. Me senté junto a Ash y me incliné hacia atrás, jugueteando con la etiqueta de la botella.

—¿Sabes qué? —dijo Ash, inclinándose contra mi brazo—. Dicen que lo que estás haciendo es una señal de frustración sexual.

Le guiñé un ojo.

Ella me sonrió y después volvió a girarse hacia su hermano. Así eran las cosas con Ash. Aunque habíamos salido de vez en cuando a lo largo de los años, podía ser maja… cuando le apetecía. Lo cierto era que creo que sabía en lo más profundo que realmente yo tampoco le gustaba mucho. No era como lo que Dawson y Bethany sentían el uno por el otro.

Dios, estaba pensando mucho en él ese día.

Debería estar con nosotros, el primer día de nuestro último curso. Debería estar ahí.

Levanté la mirada y enseguida vi a Kat en la cola de la comida. Estaba hablando con Cassie, no, Carissa; la más silenciosa de las dos chicas de Trigonometría. Mis ojos cayeron hasta sus sandalias y después comenzaron a subir con lentitud.

Creo que me encantaban esos vaqueros. Le quedaban justos en los lugares correctos.

La verdad es que era increíble lo largas que parecían las piernas de Kat para ser alguien tan bajita. No era capaz de adivinar por qué me lo parecía.

Ash me puso la mano en el muslo, atrayendo mi atención. Volvieron a sonar unas campanas de advertencia: sin duda estaría tramando algo.

—¿Qué? —pregunté.

Sus ojos brillantes se clavaron en los míos.

—¿Qué estás mirando?

—Nada. —Me concentré en ella; cualquier cosa para mantener su interés alejado de Kat. Por muy guerrera que fuera la gatita, no era rival para Ash. Aparté la botella a un lado y moví las piernas hacia ella—. Estás muy guapa hoy.

—¿Ah, sí? —Me dirigió una amplia sonrisa—. Pues tú también. Claro que tú siempre estás delicioso.

Miró por encima del hombro, y a continuación se giró para subirse a mi regazo con mayor rapidez de lo que debería haber hecho en público.

Un par de chicos de la mesa vecina tenían aspecto de estar dispuestos a cambiar a sus madres por estar en mi lugar.

—¿Qué estás tramando?

Mantuve las manos quietas.

—¿Por qué piensas que estoy tramando algo? —Presionó el pecho contra el mío y me habló al oído—. Te echo de menos.

Sonreí, calándola de inmediato.

—No es verdad.

Ella frunció los labios y me dio una palmada juguetona en el hombro.

—Vale. Hay algunas cosas que echo de menos.

Estaba a punto de decirle que tenía una idea bastante aproximada de lo que eran aquellas cosas, cuando el grito de júbilo de Dee me detuvo.

—¡Katy! —exclamó. Maldije entre dientes y noté que Ash se quedaba rígida contra mi cuerpo—. Siéntate con nosotros —continuó Dee, dándole un golpecito a la mesa—. Estábamos hablando de…

—Un momento —dijo Ash, dándose la vuelta. Podía imaginar la expresión en su rostro. Labios apretados, ojos entrecerrados. Todo ello equivalía a malas, muy malas noticias—. Lo de invitarla a que se siente con nosotros es una broma, ¿no?

Me concentré en el dibujo de la mascota del Instituto de Petersburgo; un vikingo rojo y negro, con cuernos y todo. «Por favor, no te sientes».

—Cállate, Ash —dijo Adam—. Qué ganas de montar el numerito.

—No estoy montando ningún numerito. —El brazo de Ash se tensó alrededor de mi cuello, como una boa constrictor—. No tiene por qué sentarse con nosotros.

Dee suspiró.

—Ash, no seas bruja. No quiere robarte a Daemon.

Levanté las cejas, pero seguí rezando. «Por favor, no te sientes». Apreté la mandíbula. «Por favor, no te sientes aquí». Si lo hacía, Ash se la comería viva solo por puro rencor. Jamás comprendería a las chicas: Ash ya no quería estar conmigo, en realidad no, pero ni de coña iba a permitir que nadie más lo estuviera.

Su cuerpo comenzó a vibrar con suavidad.

—Eso no es lo que me preocupa. De verdad.

—Siéntate y no le hagas caso —le dijo Dee a Katy, con la voz tensa a causa de la exasperación—. Ya se le pasará.

—Pórtate bien —le susurré al oído a Ash, lo bastante bajo como para que solo ella lo oyera. Me golpeó el brazo con tanta fuerza que iba a salirme un moratón. Apreté la mejilla contra su cuello—. Lo digo en serio.

—Haré lo que me dé la gana —siseó. Y eso era lo que haría. Algo peor que lo que estaba haciendo en esos momentos.

—No sé si es buena idea —dijo Kat, y sonó increíblemente pequeña e insegura.

Cada pensamiento estúpido e idiota de mi cabeza me exigía que tirara a Ash de mi regazo y me llevara a Kat de allí, lejos de lo que seguro que iba a acabar siendo algo horrible.

—No lo es —le espetó Ash.

—Cállate —dijo Dee—: Perdóname por relacionarme con brujas como esta.

—¿Seguro? —preguntó Kat.

El cuerpo de Ash comenzó a temblar y se calentó. Su piel estaría demasiado cálida para que un humano la tocara sin darse cuenta de que había algo diferente, de que algo iba mal. Noté que estaba perdiendo el control. Era poco probable que se expusiera, pero parecía lo suficientemente enfadada como para causar algún daño.

Giré la cabeza para mirar a Kat por primera vez desde que la había visto en la cola. Pensé en la conversación en el porche, cuando me había sonreído. Pensé en cómo había reaccionado al contarle la leyenda de Snowbird. Y ya sabía que iba a odiarme a mí mismo por lo que estaba a punto de decir, porque no se lo merecía.

—Creo que está bastante claro si queremos que te quedes o no.

—Daemon —dijo mi hermana, con los ojos llenos de lágrimas, y ahora ya era oficial. Era irrevocablemente un gilipollas—. No lo dice en serio…

—¿Lo dices en serio o no, Daemon? —preguntó Ash, girándose hacia mí.

Mantuve la mirada fija en la de Kat, y me tragué cada pensamiento confuso y contradictorio que tenía. Debía marcharse antes de que pasara algo jodido.

—Lo digo totalmente en serio. No te queremos aquí.

Kat abrió la boca, pero no dijo nada. Sus mejillas habían estado sonrosadas, tal como me gustaban, pero el color enseguida se desvaneció. La furia y la vergüenza llenaron sus ojos grises, que relucían bajo las brillantes luces de la cafetería. Noté una aguda punzada en el pecho, y tuve que apartar la mirada, pues esa expresión en sus ojos era culpa mía. Apreté la mandíbula y volví a centrarme en esa estúpida mascota por encima del hombro de Ash.

En esos momentos, quería pegarme un puñetazo en la cara.

—Venga, pírate —dijo Ash.

Sonaron algunas risitas, y la furia me golpeó como un látigo, calentándome la piel. Era ridículo que me enfadara porque la gente se riera cuando había sido yo quien la había humillado y herido más que nadie.

El silencio cayó sobre la mesa, y el alivio era inminente. Tenía que estar a punto de marcharse. No había forma de que…

Una cosa fría, húmeda y blanda me cayó sobre la cabeza. Me quedé paralizado, lo suficientemente consciente como para no abrir la boca si no quería comer… ¿espaguetis? ¿Me había…? Los espaguetis cubiertos de salsa se deslizaron por mi cara y aterrizaron sobre mis hombros. Uno de ellos quedó colgando de mi oreja y me dio en el cuello.

Joder. Me quedé boquiabierto, y giré la cabeza lentamente para mirarla. Una parte de mí estaba realmente… impresionada.

Ash saltó de mi regazo, chillando mientras estiraba las manos.

—Serás…

Me quité uno de los espaguetis de la oreja y lo tiré sobre la mesa mientras miraba a Kat por debajo de las pestañas. La risa me salió antes de que pudiera detenerla. Bien por ella.

Ash bajó las manos.

—Voy a acabar contigo.

Mi buen humor se desvaneció. Me levanté de un salto y le pasé un brazo por la cintura.

—Tranquilízate. Te lo digo en serio: cálmate.

Trató de apartarse de mí.

—Te juro por las estrellas y por los soles que acabaré contigo.

—¿Y eso qué quiere decir? —Kat cerró las manos en puños, fulminando con la mirada a Ash, a pesar de que era más alta que ella, como si no estuviera ni un poco asustada de ella, y debería estarlo. La piel de Ash era abrasadora, y vibraba justo debajo de la superficie. En ese momento, realmente comencé a temer que hiciera algo estúpido y nos revelara en público—. ¿No será que ves demasiados dibujos animados, bonita?

Matthew caminó hasta nuestra mesa y fijó los ojos en los míos durante un momento. Íbamos a tener que hablar más tarde.

—Creo que ya es suficiente —dijo.

Sabiendo que no debía discutir con Matthew, Ash se sentó en su asiento y tomó un puñado de servilletas. Trató de limpiar el desastre, pero no sirvió de nada. Estuve a punto de reírme otra vez cuando comenzó a atacar su camiseta. Me senté y me quité un puñado de espaguetis de los hombros.

—Creo que será mejor que se vaya a comer a otra parte —le dijo Matthew a Katy, con la voz lo suficientemente baja como para que solo la gente de nuestra mesa la oyera—. Ahora mismo.

Levanté la mirada y observé a Kat mientras recogía su mochila. Dudó, y después asintió con la cabeza, como si estuviera aturdida. Se giró rígidamente y salió a zancadas de la cafetería. Mi mirada la siguió durante todo el camino, y vi que mantenía la cabeza bien alta.

Matthew se apartó de la mesa, probablemente para hacer control de daños. Me froté el dorso de la mano por la mejilla pegajosa, incapaz de detener una risa suave.

Ash volvió a pegarme.

—¡No tiene gracia! —Se puso en pie, y las manos le temblaban—. No puedo creer que te parezca gracioso.

—Es que lo es. —Me encogí de hombros y tomé mi botella de agua. No es que no nos lo mereciéramos. Miré al otro lado de la mesa y vi a mi hermana observándome fijamente—. Dee…

Las lágrimas se acumularon en sus ojos mientras se levantaba.

—No puedo creer que hayas hecho eso.

—¿Qué esperabas? —dijo Andrew.

Ella le lanzó una mirada mortal, y después dirigió los ojos hacia mí.

—Eres un imbécil. Eres un verdadero imbécil, Daemon.

Abrí la boca para responder, pero ¿qué podía decir? Sí que era un imbécil. Había actuado como un gilipollas, y eso era algo que no podía justificar. Dee tenía que comprender que era lo mejor, pero cuando cerré los ojos vi el dolor en los de Kat, y ya no estaba tan seguro de haber hecho lo correcto… Al menos, lo correcto para ella.

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