Oblivion

Oblivion


Capítulo 17

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CAPÍTULO 17

No podía dormir el martes por la noche, así que saqué la daga de obsidiana de la cómoda y acabé yendo a patrullar a las tres de la madrugada. No había habido ninguna señal de que hubiera algún Arum cerca, pero sabía que era solo cuestión de tiempo que alguien viera a otro. Quería atraparlo antes de que él nos atrapara a nosotros.

O a Kat.

El miércoles por la mañana transcurrió en un borrón, y durante la mayor parte del día estaba demasiado distraído como para esforzarme demasiado en molestar a Kat. Le clavé el bolígrafo una vez, pero eso fue todo. Mi mente estaba en más o menos una docena de lugares diferentes. La noche anterior había pensado mucho en Dawson. Había pensado mucho en Dee, y en que sabía que quería irse de la zona donde vivíamos. Había pensado mucho en lo que harían los Thompson o Matthew si descubrían todo lo que sabía Kat. Había pensado mucho en ella.

Mientras transcurría la mañana, me sentí mucho más viejo de lo que debería, de lo que era.

Las cosas no mejoraron cuando entré en la cafetería y vi a Kat en la cola del almuerzo. No estaba sola. Aquel gilipollas estaba con ella: Simon Cutters. No me gustaba ese tío; nunca me había gustado. Era un gilipollas que sobaba mucho, y no me parecía que en lo relativo a las chicas fuera de los de mucho ruido y pocas nueces. Y, por supuesto, no dejaba de olfatear a Kat como un perro.

Una emoción horrible y poco familiar se revolvió en mi interior. No quería ponerle nombre, ni siquiera quería reconocer que la sentía, pero de pronto me entraron ganas de darle una verdadera paliza a Simon. Quería demostrarle que no era merecedor siquiera de hablar con Kat.

Simon la esperó al final de la cola.

Joder, no, aquello no me parecía nada bien.

Pasé junto a la cola, donde Simon se encontraba enfrente de Kat.

Ella estaba mirando fijamente su plato.

—Tenemos examen la semana que viene, ¿no?

Simon asintió con la cabeza.

—Justo antes del partido.

Llegué hasta donde se encontraba Simon y lo empujé mientras alcanzaba algo de beber, obligándolo a alejarse un paso de Kat. Ella levantó la barbilla, y la sorpresa cruzó su rostro.

Tomé un cartón de leche del carro y lo lancé al aire mientras me giraba hacia Simon. Éramos de la misma altura, pero él era más corpulento que yo, y por eso el muy idiota posiblemente pensara que podría ganarme. Deseé de verdad que quisiera averiguarlo.

—¿Qué tal, Simon? —pregunté, lanzando el cartón al aire otra vez.

Simon dio un paso hacia atrás y pestañeó mientras se aclaraba la garganta.

—Bien. Muy bien. Me voy… esto, a la mesa. —Al parecer, no quería comprobar si podría ganarme. Una lástima—. Hasta luego, Katy.

Kat frunció el ceño mientras miraba cómo se alejaba Simon, y después levantó la vista hacia mí.

—¿Y eso?

—¿Vas a sentarte con Simon?

La pregunta se me escapó de la boca antes de que pudiera contenerla.

—¿Qué? No. —Se rio—. Pensaba sentarme con Lesa y Carissa.

—Como yo —intervino Dee, que apareció de la nada con un plato en equilibrio sobre una mano y dos bebidas en la otra—. Eso si crees que soy bienvenida.

Aquella sensación fea y extraña se asentó pesadamente en mi pecho. No quería esperar a oír la respuesta de Kat, porque por supuesto que Dee sería bienvenida, así que me di la vuelta y me dirigí hacia la mesa donde estaban los trillizos con un par más.

—Hola —dijo Adam mientras me dejaba caer en el asiento que había a su lado. Levanté la barbilla como toda respuesta, lo cual me hizo ganarme dos palabras en voz baja—: Pues vale…

Puse el libro de Historia sobre la mesa y lo abrí.

—Alguien está de mal humor —comentó Andrew entre dientes.

—Alguien quiere morir —murmuré sin levantar la mirada.

Andrew se rio, inmutable ante mi comentario.

—¿Qué estabas haciendo hablando con Simon?

Me encogí de hombros.

—Tan solo quería saludar.

Junto a mí, Adam me lanzó una larga mirada.

—Eso es… extraño.

—No es nada —aseguré, y después comencé a pasar las páginas del libro de texto. A continuación, noté que me estaban abriendo unos agujeros ardientes en la parte superior de la cabeza, así que levanté la vista y vi que Ash me estaba mirando con el ceño fruncido—. ¿Qué pasa?

—¿Por qué estás siendo tan gilipollas?

Levanté las cejas; aquello ni siquiera se merecía una respuesta. Estaba a punto de volver al infierno que estaba mirando en el libro de texto y me encontré buscando entre las mesas hasta ver a cierta chica humana de ojos grises.

Kat estaba sonriendo mientras tomaba su bebida, y sus labios rosados se movían mientras le decía algo a Lesa. Las chicas se rieron. Kat tomó una porción de pizza mientras Dee movía ligeramente el cuerpo, y entonces la mirada de Kat se dirigió hacia mi mesa y nuestros ojos impactaron; se encontraron y se quedaron fijos en los del otro.

Aunque estábamos separados por un espacio, no parecía que fuera así. Esperé a que apartara la mirada, pero no lo hizo. Sabía que debía hacerlo antes de que Ash o Andrew se dieran cuenta, porque lo harían, pero yo tampoco aparté la mirada. Oh, no, continué mirándola fijamente, pensando en la noche anterior en mi cocina, en cómo había estado esperando a que la besara. Sabía que era así.

Y sabía que no me lo habría impedido.

Incluso desde el lugar donde me encontraba, pude ver que sus labios se entreabrían y sus mejillas se volvían rosadas.

—Estás empezando a molestarme de verdad —dijo Ash en voz baja y, al ver que no respondía, su pie me golpeó la espinilla—. ¿Hola? ¿Es que soy invisible o qué?

Fruncí el ceño, aparté la mirada de Kat y miré a Ash. Sus ojos ardían como zafiros.

—¿Cómo podrías ser invisible?

Sus labios se curvaron en una tensa sonrisa.

—No lo sé. Ahora mismo me siento como si lo fuera.

—Ajá —murmuré, tomando un trago de leche.

La sonrisita se desvaneció.

—No hace falta que te preocupes tanto —replicó con aspereza—. No quiero que vayas a estresarte.

No respondí mientras dejaba el cartón de leche sobre la mesa y volvía al capítulo… ¿qué más daba cuál era? Aguanté como unos tres minutos antes de levantar la mirada y volver a clavarla en Kat. Al igual que la noche anterior.

Estaba jodido.

* * *

—¿Cómo van las cosas con tus nuevas vecinas?

Me recliné contra el lateral de mi todoterreno y miré la carretera secundaria vacía a unos kilómetros de la base de Seneca Rocks. El agente Lane había estado esperándome al salir de clase el jueves por la tarde. Con un destello de los faros delanteros de su Expedition, me hizo saber que quería que fuera a nuestro punto habitual de encuentro.

Lo único que no era habitual era la hora de la cita y el hecho de que Vaughn no se encontrara con él. Aunque no podía sentirme demasiado decepcionado por lo de Vaughn; quizá se había caído de la faz de la tierra.

Levanté un hombro como respuesta a la pregunta de Lane, tratando de restarle importancia a pesar de que no me gustara nada cómo lo había dicho. No era la primera vez que me preguntaban cosas, pero normalmente era Vaughn quien hacía las preguntas.

—Todo va bien. Parecen majas.

—Entonces, ¿no hay ningún problema?

Unas gafas oscuras ocultaban los ojos de Lane. Definir la palabra «problema» sería interesante.

—Nop.

—Eso está bien. —Miró hacia la carretera—. Estaba preocupado.

La intranquilidad se revolvió en mis tripas.

—¿Por qué?

—No te gustan los humanos —respondió con honestidad—. Y teniendo en cuenta que se han mudado dos justo a la casa de al lado, suponía que estarías cabreado.

Resoplé ante la franca honestidad de Lane. No podría decir que me cayera demasiado bien, pero al menos era mejor que Vaughn. Cuando Dawson… cuando él murió, Lane había parecido afectado de verdad, a diferencia de Vaughn, a quien obviamente le daba igual.

—No me hacía mucha gracia. Eso ya lo sabías cuando os pregunté a Vaughn y a ti por qué se les había permitido mudarse, pero ¿qué puedo hacer?

—Nada —respondió él. Cruzó los brazos y giró la barbilla hacia mí.

Volví a encogerme de hombros.

—¿Dónde está tu colega?

—¿Vaughn? —Frunció el lateral de los labios, casi como si la idea de ser amigo de Vaughn lo disgustara. Sabía que había una razón por la que toleraba a Lane—. Está fuera, haciendo algo con Husher.

Fue mi turno para fruncir los labios en señal de repulsión. Nancy Husher. Uf, qué mal me caía esa mujer. No confiaba en ella, lo cual era mal asunto, dado que se encontraba bastante alto en la jerarquía del Departamento de Defensa, pero por suerte no teníamos que tratar con ella a menudo.

—Hace un par de semanas hubo un estallido anormal de energía por aquí —explicó Lane, cambiando el tema hacia otro asunto del que no quería hablar—. Le siguieron el rastro hasta la carretera de acceso principal cerca de tu casa.

Apostaba a que «hace un par de semanas» se refería al momento exacto en el que Kat se puso frente a un camión en marcha.

Lane cambió el peso de pierna, que era escaso.

—¿Estáis volviendo a jugar al fútbol?

Casi me reí. Dee se había inventado aquello la última vez que nos habían preguntado sobre la actividad inusual. En realidad no jugábamos a una forma Luxen de fútbol, y ni de coña nos lanzábamos bolas de energía, pero había sido una excusa perfecta. Asentí con la cabeza.

—Con los Thompson. Se nos fue un poco de las manos.

—Vuestras nuevas vecinas no lo verían, ¿verdad?

Apreté la mandíbula.

—No somos estúpidos. No estaban en casa.

Lane asintió con la cabeza.

—Me alegra oírlo.

Me aparté del todoterreno y descrucé los brazos.

—¿Algo más?

El agente Lane negó con la cabeza.

Abrí la puerta del conductor y estaba a punto de subirme cuando me detuvo.

—Ten cuidado, Daemon. Con tus nuevas vecinas, ya no vamos a ser solo Vaughn y yo los que os echemos un ojo. Tal vez querráis dejar lo del fútbol.

* * *

El sábado por la tarde iba a ser cuando encerrara a Kat en su casa. Juraba ante Dios, las deidades y cualquier otro ser superior que iba a hacerlo.

—Vas a dejar que lo haga —dijo ella, y sus ojos eran de un gris tormentoso mientras me fulminaba con la mirada—. No voy a quedarme aquí sentada sin hacer nada.

—Yo no he dicho que tuvieras que quedarte aquí sentada. Yo tampoco quiero quedarme aquí sentado.

Alzó un poco la barbilla.

—¡Pues nadie te está obligando a quedarte!

—¿En serio? —Mi voz emanaba burla—. Creo que sabes por qué estoy aquí.

Kat echó la cabeza hacia atrás y soltó un gruñido.

—Tan solo quiero ir a una librería que me ha dicho Carissa. Está en el pueblo.

Sabía a cuál se refería, aunque no es que fuera demasiado difícil, puesto que solo había una en el pueblo. Era de segunda mano, y el dueño a veces no tenía ni idea de las existencias que tenía ni de su valor.

—Y aunque lo último que quiero hacer es pasarme la tarde en una librería, lo único que estoy diciendo es que voy a ir contigo.

Sus manitas se cerraron en puños.

—¿Es que no ves por qué no quiero que vayas? Tú no quieres ir, y vas a convertirlo en una experiencia terrible.

Puse los ojos en blanco.

—No es cierto. —Cruzó los brazos y me miró significativamente—. En serio.

Kat miró por encima de mi hombro, en dirección al bosque, y soltó un profundo suspiro.

—Mira, entiendo que no debo ir yo sola. Que es…

—Peligroso y estúpido —indiqué de forma servicial.

La línea de su mandíbula se endureció, y transcurrió un momento antes de que respondiera.

—Sí, entiendo que sea peligroso, pero…

—Ese debería ser el fin de la conversación.

Kat bajó la mirada hasta la mía, frustrada.

—Pero es viernes por la tarde, y Dee se ha ido al cine con Adam, y yo… yo tengo que quedarme aquí con…

—¿Conmigo?

Levanté ambas cejas y crucé los brazos, imitando su postura. Ella volvió a suspirar.

—No quiero parecer una idiota, pero no… ni siquiera te caigo bien la mayor parte del tiempo. O sea, a veces eres muy guay y me lo paso muy bien contigo, y al momento siguiente, como en el último par de días, te comportas como un gilipollas.

No había sido demasiado simpático desde el día de la cafetería. No me gustaban las gilipolleces de Lane, y todas las preguntas que me había hecho. No me gustaban las gilipolleces de Simon. No me gustaban las gilipolleces de los hermanos Thompson, especialmente Andrew y Ash, que no ocultaban en absoluto su desprecio creciente hacia Kat. No me gustaban las gilipolleces de Matthew, cuya maldita paranoia era casi contagiosa. No me gustaban las gilipolleces de Dee, porque actuaba como si nada fuera mal y estuviéramos rodeados de unicornios vomitando arcoíris.

No me gustaban las gilipolleces que tenían que ver con Kat en general.

Y no hacía falta decir que mi mal humor me hacía hacer gilipolleces.

El centro de las mejillas de Kat era ligeramente más rosado que el resto de su cara y, aunque su mirada era firme, sabía que mis cambios de humor la afectaban. Era una chica mentalmente fuerte, tenía mucho poder emocional, pero no me estaba portando bien con ella. No me estaba portando bien en absoluto. Y aunque había sido ella quien se había mudado a aquella casa, y había sido ella quien se había puesto frente a aquel camión en marcha, nada de lo que había sucedido era culpa suya.

Me froté la mandíbula con la palma de la mano y la miré a los ojos.

—Te prometo que me portaré bien.

Inclinó la cabeza hacia un lado.

—No te creo.

—En realidad, no hace falta que lo hagas. —Me metí la mano en el bolsillo de los vaqueros y saqué las llaves del coche—. Vamos. Sé a qué librería se refería Carissa. Si quieres verla, vamos a tener que marcharnos ya, antes de que cierre. —Kat no se movió—. Vas a querer verla. —Salté del porche y aterricé hábilmente frente a los escalones—. Tienen un montón de libros que venden por cincuenta centavos cada uno. —Sus ojos se iluminaron, como el débil resplandor que la rodeaba. Retrocedí hasta el camino de entrada—. Si tienes suerte, el dueño estará allí.

Descruzó los brazos.

—¿Por qué sería eso tener suerte?

—Porque se parece a Santa Claus. —Kat pestañeó, y después se le escapó una risa de sorpresa. El sonido me hizo algo extraño en el pecho, algo que ignoré mientras abría la puerta del lado del conductor—. Vas a venir, ¿verdad?

Finalmente, tras lo que parecía una eternidad, se metió en el todoterreno y encendió la radio de inmediato, la señal universal que indicaba «no hables». El trayecto hasta el pueblo fue tranquilo, y mantuve la boca cerrada mientras entrábamos en la pequeña librería de segunda mano que olía a polvo y páginas viejas.

Por desgracia, el dueño no estaba allí en ese momento, pero no parecía que a Kat le importara. En cuanto puso el pie dentro, fue como si fuera la mañana de Navidad para ella. Una sonrisa apareció en su rostro, y no desapareció mientras iba zumbando de un estante repleto al siguiente, ajena a las nubes de polvo que removía cada vez que sacaba un libro de un montón. No había nadie más en la estrecha tienda, aparte de la señora mayor tras la caja registradora, que tenía la nariz metida en un libro.

Me alejé para quitarme de su camino y saqué el móvil para jugar al Candy Crush, pero no le estaba prestando atención al juego. Joder, ni siquiera estaba jugando realmente. Estaba observándola. No podía evitarlo; sobre todo cuando se inclinaba para examinar los estantes inferiores.

Moví las piernas, incómodo, pero no sirvió de mucho. Mi mente quedó inundada de imágenes, y Kat aparecía en todas ellas. Su compañero de reparto era el biquini rojo. El calor se movía bajo mi piel, así que apreté los dientes. Tenía que pensar en algo; en cualquier cosa.

Kat se estiró para tratar de alcanzar un libro que tenía varios estantes por encima, y la camiseta que llevaba se le levantó, mostrando una estrecha franja de piel sobre los vaqueros.

Joder…

Aferró el libro contra su pecho, y sentí mucha mucha envidia por ese libro.

Volví a moverme, pero siguió sin servir para nada.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia un contenedor de alambre lleno de libros pequeños en tapa blanda con portadas de hombres con el pecho desnudo y mujeres con vestidos bonitos y anticuados. Se puso a escarbar hasta sacar un montoncito de ellos, y después me miró.

—¿Me ayudas?

Me guardé el móvil en el bolsillo y caminé hacia ella, un tanto… incómodo.

—¿Qué pasa?

—Extiende los brazos, por favor.

Hice lo que me pedía.

Y unos pocos momentos después, estaba sujetando una montaña de libros románticos.

No tenía ni idea de cómo mi vida había descarrilado tanto que eso era lo que estaba haciendo un viernes por la tarde, pero una parte de mí no se sentía tan molesta. Y, por supuesto, eso me molestaba todavía más.

Kat acabó saliendo de la tienda con más libros de los que necesitaría cualquier humano, y durante todo el camino de vuelta a casa sonrió… con esa sonrisa tan bonita que rara vez veía. Comenzó a parlotear sobre los libros y, aunque no le respondí a nada de lo que decía, continuó hablando.

Estaba feliz de verdad.

Supe que en el momento en que abriera la boca iba a arruinarlo, tal como siempre hacía. Pensé en el hecho de que nada de todo aquello era culpa suya. Y pensé en el hecho de que durante todo el tiempo Dee había tenido cuidado estando con ella, pero yo no lo había hecho. Con mis intentos de mantener a salvo a Dee y ocultarle la verdad a Kat, había acabado poniendo en peligro a Dee y revelando lo que éramos.

En realidad, yo era el problema.

Y mi atracción hacia Kat no mejoraba la situación. De hecho, lo volvía todo aún más peligroso.

El rastro de Kat iba a desvanecerse pronto; en menos de una semana. Tras eso, tendría que guardar las distancias, y esa vez de verdad. Se acabarían las gilipolleces de caer en lo mismo una y otra vez.

Se acabarían todas las gilipolleces.

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