Nina

Nina


LIBRO SEGUNDO » 8

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Los policías vinieron a eso de las once, y les dije que los tres desconocidos me habían preguntado por ciertos papeles.

¿Qué papeles?

Ni idea.

Pero, seguramente, debería de tener alguna idea de lo que se trataba.

No, yo no tenía idea alguna, ni la más mínima. Supuse que se trataría de algo en relación con el arresto del señor Brummer. El señor Brummer parecía tener muchos enemigos. Hacía muy poco tiempo que ejercía de chofer con el señor Brummer. No tenía idea de nada. A los policías les sucedió el médico que me había prestado los primeros auxilios. Renovó los vendajes y me puso una inyección después de la cual me sentí muy cansado. Me dormí y soñé con Nina y súbitamente advertí un gran estruendo, que me hizo levantar de la cama, sin aliento. Con el corazón latiendo locamente pensé durante un par de segundos, que me encontraba de nuevo en Rusia y que llegaban los tanques rusos, y entonces abrí los ojos.

Un hombre barbudo, desnudo desde la cintura hacia arriba, estaba mirándome desde la ventana. La ventana se hallaba al lado de mi lecho. Estaba abierta, y el hombre en el exterior debía flotar en el aire, pues no veía que se sostuviera en el alféizar. A menudo, durante mi vida, he tenido miedo de perder la razón. Esta vez volví a tenerlo.

El barbudo me contemplaba sin hablar. Ahora todo estaba en silencio.

—¿Le he despertado? —preguntó el barbudo, metiendo, curioso, la cabeza dentro del cuarto. El cielo detrás del hombre tenía el color de la miel.

—¿Quién es usted?

—Soy el albañil. Estoy colocando la reja.

Me dejé caer sobre la almohada y me encontré sin fuerzas, de puro alivio.

—¿Se encuentra sobre una escalera?

Sonriome con ancha boca, declarando:

—¡Claro! ¿Cree usted que tengo alas?

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