Nina

Nina


LIBRO SEGUNDO » 43

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—¿Todo va bien en casa, Holden?

—Sí, señor Brummer.

Atravesábamos la ciudad. Me alegré de que Brummer estuviera sentado en el fondo del coche. Así no podía ver mi cara, esa cara que no podía dominar del todo.

—¿Mi mujer está bien?

—Perfectamente.

—¿Mila, el viejo «Pupele»?

—Todos perfectamente, señor Brummer.

Nunca le había oído hablar de esta forma: dominante, exigente, implacable. Un oficial hablaba también en este tono: un pez gordo del Estado Mayor. Lo que mandaba esa voz debía suceder sin remisión, no porque el propietario de la voz fuera poderoso, no, porque el poder estaba detrás del portador de la voz.

—En los próximos días estará usted muy ocupado, Holden.

—Muy bien, señor.

—Berlín, Hamburgo, Frankfurt, Viena. Siempre en camino.

—Conformé, señor Brummer.

Sí, señor general. ¡Gran Dios del cielo!

El pequeño abogado intervino:

—El señor Holden se ha portado admirablemente en todas las ocasiones. Debo darle las gracias.

—Yo también quiero dárselas —dijo Brummer—. Sinceramente y de todo corazón. No lo olvidaré nunca.

El silencioso policía me miró de lado, tristemente, pero no pronunció palabra. Al llegar al Rhin, conduje en dirección norte. El tiempo iba empeorando por momentos, se levantaba el viento y, sobre el agua, acudía la niebla.

También delante de la entrada de la villa empezaron a funcionar las cámaras al entrar nosotros, los reflectores me cegaron y los disparos de magnesio me aturdieron. Sólo podía conducir al paso, pues muchos reporteros saltaban basta el lado del coche para fotografiar su interior. Luego los tres policías los hicieron retroceder a todos, el portal se cerró y nos deslizamos en silencio sobre la gravilla del sendero.

Sobre sus diminutos pies, gracioso como un globo bailarín, a pesar de su corpulencia, ascendió Julius María Brummer los escalones de la entrada. En el vestíbulo le salió al encuentro, aullando, el viejo boxer, saltando hacia él, lamiéndole las manos y profiriendo largos y sollozantes ladridos de alegría.

—«Pupele», mi viejo «Pupele»...

Mila penetró en el vestíbulo. Iba vestida completamente de negro y se hallaba muy pálida. Brummer la acogió inmediatamente entre sus brazos y la besó en ambas mejillas. Mila levantó la diestra y trazó la señal de la cruz sobre la frente de Brummer.

Sobre la escalera apareció Nina.

Brummer se quitó las gafas oscuras y le fue al encuentro. Se encontraron a media altura, quedaron parados el uno frente a la otra y se contemplaron largamente a los ojos. Nina llevaba un vestido verde de verano y zapatos verdes de alto tacón. Iba muy maquillada y parecía agotada.

Julius María Brummer pasó un brazo alrededor de su cintura, y juntos, ascendieron la escalera y desaparecieron —Les ruego que me perdonen si lloro, señores, pero este es el día más feliz de mi vida —nos dijo Mila.

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