Ninja

Ninja


PRIMER INTERLUDIO

Página 5 de 27

 

 

PRIMER INTERLUDIO

(CINCO AÑOS ANTES)

Capítulo 1 de 4: El último cartucho

Hubo un tiempo en que habría jurado que los nipones eran, con mucho, el personal más eficiente que había conocido. Incluso ellos mismos suelen darlo siempre por sentado. Cada vez que el maldito metro de Tokio llega unos segundos tarde, los locales se llevan las manos a la cabeza. Y es que nueve de cada diez veces, si encomiendas una tarea importante a un jodido japo, puedes dormir con la seguridad de que el trabajo se hará puntualmente. Y yo mismo secundaría esa afirmación si no fuera por un pequeño detalle: No estoy muerto, hijos de perra; ni todos vosotros juntos habéis conseguido matarme, cabrones.

Ahora, me arrastro y toso escupiendo sangre a través del apestoso cieno del borde del río. Ahora, empapado y embarrado aprieto los dientes y ordeno a mis entumecidas piernas que obedezcan. La izquierda me ignora obstinadamente. Da igual, que la jodan. Cojeo a través de calles atestadas por un apresurado gentío en hora punta, pero nadie parece reparar en mí. Para ellos soy un fantasma. A fin de cuentas, todos buscan a un ejecutivo yanqui llamado Dallas Parker, no a un sucio vagabundo cubierto de mierda. Estos autómatas tienen demasiada prisa y están acostumbrados a ignorar a conciencia aquello que no quieren ver. No podréis conmigo, hijos de perra; no mientras siga andando. No mientras este maldito dolor en mi pierna y mi brazo, me mantenga despierto y rabioso.

Camino tambaleándome sin saber siquiera a dónde voy. Tiemblo como un heroinómano y no puedo parar de toser. Debo tener más de cuarenta de fiebre. «Eso, chico, es lo que consigues nadando en el río y durmiendo en la calle», diría mi tío Frank si me viera ahora. Neumonía, esa sí sería una muerte jodidamente estúpida después de toda esta juerga. Sigue andando. Sigue consciente. Camina.

Aún ignoro por completo a dónde diablos me dirijo. Mis piernas funcionan mecánicamente como un autómata, llevándome a un lugar que mi conciencia aún ignora. Espera... ¿cuántas veces he dicho autómata? Al doblar la esquina veo aparecer un familiar cartel luminoso color azul cobalto al otro lado de la avenida y al fin comprendo dónde estoy y a qué he venido. El único lugar posible: La clínica Sakata.

Llevado por algún instinto aprendido acaso en alguna película policíaca, rodeo el edificio y entro por la puerta de servicio para empleados. El guarda de seguridad habla por teléfono muy serio, haciendo estúpidas reverencias al aire. Paso rozándole y ni siquiera me ve. Supongo que esto es a lo que llaman suerte tonta. Me sorprende que nadie me detenga. Entro en las duchas de caballeros y robo una bata blanca de algún matasanos amarillo que se está duchando y usa dos tallas menos que yo. Camino por un interminable pasillo cuando, de pronto, siento un sordo mareo que me hace ver de nuevo hermosas luces blancas flotando en el aire como luciérnagas enloquecidas. No. No te hundas ahora. Sigue consciente, aguanta.

Apoyándome en la pared, camino tortuosamente por un interminable corredor que no quiere dejar de moverse. Subo a un ascensor vacío. En el espejo veo algo que parece un cirujano, bueno, uno que hubiera estado operando a un cocodrilo en un lodazal. A fin de cuentas, tú siempre querías que fuera alguien importante ¿eh, tío Frank? «Médico o abogado», dijiste. Bien, ahora soy un picapleitos disfrazado de médico. Mírame, Tío Frank. Estoy en la cima del mundo. Comienzo a reírme a carcajadas a solas en el ascensor, sin poder parar, llorando de risa. No. No. No. Maldita sea. Deja de pensar como un jodido loco. Has perdido demasiada sangre, por eso piensas así; es solo eso. Céntrate.

Llama con los nudillos hasta oír el zumbido que abre la puerta. Eso es. No mires siquiera a la secretaria que intenta detenerte al entrar en el vestíbulo. Bonitas piernas. Entro en el despacho por la fuerza, y esta vez el maldito mono calvo se pone de pie al verme. Parece que estaba reparando otro de sus estúpidos juguetes. «Lo... lamento de veras, doctor Sakata, no he podido detenerle, ¿quiere que llame a seguridad?» «Tranquila, Mariko», la tranquiliza con un gesto, «no ocurre nada. Hace horas que esperaba a este caballero, tan solo se ha retrasado. Por favor, déjanos solos. Gracias.»

La secretaria se marcha no demasiado convencida y quedamos los dos a solas en la habitación.

—Me estaba preguntando cuándo aparecería, señor Parker. Incluso dejé dicho a los guardas que le dejaran pasar. Lamento decir que no tiene usted muy buen aspecto.

—Créame, —toso escupiendo sangre sobre la alfombra— he tenido días mejores.

—Por favor, tome asiento.

—Prefiero... prefiero permanecer de pie —contesta alguien a través de mis labios.

De pronto otro fuerte mareo funde a negro mi cerebro por unos segundos y mis piernas se doblan, cayendo de rodillas con un gemido. «Realmente será mejor que se siente, señor Parker». Me acerca una silla y obedezco de mala gana, mientras Sakata lleva con cuidado el autómata hasta la vitrina y lo deposita delicadamente en su interior. El doctor permanece en pie, en el centro de su despacho, con las manos a la espalda, mirándome como si observase un raro espécimen de insecto, diseccionado bajo la luz de un flexo.

—Dicen por televisión que no ha perdido usted el tiempo, señor Parker. Primero la pobre Hiyori Nakashima y ahora Candie Taggart.

—Yo no las maté —respiro entrecortado—. Y no sabía nada de lo de Candie hasta que lo ha mencionado.

El doctor Sakata me sonríe de forma sarcástica.

—Como comprenderá, señor Parker, el hecho puntual de que sea o no culpable es irrelevante, la Yakuza lo ha condenado a muerte y la policía le busca por toda la ciudad. A estas horas es usted el hombre más buscado del país. Enhorabuena. Y precisamente usted, el enemigo público número uno, ha venido aquí, a mi despacho. ¿Puedo preguntar a qué debo este honor?

—Siendo tan condenadamente listo ya debería saberlo. Usted es el maldito mejor cirujano plástico de Japón y yo necesito una jodida cara nueva para poder salir con vida de su apestoso país. Usted puede arreglarlo y, si sabe lo que le conviene, lo hará.

Sakata vuelve a sonreír con cierta desgana negando con la cabeza al tiempo que limpia sus gafas meticulosamente con un pañuelo. «Hasta ahora, había dicho exactamente todo aquello que esperaba. Sin embargo hay algo que aún me intriga, y es su insolencia. Teniendo en cuenta que solo hace una semana que vino a este mismo despacho para chantajearme en nombre de su jefe, ¿qué le hace estar tan seguro de que accederé a lo que me pide y no le entregaré a los que le buscan solo para congraciarme con ellos?» Permanezco sentado en mi silla, luchando por seguir consciente, mientras trato de inferir a mi temblorosa voz toda la credibilidad de la que soy capaz, en un último farol desesperado de tahúr moribundo.

—Sé todo cuanto hay que saber acerca del tráfico de cadáveres en este maldito hospital. Tengo pruebas, pruebas incuestionables que verán la luz si yo muero, o si no hace exactamente lo que yo le diga.

Esta vez Sakata se ríe abiertamente, en una carcajada nerviosa, casi femenina, con el eco forzado de los que no están acostumbrados a reírse de nada ni de nadie.

—Por supuesto, —ríe— por supuesto, ha regresado solo para chantajearme de nuevo. Es usted incorregible, señor Parker. Lamento decir que no resulta muy convincente. Está incluso más desesperado de lo que esperaba.

Ahora su rostro está serio y me mira de un modo extraño. Empiezo a ponerme nervioso de verdad. No tengo más cartuchos.

— ¿Cree que es... un maldito farol? Tengo pruebas que pueden llevarle a prisión, Sakata, tengo...

Intento ponerme en pie, pero mis piernas se han olvidado ya de cómo andar y caigo al suelo de nuevo como un fardo doliente. Se me acaba el tiempo y Sakata no hace el menor gesto por ayudarme. Su tono es ahora cortante: «Cállese, gaijin y escuche con atención: sus patéticas amenazas son redundantes. Por suerte para usted, tuve el honor de conocer personalmente a la señora Nakashima durante muchos años y me une para con ella una deuda de gratitud. Hiyori tuvo el dudoso gusto de enamorarse de usted y únicamente por ello y por motivos estrictamente profesionales, es por lo que accederé a ayudarle.» Suspiro aliviado al oír esto último. «Pero» continua «hay algo que debe entender bien, antes de aceptar siquiera mi ayuda.» Sakata calla durante unos instantes, mientras la oscuridad empieza a extenderse imparable como una mancha de tinta por los contornos de mi visión haciéndome ver a través de un túnel. Me muerdo el labio hasta hacerlo sangrar, solo para seguir consciente. «A partir del preciso instante en que acepte mi asistencia, deberá obedecer todo cuanto se le ordene sin objetar ni hacer preguntas. Desde ese momento su vida me pertenecerá. En caso contrario, le entregaré sin dudarlo a la Yakuza. ¿Me ha entendido señor Parker?» Asiento con la cabeza desde el suelo, mientras le veo hacer una llamada. Al cabo de unos instantes veo abrirse misteriosamente la pared en donde se suponía que no había ninguna puerta y un hombre enjuto y robusto, con aspecto de luchador grecorromano, aparece empujando una camilla. Intento de nuevo incorporarme, pero de repente alguien desconecta un enchufe dentro de mi cerebro y mi cabeza inconsciente golpea la alfombra.

Ir a la siguiente página

Report Page