Nora

Nora


Capítulo 31

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La falta de experiencia hacía que Nora se sintiera indispuesta. El corsé no le era de ayuda; al contrario, parecía decidido a expulsar la indigestión que atesoraba en la boca del estómago. La ansiedad, la ausencia de práctica social y el recordatorio de que no podía postergar mucho más aquello que la guio hasta él en primer lugar le atenazaba el cuerpo, le enfriaba las extremidades. Para colmo de males, lucía hermosa, y la vanidad, esa traicionera cualidad, se hizo su amiga en ese día en particular. El vestido verde oliva con delicados apliques en dorado había sido un obsequio de Charles. Por lo visto, las cabalgatas matutinas nada tenían que ver con hábitos saludables, sino con excusas. Excusas para encargar el más bello de los vestidos, excusas para inundarla de más regalos.

Sin importarle el miriñaque, se dejó caer en la butaca frente al tocador.

—Respira profundo, Nora... —Hablarse a sí misma se estaba convirtiendo en una preocupante práctica, pero funcionaba—. Respira profundo, Charles se merece esta noche. —El monólogo verbal finalizó ahí. Por desgracia, el interno continuó:

«Tú también lo mereces... lo mereces a él, al amor que te entrega».

Conocía la capacidad suprema del pensamiento. Si lo repetía lo suficiente, lo aceptaría como una realidad irrefutable.

«Él lo merece. Tú lo mereces. Se merecen el uno al otro».

¿Acaso el sufrimiento no debía de ser compensado? ¿La balanza no debía de ponerse en equilibrio? Por supuesto que sí, y dictaminó que la balanza que los había tenido oscilantes, ahora, encontraba la armonía.

La mano enguantada de Charles se posó en su hombro. Tan dominada por sus temores y pensamientos, no lo oyó entrar. No se sobresaltó, jamás podía reaccionar de esa manera ante su cercanía. Sucedía lo opuesto, la llenaba de calma, de deseos y sueños...

—¿Te encuentras bien, cariño? —El rostro preocupado de Charles se reflejó en el espejo del tocador.

—Contigo siempre me encuentro bien, Charles. —Giró sobre la butaca para aferrarse a su mano con una demandante caricia. Estaba acostumbrada a gozar del placer del contacto de su piel, los guantes de cuero eran considerados el enemigo. Aunque comprendía la necesidad de utilizarlos esa noche.

—Estás pálida. —Le alzó el mentón.

—Puede ser. —Se incorporó y deleitó con la elegancia de Charles. La informalidad solía vestirlo; esa noche, Nora vislumbró el porte magnánimo que poseía el hombre que amaba... digno de la nobleza. Tragó saliva, intentó recobrar el color en las mejillas bebiendo del calor de su cuerpo—. Los nervios me traicionan.

—¿Nerviosa? ¿Mi señorita Jolley, nerviosa? —Envolvió la cintura con sus brazos, y la acercó a él—. Esa sí que es una revelación inesperada. —Recorrió la boca de Nora con una caricia de sus labios.

—Tienes razón, y es tan inesperada que ni yo contaba con ella. En mi defensa, no estoy acostumbrada a este tipo de situaciones.

—¿Fiestas? ¿Agasajos? ¿Ese tipo de situaciones? —Se lo tomó a broma.

—Ah, mira tú... ¿así se llaman?

—Sí, y la expresión en tu rostro te delata. Te sientes incómoda, ¿verdad?

—Tan solo un poco... los eventos a los que he concurrido siempre se han dado bajo estrictas normas.

—Pues dímelas, así las incorporo a futuro.

—Lo veo algo difícil, mi amor.

—Ponme a prueba. —Apretujó sus costillas, le hizo cosquillas, y las risas de Nora no se hicieron esperar.

—Una habitación en el altillo, té de medianoche... Clarise y Amy.

Ese era todo el historial con el que contaba Nora. Su terquedad, junto con esa común actitud de mantenerse al margen de todo, le había hecho desestimar invitaciones a fiestas en casa de los Clark. Y, en Boston, escapar de cualquier evento social fue una cuestión de supervivencia. Saint Jordan iba a la caza de maridos en cada oportunidad que se le presentase.

—La señorita Brosman ya está aquí. En cuanto a lo otro... —Los labios de Charles se movieron de un lado al otro en una seductora mueca. Nora no pudo contenerse, tomó el rostro entre sus manos y lo besó con ansias. Como si tuviera días sin besarlo. Nunca se cansaría de esos labios. El beso estimuló la creatividad en él, continuó—: Confío en las capacidades de Elton, creo que, si le brindas las indicaciones precisas, puede construir esa habitación para ti. Luego nos encargamos del asunto «Clarise».

—¡Estás completamente loco, Charles Miler!

—Sí, completamente loco por ti... y para dejarlo más en claro y acrecentar tu encantadora incomodidad... —Su mano derecha abandonó la cintura de Nora para ir en camino directo al interior de su chaqueta de vestir. Con dificultad, extrajo un delicado collar de perlas y lo exhibió ante los expectantes ojos de su amada.

—¿Qué es eso, Charles? —Los ojos le brillaron, parpadeó víctima del desconcierto.

—Es lo que es, y lo es para ti, cariño.

—No, no... —Intentó retroceder, olvidando que tras ella se encontraba la butaca del tocador. Cayó de nalgas—. No puedo aceptarlo... es, es demasiado.

—Demasiado es lo que tú me das, Nora. ¡Déjame amarte, consentirte, complacerte! Acéptalo, por favor.

Las mejillas le ardían, el tono pálido de su piel era ya un lejano recuerdo. Acarició las perlas. Nunca antes tuvo un privilegio similar. Siempre supo el límite que sus ambiciones materiales tendrían. Una gargantilla como la que Charles le entregaba lo superaba a gran escala. Se visualizó luciéndola y, como si de una pesadilla se tratara, espantó esa imagen de su mente.

—No, Charles... no puedo. ¿Qué van a pensar los invitados?

—¿Te refieres a los Grant? ¿A los Foster? —Ella asintió con una vergüenza que se adelantaba al momento en sí—. Van a pensar que te amo... y no van a estar equivocados. —La hizo girar sobre la butaca para que se contemplara de nuevo en el espejo. Colocó las perlas a la altura de su garganta. Luchó contra la presilla en vano. Esos movimientos motrices finos requerían de mucha práctica, él no la poseía—. Vas a tener que ayudarme, cariño, la torpeza …

—Lo siento... —Lo interrumpió, embargada de pena. Con la ayuda de sus manos, guio a las de Charles por su cuello hasta unir los extremos de la delicada pieza. Ella se encargó de asegurar la presilla—. Gracias... es preciosa.

—Tú lo eres —finalizó besándola en el cuello.

Se quedaron en silencio por unos segundos. Compartieron las respiraciones ansiosas. El secretismo que sostenía a la relación iba a desaparecer ni bien se sumaran a los invitados. No había mucho qué decir, el amor que se profesaban no podía contenerse. No era una simple reacción física. Las almas se atraían, tanto o más que los cuerpos. Y el deseo mutuo no podía ocultarse, ni aunque una barrera los separase. Lo sabrían, los presentes serían testigos de lo que ellos eran... un hombre y una mujer que se amaban sin medida.

 

La indisposición que atacaba a Nora desde raíz desapareció al darse cuenta de que ninguna mirada estaba puesta en ella, por lo menos no de la manera en que había presupuesto. Amante, querida, con todos los sinónimos que pudieran utilizarse.

La cena se dio dentro de un marco maravilloso; brindaba espacio a adulaciones de connotación laboral dirigidas a ambos en igual magnitud. La realidad era que los Grant estaban al tanto de todo —de todo lo referido al vínculo sentimental que los unía—, y por decantación, también lo estaban las hermanas Foster. Lo que hacía conjeturar que los padres de las muchachas también compartían la comprometedora información. El puritanismo no había sido invitado esa noche. Punto final. Era una noche de auténtico festejo, y Nora se dejó doblegar por él.

Amy se desenvolvía como una sombra a su lado. La incomodidad no había menguado en la joven maestra. Otra inexperta confesa, que, para colmo de males, se vinculaba a diario más con niños que con adultos. Por suerte, las hermanas Foster estaban dedicadas a la actividad que el destino les encomendaba, convertir a las señoritas británicas en californianas de pura cepa.

Amber no se separaba de Elton a menos que la obligaran; y en el resguardo del hogar Miler no ocurría. Era libre de colgarse del brazo de su prometido todo el tiempo que desease. Megan, que tenía una historia matrimonial de unas cuantas hojas escritas con Jonathan Grant, tomaba como un respiro aquellas oportunidades que le permitían abandonar su rol de esposa por unos instantes. Brithany, como la menor y soltera, se sumaba a ella, para deleitarse con los cuchicheos típicos de jovencitas.

—Se la ve radiante, señorita Jolley —acusó con picardía la muchacha. Comentario que le granjeó un sutil codazo de Megan. Carraspeó para disimular, y continuó—: ¿Nos dirá su secreto?

—Creo que ya lo saben.

—Verdad, su vestido lo confiesa. —Brithany fue lapidaria.

Amy quiso reír a carcajadas, no pudo porque la limonada se atoró en su garganta. Casi se ahoga. Tosió de manera descontrolada, la mayoría de las miradas se posaron en ella.

—¡Eso le ocurre por no beber licor, señorita Brosman! —Louis Grant intentó evitar el bochorno en la muchacha haciendo de las suyas—. El licor nunca traiciona ¡No lo olvide! —finalizó levantando su copa. El resto lo imitó, uniéndose al improvisado brindis.

No lo olvidaría. Ni eso, ni el agradecimiento al joven Grant.

—Respira, Amy... —Nora le palmeó la espalda mientras Megan le proporcionaba una ficticia brisa con su abanico.

—Lo siento, señorita Brosman... —Brithany se disculpó.

—Dime Amy... y no, no es necesario que te disculpes. No tienes por qué.

—Tienes razón, Amy —intervino Megan como si de la voz líder se tratase—. No tiene que disculparse contigo, sino con Nora. Su comentario estuvo, por lejos, fuera de lugar.

Nora quería pasar por alto el asunto del vestido. Si seguían indagando, el collar de perlas sería el próximo punto de análisis.

—No es necesaria la disculpa, Brithany.

—No, mi hermana tiene razón, a veces suelo abrir mi boca sin mesura.

—Exacto —convino Megan, satisfecha. Y Amy, ya restablecida, asintió.

—Perdón por mi equivocación, es evidente que el señor Miler le paga un excelente salario. ¡No cualquier empleada puede darse el gusto de un vestido como el suyo... —ironía pura. La pequeña Foster era peligrosa. Señaló con su abanico la gargantilla en Nora—, o ese collar de perlas!

—¡Por todos los cielos, Brithany! —gruñó entre dientes Megan—. ¿Qué hablamos antes de llegar aquí?

—Señorita Foster... —Amy recurrió a sus delicados modales y formas para regresar a su lugar a la jovencita—. No sabía que usted se desenvolvía en el ámbito laboral como para estar al tanto de los salarios actuales. Dígame, ¿cuál es su área de trabajo?

Nora escondió la sonrisa en el borde de su copa de limonada.

—El cotilleo, ¡qué más! —respondió Megan—. Me disculpo por ella, ya que parece incapaz de hacerlo.

—Tengo mis motivos. —Se abanicó el rostro ardido con la vista puesta en Amy. Los ojos de Brithany se perdían en la distancia tras la espalda de la señorita británica.

—¡Pues aparta esos motivos de esa cabecita tuya! —la reprendió su hermana.

Nora y Amy se miraron intrigadas, y la señorita Jolley consideró prudente indagar en el asunto para dejar de ser el centro de los comentarios tendenciosos de la jovencita Foster.

—¿Cuáles motivos? Si es que se puede saber —preguntó Nora.

—El hombre que, se dice, va a ser el nuevo protagonista de la novela de Sarah Lorean —se acercó a ellas a modo de confidencia, y susurró entre medio de las cabezas—: Hotah...

Hotah... Nora tuvo que unir las recientes piezas que se encontraban en su cabeza. Lo recordó, era el mestizo que había rescatado a Charles y que trabajaba para Zachary Grant. Giró sobre sus talones sin pudor alguno. Ahí estaba, manteniendo una conversación con Zachary y Benedict Grant.

—Nora... por favor, sé más disimulada. —Le alertó Amy que estaba petrificada, como si una parálisis repentina la hubiese atacado.

—¿Lo conoces, Amy? Me imagino que sí, suele recorrer el pueblo —preguntó Brithany, ávida de jugosa información.

—Puede que nuestros caminos se hayan cruzado en alguna oportunidad.

—¿Cuándo?

—¡Brithany, no seas tan metiche! —Megan decidió ponerle un límite a su hermana.

—No lo recuerdo. —Amy no fue muy convincente.

—¿No lo recuerdas? ¿Tú? —Nora la puso en duda.

—¡Sí, no lo recuerdo! Mi memoria puede fallar, ¿no lo crees? —Estaba actuando a la defensiva, algo poco habitual en ella.

—Creo lo que tú digas —finalizó Nora.

El ida y vuelta de respuestas las agotó. De pronto, las cuatro se quedaron sin tema de conversación.

—Ahora que te observo... Amy —Brithany se permitió el tuteo que esta le había brindado para romper el silencio. El rostro de la señorita Brosman se encontraba en primer plano, y detrás, a lo lejos, coincidía el de Hotah—, serías la perfecta protagonista para la historia de Sarah. ¿No lo crees así, Megan? —Buscó complicidad en su hermana. Los ojos de Megan respondieron a la demanda. Las dos la evaluaron—. Tú, blanca como la luna, y él... con esa piel bronceada por el sol californiano. —Brithany volvió a abanicarse. Megan la imitó—. Tus cabellos rubios rojizos, y su cabellera oscura que le llega hasta los hombros...

Por obra y gracia del destino, la fervorosa imaginación de Brithany fue puesta en pausa. Amy respiró, porque había dejado de hacerlo y ninguna de ellas se había percatado. Sin más alternativa, dedicaron la atención al señor de la casa que parecía decidido a dar un improvisado discurso.

Una vez que Charles consiguió el contacto visual con Nora, carraspeó para dar inicio:

—Ante todo, quiero agradecerles su presencia. Hoy, más que nunca, he comprendido lo bendecido que soy al contar con ustedes a mi lado... —Las palabras se le atragantaban, se detuvo. Quería ser perfecto, impecable con ellas.

—Nos quieres, Charles, ya lo sabemos ¡Ve al grano! —Louis hizo aquello que le fue solicitado hacer minutos atrás, actuar si lo veía titubear. Todos rieron, y Charles encontró el camino de regreso a lo que quería decir.

—Tienes razón; siempre la tienes, Louis.

—Maldición, Miler... —Zachary también decidió participar—. ¡¿Quién va a tolerar al pequeño Grant ahora?!

—Supongo que los mismos que te toleran a ti, Zach. —Charles devolvió la jugada.

Las risas no tardaron en resonar. Festejaron la respuesta. En especial Zach, que levantó su copa a él. El buen humor extendía sus alas envolviéndolos a todos. Charles respiró para llenarse el pecho de coraje, la clase de coraje que no estaba acostumbrado a utilizar.

—Iré al grano, y lo haré porque no quiero demorar ni un minuto más... —Atravesó el salón en dirección a Nora acompañado de más de un murmullo, se detuvo frente a ella con el corazón galopando a ritmo descontrolado—. Existen varios motivos por los cuales festejar, y cada uno de ellos no sería posible sin ti, Nora. Solo tú y yo conocemos la historia que nos convirtió en lo que juntos somos...

—Un error... —dejó escapar ella, y sonrió.

Finalmente habían hecho de sus primeros entredichos una anécdota inolvidable.

—Sí, y con barriga y rodete en lo alto... inclusive con bigotes, te amaría. —Tomó su mano entre las suyas y le confesó con la mirada sus verdaderas intenciones—. Fuiste más de lo que esperé, señorita Jolley, y eres mucho más cada día. Es un honor para mí contar contigo, con tu brillantez, con tu espíritu rebelde cuyo único norte en su brújula es la justicia. Es un honor compartir mi vida contigo... al punto tal que deseo gritarlo al mundo. —Una última bocanada de aire, solo eso necesitaba. Nada le impediría confesar su amor—. Nora... mi amada señorita Jolley. ¿Me otorgarías el último de los honores? ¿El honor de hacerte mi esposa?

El mutismo fue compartido por todos los invitados. La expectación crecía junto a una respuesta que no llegaba.

Y si de miradas confesoras se hablaba, la de Nora habló más de lo que se pudiese esperar. La condena brillaba en sus ojos.

—¿Nora? —reclamó él cuando la mano de ella se apartó de la suya con brusquedad.

—Lo siento, Charles... No, no puedo ser tu esposa. ¡No puedo! —Se echó a llorar a mares.

Huir... no quedaba más que huir. Como él lo había hecho en un principio. Era el momento de Nora ahora. Escapaba de la verdad que le arrebataría todo.

 

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