Ninja

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Capítulo 7

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7

Compañeros de armas

Continuación: (CINCO AÑOS DESPUÉS)

Empezaba a hacer frío, Rocky Yoshikawa consultaba su reloj mientras apuraba el tercer cigarrillo acodado en la barandilla del viejo “Puente de la cerveza”. El atardecer se había ido rindiendo sin prisa al compás de sus nostálgicas caladas y la luz apenas alcanzaba ya a perfilar la silueta del viejo paso a nivel. Los grafitis que su vieja banda había garrapateado sobre el cemento año tras año reclamando su legítima propiedad ante las otras pandillas del barrio aparecían ahora semiocultos por carteles amarillos de aviso de derribo. Llevaba ya media hora esperando y eso era media hora más de lo que él solía aguardar por nadie, pero, al fin y al cabo, un amigo era un amigo. Y un camarada era mucho más que eso. Estaba ya sacando otro paquete de tabaco del bolsillo de su chaqueta cuando, al fin, oyó un ruido de pasos tras él. «Joder, ya pensaba que no vendrías. ¿Trajiste las cervezas?» Exclamó antes aún de verle. Fue entonces, al volverse, cuando le vio y al hacerlo estalló en una carcajada desternillándose de buena gana como hacía tiempo que no recordaba hacerlo. «¿Pero tú te has visto?» Preguntaba llorando de risa. «¿Qué diablos te ha pasado, hombre?» «Ufff... ¡Maldita sea!» Contestó un malhumorado Toshiro, que con el pack de cervezas en la mano y el traje y las mejillas completamente cubiertos de polvo blanco, parecía un cómico salido de una viejo filme de cine mudo. «Para entrar en la obra he tenido que saltar una valla metálica y, al hacerlo, se me enganchó el maldito traje y fui a caer precisamente sobre unos sacos de yeso. ¡Joder!» Protestaba enfadado mientras se sacudía enérgicamente el polvo «Me he puesto perdido.»

—Bueno, tranquilízate, al menos has llegado, ¿no? —Ambos se abrazaron riendo, después de varios años sin verse— Me alegro de verte, compañero, de verdad.

—Casi no podía creerlo cuando me lo dijeron —comentó mientras miraba en derredor.— ¿Quién iba a pensar que después de toda la vida abandonado, alguien iba a querer construir un jodido hotel justo aquí, en el antiguo solar de la estación? Imagínate, ¡un hotel en el viejo barrio!

—Ya ves, amigo —dijo Rocky mientras abría una lata, mirando alrededor con desaliento.— Parece que al final las cosas sí que han cambiado.

El solar y la antigua vía abandonada sobre las que se erigía el viejo paso a nivel, al que ellos bautizaron “El puente de la cerveza”, estaban siendo desmantelados para construir en su lugar un nuevo hotel de lujo. Donde antes se veía un paisaje de edificios tras los que se ponía el sol al atardecer, ahora solo se apreciaba el esqueleto metálico del futuro complejo hotelero. Era solo cuestión de semanas que derribaran definitivamente aquel paso a nivel, llevándose para siempre un trozo del alma de aquellos dos hombres. Pero acaso por estar fuera del plan principal, en lo que sería la futura zona ajardinada, lo habían dejado para el final. Aún tenían tiempo para una última reunión, con sabor a despedida y a cerveza Sapporo. Sin temor a que nadie les sorprendiera, pues la obra carecía por completo de vigilancia, habían encendido un fuego en el interior de un bidón vacío repleto de basura que encontraron cerca. La primera ronda dio paso a la segunda y esta, a una tercera. Después de tantos años sin verse, no podían evitar esa sensación de estar en compañía de un desconocido y al tiempo sentirse culpables por haber permitido que pasara tanto tiempo. Pero ambos sabían demasiado bien que su trabajo no era fácil.

—Oye, Rocky, no he visto tu viejo Buick ahí fuera, ¿aún lo tienes?

—Eh... está en el taller;, —respondió sin mirarle— le fallaban los frenos, la suspensión y yo que sé mas... ¡Qué más da! Ya era una maldita chatarra cuando lo compré.

—A mí no me engañas, debes estarlo pasando mal sabiendo que manos ajenas están trasteando en tu querido Buick. Sé cómo adoras esa vieja cafetera. Por cierto, el otro día me pareció ver a “Bola de nieve” en el supermercado pero no me atreví a saludarle porque no estaba seguro. ¿Has sabido algo de él últimamente?

Rocky negó con la cabeza exhalando el humo de su cigarrillo, pero no respondió. Siempre prefirió el silencio a la mentira. Y cualquier cosa antes que confesar a Toshiro que la última vez que lo vio con vida fue llorando aterrorizado antes de hundirle un puñal en las tripas, cinco años atrás. Aquella fatídica vez, con su sangre empapando su camisa, aquel chico canijo al que conocía desde niño, le susurró algo al oído antes de morir, pero Rocky no logró entenderlo. Y aquellas últimas palabras le atormentaban cada vez que cerraba los ojos. Por eso nunca podía dormir sin pastillas. No, prefería no confesar a su viejo camarada que en aquellos cinco años, él mismo se había convertido en algo frío y sin alma, en algo que le daba más miedo que la misma muerte. Definitivamente ebrio, apoyándose torpemente en ambas manos, se levantó y caminó alrededor del fuego con los brazos en jarras, mirando el intruso edificio en construcción, con inquina y rencor en su vidriosa mirada.

—Mira esto, joder. Mira lo que nos han hecho, Toshiro. Quieren robarnos nuestro jodido puente, quieren quitarnos nuestro pasado. Eso no está bien, joder...

—No, Rocky, no es justo. Todo es una mierda. —Agregó Toshiro mientras negaba con la cabeza mirando al fuego.

«¡Maldita sea! De niños pasábamos aquí más tiempo que en casa o la escuela, este lugar es nuestro, es nuestra vida. ¿Recuerdas cuántas veces tuvimos que defenderlo juntos, entre golpes y pedradas de las otras bandas? ¡Es nuestro por derecho, joder! ¡Malditos cerdos adinerados!, ¿por qué tenían que quitárnoslo? ¡Deberíamos pegarles un tiro a todos ellos!» Rocky hablaba con los puños apretados, mirando con odio reconcentrado al cartel con el logo de la constructora Tokomo, hasta que, desenfundando la pistola de la sobaquera, disparó dos veces, acertando justo en el centro de cada “O”. Toshiro, sentado en el suelo, le miraba boquiabierto

—Vaya, Rocky, ¿eso es un silenciador? —Exclamó con los ojos muy abiertos— ¿Puedo verlo?

—Claro, hombre. —Rocky, más calmado, volvió a sonreír, y le pasó la pistola con total naturalidad.— Pero antes, dime, ¿qué diablos es eso que llevas colgado de tu cinturón? Llevo toda la noche queriendo preguntártelo.

Toshiro llevaba al cinto una vieja cachiporra de cuero plana, que en su interior iba lastrada con bolas de plomo, de las que se usaban en las comisarías de antaño para noquear de un solo golpe sin dejar marcas. Se la lanzó a Rocky, que la atrapó al vuelo.

—Es un viejo blackjack policial, —dijo mientras ambos examinaban sus respectivas herramientas de trabajo como si fueran inofensivos juguetes— una especie de cachiporra de defensa, regalo del señor Ishiguro.

—Espera, ¿quieres decir que el mismísimo Oyabún te ha hecho un regalo? —preguntó Rocky estupefacto.

—Sí, bueno, —respondió con su habitual humildad— a veces los chicos y yo le hacemos de guardaespaldas en sus desplazamientos, ¿sabes? Me dijo que la cachiporra fue suya cuando era joven, pero que a mí me sería más útil ahora.

— ¡Vaya! Guardaespaldas del Gran Hombre. Te van bien las cosas. ¡Me alegro por ti, amigo!

— ¡Bah!, no te creas, solo lo hacemos algunas veces. —Dijo restándose importancia.—. La mayor parte del tiempo estoy en contabilidad y comunicaciones, no es muy distinto de lo que hacía antes, todo el día en una mesa, apenas veo acción. Seguro que tú en cambio, ves bastante.

—Créeme, amigo, mi trabajo no te gustaría. —Musitó mirando al fuego con la mayor de las amarguras— Eres un hombre con suerte, Toshiro... y te la mereces toda.

Por algún motivo, aquella última frase de Rocky, que su corpulento amigo no había acabado de entender, trajo a la mente de aquel el recuerdo de alguien muy especial.

— ¿Y cómo está Asami, Rocky?

Toshiro miraba a su amigo, que vacilaba en contestar. Había notado a su querido Yoshi muy diferente aquella noche, el joven taciturno y amargado de profundas ojeras que tenía enfrente, no le recordaba al Rocky sonriente y confiado que conocía. Algo muy importante había cambiado en aquellos cinco años.

—Perdóname Toshiro. ―musitó con los ojos húmedos.

— ¿Por qué, Rocky?

—Por haberte mentido antes. Mi viejo Buick no está en ningún taller, tuve que venderlo por una miseria el año pasado. Y en cuanto a Asami... —respiraba entrecortado, como si le faltara el aire— Asami...

Rocky rompió al fin a llorar, perdidos ya los papeles y las falsas apariencias, lloró sin consuelo junto a su amigo, mientras trataba de hacerle entender por qué Asami no estaba bien. Y por qué su vida se había convertido en un infierno. Le contó al fin cómo, hacía dos años, en una revisión rutinaria le detectaron un raro cáncer de huesos y que el único tratamiento posible se facilitaba en los Estados Unidos, pero era tan exorbitantemente caro que ni en sueños lo podrían pagar. Le dijo que Asami se estaba consumiendo por días ante sus ojos impotentes y que lo único que podía hacer por ella era mentir a su propio hijo. Decirle que todo iba bien, pero nada iba bien. Toshiro sostuvo sus manos y con una voz más firme de lo que nunca antes le había oído le preguntó:

— ¿Por qué no acudiste a mí?

—Soy solo yo quien ha provocado este castigo, Toshiro. Yo he hecho cosas que...

— ¿Es que olvidaste nuestro juramento, Rocky?

—Claro que no, “Gorila haragán” —respondió intentando sonreír.

—Dilo entonces.

Rocky le miró y, por primera vez, se dio cuenta de que Toshiro también había cambiado. Ya no era el muchacho ingenuo y temeroso que una vez fue, ahora era un hombre el que sostenía su mirada. Sentados junto a la hoguera como en un fuego de campamento y rodeados tan solo por la oscuridad y el sonido de los grillos, por encima de aquel se escucharon cuatro solemnes palabras. Las mismas que pronunciaron de niños cuando, de algún modo, intuyeron que el día en que todo fallara y la suerte les abandonara al fin, tan solo el otro estaría ahí. «Juntos», dijeron en una sola voz. «Juntos hasta la muerte».

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