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SEGUNDO INTERLUDIO » Capítulo 3

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SEGUNDO INTERLUDIO:

Capítulo 3 de 4:

“Sensei”

 

Justo al término de la segunda semana, hago sonar la campanilla para llamar a Kokoro. He tomado al fin una decisión. «Di a Sensei Tukusama que debo hablar con él.» La joven desaparece y, para mi sorpresa, vuelve al cabo de unos minutos. «Mi padre te aguarda en el Dojo. Ha dicho que escuchará lo que tengas que decir.» Al penetrar en el gimnasio en penumbra pude ver al fondo la figura arrodillada del maestro, plantado en algo parecido a la postura meditativa de un Buda. La luz rojiza del atardecer lo bañaba todo, dando la impresión de que un incendio alumbrara su serena figura. Ante su silencio, opto por acercarme y caminar hasta él, no sin antes inclinarme y hacer una reverencia antes de pisar el tatami, como he visto hacer a los alumnos. Me siento algo estúpido, pues nadie me ve hacerlo.

El Dojo, sin la presencia de los luchadores, parece un lugar tan huérfano como una pista de baile abandonada. El vacío se recrea en su presencia, hasta casi hacerse tangible. Me arrodillo ante él, intentando imitar su incómoda postura, pese a las protestas de mis rodillas, y quedamos en silencio por varios minutos. Empieza a ser embarazoso. Carraspeo ligeramente, pero el sensei permanece mudo y con los ojos cerrados, sin hacerme el menor caso. Por un momento pienso en lo absurdo de nuestra situación si alguien nos viera: un guerrero medieval sentado frente a una especie de momia egipcia. Sonrío bajo las vendas y harto de esperar, decido mandar al diablo el protocolo.

―Señor Tukusama, o sensei, o como quiera que deba llamarle, he venido a comunicarle que he tomado la decisión de... ―lo reconsidero por un momento―, es decir, quisiera poder tener la oportunidad de... ―dudo otra vez―. ¡Maldición!, lo que intento decir es que necesito que usted me entrene. Necesito aprender a hacer esas cosas que solo usted sabe hacer.

De pronto, el japonés abre los ojos y las palabras se me atragantan, paralizado por su intensa mirada. El maestro me habla con tono suave y mordaz, consciente del efecto que tiene sobre mí.

―Sakata-san predijo que no tardarías en pedirme que te adiestrara. Incluso me adelantó, que cuando lo hicieras, tu tono sería insolente y descastado. En ambas cosas tenía razón. Sakata-san es un hombre sabio.

―Mire, lo siento, ¿de acuerdo? Yo no conozco muy bien sus costumbres rituales y todo eso. Tan solo...

―Necesitas que te entrene. ―Me interrumpe― Y ahora me dirás por qué.

―Digamos que tengo un asunto pendiente. Digamos que una bala no es bastante para equilibrar la balanza.

Tukusama suspiró teatralmente, fingiendo decepción y cierto fastidio. «La venganza es un triste motivo para acercarse al sagrado camino de la espada», ―suspiró de nuevo. «No obstante, es precisamente esa la razón por la que accederé a tu petición. Mas no por tu venganza personal, como sin duda habrás pensado, sino por la del honorable Sakata-san. El doctor ha decidido convertirte en el instrumento de su venganza. Tiene la absurda creencia de que tendrás éxito en tal empresa y le librarás de sus enemigos, vengando a su vez la desgraciada muerte de Hiyori Nakashima.» Un aguijonazo de rabia me espolea ante el deliberado tono hiriente de Tukusama. Al fin entiendo que estoy siendo manejado desde el principio como otro de sus malditos juguetes. Pero no me importa. Si Sakata y yo tenemos intereses comunes, tanto mejor para mí. Ahora que las cartas están sobre la mesa, decido mandar aún más lejos la diplomacia.

― ¿Qué pinta usted en toda esta juerga? ¿Trabaja acaso para Sakata?

―El dinero no tiene nada que ver en esto, gaijin. Dudo que pueda entenderlo; me une para con Sakata-san una...

―Oh, déjeme adivinarlo ―le interrumpí con una media sonrisa―, ¿una deuda de gratitud, tal vez? Sí, claro que sí, todo funciona igual en este país, ¿verdad? Yo te rasco la espalda y tú me rascas la mía. Todo tiene su “honorable” contrapartida. En realidad no somos tan diferentes como queréis hacernos creer

―Tal como era de esperar, no lo ha entendido.

Ignoro por completo su respuesta y su tono y decido ir al grano.

― ¿Conoce usted a Katsuo?

―Conozco bien al objeto de tu venganza, gaijin. Le conozco personalmente.

― ¿Podrá, pues, entrenarme para vencerle?

El sensei sonríe y me lanza una seria mirada, entre compasiva y condescendiente:

―Ni aunque entrenaras cien vidas, gaijin, aprenderías lo bastante. Tu destino es el de un hombre muerto. Pero si este es tu destino, así deberá ser, y yo no me opondré.

― ¿Significa eso que me entrenará?

―Así será, si así debe ser.

Antes de marcharme me vuelvo hacia él y le escruto con una cínica sonrisa bajo las vendas: «Una última pregunta: ¿me habría entrenado alguna vez de no mediar Sakata?» El maestro responde sin dudar: «Jamás habría accedido a entrenar a un perro gaijin» Bien, al menos el mequetrefe amarillo ha sido sincero. Salgo de allí con una extraña sensación en el estómago que hará compañía a mis pesadillas el resto de la noche. Hubiera preferido al maldito maestro Miyagi de aquella película de los ochenta, era mucho más simpático.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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