Nina

Nina


LIBRO TERCERO » 8

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—Manténgase a mi disposición —dijo Brummer. Bajó del automóvil y se dirigió hacia la villa. Después de dar unos pasos se volvió, mandando a su mujer—: ¡Anda, ven ven!

Nina se había quedado parada delante de mí, mirándome, como si nunca me hubiese visto. Con un sobresalto, me volvió la espalda y siguió a su marido.

Los contemplé a los dos hasta que hubieron desaparecido, y me dirigí seguidamente a mi habitación, encima del garaje, saqué una botella de coñac y bebí un buen trago, pero sólo uno. Me senté al lado de la ventana y esperé. Al cabo de media hora vino el doctor Hilmar Zorn. Luego le vi pasear junto a Brummer a lo largo del estanque. El pequeño abogado llevaba un traje azul claro. En la suave luz del impotente sol de otoño relucía su blanco cabello. De vez en cuando, Brummer se detenía gesticulando ardorosamente. El pequeño abogado le hablaba para calmarlo y los dos reemprendían su caminata a orillas del agua, entre el follaje multicolor y las velloritas y la hierba putrefacta. Por fin, ambos se fueron repentinamente en el coche de Zorn.

Una hora más tarde empezó a sonar mi teléfono. Era Mila Blehova.

—La comida está a punto, señor Holden.

—Voy en seguida.

En la cocina, la vieja cocinera checa había puesto la mesa para ella y para mí. El semicegato perro empezó a gimotear cuando entré.

—¡Quieto, «Pupele»!

Pero no quería calmarse. Husmeaba mis piernas, quejándose y ladrando. Gemía como si tuviera miedo. Finalmente, Mila le mandó al jardín.

—Estás inaguantable hoy, quisiera saber lo que le pasa. —Se sentó a mi lado—. Me parece que todos, aquí, nos estamos volviendo tarumbas, poco a poco. He cocinado en vano para mi Nina, no ha podido tragar bocado. El señor tampoco, no, no tiene hambre. ¡Ahora le toca a usted decirme que no se encuentra bien!

—Tengo hambre.

—¡Gracias a Dios, por lo menos uno! He hecho albondiguillas de carne, sírvase una buena ración. —Hipó con un calambre—. Otra vez el hipo. Sabe usted, señor Holden, es terrible tener que decirlo, queriendo tanto a mi Nina y respetando tanto al señor, pero con todas estas excitaciones muchas veces pienso que me gustaría, por fin, estar sola. No podré aguantarlo mucho tiempo con la tiroides que tengo. ¡Ha pasado algo otra vez!

—¿Cómo lo sabe?

—Mi Nina ha llorado, el señor ha gritado. A mí no quieren decirme nada, porque podría excitarme. Como si no me excitara así..., ¿sabe qué?

—No.

—Quisiera vivir ya sólo para mí misma. —Hipó de nuevo y el dolor le arrancó lágrimas de los ojos. Apartó el plato—. Es demasiado estúpido esto, ahora creo que soy yo la que no puede comer. ¡Ay, Jesusito de mi vida! Con lo quieta y pacíficamente que se vivía antes aquí...

El teléfono interior sonó.

—Ya voy. Mila. Quédese sentada. —Cogí el auricular mientras oía gemir a Mila, y oí de nuevo la voz, brutal y aterrorizada al mismo tiempo:

—Suba a mi despacho.

—En seguida, señor Brummer.

—Lo que faltaba —dijo Mila—, sus albondiguillas quedan también para el perro. ¡Qué vida! ¡Esto no es vivir!

Entre la cocina y el vestíbulo existía un pequeño corredor con dos puertas. Cuando ambas estaban cerradas constituía una pequeña habitación sin ventanas. En el momento en que se cerró detrás de mí la puerta de la cocina, olí el perfume de Nina. Al momento siguiente la tenía entre mis brazos apretando sus labios contra los míos. No podía verla, sólo la sentía, sentía su cuerpo entero. Me besó con la máxima ternura. Seguidamente murmuró:

—Perdóname por lo de ayer.

Tuve la sensación de que el pavimento se tambaleaba debajo de mí. Esto era una demencia. En cualquier momento podía abrirse una de las puertas y venir Mila, el criado, una de las doncellas o Brummer. La voz querida de Nina salió de la oscuridad:

—¿Qué va a ser de nosotros?

—No lo sé.

—¿Cuándo podré verte?

—Mañana a las tres junto a la embarcación.

—Allí estaré...

Y se deslizó fuera de mis brazos. La puerta de la cocina se abrió y cerró. Estaba solo en la oscuridad. El perfume, el dulce perfume permanecía.

Pisé el vestíbulo, me miré en un espejo redondo y, con el pañuelo, quité algo de carmín que había en mi cara. Luego subí al cuarto de trabajo de Brummer, llamé a la puerta y abrí. Allí estaban Brummer y Zorn y también seis hombres extraños.

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