Nina

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LIBRO SEGUNDO » 11

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Peter Romberg era flaco y tímido y llevaba unas gafas de concha. Su cabello era rubio rojizo y sobresalía de su cabeza como un cepillo. La cara estaba cubierta de pecas, y su nariz era larga. Rió. Siempre que me he encontrado con Peter Romberg le he visto riendo. Sólo últimamente ya no reía.

Vistiendo unos pantalones grises de franela y una camisa gris con el cuello abierto, llegó hasta el coche y besó a su tía en la mejilla.

—¡Perdona que no te haya reconocido al pronto!

—No importa, Butzel. Te presento al señor Holden.

—Hola —le dije.

—Hola —me contestó y me dio la mano—. Soy muy corto de vista. Cinco dioptrías en el ojo derecho y seis en el izquierdo. Ciego como un mochuelo. —Tenía unos dientes muy irregulares, pero no ofrecían mal aspecto cuando sonreía—. Desde que tengo veinte años se mantiene constante mi número de dioptrías.

Mila rió.

—¿Debo decírselo, Butzel?

—¿Decir qué? —pregunté curioso.

—Sólo tiene veintiocho años. Pero ya está casado y tiene una niña.

—¡No! —prorrumpí sinceramente sorprendido—. ¿Qué edad tiene?

—Seis años, y se flama Mickey.

—¡Se aventuró pronto, señor Romberg!

—Es un buen muchacho, señor Holden. Pero tiene también una mujer magnífica, y tendrá que vérselas conmigo si se enreda con otra... Vendré con el rodillo de amasar.

—¡Mila! —suplicó él, cohibido.

—¡Ay!, señor Holden, tiene que conocer a su mujer, Carla, y a la pequeña; estoy completamente loca con ella, es algo tan dulce...

—¡Señor Romberg, todos mis respetos!

—Muchas gracias —rió—. Aquí está la llave.

La puse en mi bolsillo.

Enunció simplemente:

—¿Sabe usted? En un principio tenía al señor Brummer por un chanchullero. Pero existe una persona en el mundo en la que confío, esa es Mila. Y Mila me está repitiendo, hace años, que el señor Brummer es el mejor y más cabal de los hombres del mundo.

—Y tiene razón —confirmé.

—Debe usted visitarnos algún día, señor Holden.

—¡Con mucho gusto, señor Romberg!

—Todavía no tenemos ninguna alfombra, y los muebles de la cocina los vamos pagando a plazos. Es posible que mi mujer proteste un poco, usted ya sabe cómo son las mujeres, pero yo me encuentro muy a gusto en mi vivienda, ¿verdad, Mila?

—Claro que sí, hijo.

—Y entonces le enseñaré mis fotografías.

—Se trata de mi sobrino, pero puedo decirle en conciencia, que Butzel hace unas fotos magníficas.

—¿Sabe usted, señor Holden? Todos estos crímenes de sangre y la radio de la policía, eso lo hago porque tenemos que vivir. Pero, cuando llegue a ser independiente, haré otras cosas más interesantes.

—¿Qué le interesa a usted, señor Romberg?

—Los animales.

—¿Le gustaría fotografiar animales?

—Y escribir sobre ellos. —Ahora volvía a sonreírme—. Encuentro los animales mucho más interesantes que los hombres.

—Debe ver las fotos, señor Holden —continuó Mila Blehova—. Las de los pelícanos son las más hermosas que he visto en mi vida. Algún día se hará famoso con ellas mi Butzel. ¡Ay, Dios mío! ¡Otra vez los eructos!

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