Nora

Nora


Capítulo 19

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Los días fueron demasiado parecidos los unos a los otros. Nora quiso hacerle trampas, se levantaba a las cuatro y media de la mañana para tener la posibilidad de encontrarse con Charles. No fue posible; casi se podía decir que el hombre se divertía de sus intentos.

—Llega usted cada mañana más temprano… —comentó al tercer día—, si sigue así, empezaremos a trabajar a medianoche.

—Estoy segura de que la señora Kaliska le advierte mis movimientos. —El malestar se oyó en el tono de censura de Nora.

—Tengo informantes secretos, señorita Jolley. —La voz desde las sombras lograba estremecerla. Le gustaba el tono bromista, lo ronco de su garganta. Se odiaba por imaginar el modo en que la nuez de adán se movía en la garganta del hombre cuando arrastraba las palabras. No tenía un acento muy definido, no era ni del todo yankee como los llamaban a los del norte, ni del todo sureño. Aunque, definitivamente, no era británico—. Y me han comentado ciertas tensiones entre usted y Kaliska.

—Nada de lo que deba preocuparse, solo un cruce verbal con la señora…

—Kaliska es su nombre de pila. Significa ciervo que persigue a un coyote, es un nombre muy bonito entre los Miwok, la presa que persigue a su captor…

—¿No poseen apellidos?

—No a nuestra manera. No difiere tanto, ¿Cuántos son conoce? —dijo en referencia a que son significa hijo en inglés—. Ella es Kaliska, hija de Elsu.

—De modo que si quiero mantener mis modales británicos le debo decir señora Elsudaughter.

—Me temo que en ese caso tendrá que dejar sus modales, pues Elsu la ha desterrado, y dudo que Kaliska lo tome bien.

—Lo siento… —Y de verdad lo hacía.

—Sé que lo hace; es mestiza, y recuerdo bien lo que ha expresado de las tribus africanas. El entendimiento va de la mano con la empatía.

Nora se había sentado a trabajar en silencio, en una armonía que comenzaba a funcionarles. No obstante, su mente viajaba a la empatía por Charles, un sentimiento que nacía sin su contrapartida: el entendimiento. No sabía qué ocultaba su accionar ni los cambios de ánimo. Los mismos se solían dar cada vez con menos frecuencia, pero eran más abruptos cuando caía en cuenta del descuido que significaba dejar a Nora traspasar sus barreras.

El día anterior, tras uno de sus quiebres, el cual se había dado porque el papel de un manuscrito se había desgarrado bajo su guante, la puso al corriente del cambio de planes:

—Tal y como solicitó, tendrá el día de mañana libre para ir al pueblo a comprar lo que necesite. Las hermanas Foster irán y han accedido a compartir el carruaje con usted y servir de carabina. Pasarán por usted a las ocho, hay una hora de viaje.

—Podemos trabajar hasta…

—No. —La voz sonó autoritaria e irritada—. Duerma, le vendrá bien. Creo que me he excedido en mis demandas.

—No estoy de acuerdo.

—Pues eso no importa, ¿verdad?, porque yo soy el jefe y al parecer tengo que usar la autoridad que ese puesto me da para exigirle que descanse y se ocupe de sí misma. —La dureza de la reprimenda casi consigue ocultar la genuina preocupación. Casi… porque Kaliska decidió entrar en ese momento.

—Llego en el instante indicado —expresó la mujer—, justo cuando más necesitan un vaso de leche. Debo tener el don de la clarividencia.

Charles rio a carcajada limpia desde su escondite en el sofá.

—Lo que tienes, Kaliska, es un oído privilegiado, que no dejas de apoyar tras las puertas.

—Dé gracias a eso. Leche con vainilla, un poco de canela, endulzado con miel. Para usted y para la señorita… ¿sabe?, he descubierto hace unas noches que la aqueja el mismo mal que a usted.

—¿Y cuál es ese? —se interesó el hombre. Nora, que seguía furiosa con Kaliska, apiló los papeles para dar por terminada la jornada. No bebería el vaso de leche allí, donde no era bienvenida.

—El del fuego de espíritu, señor. Un fuego que hace arder el cuerpo, hay que tener cuidado, señor, señorita… a veces afecta el estómago, otras…

—Kaliska… —fue la advertencia de Miler. La mujer sonrió y se acercó a él con la bandeja. Apoyó todo con sumo cuidado en la mesa auxiliar y Nora pudo ver la mano enguantada tomar el vaso. Comprobó la rigidez de la misma, y se mordió para no preguntar a qué se debía. Guantes de cuero a medida con ese calor… ella apenas soportaba la camisola. Se quedó prendada, observando el intercambio de ambos y dejó de hacer lo que estaba haciendo.

Tenía que huir, se dijo, mantener el temple de acero y simular que no le importaba. Lo hacía.

Kaliska podía atravesar la línea invisible que había trazado Charles y mirarlo de frente, comentar algo con él y bromear mientras sus ojos hacían contacto. Sintió envidia de Kaliska, sintió celos, se sintió una imbécil. No supo por qué, al darse cuenta de eso, salió a trompicones del despacho, sin una gota de decoro. Dio de lleno con José, que venía a ayudar a su señor.

—¿Se encuentra usted bien? —preguntó en un inglés trabado, con fuerte acento español.

—Sí… es…

El balbuceo de Nora alertó a Charles, al punto que se puso de pie, aunque no se volteó. La señorita Jolley pudo divisar la espalda ancha, la cintura estrecha y el cabello castaño que se enrulaba apenas en la nuca de Miler.

—No me gusta que me tomen de tonta, señor José —dijo con la mayor dignidad de la que fue capaz—. Y eso es lo que ha hecho la señora Kaliska al hacerme creer que tenía otras opiniones. —Se marchó a paso firme y se alegró de no tener que ver a Miler durante todo un día. Ni a Miler, ni a Kaliska ni al pobre de José. Todos eran igualmente culpables de la burla que la tenía como centro de atención.

Necesitaba su tarde con Amy para recuperar fuerzas de ánimo.

 

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