Oblivion

Oblivion


Capítulo 16

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CAPÍTULO 16

A veces, Kat era como un libro abierto. Un libro de dibujos. Todo lo que pensaba y sentía estaba claramente visible en su cara. La observé mientras la irritación desaparecía y quedaba reemplazada por una simpatía que no me hacía sentir nada cómodo al verla.

—¿Qué pasó? —preguntó.

Una parte de mí quería ignorar la pregunta, decir cualquier tontería para distraerla. Pero la otra mitad de mi ser quería… quería hablar de ello, hablar de ello de verdad. Fue esa parte la que ganó.

—Dawson conoció a Bethany y, te lo digo completamente en serio, fue amor a primera vista. Solo tenía ojos para ella. Matthew, el señor Garrison, quiero decir, le advirtió del peligro que corrían. Yo mismo le dije que no funcionaría. Que no podemos salir con humanos. —Miré por encima de su hombro, hacia los árboles—. No sabes lo duro que es, Kat; tenemos que ocultar lo que somos e incluso entre los nuestros debemos andarnos con ojo. Hay muchas normas que seguir… Ni al Departamento de Defensa ni a los Luxen les gusta que nos relacionemos con humanos. Tengo la impresión de que creen que somos animales, que estamos por debajo de ellos…

—Pero eso no es verdad, no sois animales —respondió con cierta fiereza. Era muy mona defendiéndome por una vez para variar, aunque probablemente no me lo mereciera.

—¿Sabes que cada vez que queremos pedir algo tenemos que informar a Defensa? —Negué con la cabeza, enfadado—. Tenemos que hablar con ellos cuando queremos sacarnos el carné de conducir o ir a la universidad. Lo saben todo. Y casarse con un humano es imposible. Incluso cuando queremos mudarnos, tenemos que comunicárselo y pasar por un censo especial.

—Pero ¿tienen derecho a haceros eso? —dijo, con la voz llena de aturdimiento.

Solté una risa seca.

—Es vuestro planeta, no el nuestro. Tú misma lo has dicho antes… A cambio de que estemos calladitos, nos lo financian todo. Hay controles aleatorios de tanto en tanto para que no podamos escondernos ni intentar nada. Una vez que nos han localizado, no hay nada que podamos hacer. Y eso no es todo. En teoría debemos unirnos a otro Luxen y quedarnos aquí.

Su mirada se agudizó.

—Qué injusto…

—Lo es. —Me senté y me rodeé las rodillas dobladas con los brazos—. Es muy fácil sentirse humano. Sé que no lo soy, pero quiero lo mismo que querría un humano. —¿Qué le estaba diciendo? Me aclaré la garganta y apreté la mandíbula—. Bueno, el caso es que algo pasó entre Dawson y Bethany; no sé exactamente el qué porque nunca me lo explicó. Se fueron de excursión un sábado y volvieron tarde con la ropa rasgada y cubiertos de sangre. Estaban más unidos que nunca. Matt y los Thompson, que no las tenían todas consigo antes, estaban ya totalmente recelosos. El siguiente fin de semana, Dawson y Bethany fueron al cine y nunca volvieron.

Kat cerró los ojos.

—El Departamento de Defensa encontró su cuerpo al día siguiente en Moorefield, tirado como un perro en medio del campo. No pude despedirme de él. Se llevaron el cuerpo antes de que pudiera verlo, por miedo a que alguien pudiera descubrirnos. Cuando morimos o nos hieren, volvemos a nuestra forma original.

Cuando habló, lo hizo con voz suave.

—¿Estás seguro de que está muerto? Nunca llegaste a verlo…

—Sé que un Arum llegó a él. Le quitó sus poderes y lo mató. Si estuviera vivo, habría hallado una manera de llegar hasta nosotros. Se llevaron su cuerpo y el de Bethany antes de que alguien pudiera verlos. Sus padres nunca sabrán lo que le pasó. Todo lo que sabemos es que debió de hacer algo que dejó un rastro en ella y por eso el Arum la encontró. No hay otra posibilidad. Aquí no pueden sentir nuestra energía. Mi hermano debió de usar su energía por algún motivo que desconocemos… pero debió de ser algo grande.

—Lo siento —susurró—. Sé que no puedo decir nada para consolarte. Yo… lo siento tanto.

Levanté la barbilla y miré al cielo. El peso de haber perdido a Dawson era como una bola de plomo de cincuenta kilos asentada en mi estómago. Dolía. Todavía dolía como si fuera ayer. Todavía me despertaba algunas noches e iba hasta su habitación, deseando poder verlo aunque solo fuera una vez más.

—Lo cierto es que… echo mucho de menos al muy idiota —dije con voz entrecortada.

Kat no dijo nada, pero se inclinó hacia mí y me rodeó con los brazos. Me quedé rígido a causa de la sorpresa. No pareció darse cuenta, porque me abrazó con fuerza, y después me soltó y se apartó.

La miré fijamente, aturdido hasta la médula. Después de las cosas que le había dicho tan solo unos minutos antes, ¿cómo podía hacer algo así? ¿Cómo podía abrazarme?

Bajó la mirada hasta sus manos.

—Yo también echo de menos a mi padre. Y el tiempo no lo cura…

Solté aire de forma brusca.

—Dee me dijo que se puso enfermo, pero no qué le pasó. Lo siento… mucho. Nosotros no estamos acostumbrados a las enfermedades. ¿Qué le pasó?

—Fue un tumor cerebral. Comenzó tan solo con unos dolores de cabeza, ya sabes. Tenía unos dolores de cabeza terribles, y después empezó a tener problemas de visión. Cuando eso pasó, fue a hacerse unas pruebas y le encontraron el tumor. —Levantó la mirada hasta el cielo y unió las cejas—. Parece que todo ocurrió muy rápido después de eso, pero supongo que en realidad no fue así. Tuve tiempo con él antes de que…

—¿Antes de qué?

La observé, incapaz de hacer nada más. Ella me dirigió una sonrisa triste.

—Cambió hacia el final. El tumor afectaba a las cosas. Eso… eso fue difícil, ¿sabes? —Negó con la cabeza y bajó la barbilla—. Pero tengo todos los recuerdos de los buenos tiempos, como cuando trabajábamos juntos en el jardín o íbamos a la biblioteca. Todos los sábados por la mañana nos dedicábamos a la jardinería. Y todos los domingos por la tarde, desde que tengo uso de razón, íbamos a la biblioteca.

Estaba comenzando a comprender por qué le gustaba tanto leer y la jardinería. La mantenía unida a su padre. Los dos habíamos sufrido grandes pérdidas.

—Dawson y yo… solíamos ir juntos de caminata todo el tiempo. A Dee nunca le ha gustado demasiado.

Sonrió un poco.

—La verdad es que no me la puedo imaginar subiendo por una montaña.

Me reí ante sus palabras.

—Ni yo tampoco.

Mientras el día se convertía en crepúsculo y las estrellas comenzaron a llenar el cielo, nos limitamos a… a hablar. Le conté la primera vez que Dawson se convirtió en alguien y no pudo recuperar su forma. Ella me contó cómo había perdido sus amistades después de que su padre enfermara, y me resultó interesante que se echara la culpa por ello. Continuamos hablando hasta que el aire se volvió frío y llegó la hora de que volviéramos.

A decir verdad, lo cierto era que no quería volver a la realidad. Me gustaba aquello. Kat. Yo. Hablando. Nunca habría pensado que sería así, pero me gustaba. Me gustaba de verdad.

Un silencio cómodo nos rodeó mientras regresábamos a nuestras casas. Había luz en el salón de la casa de Kat, así que cuando se giró hacia mí habló en voz baja.

—¿Y ahora, qué?

No respondí.

No tenía ni idea de lo que iba a ocurrir.

* * *

Me pasé la mayor parte del domingo escuchando a Dee y a Kat hablar en el salón sobre libros, y sobre cómo los novios de los libros eran universalmente mejores que los novios de verdad. Y como yo era un tío, por mucho que no fuera humano me entraron muchas ganas de discutir esa afirmación. Sin embargo, en cuanto comenzaron a hacer una lista de los atributos de algunos de los tíos de los libros de Kat, me di cuenta de que no había forma posible de que alguien pudiera competir con eso.

Me pareció que tendría que advertir a Adam.

Matthew estaba organizando una barbacoa por el Día del Trabajo, y a Kat le hizo mucha gracia que los alienígenas celebráramos ese día… hasta que Dee tuvo que marcharse. Por una multitud de razones obvias, Kat no podía ir con ella. Trató de no demostrarlo, pero la sonrisa que esbozó mientras estaba sentada en nuestro porche delantero no alcanzó sus ojos grises.

—No tengo por qué ir —dijo Dee, notando lo mismo que yo—. Puedo quedarme…

Kat abrió la boca, pero yo intervine.

—Has ido todos los años. Tienes que ir también este, si no, va a parecer extraño.

Se mordió el labio inferior, preocupada, mientras miraba a Kat.

—¿Vas a estar bien aquí?

—¿Por qué no iba a estarlo? —pregunté, cruzando los brazos.

Kat me fulminó con la mirada.

—Su madre tiene que trabajar hoy, así que se va a pasar todo el día sola —respondió Dee antes de que Kat pudiera hacerlo.

Arqueé una ceja.

—¿Y en qué se diferencia eso de cualquier otro día?

Kat frunció los labios.

—No seas idiota —dijo Dee, entrecerrando los ojos—. Hoy es diferente porque es un día festivo.

Kat volvió a abrir la boca.

—Es el Día del Trabajo —señalé secamente—. Ni que fuera Acción de Gracias o Navidad. Ni siquiera estoy seguro de que sea un día festivo en todas partes.

—Pues claro que sí. Aparece en los calendarios y todo —insistió Dee—. Es festivo en todas partes.

Puse los ojos en blanco.

—Pues es un festivo estúpido. Kat está…

—Está aquí mismo, por si acaso se os había olvidado. —Se puso en pie y se quitó el polvo de la parte trasera de los vaqueros. Me lanzó una mirada envenenada y fulminante antes de girarse hacia Dee—. Estaré bien. Dios sabe que odio tener que decir esto, pero Daemon tiene razón. Es el Día del Trabajo. No es gran cosa. Adam va a estar ahí, ¿verdad? —Dee asintió con la cabeza mientras yo miraba a Kat, y esta volvió a sonreír—. Ve y pásalo bien con él.

Para cuando mi hermana por fin metió el culo en el coche y se marchó, yo ya me encontraba a punto de lanzarla de una patada hasta la casa de Matthew. No estaba muy seguro de que fuera a llegar, pero estaba dispuesto a intentarlo.

Mientras los neumáticos del coche de Dee hacían crujir la gravilla, Kat pasó sin prisa junto a mí, y mi mirada la siguió, fascinada por la forma que tenía de balancear las caderas. ¿Es que no se daba cuenta de cómo caminaba? Dios santo.

—¿Adónde vas? —pregunté bajando las pestañas.

Se detuvo en los escalones del porche.

—Eh… a mi casa.

—Ajá —murmuré, inclinándome contra el lateral de la casa.

Las comisuras de sus labios se curvaron hacia abajo.

—¿No vas a ir a la barbacoa?

Negué con la cabeza.

—Nunca me ha hecho mucha gracia.

—¿En serio? ¿Hay alguien a quien no le haga gracia hacer una barbacoa? —me retó.

—Me haga gracia o no, es un tanto irrelevante. Alguien tiene que quedarse aquí contigo.

Sus gruesos labios se fruncieron para hacer un puchero.

—No necesito una niñera.

—Sí, en realidad sí.

Kat me miró, y fue obvio que estaba preparada para enfrentarse a mí. Me costó un esfuerzo colosal no sonreír. Después del día anterior, del tiempo que habíamos pasado en el lago, algo había cambiado entre nosotros. Se había forjado una conexión que no sabía muy bien cómo manejar.

—No necesito una niñera, Daemon. —Cerró la mano sobre la barandilla—. Voy a ir a mi casa y voy a…

—¿Leer un libro?

Sus ojos estaban a punto de lanzar fuego. Y puede que su boca también.

—¿Y qué pasa si lo hago? Leer no tiene nada de malo.

—Yo no he dicho lo contrario.

Sonreí.

—Pues vale.

Se dio la vuelta y bajó los escalones a zancadas.

Debería haber dejado que se marchara. Con tal de que permaneciera allí, estando yo cerca, se encontraría a salvo, y lo mejor era que Dee no estaba con ella. Pero mientras la observaba caminar hacia su casa, su casa vacía, maldije entre dientes y me alejé de donde estaba.

—Espera —dije, extendiendo los brazos.

Kat siguió caminando.

Con un suspiro, salí disparado del porche. No me vio, no hasta que aparecí frente a ella. Se apartó de golpe y se llevó la mano al pecho.

—Joder —jadeó—. Podrías haberme avisado.

Me metí las manos en los bolsillos de los vaqueros.

—Te he llamado.

—¡Y yo te he ignorado! —Bajó la mano y respiró hondo—. ¿Qué es lo que quieres?

—Que no me ignores.

Inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿En serio?

Mis labios se crisparon.

—Sí.

Sacudió la cabeza mientras una brisa cálida hacía revolotear unos mechones sueltos de su pelo alrededor de su cara.

—Por alguna razón, no me parece que ese sea el caso.

—A lo mejor no. —Di un paso hacia ella, en esa ocasión con lentitud—. Tengo carne de vaca en la nevera. Podríamos hacer hamburguesas.

—¿Carne de vaca? —Atrapó el mechón de pelo y se lo puso por detrás de la oreja—. Esa… es una forma asquerosa de decir «carne picada».

—Sí que lo es, ¿verdad? —Pasé junto a ella y le di un golpecito en el brazo con el codo—. Podríamos hacer nuestra propia barbacoa. Tengo una parrilla. —Kat miró directamente hacia delante mientras yo seguía caminando—. ¿Vas a venir o no?

Me estaba dando la espalda, y durante un largo momento pensé que iba a ignorarme, y bueno, aquello habría sido muy incómodo. Sobre todo si tenía que volver a donde estaba, ponérmela encima del hombro y obligarla a comerse mi carne de vaca a la parrilla, porque estaba dispuesto a hacerlo. Decidí que nadie debería comer vaca solo. Además, no quería analizar por qué no me gustaba pensar que fuera a pasar un día festivo sola.

Kat se giró, volvió a atrapar el mechón de pelo y se lo pasó por detrás de la oreja otra vez.

—¿Tienes queso?

Arqueé una ceja.

—Eh… Sí.

Cruzó los brazos por delante del pecho.

—¿Queso suizo?

—Sí, creo que sí.

Pasó un segundo, y entonces sonrió, mostrando unos dientes rectos y blancos.

—Vale, iré contigo. Pero solo si me haces una hamburguesa con queso suizo y no te refieres a ella como «carne de vaca».

Bajé la barbilla y noté cómo se curvaban mis labios.

—Trato hecho.

* * *

Dee acabó echándose a sí misma la culpa de que Kat pareciera más iluminada que Las Vegas. Había sido su decisión, y además tenía sentido, pues no estaba muy seguro de que alguien hubiera creído que yo había cometido el mismo error dos veces.

Como era de esperar, a Matt no le hacía mucha gracia, y tampoco a ninguno de los demás. No podía culparlos.

Y como también era de esperar, cuando le dije a Kat que tenía planes aquella tarde, que consistían en quedarme en casa para poder echarle un ojo, ella me aseguró que tenía otros planes. Todo el mundo, incluidas las farolas, sabía que eso era mentira.

Tan solo estaba siendo testaruda.

El martes después de clase la seguí hasta casa. Había ido primero a la oficina de correos, cosa que me cabreaba. Para un Arum, aquella chica sería como una bombilla encendida. Y ella lo sabía, pero aun así llevó su bonito culo hasta la oficina de correos para recoger un puñado de paquetes.

Paquetes que contenían libros.

Como si necesitara más libros.

Cuando le señalé ese hecho en el aparcamiento, ella me miró fijamente y con incredulidad, como si hubiera tirado a un niño pequeño en medio del tráfico de una patada.

—Nunca se tienen demasiados libros —declaró con firmeza.

Después, en el camino de vuelta a casa, paró en seco delante de mí cuando yo le pisaba los talones con mi todoterreno para intentar que condujera a más velocidad de la que yo podía caminar. ¿Es que no comprendía que cada minuto que pasábamos fuera se estaba exponiendo? Me preocupaba cada día hasta que llegaba a casa, cerca de la mía, donde podía protegerla.

Le toqué el claxon varias veces. Era o eso o estamparme en la parte de atrás de su Camry hecho polvo.

Tardó una eternidad en llegar a su casa, y en cuanto aparqué el todoterreno me convertí en la viva imagen de la impaciencia. Salí y fui hasta la puerta del conductor de su coche, pero al parecer me moví demasiado rápido.

—¡Por Dios! —Se frotó el pecho—. ¿Puedes dejar de hacer eso?

—¿Por qué? —Apoyé los brazos sobre la ventana abierta—. Ahora ya sabes cómo somos.

—Ya, pero eso no quiere decir que no puedas caminar como todo hijo de vecino, en vez de teletransportarte. ¿Qué pasaría si te viera mi madre, por ejemplo?

Sonreí.

—Usaría mis armas de seducción para convencerla de que son imaginaciones suyas.

Abrió la puerta y apenas esperó a que retrocediera antes de pasar junto a mí, empujándome.

—Hoy ceno con mi madre. —Aparecí frente a ella, que soltó un chillido y trató de golpearme—. ¡Por Dios! ¿Te gusta cabrearme o qué?

—¿A quién? ¿A mí? —Abrí mucho los ojos—. ¿A qué hora es la cena?

—A las seis. —Subió los escalones pisando fuerte—. Y no estás invitado.

—Ya, como si quisiera cenar contigo. —Levantó la mano y me enseñó el dedo. Yo sonreí—. Te doy hasta las seis y media para que vengas a casa. Si no, vendré a buscarte.

—Menos lobos, Caperucita.

Me di la vuelta y me giré mientras me dirigía hasta mi casa, preguntándome si se habría dado cuenta de que había dejado todos esos libros tan preciados en su coche.

Dee apareció poco después de las cuatro, pero no fue hasta cerca de la hora en la que se suponía que Kat tenía que llegar cuando abrió el congelador y se volvió loca.

—¿Dónde está el helado? —preguntó con voz tensa.

Me recliné contra la encimera.

—¿Qué helado?

—¿Que qué helado? —repitió con lentitud, y la incredulidad era patente en su voz—. ¡Los dos litros de helado de chocolate con nueces y malvaviscos que había ayer en el congelador!

—Ajá.

—¡Daemon, es increíble que te hayas zampado toda la tarrina de helado!

—Te digo que no me la he comido toda yo.

—¿Ah, no? ¿Y entonces quién se la ha comido? ¿O el helado ha desaparecido solo? —Los chillidos de Dee iban a romperme los tímpanos—. Ah, ya lo sé. Ha sido la cuchara la que se ha comido el helado. ¡No, no, espera! ¡Ha sido el envase!

—Ahora que lo dices, creo que ha sido el congelador —le respondí secamente.

Dee se giró como una exhalación y me tiró el envase vacío, convirtiéndolo en una maldita pelota de béisbol. Me golpeó el brazo y me hizo daño, aunque logré atraparlo antes de que cayera al suelo.

—Au. Eso no ha estado muy bien.

Me fulminó con la mirada mientras yo tiraba el envase a la basura. Fue entonces cuando oí a alguien en la sala de estar. Me di la vuelta y fui hacia allí. Era Kat. Al mirar el reloj, los labios se me crisparon al ver que pasaban un par de minutos de las seis y media. Me recliné contra el marco de la puerta, crucé los brazos y esperé a que se diera cuenta de que me encontraba allí.

Cuando me vio, lo único que hizo fue quedarse plantada y… mirarme fijamente. Su mirada me recorrió como si no me hubiera visto antes, y eso me resultó interesante. Levanté una ceja.

—¿Kat?

Se apresuró a apartar la mirada.

—¿Has recibido el impacto de una tarrina de helado?

—Sí.

—Qué pena habérmelo perdido.

—Seguro que a Dee le encantaría repetir la jugada para que no te la perdieras.

Sonrió.

—Ah, ¿te parece gracioso? —dijo Dee, entrando de golpe en la sala de estar con las llaves del coche en la mano—. Ahora tendría que obligarte a que fueras a comprarme más helado, pero, como aprecio a Katy y quiero que esté a salvo, voy a ir yo misma a buscarlo.

Kat abrió mucho los ojos.

—¿Y no puede ir Daemon?

Le sonreí.

—No. Si vienen los Arum, verán tu rastro —replicó Dee, y tomó el monedero—. Tienes que quedarte con Daemon; es más fuerte que yo.

Kat soltó un fuerte suspiro, y, si tuviera sentimientos, me habría sentido ofendido.

—¿Y no puedo irme a casa?

—¿No te das cuenta de que el rastro es visible desde el exterior? —Me aparté de la puerta—. Si te vas, será para ir a tu propio funeral.

—Daemon —dijo Dee—, todo esto es culpa tuya. ¡Cuántas veces te he dicho que no quiero que te comas mi helado, que te comas solo el tuyo!

—Sí que es importante el helado —murmuró Kat.

—Es mi vida entera. —Dee me tiró el monedero, pero falló—. ¡Y tú me lo has quitado!

Puse los ojos en blanco.

—Vete ya, anda, y no tardes en volver.

—¡Sí, señor! —me respondió con un saludo militar—. ¿Queréis que os traiga algo?

Kat negó con la cabeza y, cuando Dee llegó a la puerta, fui hasta ella y le di un abrazo rápido con un solo brazo.

—Ten cuidado.

—Como siempre.

Hizo un gesto de despedida y salió por la puerta.

—Vaya —dijo Kat—, recuérdame que nunca me coma su helado.

—Si lo haces, ni siquiera yo podré salvarte. —Le dirigí una sonrisa—. Bueno, gatita, ya que voy a ser tu canguro, ¿qué me darás a cambio?

Entrecerró los ojos.

—Oye, en primer lugar yo no te he pedido que me hagas de canguro. Y, en segundo lugar, has sido tú quien me ha hecho venir. Y no me llames gatita.

Me reí.

—Veo que estás pletórica de formas.

—Pues todavía no has visto nada.

Sonreí y entré en la cocina.

—Te creo. Cuando estás por aquí no existe el aburrimiento. —Hice una pausa al darme cuenta de que seguía plantada en mitad de la sala de estar—. ¿Vienes o no?

—¿Adónde?

—Tengo hambre.

—Madre mía, el estómago de un alienígena no tiene fondo.

Miré por encima del hombro y vi que todavía no se había movido.

—Fíjate, tengo ganas de vigilarte de cerca. Donde yo vaya, vendrás tú. —Esperé a que se moviera, y al ver que no lo hacía le guiñé un ojo—. Bueno, y si no vienes por tu propia voluntad, tendré que traerte yo.

—Vale, vamos.

Resopló, pasó junto a mí a zancadas y se sentó junto a la mesa de la cocina.

Saqué un plato de pollo que había sobrado del frigorífico.

—¿Quieres un poco?

Negó con la cabeza y después apoyó la mejilla en la mano mientras me observaba moverme por la cocina. Cada vez que la miraba tenía una expresión pensativa en el rostro.

Llevé el plato hasta la mesa y me senté frente a ella. El día anterior, durante nuestra barbacoa improvisada, realmente apenas habíamos hablado. Y extrañamente no había habido un silencio incómodo entre nosotros. Había estado… bien.

—¿Qué, cómo lo llevas?

Bajó la mirada.

—Bien.

—Ya lo veo. —Di un mordisco al pollo frío—. Me sorprende lo bien que has asimilado todo esto.

—¿Y qué pensabas que iba a hacer?

Me encogí de hombros.

—Pues, siendo humana, cualquier cosa. Las posibilidades son infinitas.

Se mordió el labio inferior.

—¿Crees que los humanos somos más débiles que vosotros o qué?

—No es que lo crea, es que lo sé. —La miré por encima del vaso de leche—. No intento hacerme el desagradable diciéndote esto; es que es un hecho.

—Quizá físicamente. Pero no mental o moralmente —insistió.

—¿Moralmente?

—Sí. Por ejemplo, no voy a delataros por dinero. Y si me capturara un Arum, tampoco les diría dónde puede encontraros.

—¿No?

Una emoción que no era capaz de interpretar le cruzó el rostro mientras se reclinaba en la silla.

—Pues no.

—¿Aunque te amenazara de muerte? —pregunté con tono incrédulo.

Kat negó con la cabeza, riéndose.

—Que sea humana no quiere decir que sea una cobarde o no tenga moral. Nunca haría nada que pudiera poner en peligro a Dee. ¿Por qué mi vida tendría que ser más valiosa que la suya? Si estuviera en peligro la tuya… Bueno, eso sería más discutible. Pero jamás pondría en peligro a Dee.

No quería creerla, pero mientras continuaba comiendo me di cuenta de que lo hacía.

—¿Cuánto tardará el rastro este en desaparecer?

Levanté la mirada, y nuestros ojos se cruzaron. Tomé el vaso de leche y di un trago largo. Sus pómulos se ruborizaron.

—Una semana, quizá dos. O puede que menos. —Entrecerré los ojos, comprobando el resplandor—. Ya se te está empezando a ir.

—¿Qué aspecto tengo? ¿Parezco una bombilla gigante?

Me reí, porque en cierto modo sí que era así.

—Es un ligero brillo blanco. Lo tienes alrededor del cuello, como si fuera un halo.

—Bueno, supongo que no es tan grave entonces. ¿Has acabado ya? —Cuando asentí con la cabeza, ella recogió mi plato y se puso en pie, sorprendiéndome. Caminó hasta el fregadero y dejó el plato ahí—. Por lo menos no parezco un árbol de Navidad.

La seguí y agaché la cabeza hasta la suya cuando hablé.

—Te pareces a la estrella que corona el árbol.

Kat jadeó y se giró con los ojos muy abiertos. Por supuesto, no me había oído moverme. Se reclinó hacia atrás y sujetó el borde de la encimera tras ella.

—No me gusta nada cuando haces eso de ir tan rápido.

La miré fijamente y sonreí. Sus mejillas se habían vuelto a sonrojar de esa forma tan bonita. No hacía falta ser un genio para saber que nuestra proximidad le afectaba, y no de una forma mala.

—Gatita, ¿dónde nos estamos metiendo?

Sus ojos me recorrieron la cara.

—¿Por qué no me entregas a Defensa? —soltó abruptamente.

Me pilló con la guardia baja, así que di un paso hacia atrás.

—¿Qué?

—¿No habría sido todo mucho más fácil si me hubieras entregado al Departamento de Defensa? Así no tendrías que preocuparte tanto por Dee ni por lo que pudiera pasar…

Joder, aquella era una muy buena pregunta. Una que me había planteado a mí mismo una y otra vez. Una pregunta que sabía que todo el mundo me haría si alguna vez descubrían que Kat sabía la verdad acerca de nosotros.

—No lo sé, gatita.

—¿No lo sabes? —preguntó—. ¿Lo pones todo en peligro y no sabes por qué?

La irritación era como un picor en mi piel.

—Eso es lo que acabo de decir.

Abrió mucho los ojos, mostrando claramente la incredulidad que sentía. No tenía una razón lo suficientemente buena para no entregarla. El Departamento de Defensa me adoraría si lo hiciera y, por mucho que los odiara, tenerlos contentos era beneficioso para todos nosotros. Tenía que haber una razón, y…

Atajé ese pensamiento. Aquella conversación se estaba dirigiendo a un lugar demasiado serio, y no tenía tiempo para eso.

Me incliné hacia delante, puse las manos a ambos lados de sus caderas y bajé la barbilla.

—Vale. Ya sé por qué.

Contuvo el aliento.

—¿Ah, sí?

Asentí con la cabeza.

—No podrías sobrevivir un solo día sin nosotros.

—Eso no lo sabes.

—Ya lo creo que lo sé. —Incliné la cabeza hacia un lado y, aunque me estaba metiendo con ella, también le estaba contando la verdad sobre lo que le sucedería si acababa en poder del Departamento de Defensa—. ¿Sabes a cuántos Arum me he enfrentado? A cientos. Y a duras penas he conseguido escapar en varias ocasiones. Un humano no tiene nada que hacer frente a ellos o frente a Defensa.

—Vale, lo que tú digas. ¿Puedes apartarte?

Sonreí.

Y Kat perdió rápidamente la paciencia. Plantó ambas manos en mi pecho y empujó; empujó con fuerza. Pero no me moví. Mi sonrisa se ensanchó.

—Capullo —murmuró.

Me hizo reír. Realmente tendría que haberme apartado de su camino, pero era demasiado divertido meterme con ella y hacía mucho tiempo que no me reía tanto. Creo que, aunque no quisiera admitirlo, a ella le pasaba lo mismo.

—Pero mira que eres faltona —le dije—. Parece mentira que uses esa misma boquita para besarte con algún chico… Porque lo haces, ¿no?

Sus mejillas se volvieron de un rojo sangre.

—¿Y tú con Ash?

—¿Ash? —Mi sonrisa desapareció—. Ya te gustaría a ti saberlo, ¿no?

Me dirigió una sonrisa burlona.

—Pues no, gracias.

No me lo creía ni un poquito. Me incliné hacia ella, hasta que solo quedamos separados por unos pocos centímetros. El aroma de melocotones y vainilla me rodeaba.

—No se te da demasiado bien mentir, gatita. Las mejillas se te ponen rojas cuando mientes.

El cerebro se me desconectó cuando sus mejillas se volvieron de un color aún más intenso. Antes de que pudiera darme cuenta, mi mano le envolvió el brazo. Pero no la estaba agarrando. No. La estaba acariciando, y su piel era cálida bajo la mía. Llevé la mirada hasta la suya, y no pude apartarla.

La energía recorría mi cuerpo, haciendo que mi piel vibrara. La tensión prácticamente crepitaba entre nosotros, y joder, era difícil ignorar eso.

Una parte de mí no quería hacerlo.

—Hace tiempo que le doy vueltas a la idea de que tengo que probarlo.

Su mirada se desvió hasta mi boca.

—¿Probar el qué?

—Creo que te gustaría saberlo… —Deslicé la mano por su brazo, y me tragué un gruñido cuando noté que se estremecía. Me detuve en su nuca, bajo su espesa capa de pelo. Bajo la luz de la cocina era de un castaño intenso, pero sabía que fuera, en el sol, tenía reflejos rojizos—. Tienes un pelo muy bonito.

—¿Qué?

Vale, no sabía de dónde había salido eso. Qué raro.

—Nada.

Pasé los dedos por los mechones con lentitud y, joder, eran tan suaves como imaginaba. Y sí, ya me había imaginado cómo sería la sensación. Noté un dolor en mi interior.

Cuando mis ojos volvieron a descender, vi que sus labios rosados se habían separado. Parecía que estuviera esperando un… un beso, y Dios, era tan…

Mierda. Kat era… era preciosa.

Un precioso grano en el culo.

Me costó hasta el último gramo de energía que tenía no inclinarme hacia abajo y besarla. Pero aquello habría sido una idea muy mala en tantos sentidos que era incapaz de contarlos todos.

Aparté la mano de su pelo, la llevé detrás de ella y tomé la botella de agua que había dejado ahí antes. Abrió mucho los ojos mientras se apoyaba en la encimera.

Fui hasta la mesa de la cocina antes de que pudiera verme sonreír.

—¿Querías algo, gatita?

—Deja de llamarme así.

Tomé un trago mientras la miraba.

—¿Sabes si Dee ha alquilado alguna peli?

—Sí —dijo, frotándose los brazos con las manos—, me lo dijo en clase.

—Vale. Pues venga, vamos a verla.

Por una vez, Kat me escuchó y me siguió hasta la sala de estar. Se quedó junto a la puerta mientras yo me dirigía hasta el DVD que había junto a la mochila del instituto de Dee. Lo tomé, vi la película que era y le di la vuelta.

—¿Quién ha elegido esta peli? —Kat se encogió de hombros. Leí la descripción, y a continuación murmuré—: En fin.

Se aclaró la garganta mientras se adentraba unos centímetros en la sala de estar.

—Mira, Daemon, no tienes que quedarte aquí viendo una peli conmigo. Si tienes otras cosas que hacer, adelante. Seguro que no me pasa nada.

Levanté la mirada desde la película y me encogí de hombros.

—No tengo nada más que hacer.

—Vale.

Dudó durante un instante, y a continuación caminó hasta el sofá.

Puse la película y me senté en el otro extremo del sofá. La tele se encendió, y la mirada atenta de Kat me hizo sonreír. La sonrisa creció aún más cuando la miré unos cuantos segundos más tarde y me encontré con que me estaba mirando.

—Si te duermes, me deberás una.

Frunció el ceño.

—¿Y se puede saber por qué?

—Tú estate atenta y punto.

Dirigió la mirada hasta la tele y, tras unos momentos, me moví para ponerme cómodo. Era difícil, porque me sentía consciente de cojones de que estaba sentada justo a mi lado. Ya había olvidado de qué iba la película cuando la primera escena apareció en la pantalla.

Y ese fue más o menos el tiempo que tardé en dejar de prestarle atención para mirar a Kat.

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